Uno de los elementos imprescindibles y de gran importancia para generar un espacio político, en el que la ciudadanía pueda perfilar sus aspiraciones de cambio, son las ideas políticas. En la política peruana contemporánea la ausencia de las ideas políticas ha sido sustituida por aquel pragmatismo caníbal e individualista, que cotidianamente se legitima mediante aquel dicho: “así es la política”. Tal frase no es nada fortuita, ya que corresponde límpidamente a una de las consecuencias de la crisis de los partidos políticos, acaecida durante la última década del siglo XX.
También, junto (o coludido) a aquel pragmatismo, opera en la política peruana un discurso oficioso que intenta sustituir la carencia de las ideas políticas, a través de una serie de frases monocordes y espetadas por la prensa oficial, acerca de la democracia, la inversión privada y el desarrollo empresarial. Los actuales miembros del poder legislativo forman el coro que anima tal orfandad de ideas, ¿qué mejor ejemplo al respecto que esa defensa cínica que balbucean cuando se ven descubiertos pública y periódicamente ante un hecho flagrante que desprestigia ante todo a ese caro poder legislativo?
Las ideas políticas, lejos de ser el demiurgo de la política, sólo expresan y perfilan toda práctica política de la manera más laica posible. Por eso es necesario, para no confundir el espacio político con las ideas políticas, saber quién es quién en la política. De ahí que si las ideas políticas se ponen sobre la mesa se evitarían esas sorpresas protagónicas que caracterizan a cada periodo electoral. Sin embargo, hay un óbice al respecto. No hasta hace poco tiempo a las ideas políticas se las reclasificaba operativamente como ideología política, muchas de ellas (anarquismo, socialismo, democracia cristiana, nacionalismo, comunismo) se legitimaban por referentes empíricos y sociales que operaban en la política internacional (el movimiento obrero, las luchas de liberación nacional, la reforma agraria y el imperialismo poscolonial). Ahora en estos tiempos posmodernos, figurativamente nominado como global, la reproducción de muchos de aquellos referentes ha desaparecido, o simplemente se ha venido mermando, por el localismo que encierra, paradójicamente, la universalización del libre mercado. Y por ende se han difuminado, o han perdido cierta consistencia, muchas de aquellas ideas. Ante la falta de referentes explícitos, la reproducción de la política, asociada a la información de la imagen, ha adquirido cierta funcionalidad a través de lo que Sartori nominaba como “video-política”. Es decir, más que ideas políticas, las imágenes (televisadas) de la política tienden a reproducir un espacio lego que acrecienta la distancia entre la ciudadanía y el ejercicio del poder, cuya única conexión periódica se reduce a las campañas electorales en donde se banaliza el ejercicio político, ya que se la identifica como parte de un gran show televisivo. De ahí que las intenciones de voto se inclinen, no en función de las ideas que sustenten y pregonen los candidatos, sino por la exposición adocenada que emite la imagen de la “popularidad” (a partir de efectos epidérmicos como el goce, la simpatía y el miedo).
Pero como la política no se reduce a la “video-política”. No está demás reconocer que ella es ante todo el ejercicio del poder que ejerce la ciudadanía en función de cierta normatividad a través de la representatividad de intereses sociales, ya sean estos intereses de clase o los intereses nacionales. Sobre este hecho, las ideas políticas son las que le dan coherencia y toda la legitimidad del caso a tales intereses racionalizados. Si en su lugar aparecen respuestas reactivas que no se perfilen hacia tal racionalización de intereses sociales, lejos está la política de ser congruente a toda república moderna. De esto lo tienen muy bien en claro en el Perú los grandes empresarios (la gran burguesía), quienes siempre se perfilan en defensa de sus intereses, patente a través del apoyo implícito a determinadas candidaturas. ¿Qué tipo de ideas justifican su práctica política? ¿Acaso todos los grandes empresarios están premunidos de una ideología política que legitime su poder? No necesariamente, ya que muchos responden a cierto pragmatismo de sentido común: “El gobierno que proteja mis inversiones, tendrá todo mi apoyo”. El reordenamiento y la consistencia de tales ideas les competen a ciertos intelectuales nominados como liberales. Muchos de aquellos liberales no necesariamente tienen lazos afectivos, ni parentales, con aquellas clases, sino que su ejercicio intelectual responde a su formación y a la reproducción de su vida profesional. Es significativo al respecto que muchos de aquellos intelectuales han sido formados (y se forman) en universidades privadas (aunque hay excepciones) y que profesionalmente se desenvuelven en las grandes empresas (educativas, consultoras, comerciales, mineras, prensa, televisivas y demás) que les permitan asegurar un estatus social de clase media. A sabiendas o no, su desenvolvimiento profesional en los espacios públicos y privados, se convierten al fin de cuentas en espacios políticos en donde se reproduce y legitima el reordenamiento del poder político que asegura los intereses de los grandes empresarios, para así asegurar también los suyos en particular.
Pero el liberalismo, si bien tiene un referente histórico como ideología política, no es del todo homogéneo, ya que siempre se ajusta a los cambios contemporáneos de la economía política e internacional. Sin embargo presenta un rasgo en común, la defensa de la libertad del individuo y de la propiedad privada en función del mercado. Tales ejes no sólo son imperativos categóricos (de orden moral) para los liberales, sino ante todo son axiomas a partir del cual se ha reordenado el mundo contemporáneo, bajo la lógica del capital. Pero no sólo el liberalismo es la única ideología política que se reproduce en el Perú para justificar el ejercicio del poder político. El caso es que las demás ideas políticas no-liberales, para usar un rótulo genérico que pueda clasificarlas, no logran articular aún un espacio político que permita legitimar el ejercicio político de todos aquellos que no son grandes empresarios, a saber, los obreros, campesinos, amas de casa, pequeños comerciantes de todo tipo, agricultores, profesionales (de la salud, la educación y demás), empleados, sub-empleados y desempleados, artistas y estudiantes de la educación pública, en suma, las clases populares. Una prueba de ello es que ante las manifestaciones, tan legitimas, de la población organizada a través de sus diversos frentes y gremios en todo el país, resultan siendo denostadas y acusadas bajo el fantasma de la violencia y el caos. Al respecto son escasos los medios independientes de la prensa, que cumplen con su deber de informar a la ciudadanía en general acerca de tales difamaciones.
Sin embargo, para que tales acusaciones queden sin efecto, se debe reparar en la importancia de la producción de ideas políticas que permitan la legitimación de tal ejercicio político digno y justo. Para tal fin son necesarios los intelectuales ¿dónde están los intelectuales que no comulgan con el liberalismo? ¿Acaso se encuentran luchando contra molinos de viento? O ¿Acaso se han convertido, todos ellos, en los voceros del liberalismo?
El producir ideas políticas no-liberales es un reto, si es que no se quiere que la política en el Perú se reduzca, como hasta ahora, a la inercia de sólo cambiar de presidente cada cierto periodo electoral. A eso apunta el reto de generar ideas políticas claras al respecto, para que las clases populares puedan, no sólo legitimar su ejercicio político, sino ante todo ejercer su representatividad, con toda la seguridad moral y democrática del caso, en defensa de sus intereses.
Que duda cabe, tal como está el panorama político, la defensa de los intereses de las clases populares se convierte al fin de cuentas, en estos tiempos neoliberales, en la defensa de los intereses nacionales.
También, junto (o coludido) a aquel pragmatismo, opera en la política peruana un discurso oficioso que intenta sustituir la carencia de las ideas políticas, a través de una serie de frases monocordes y espetadas por la prensa oficial, acerca de la democracia, la inversión privada y el desarrollo empresarial. Los actuales miembros del poder legislativo forman el coro que anima tal orfandad de ideas, ¿qué mejor ejemplo al respecto que esa defensa cínica que balbucean cuando se ven descubiertos pública y periódicamente ante un hecho flagrante que desprestigia ante todo a ese caro poder legislativo?
Las ideas políticas, lejos de ser el demiurgo de la política, sólo expresan y perfilan toda práctica política de la manera más laica posible. Por eso es necesario, para no confundir el espacio político con las ideas políticas, saber quién es quién en la política. De ahí que si las ideas políticas se ponen sobre la mesa se evitarían esas sorpresas protagónicas que caracterizan a cada periodo electoral. Sin embargo, hay un óbice al respecto. No hasta hace poco tiempo a las ideas políticas se las reclasificaba operativamente como ideología política, muchas de ellas (anarquismo, socialismo, democracia cristiana, nacionalismo, comunismo) se legitimaban por referentes empíricos y sociales que operaban en la política internacional (el movimiento obrero, las luchas de liberación nacional, la reforma agraria y el imperialismo poscolonial). Ahora en estos tiempos posmodernos, figurativamente nominado como global, la reproducción de muchos de aquellos referentes ha desaparecido, o simplemente se ha venido mermando, por el localismo que encierra, paradójicamente, la universalización del libre mercado. Y por ende se han difuminado, o han perdido cierta consistencia, muchas de aquellas ideas. Ante la falta de referentes explícitos, la reproducción de la política, asociada a la información de la imagen, ha adquirido cierta funcionalidad a través de lo que Sartori nominaba como “video-política”. Es decir, más que ideas políticas, las imágenes (televisadas) de la política tienden a reproducir un espacio lego que acrecienta la distancia entre la ciudadanía y el ejercicio del poder, cuya única conexión periódica se reduce a las campañas electorales en donde se banaliza el ejercicio político, ya que se la identifica como parte de un gran show televisivo. De ahí que las intenciones de voto se inclinen, no en función de las ideas que sustenten y pregonen los candidatos, sino por la exposición adocenada que emite la imagen de la “popularidad” (a partir de efectos epidérmicos como el goce, la simpatía y el miedo).
Pero como la política no se reduce a la “video-política”. No está demás reconocer que ella es ante todo el ejercicio del poder que ejerce la ciudadanía en función de cierta normatividad a través de la representatividad de intereses sociales, ya sean estos intereses de clase o los intereses nacionales. Sobre este hecho, las ideas políticas son las que le dan coherencia y toda la legitimidad del caso a tales intereses racionalizados. Si en su lugar aparecen respuestas reactivas que no se perfilen hacia tal racionalización de intereses sociales, lejos está la política de ser congruente a toda república moderna. De esto lo tienen muy bien en claro en el Perú los grandes empresarios (la gran burguesía), quienes siempre se perfilan en defensa de sus intereses, patente a través del apoyo implícito a determinadas candidaturas. ¿Qué tipo de ideas justifican su práctica política? ¿Acaso todos los grandes empresarios están premunidos de una ideología política que legitime su poder? No necesariamente, ya que muchos responden a cierto pragmatismo de sentido común: “El gobierno que proteja mis inversiones, tendrá todo mi apoyo”. El reordenamiento y la consistencia de tales ideas les competen a ciertos intelectuales nominados como liberales. Muchos de aquellos liberales no necesariamente tienen lazos afectivos, ni parentales, con aquellas clases, sino que su ejercicio intelectual responde a su formación y a la reproducción de su vida profesional. Es significativo al respecto que muchos de aquellos intelectuales han sido formados (y se forman) en universidades privadas (aunque hay excepciones) y que profesionalmente se desenvuelven en las grandes empresas (educativas, consultoras, comerciales, mineras, prensa, televisivas y demás) que les permitan asegurar un estatus social de clase media. A sabiendas o no, su desenvolvimiento profesional en los espacios públicos y privados, se convierten al fin de cuentas en espacios políticos en donde se reproduce y legitima el reordenamiento del poder político que asegura los intereses de los grandes empresarios, para así asegurar también los suyos en particular.
Pero el liberalismo, si bien tiene un referente histórico como ideología política, no es del todo homogéneo, ya que siempre se ajusta a los cambios contemporáneos de la economía política e internacional. Sin embargo presenta un rasgo en común, la defensa de la libertad del individuo y de la propiedad privada en función del mercado. Tales ejes no sólo son imperativos categóricos (de orden moral) para los liberales, sino ante todo son axiomas a partir del cual se ha reordenado el mundo contemporáneo, bajo la lógica del capital. Pero no sólo el liberalismo es la única ideología política que se reproduce en el Perú para justificar el ejercicio del poder político. El caso es que las demás ideas políticas no-liberales, para usar un rótulo genérico que pueda clasificarlas, no logran articular aún un espacio político que permita legitimar el ejercicio político de todos aquellos que no son grandes empresarios, a saber, los obreros, campesinos, amas de casa, pequeños comerciantes de todo tipo, agricultores, profesionales (de la salud, la educación y demás), empleados, sub-empleados y desempleados, artistas y estudiantes de la educación pública, en suma, las clases populares. Una prueba de ello es que ante las manifestaciones, tan legitimas, de la población organizada a través de sus diversos frentes y gremios en todo el país, resultan siendo denostadas y acusadas bajo el fantasma de la violencia y el caos. Al respecto son escasos los medios independientes de la prensa, que cumplen con su deber de informar a la ciudadanía en general acerca de tales difamaciones.
Sin embargo, para que tales acusaciones queden sin efecto, se debe reparar en la importancia de la producción de ideas políticas que permitan la legitimación de tal ejercicio político digno y justo. Para tal fin son necesarios los intelectuales ¿dónde están los intelectuales que no comulgan con el liberalismo? ¿Acaso se encuentran luchando contra molinos de viento? O ¿Acaso se han convertido, todos ellos, en los voceros del liberalismo?
El producir ideas políticas no-liberales es un reto, si es que no se quiere que la política en el Perú se reduzca, como hasta ahora, a la inercia de sólo cambiar de presidente cada cierto periodo electoral. A eso apunta el reto de generar ideas políticas claras al respecto, para que las clases populares puedan, no sólo legitimar su ejercicio político, sino ante todo ejercer su representatividad, con toda la seguridad moral y democrática del caso, en defensa de sus intereses.
Que duda cabe, tal como está el panorama político, la defensa de los intereses de las clases populares se convierte al fin de cuentas, en estos tiempos neoliberales, en la defensa de los intereses nacionales.
Juan Archi Orihuela
Domingo, 26 de diciembre de 2010.