Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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domingo, 26 de septiembre de 2010

El “otro” y el “nosotros”

Términos como el “otro” y el “nosotros”, categorías tributarias de cierta fenomenología muy laxa, son espetados frecuente y sueltamente en toda retórica que intenta medianamente ser reflexiva. Tales reflexiones que se elaboran, apuntan a enfatizar la vida cotidiana, así como intentar la desobjetivación de los hechos sociales. Al margen de si esas reflexiones acicatean alguna práctica política o la complacencia pétrea del conformismo, lo cierto es que el otro y el nosotros responden a cierta temática culturalista acerca de la nación (considerada como problema en el Perú).

En gruesas líneas, la nación como fenómeno social, para el enfoque cultural, supone la constitución de un “nosotros”; su referencia tácita sindica los vínculos institucionalizados de determinados sujetos que comparten referentes culturales en común; referentes que generan una identidad en general y una pertenencia en particular. Por ello se nombra con el “nosotros” al grupo humano con el que uno comparte elementos culturales generales y comunes. Pero con la aparición del Estado-nación moderno esas formas institucionalizadas de vida compartida adquirirán sentido y función a través del poder político. En el interior de lo político, la construcción de un referente cultural se constituye en el eje vector a partir del cual toda práctica social aparece como una necesidad predeterminada, pero sobre todo se delimita la soberanía política frente a los demás Estados-nación. Eso generó que el ejercicio político se exprese a través de una entidad jurídica como la ciudadanía. El detalle es que la ciudadanía es la particularidad que permite la universalidad del Estado mediante su reproducción y no la universalidad que objetiva la reproducción del Estado. Esto resulta tan diáfano en el proceso de la colonización del mundo por Europa __que a su vez ha sido la determinación que ha posibilitado la concreción del Estado-nación__ en donde la reclasificación política de la población colonizada siempre se estableció mediante toda oposición a la civilización. De ahí que los dualismos políticos (barbarie y civilización), más allá de su polaridad e intencionalidad, expresan sin ambigüedades la situación de la dominación colonial de facto.

Tal resultado, prefigura el espacio en el que se encuentran ubicados los sujetos referidos por tales categorías, cuya concreción es la situación colonial. Para el caso del Perú, el “nosotros”, como un hecho histórico colonial, refiere al grupo humano descendiente de los europeos colonizadores o de las posteriores migraciones europeas para consolidar el Estado-nación emergente; y, en términos sociales, específicamente, pertenecen al “nosotros” los sujetos que comparten la vida social y la cultura occidental, hegemónica en el país. Mientras que el “otro” es el sujeto considerado como “diferente”, descendiente de las antiguas poblaciones colonizadas, su nominación ha variado de muchas maneras, antes era el natural, el nativo, el aborigen, el indígena, el indio y últimamente se ha convertido en el cholo. Sumándose a ello también a los descendientes de los negros esclavos, llamados afroperuanos, y la variedad de grupos humanos (“etnias”) de la amazonía, sobre las que últimamente recae mucho la atención. Además, las diferencias no sólo corresponde al ámbito de la cultura sino que también corresponde al ámbito económico. Esta delimitación no es gratuita ni fortuita ya que responde a una división social del trabajo a nivel mundial, producto de la colonización, sino cómo explicar que los descendientes de europeos en el Perú, luego de creada la república, nunca se encuentren en los estratos populares, sino que mas bien comparten el status de clase media y de los grupos dominantes, es decir, son el “nosotros”.

Ahora bien, la reflexión sobre el “otro” en el Perú ha generado un cierto tipo ideal weberiano, a saber, el cholo. Esto ha sido posible a través de las ciencias sociales, específicamente por algunas tesis sobredimensionadas de algunos sociólogos que ejercen cierta hegemonía en el “campo” de la investigación social, y por cierta influencia contundente y mediática que ejerce sobre la vida cotidiana los mass media.

Sin embargo hay una diferencia entre ambos, ya que los móviles son diferentes; mientras que para los mass media el cholo es publicidad, sensacionalismo y festejo, para algunos sociólogos y antropólogos se trata del agente que modifica el espacio político y cultural del país; para decirlo engoladamente: es el nuevo “rostro del Perú”.

Aquella referencia al “rostro”, de modo figurativo, es sintomática porque implica una valoración y una percepción en particular. La pintura “Migrantes” que aparece como portada en un compendio de antropología peruana, explicita el asunto, o, en todo caso, es buen ejemplo (Véase la figura que se encuentra en la parte superior derecha del texto). En la pintura aparecen seis rostros sobre el fondo de un paisaje andino, y como el título del motivo reza “migrantes” se comprende la condición que comparten en común; pero el detalle que llama la atención es que cinco de los rostros son representados asimétricamente, literalmente son deformes, a excepción de uno de ellos que mantiene cierta simetría; la razón, los cinco personajes de aquellos rostros deformes visten a la usanza del modelo civilizatorio urbano burgués (saco y corbata en los varones y traje sastre, maquillaje y joyas en las damas) hegemónico en el mundo, mientras que el único rostro simétrico mantiene un sombrero campesino, cuyo rostro curtido por el trabajo agrícola evidencia su situación.

Tal representación pictórica compendia dos ideas, una latente y otra manifiesta, sobre el proceso de la migración, cuya serie es “migrante-andino-cholo”. Una de ellas es que la vida urbana ha “deformado”, para seguir con la intención del cuadro aludido, al “otro” (el hombre andino-campesino); la otra idea es que la “deformación” del “otro”, es decir el cholo, no se debe a la vida urbana sino que tal deformación es la percepción de quien lo percibe, obviamente el no-cholo. Tales ideas generan dos interrogantes: ¿cómo se ha deformado al “otro”? Y ¿quién deforma al “otro”? Desde Arguedas, y para muchos que aún se dejan embelesar por su romanticismo provinciano, la deformación de los rostros del “otro” (el cholo) se debe a la modernidad (u “otra modernidad” como reza un conocido artículo sociológico al respecto). Más aún, la “deformidad” de los rostros sería el síntoma de la identidad: el problema de la identidad.

La respuesta para la segunda interrogante es tácita, es el “nosotros” y se expresa cotidianamente en la constitución del habla. Para decirlo coloquialmente: “¿Manyas?”.





Juan Archi Orihuela
Domingo, 26 de septiembre de 2010.