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domingo, 29 de junio de 2014

El pagapu: Descripción de un ritual andino en el Huaytapallana.



Una muliza allá por los años ochenta,  cuya letra manifestaba un hondo compromiso político de aquel entonces, tenía un estribillo recitado antes de la fuga, que decía: “Con el Huaytapallana no desmayaremos en nuestra lucha. ¡Huancayo, para todo el Perú!” [1]. Culturalmente hablando, la mención al Huaytapallana tiene un sentido posible de ser conocido en función de la reproducción del fenómeno del ritual. La invocación al poder del Huaytapallana por sí solo no expresa ningún tipo de ritual. No obstante, la invocación no es nada fortuita ya que su significación forma parte de una   determinada concepción mágico-religiosa del mundo llamada e identificada como la cultura andina.      

Los hechos que se describen a continuación ocurrieron durante los días 25 y 26 de diciembre del año 2009. La elaboración del texto se basa en un informe de campo que hice y en los datos que se encuentran consignados en un cuaderno de campo que data de aquella fecha en el que participe de aquel ritual.

Al atardecer en el interior de cuatro viviendas, unas cinco familias en la ciudad de Huancayo se disponen a velar la mesa que se será ofrecida al Huaytapallana. La mesa forma parte del ritual andino, en ella se depositan los elementos que se ofrecerán al día siguiente a tan respetada divinidad del panteísmo andino de la región del centro del Perú.  

Una de las mesas se dispone de los siguientes elementos: 1 botella de vino, 1 pequeño panetón, 4 naranjas, 4 manzanas, un puñado de trigo, pasas, quinua, maní (todos ellos embolsados separadamente),  4 cajas de medicamentos y un plato de dulces en cuyo centro se encuentra una cruz de plomo encerrado por un círculo, llamado igualmente mesa. Una vez elaborada la mesa, sobre un papel celofán color rojo que cubre una manta tendida en el suelo, se encienden cuatro velas sobre una pequeña tabla. Enseguida se vela la mesa chacchando coca [2] con la tocra [3]. Antes de encender las velas se prepara un coca quinto (quinto de coca, que consiste en la selección cuidadosa y respetuosa de unas cinco hojas de coca “redondas”) y se lo deposita, con todo el respeto reverencial, en la mesa. Cuando las velas se han derretido __que al decir de uno de los participantes “tiene que lagrimear todo”__ se recubre toda la mesa con el papel celofán y se lo guarda en un rincón de la casa.

Al día siguiente, 26 de diciembre, los participantes esperan la movilidad que los llevará al Huaytapallana, en esta ocasión es una pequeña “combi” de color rojo, que ha sido contratada para esperarlos en el mercado mayorista de Huancayo a las 7: 00 am. Sin embargo, la partida se inicia a las 8: 00 am., cuyo trayecto hacia el Huaytapallana dura aproximadamente 2 horas. El camino que va hacia Cochas y sobre todo desde Palian es una carrozable. Todo el trayecto es ascendente y tras el paso, cruzando la ex-hacienda Acopalca, uno puede observar los extensos pastizales en el que pasta el ganado vacuno y camélido (llamas y alpacas).

Antes de llegar al lugar indicado, y cuando ya se observa imponente el nevado del Huaytapallana, a media hora de camino, una parte del grupo de los participantes del ritual bajan de la movilidad y se disponen a pedir permiso al gran Apu Huaytapallana. El permiso consiste en armar un coca quinto y sostenerlo con las dos manos en actitud de ruego y oración. Luego con el humo del cigarro (inca) se dispone a dar bocanadas al quinto de coca, pero esto se realiza a cubiertas, es decir, la oficiante (que en esta ocasión es una mujer llamada  Mercedes y que ahora en adelante se dirigirá a todos los participantes a través de una relación de compadrazgo, a saber, “madrinas” y “padrinos”) cubre con una manta, en este caso con su casaca, la cabeza y las manos que llevan el quinto de coca de los participantes, mientras lanza una oración al nevado. Enseguida se coloca el quinto de coca sobre una roca, la cual es sostenida o cubierta por otra muy pequeña, para que el cerro pueda verlo. Una vez realizado este paso preliminar, se disponen a partir rumbo a una de las lagunas del Huaytapallana.  

La laguna es conocida como Lansuntay, es enorme, de aguas verdeadas como el zafiro; junto a ella se erige imponente el gran nevado, que por el intenso sol, viene vertiendo pequeñas caídas de agua o trozos de hielo considerables. Por sus orillas se encuentran una serie de piedras pequeñas superpuestas (las apachetas), unas tras otra, en ese espacio los participantes se disponen a saludar al cerro, mediante el armado de quintos de coca y cubriéndolas con bocanadas de humo de cigarro mientras se mira a lo alto del nevado, luego el quinto se cubre con pequeñas rocas. Enseguida se chaccha una parte de la coca, que se ha llevado, y se sigue fumando, antes de iniciar un pequeño recorrido ascendente a las faldas del cerro, junto al nevado. Luego de media hora de camino cuesta arriba, cuyo camino es pedregoso, se llega al lugar indicado en donde se realizará el pagapu (pago al apu o al gran cerro). En aquel lugar se asientan y abren las mesas que cuidadosamente se han elaborado para presentárselas al Apu Huaytapallana. Son cinco mesas las que se abren en esta ocasión.

El lugar indicado es una suerte de terraza pedregosa en el que se encuentra varias “capillas” de piedra (ya elaboradas por quienes anteriormente han realizado pagapus), unas quince aproximadamente. Las capillas son de piedras truncadas, en su interior se forma un pequeño orificio, algunas son de enormes piedras, con suficiente espacio para encender las velas, mientras se reza. Las capillas se encuentran contiguas, unas se encuentran cerca de las demás y otras algo distantes. Antes de encender las velas, éstas son pasadas por la frente del quien las va a encender. Esto lo realiza cada participante que ha llevado su mesa o viene acompañando a algún familiar suyo. Cabe indicar que en esta ocasión se encienden nueve capillas. Además, uno de los participantes, cuya esposa enciende sus velas en su respectiva capilla, elabora una pequeña casita de piedra de dos pisos. Tal hecho no tiene nada de curioso o contingente, el contenido del pagapu se encuentra en función de lo que se pide a la divinidad, el año pasado aquella familia pidió el primer piso de su casa, y este año pide el segundo piso, por eso la representación de su “casita”. Luego del rezo en cada capilla, los participantes se sientan juntos al lado de su mesa y empiezan a chacchar coca, que es ofrecida a todos los participantes del ritual.  

La coca se recibe respetuosamente juntando las dos manos y, a la vez que se chaccha, se fuma los cigarros botando la bocanada de humo en dirección al nevado. A la par que se desprenden algunos trozos de hielo del nevado, se genera cierta expectativa, por lo inesperado del hecho. Antes de beber el agua ardiente, primero se le da de beber al Apu Huaytapallana rociando un pequeño sorbo en el suelo y sobre las mesas. Al igual que la coca, el agua ardiente es ofrecida entre todos los participantes. Enseguida la oficiante empieza a encender el palo santo para sahumar las mesas entre rezos expresados con gran devoción. A su vez se ofrece la cerveza para beber (en este caso, una de las familias trajo una caja de cervezas para ofrecerla a todos los participantes).

Una vez concluido la bebida, se empieza a juntar todo el “agua florida” que se ha llevado y se lo coloca en un recipiente para rociarlo entre todos los presentes. Luego, cada participante escribe una carta al Apu Huaytapallana, indicándole lo que se desea por el pago. Unos piden salud para algún familiar, otros la suerte en los negocios o su éxito en ellos, algunos como ya se indicó piden una casa para la familia. La carta se deposita en medio de la mesa respectiva. Luego la mesa se envuelve, ya sea en una manta o con papel celofán  para ser depositado en el interior del cerro, frecuentemente se deposita junto a las rocas que se han desprendido del nevado. Tales rocas forman, emplazadas una junta a otras, pequeños orificios que cada participante debe escoger para depositar su mesa. La oficiante indica que debe ser tal la elección que ningún pastor se percate de tal hecho. Ya que, al decir de uno de ellos: “Los pastores suelen ser los que destapan las ofrendas de años anteriores, así como los que estamos pagando ahora en unos meses, también hay turistas que sacan lo que dejamos al cerro”.

El pagapu consiste específicamente en depositar la ofrenda de la mesa en algún hoyo elegido entre las piedras, y luego cubrirlo con diferentes piedras para disimular su existencia a la vista de los demás. Cuando se cierra el hoyo, unos se cubren la boca con la tierra del lugar, pidiéndole al cerro. En aquel momento el ritual adquiere su mayor solemnidad, caracterizado por el silencio venerable, o como dicen los propios participantes “aquí es donde hay que ponerle más fe”. Esto se traduce a través de los pedidos con suplicio y ruego que realizan los creyentes mirando al imponente nevado. En ese instante los participantes imploran, unos sobre una roca, otros de rodillas en posición de rezo, también unos abrazados, como la pareja de esposos que pide el segundo piso de su casa; una vez concluido tal expectación y llenos de regocijo, los participantes se reúnen en el lugar de las capillas en que presentaron su mesa, para guardar silencio hasta que uno de ellos menciona con voz aleccionadora y reflexiva “en vez de estar alegres, estamos tristes”.  

Luego, aproximadamente a las 2: 00 pm., se inicia la “limpia” de cada participante. La limpia consiste en lo siguiente: Por turno cada participante se presenta con su manojo de ruda y dos huevos ante la oficiante, ella presta y solemnemente recibe tales objetos del ritual y empieza a hacer su trabajo; primero, se pide al participante que se despoje de su sombrero y de su casaca, o de algún objeto que lleve puesto, como puede ser un reloj, en seguida, en medio de rezos e imploraciones al Apu Huaytapallana se pasa los dos huevos de cabeza a los pies del participante y al final se pide que el participante sople los huevos tres veces para luego lanzarlos al vacío; segundo, la ruda se pasa por los cabellos y por todo el cuerpo, para al final golpear con el manojo a los pies; antes de acabar tal acción, se pide al participante que exhale y sople tres veces al manojo de ruda que se le ofrece a las narices, una vez hecho esto, igualmente se lo lanza al vacío.

Concluida la limpia, la oficiante pide a todos los participantes que se pongan de pie, en fila frente a ella. Al abrir una bolsa llena de granos (en el que se encuentran granos de trigo, quinua, así como lentejas, arroz  y uno que otro grano de maíz y semillas de habas), la oficiante pide que junten sus manos, o saquen sus sombreros o con sus prendas, y la extiendan para que puedan recibir los granos que ella les irá arrojando entre rezos dedicados al Huaytapallana. Seguidamente, alternando por turnos, abre otra bolsa en el que se encuentra las hojas de las flores (amarillas) e igualmente que los granos los arroja entre rezos. Una vez terminado con los granos y las flores, la oficiante se dispone a rociar con agua florida a los participantes. Augurándoles que sus deseos se cumplirán. Una vez concluido esto, se continúa chacchando la coca, a la par que se fuma y se toma el agua ardiente, que se ofrece a todos los participantes. Antes de partir, la oficiante anuncia que “los que sufren del corazón aspiren profundamente, para que vuelvan limpios. Y los que tienen penas, descarguen sus penas”.

De regreso rumbo a la ciudad de Huancayo, se pasa nuevamente por la laguna, y se pide permiso al Huaytapallana para llevarse, en botellas de plástico, las aguas de la “mama cocha”, y que al decir de los mismos participantes es buena para los familiares enfermos o para asegurar el pago. Durante el trayecto a la ciudad de Huancayo, en el interior de la movilidad se continúa con el chacchado de la coca y los sorbos del aguardiente restante. Una vez llegado a la ciudad, los participantes se despiden, cada uno a sus hogares.   



Juan Archi Orihuela
Lima, 29 de junio del 2014.

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Notas.
[1] La canción se llama “El clamor de los humildes”.  
[2] Chacchar coca es llevar a la boca las hojas de coca, cuya acumulación en forma de “bolo” permite la segregación de sus compuestos para que surta efecto. 
[3]   La tocra es una pequeña barra dulce elaborada a base de las cenizas de los tallos de quinua o cañihua, o también puede ser de cáscaras de habas, endulzadas con azúcar. Al decir de quienes chacchan, “la tocra es el compañero de la coca”.