Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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lunes, 6 de septiembre de 2010

Quien dice “todo va bien”, tal vez en el fondo diga “todo va mal”






¿Quién no recuerda la vieja figura kafkiana de aquel trabajador diligente que, tras una noche intranquila, despierta convertido en un insecto? La metáfora es sugerente y no es la única figura en el imaginario de Kafka, por esa senda de asfalto literario también caminan “El artista del hambre” y “El artista del trapecio”, cuentos breves, punzantes y muy sutiles. ¿Trabajadores, los oficinistas maniacos? ¿Trabajadores, los ascetas? ¿Trabajadores, los malabaristas?

En estos tiempos del libre mercado, bajo la omnipresencia del desempleo a nivel mundial, este sistema que vomita a los hombres fuera del empleo (ese “horror económico” que espantó tanto a la periodista Forrester) ¿Quién se identifica como trabajador? ¿Acaso la situación del trabajo en el capitalismo tardío no sigue generando la metamorfosis kafkiana, a través de una mala parodia de malabaristas y ascetas resignados en su jaula, prestos al espectáculo?

A lo largo de todo el siglo XIX y XX se identificaba a los trabajadores con los obreros, lejos del proceso de proletarización, el resto de la población, era el síntoma del capital. Es decir, la suspensión de la universalidad del capitalismo permitía la reproducción del subempleo, explicitada por la venta de fuerza de trabajo al más bajo precio ya que la competencia y la sobreoferta de mano de obra excedían, y exceden aún, a la necesidad del capital. El desarrollo de la técnica tiene mucho que ver en esto, en el sentido de que su especialización, en función de la producción, permite una liberación de potencia no humana que transforma la naturaleza de acuerdo a un orden social; en aquel orden social se reclasifican las pautas y conductas de la población en función de necesidades que acucia el mercado. Y como bien es sabido, todo orden social en el capitalismo se ajusta a la reproducción de la particularidad del trabajador que no sólo se circunscribe al sector proletarizado, esto se hace patente en el sector pequeño burgués, que en sentido analítico, lo conforman el gran contingente, si cabe el término, de obreros-profesionales.

Tal observación tiene cierto asidero a través del cine. Sucintamente, en la pelicula Todo va bien (1972) de Godard, una fábrica de embutidos ha sido tomada por el sindicato de obreros. La escena se ubica a cuatro años después de mayo del 68. Los obreros franceses, bajo cierta teatralidad disponen de la situación, tomando de rehén al administrador. Llaman a la prensa, viene una periodista en compañía de su pareja (un publicista que antaño hacía cine alternativo) en suma, una pareja pequeño burguesa; pareja protagónica que a lo largo de la película hilvanan su vida cotidiana a través de la problemática de la enajenación del trabajo y, sobre todo, se plantean la posibilidad de seguir siendo pareja bajo tal situación social. El administrador en plena entrevista, señala que la actitud de los obreros ha sido precipitada, sin justificación, además enfatiza: “El problema de la enajenación del trabajo era un problema del siglo XIX, ahora ya estamos en otro siglo, nuestras instituciones funcionan, en Francia sobre todo, los tiempos de Marx y Engels ya pasaron, sólo esto se les ocurre a los filósofos marxistas y a ciertos intelectuales que azuzan a los obreros”. Sin embargo, las condiciones de trabajo a partir de cierta presentación testimonial que realiza Godard, a través de sus personajes, expresarán que la enajenación no sólo se presenta dentro de la fábrica, el espacio laboral, sino en los espacios en que se reproduce la vida cotidiana. Una de las obreras señala que cuando llega a casa, su marido no la toma en cuenta, ya que viene oliendo a embutido y encima tiene que asumir los quehaceres del hogar que la fatigan en exceso, pero sobre todo siente temor al acostarse con su marido “eso es lo que más temo, acostarme con mi marido, tener otro hijo, el dinero ya no alcanza”. Por su parte, los demás obreros expresan, además de la justificada queja del salario, que el espacio laboral genera cierto entumecimiento que acrecienta un temor cuando se llega a casa. Ya que no se trata sólo de enfrentar el trabajo, sino a la esposa de nuevo.



Por su parte la pareja de profesionales, también trabajadores en sentido estricto, trabajadores sin overol, obreros-profesionales, se enajenan en la reproducción de la vida pequeño burguesa. El goce del ejercicio intelectual, del arte, el sexo y la afectividad cae en la monotonía porque el trabajo de uno contrapone los intereses del otro. Ya no son gratas las salidas al cine, mientras la toma de la fabrica siga, ya no se puede tener intimidad si luego uno de ellos se irá, sin mas ni mas, al racionalizado trabajo profesional. La simple conversación, sin la mediación corporal, resulta muy difícil entre ambos, si no se recriminan los detalles pendientes de sus vidas antes de conocerse. El salir de compras, típica actividad compulsiva de la mujer pequeña burguesa, le genera a la protagonista un extrañamiento mediante el consumo, los espacios tan cercanos le serán tan distantes porque la adquisición de las cosas no permite que la vida cotidiana sea funcional a sus afectos. De ahí que cuando él le pregunte a la periodista, “¿cómo va todo?”, ella responda musitadamente “todo va bien”. En realidad “todo va mal”, ya que no es sólo su vida, sino la vida de los demás que en el fondo son como ella, unos trabajadores sujetos a la lógica del capital. Ese detalle casi inadvertido resulta ignorado por muchos trabajadores-profesionales, que asumen que su condición de trabajo es distinta a la que realizan los demás trabajadores, espetados como obreros. Ellos también venden su fuerza de trabajo. De ahi que todos sean en el fondo unos obreros sujetos al capital.

En sentido figurado, los trabajadores-profesionales resuman y expresan mejor la enajenación del trabajo a partir de la problemática, tan epidérmica, de la afectividad en la vida cotidiana. Si esto es así ¿por qué no se organizan? Como una tentativa respuesta, la reproducción de la vida narcisista del proceso de individuación se encuentra asociada a la reproducción de la técnica. Esto casi siempre pasa desapercibido si no se repara en aquello que los intelectuales de Frankfurt llamaban la atención, a saber, la técnica como ideología. Sumado a ello, si uno repara en ese eslogan liberal de “la muerte de las ideologías” e intenta encontrarle cierto asidero, lo único que encuentra es la prodoucción del cine de Hollywood (Cine que últimamente enfatiza la amenaza de los desastres naturales e historias entumecidas de cualquier Tarantino) en el que la amenaza fantasmática al individuo es la constante. Muchas veces la respuesta del individuo contemporáneo ante tal situación es la frivolidad más descarada que uno pueda imaginar. O, es una exageración mía, ya que “¿todo va bien?”.





Juan Archi Orihuela
Lunes, 6 de septiembre de 2010.