Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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domingo, 26 de diciembre de 2010

Las ideas políticas y la política en el Perú

Uno de los elementos imprescindibles y de gran importancia para generar un espacio político, en el que la ciudadanía pueda perfilar sus aspiraciones de cambio, son las ideas políticas. En la política peruana contemporánea la ausencia de las ideas políticas ha sido sustituida por aquel pragmatismo caníbal e individualista, que cotidianamente se legitima mediante aquel dicho: “así es la política”. Tal frase no es nada fortuita, ya que corresponde límpidamente a una de las consecuencias de la crisis de los partidos políticos, acaecida durante la última década del siglo XX.

También, junto (o coludido) a aquel pragmatismo, opera en la política peruana un discurso oficioso que intenta sustituir la carencia de las ideas políticas, a través de una serie de frases monocordes y espetadas por la prensa oficial, acerca de la democracia, la inversión privada y el desarrollo empresarial. Los actuales miembros del poder legislativo forman el coro que anima tal orfandad de ideas, ¿qué mejor ejemplo al respecto que esa defensa cínica que balbucean cuando se ven descubiertos pública y periódicamente ante un hecho flagrante que desprestigia ante todo a ese caro poder legislativo?

Las ideas políticas, lejos de ser el demiurgo de la política, sólo expresan y perfilan toda práctica política de la manera más laica posible. Por eso es necesario, para no confundir el espacio político con las ideas políticas, saber quién es quién en la política. De ahí que si las ideas políticas se ponen sobre la mesa se evitarían esas sorpresas protagónicas que caracterizan a cada periodo electoral. Sin embargo, hay un óbice al respecto. No hasta hace poco tiempo a las ideas políticas se las reclasificaba operativamente como ideología política, muchas de ellas (anarquismo, socialismo, democracia cristiana, nacionalismo, comunismo) se legitimaban por referentes empíricos y sociales que operaban en la política internacional (el movimiento obrero, las luchas de liberación nacional, la reforma agraria y el imperialismo poscolonial). Ahora en estos tiempos posmodernos, figurativamente nominado como global, la reproducción de muchos de aquellos referentes ha desaparecido, o simplemente se ha venido mermando, por el localismo que encierra, paradójicamente, la universalización del libre mercado. Y por ende se han difuminado, o han perdido cierta consistencia, muchas de aquellas ideas. Ante la falta de referentes explícitos, la reproducción de la política, asociada a la información de la imagen, ha adquirido cierta funcionalidad a través de lo que Sartori nominaba como “video-política”. Es decir, más que ideas políticas, las imágenes (televisadas) de la política tienden a reproducir un espacio lego que acrecienta la distancia entre la ciudadanía y el ejercicio del poder, cuya única conexión periódica se reduce a las campañas electorales en donde se banaliza el ejercicio político, ya que se la identifica como parte de un gran show televisivo. De ahí que las intenciones de voto se inclinen, no en función de las ideas que sustenten y pregonen los candidatos, sino por la exposición adocenada que emite la imagen de la “popularidad” (a partir de efectos epidérmicos como el goce, la simpatía y el miedo).

Pero como la política no se reduce a la “video-política”. No está demás reconocer que ella es ante todo el ejercicio del poder que ejerce la ciudadanía en función de cierta normatividad a través de la representatividad de intereses sociales, ya sean estos intereses de clase o los intereses nacionales. Sobre este hecho, las ideas políticas son las que le dan coherencia y toda la legitimidad del caso a tales intereses racionalizados. Si en su lugar aparecen respuestas reactivas que no se perfilen hacia tal racionalización de intereses sociales, lejos está la política de ser congruente a toda república moderna. De esto lo tienen muy bien en claro en el Perú los grandes empresarios (la gran burguesía), quienes siempre se perfilan en defensa de sus intereses, patente a través del apoyo implícito a determinadas candidaturas. ¿Qué tipo de ideas justifican su práctica política? ¿Acaso todos los grandes empresarios están premunidos de una ideología política que legitime su poder? No necesariamente, ya que muchos responden a cierto pragmatismo de sentido común: “El gobierno que proteja mis inversiones, tendrá todo mi apoyo”. El reordenamiento y la consistencia de tales ideas les competen a ciertos intelectuales nominados como liberales. Muchos de aquellos liberales no necesariamente tienen lazos afectivos, ni parentales, con aquellas clases, sino que su ejercicio intelectual responde a su formación y a la reproducción de su vida profesional. Es significativo al respecto que muchos de aquellos intelectuales han sido formados (y se forman) en universidades privadas (aunque hay excepciones) y que profesionalmente se desenvuelven en las grandes empresas (educativas, consultoras, comerciales, mineras, prensa, televisivas y demás) que les permitan asegurar un estatus social de clase media. A sabiendas o no, su desenvolvimiento profesional en los espacios públicos y privados, se convierten al fin de cuentas en espacios políticos en donde se reproduce y legitima el reordenamiento del poder político que asegura los intereses de los grandes empresarios, para así asegurar también los suyos en particular.

Pero el liberalismo, si bien tiene un referente histórico como ideología política, no es del todo homogéneo, ya que siempre se ajusta a los cambios contemporáneos de la economía política e internacional. Sin embargo presenta un rasgo en común, la defensa de la libertad del individuo y de la propiedad privada en función del mercado. Tales ejes no sólo son imperativos categóricos (de orden moral) para los liberales, sino ante todo son axiomas a partir del cual se ha reordenado el mundo contemporáneo, bajo la lógica del capital. Pero no sólo el liberalismo es la única ideología política que se reproduce en el Perú para justificar el ejercicio del poder político. El caso es que las demás ideas políticas no-liberales, para usar un rótulo genérico que pueda clasificarlas, no logran articular aún un espacio político que permita legitimar el ejercicio político de todos aquellos que no son grandes empresarios, a saber, los obreros, campesinos, amas de casa, pequeños comerciantes de todo tipo, agricultores, profesionales (de la salud, la educación y demás), empleados, sub-empleados y desempleados, artistas y estudiantes de la educación pública, en suma, las clases populares. Una prueba de ello es que ante las manifestaciones, tan legitimas, de la población organizada a través de sus diversos frentes y gremios en todo el país, resultan siendo denostadas y acusadas bajo el fantasma de la violencia y el caos. Al respecto son escasos los medios independientes de la prensa, que cumplen con su deber de informar a la ciudadanía en general acerca de tales difamaciones.

Sin embargo, para que tales acusaciones queden sin efecto, se debe reparar en la importancia de la producción de ideas políticas que permitan la legitimación de tal ejercicio político digno y justo. Para tal fin son necesarios los intelectuales ¿dónde están los intelectuales que no comulgan con el liberalismo? ¿Acaso se encuentran luchando contra molinos de viento? O ¿Acaso se han convertido, todos ellos, en los voceros del liberalismo?

El producir ideas políticas no-liberales es un reto, si es que no se quiere que la política en el Perú se reduzca, como hasta ahora, a la inercia de sólo cambiar de presidente cada cierto periodo electoral. A eso apunta el reto de generar ideas políticas claras al respecto, para que las clases populares puedan, no sólo legitimar su ejercicio político, sino ante todo ejercer su representatividad, con toda la seguridad moral y democrática del caso, en defensa de sus intereses.

Que duda cabe, tal como está el panorama político, la defensa de los intereses de las clases populares se convierte al fin de cuentas, en estos tiempos neoliberales, en la defensa de los intereses nacionales.



Juan Archi Orihuela
Domingo, 26 de diciembre de 2010.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El trabajo no dignifica al hombre o el derecho a la pereza

Hay un viejo dicho que siempre se espeta en las escuelas “el trabajo dignifica al hombre”. El mensaje es claro, no interesa en que trabajes, total serás dignificado por tu esfuerzo, es decir, serás moralmente aceptado como un hombre de bien, considerado por todos, un hombre digno (“un buen partido”, como antaño las madres casaderas decían). Pero realmente ¿todo trabajador es un hombre digno? Y que sucede con los millones y millones de desempleados en el mundo ¿acaso son hombres indignos? ¿Y la situación del subempleo y el empleo temporal hacen de este mundo, un mundo de hombres indignos?

Según Nietzsche, los hombres indignos han perdido la capacidad de vivir ejerciendo su voluntad de poder. El poder en el mundo contemporáneo se ejerce metafóricamente a través del bolsillo. Rasgo que llama mucho la atención si se observa que muchos bolsillos en la actualidad se encuentran vacíos. Y no sólo eso, la metáfora analítica del “vacío”, utilizada por Lipovestky, permite no sólo dar cuenta del proceso de personalización, sino también de sus consecuencias, a saber, la reproducción de la vida social en la actualidad se caracteriza por el vacío de toda índole.

Pero ¿qué relación existe entre el vacío y el poder? El poder como fenómeno social se encuentra ligado a la constitución del orden y a la clasificación de la producción que permite ese orden, a saber, la división del trabajo. La división del trabajo en las sociedades precapitalistas permitía establecer límpidamente aquella relación de fuerza que constituye todo poder: mando y obediencia. Reconocer quienes eran los que mandaban y quienes eran los que obedecían en las sociedades precapitalistas era un hecho naturalizado. Por el contrario, en la constitución de la sociedad capitalista (nominada retóricamente como moderna) la fluctuación de los individuos en función de la mercancía permite que se articulen reglas de juego alrededor del poder y que su invisibilización se produzca paradójicamente a partir de la acentuación de la desigualdad. Es decir, ahora en el mundo contemporáneo nadie sabe (o no quiere saber) o sospecha (o tiene la certeza) quienes son los que mandan y quienes los que obedecen, a pesar de que la satisfacción de cierto bienestar para unos pocos es producto de la insatisfacción y la falta de bienestar para muchos. Más allá de malos entendidos, aquella indeterminación contemporánea de la concreción del poder radica en aquello que Pierre Bourdieu llamó la illusio (el “estar atrapado en el juego y por el juego” que se produce en el interior de un campo).

Permitiéndome una glosa muy atrevida, la illusio en la operatividad de los diversos campos (educativo, político, intelectual, económico, religioso y demás) genera esa sensación de libertad a través de la ausencia del poder. No es que anteriormente (en las sociedades precapitalistas) el poder se representara simbólicamente en todas las instituciones sociales (como sugieren muchos antropólogos), sino que aquella pretendida simbolización omnipresente no era más que la expresión de su ausencia. Más aún, empíricamente siempre se ha reconocido que la objetivación del poder es un hecho cognoscible a partir de su función, es decir, la objetivación del poder (ejercido por el gobernante o por aquel que “manda”) permitía que su constitución sea figurativamente un eje vector a partir del cual se disponía del mundo social. Eso socialmente implicaba la ausencia real del poder o la incapacidad de ejercer el poder para quienes no mandaban. Esa ausencia permitió que la necesidad de los hechos en el mundo se asiente en fuerzas indeterminadas (concebidas como trascendentales), cuyo ejercicio se estableció mediante la producción y la reproducción de la vida social. La justificación al respecto es de larga data y su sentido varía de acuerdo a la particularidad de tal o cual cosmogonía o a la generalidad de tal o cual cosmovisión (weltanschauung).

Volviendo a lo anterior, la sensación de la libertad que se espeta discursivamente (o pretenciosamente se defiende) en el mundo contemporáneo es paradójicamente el recurso que permite la dominación y la ausencia del poder mediante la illusio. A pesar que en el interior de los campos (anteriormente aludidos) se desenvuelvan relaciones de fuerza, esto no significa que el poder se ejerza de manera incondicionada; o, que, mediante la illusio, los individuos crean que al ejercer el poder serán libres (o por lo menos tengan aquella sensación). La condición de posibilidad para que el poder se ejerza en el mundo contemporáneo implica una mediación, a saber, el capital. El capital (ya sea como capital cultural, social, económico o simbólico) y su necesaria reproducción se fundamenta mediante el valor social que adquiere en el interior del campo. Y es ahí donde radica la constitución o sensación del vacío expresado por la libertad.

El vacío, al igual que la libertad, es también una sensación. Pero el vacío como un hecho se genera a raíz, ya no de la invisibilización de la dominación, sino de cómo se desenvuelve la dominación. No es que actualmente la dominación, como ocurría de facto en sociedades precapitalistas, se encuentre en un proceso de naturalización, sino que ahora a raíz de la individuación como proceso se ha generado una situación de vacío. El vacío se expresa en aquella sensación de indeterminación cognitiva y en aquella infructuosa búsqueda por dar cierto marco de sentido a las cosas. Inversamente a la libertad, el vacío nunca se reproduce discursivamente, ni mucho menos se lo proclama para congregar o sumarse a una causa común, porque expresa significativamente la pérdida de fundamento de toda práctica.

Discursivamente la libertad es la capacidad que tiene el individuo para ejercer su voluntad de acuerdo a sus necesidades e intereses particulares. El vacío es la constitución de cómo se ejerce esa voluntad. Una voluntad que se encuentra disociada del poder y que no permite su real satisfacción porque la condición para ejercer la voluntad es que el individuo nunca podrá satisfacer sus necesidades. En el mundo contemporáneo la composición de los campos y su estructuración permite reconocer que la insatisfacción del individuo no radica en las mercancías producidas al infinito o porque su producción no responda a cierta racionalidad económica e idealmente planificada, sino porque no todos pueden ejercer el poder. Pero si se recuerda que en las sociedades precapitalistas no todos ejercían el poder ¿cuál es la diferencia? El detalle es algo sutil, en el mundo contemporáneo la producción de la mercancía exige, mediante la illusio, que todos tengan la sensación de ser libres (o por lo menos pretender ser libres), a pesar de que uno no sepa (o no quiera saber) quienes mandan y quienes obedecen.

Un ejemplo muy significativo al respecto es que el trabajo como fenómeno histórico ha pasado por una significativa valoración. En las sociedades precapitalistas los que se encontraban subordinados (esclavos o siervos) eran los que trabajaban. Por el contrario, en el capitalismo los que trabajan reproducen la illusio de ser libres mediante la adquisición de mercancías; discursivamente el trabajo tiene valor porque dignifica al hombre (antaño el trabajo denostaba al hombre). De ahi que el trabajo, como la práctica que víncula al mundo empírico y reclasifica una condiciín social, es lo que permite la reproducción de aquella illusio de la libertad en el mundo.

Heréticamente en el siglo XIX, en pleno efervescencia del movimiento obrero europeo, Paul Lafargue, un reconocido socialista, proclamaba, bajo el silencio de la escritura, “el derecho a la pereza”. Tal denuncia respondía a las consecuencias que ha generado la constitución del homo economicus en el mundo, a saber, la explotación en el trabajo. Paradójicamente en el siglo XXI una consigna socialista muy atrevida, para denunciar las relaciones entre el poder y el vacío, sería invertir la tesis de Lafargue: “El derecho al trabajo”. Situación que a todas luces parece imposible, ya que la constitución de la libertad ha sido a costa de que ahora muchos no puedan tener ese derecho (ni en su propio país). Tergiversando una sugerencia de Nietzsche ¿hay hombres indignos o han hecho del mundo, un mundo para que los hombres se sientan indignos?



Juan Archi Orihuela
Miércoles 15 de diciembre de 2010.