Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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domingo, 2 de enero de 2011

Los necios

Como muchas veces se suele identificar al estado de necedad con el de la embriaguez, no es raro escuchar entre los jóvenes decir: “ya se puso necio” o “esa fue cuando estábamos necios”, en alusión a sus recurrentes y nostálgicas francachelas. Si bien es cierto endilgar a alguien de necio es denostarlo (sus dos primeras acepciones refieren a la ignorancia y a la imprudencia), hay necios que son dignos de admiración, porque su necedad se basa en la correspondencia entre lo que dicen y lo que hacen, es decir, son consecuentes políticamente hablando.

En la película Camaradas (1963) (I Compagni) de Mario Monicelli, el protagonista es un necio. El necio es un profesor que ha sido designado a una escuela nocturna para obreros de una fábrica textil. Los obreros de la fábrica se disponen a organizarse para exigir que se reduzca una hora de trabajo (trabajan 14 horas diarias), para evitar los accidentes que vienen ocurriendo frecuentemente por el cansancio. Como los obreros no son atendidos (incluso son denostados) se van a la huelga. Durante la huelga que se prolonga por más de un mes, muchos pierden la ilusión (por una mejora salarial) y otros (unos pocos) muestran aún su tesón. Durante la película, el profesor es el que anima, organiza y lleva la huelga hasta sus últimas consecuencias (la represión violenta y el encarcelamiento). Uno se preguntará ¿por qué lo hace? Un dialogo, entre el profesor y un obrero (que anteriormente se opuso a la huelga), ayuda a entender esa necedad.

_ Ud. se mete con nosotros para probar sus ideas disparatadas… y no para ayudarnos. ¡Total, somos animales sin ideas! ¿Qué podemos importarle nosotros a Ud.? (…) ¿Ud. cree que conseguiremos lo que queremos? ¡Conteste!
_ Ahora nos sentimos divididos y desalentados, confesémoslo (…) Vencer así es difícil. Casi imposible. ¿Está claro?
_ ¡Eres un loco, entonces, un sinvergüenza! ¡Nos perderás!
_ ¿Qué pretenden? ¿Ganar el primer encuentro? Sería fácil. No iniciaron Uds. esta lucha. Existe desde Espartaco.
_ Y ¿quién es Espartaco?
_ Después te lo explico. Lo importante es que resistan. Deben convencerse que la lucha es cada vez más dura. Eso ya sería una victoria.
_ Nosotros pagamos el pato. Tú no eres de lo nuestros. Eres como los otros. Así como llegaste… te irás.
_ Si claro, yo no soy como Uds. No tengo ni casa, ni familia, ni amigos. Ni nadie que me busque, a excepción de la policía.
_ ¿Entonces por qué lo haces?
_ ¿Por qué lo hago? Porque tengo ideas disparatadas.


Las “ideas disparatadas” son las que caracterizan y hacen del profesor un necio. Pero ¿qué clase de ideas tiene el profesor? Sin lugar a dudas el profesor es un socialista, un socialista consecuente. Las ideas socialistas durante el siglo XIX y hasta las últimas décadas del siglo XX han animado muchos movimientos sociales y de masas. Por ende la necedad de los socialistas es el producto de una práctica de vida, cuyo imperativo responde a la justicia social o aquel principio de esperanza (que muchos ya han olvidado y que se encuentra ausente en el imaginario de la juventud posmoderna). Aunque actualmente vivir consecuentemente con lo que se piensa puede ser loable y hasta moralmente aceptable, el detalle es reconocer qué es lo que se piensa y se hace. No todas las ideas que se esgrimen son posibles de ser aceptadas (muchas veces amparadas por una hipócrita tolerancia). Menos aún la caridad y la dádiva son prácticas honestas. Las ideas que enfatizan el individualismo del goce y el escapismo (ya sea a través del arte contracultural, los pregoneos de una libertad sexual y diversa, el consumo de drogas “naturales”, la diversidad religiosa y de cultos, y hasta la creación literaria) son aceptadas mientras no cuestionen las condiciones materiales de existencia de miles y miles de hombres que no pueden reproducir satisfactoriamente una vida social digna (derecho a la alimentación, a una vivienda, a la salud y a la educación). Porque, así como en el siglo XIX, el problema del trabajo sigue siendo medular. Es decir, la antinomia entre el trabajo y el capital (núcleo duro de las ideas socialistas) aún no se ha resuelto. Si se olvida ese detalle, es fácil caer en el cinismo y en la burla artera o en la complacencia mórbida de la subsistencia (de uno mismo) para motejar de trasnochados a los necios. Esa locura de los necios (el profesor no tiene ni casa, ni familia, ni amigos) no es mas que una apuesta moral ante la vida. Los problemas del mundo contemporáneo, tanto ecológicos, así como los geopolíticos y los económicos, reposan aún en tal antinomia.

Al margen de las simpatías y antipatías, hay una canción de Silvio Rodríguez, llamada El Necio, que puede ayudar a entender la solidez moral que caracteriza a los necios. No es casual que la canción figure en un álbum producido en 1992 (fecha en el que el socialismo realmente existente había ya fenecido).



Yo quiero seguir jugando a lo perdido,
yo quiero ser a la zurda más que diestro,
(...)
Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no merece,
más yo partiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces).
(...)
Dicen que me arrastrarán por sobre rocas
cuando la Revolución se venga abajo,
que machacarán mis manos y mi boca,
que me arrancarán los ojos y el badajo.
Será que la necedad parió conmigo,
la necedad de lo que hoy resulta necio,
la necedad de asumir al enemigo,
la necedad de vivir sin tener precio.


Límpidamente, la canción El Necio es una apuesta moral (hacia la izquierda) y una identificación metafórica con el mayor necio de la historia (Cristo). Pero, además, la canción ayuda a identificar algo que ya muchos no poseen: Principios. Metafóricamente, los hombres con principios se encuentran en extinción. De ahí que resulte difícil entender “la necedad de vivir sin tener precio”. Esa necedad resulta casi imposible en una sociedad en el que se asume que todos tienen precio. Uno puede discrepar (o ratificar) al respecto, desde muchas puntos de vista, pero lo medular es que se reconozca “la necedad de asumir al enemigo” (El profesor refiere que eso ya viene desde Espartaco). Situación muy dificil en estos tiempos posmodernos en el que uno se encuentra obligado a ser tolerante con quienes son intolerantes. Al respecto no es casualidad que los que enfatizan la tolerancia política sean los más intolerantes con los necios.

Frecuentemente se hace una caricatura de los necios sin comprender su solidez moral. Sumado a ello, el discurso que se le presenta a la juventud como “discurso crítico”, al carecer muchas veces de toda responsabilidad entre lo que se dice y se hace, ayuda a que la caricatura sea grotesca. Más aún, la complacencia y el elogio a la interpretación, como un ejercicio intelectual, se ha convertido en el tribunal inquisidor de los necios. Ante eso, la única respuesta moral sería la que dio el profesor: "¿Por qué lo hago? Porque tengo ideas disparatadas".


Juan Archi Orihuela
Domingo, 02 de enero de 2011.