Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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lunes, 30 de agosto de 2010

La retórica posmoderna

La posmodernidad, lejos de toda incertidumbre nominal, refiere una situación de hecho, a saber, la reproducción social del mundo contemporáneo (referida y analizada anteriormente como moderna), cuya determinación especifica es que en su concreción se reproducen prácticas socio-culturales y totales que responden a aquel proceso de personalización. En gruesas líneas el proceso de personalización es la continuación de la individuación social (la aparición del individuo) cuya ruptura institucional ha sido considerada como narcisista por enfatizar el individualismo del goce mediante la información y la expresión a través de los diversos mecanismos tecnológicos.

Aquel proceso ha sido reconocido como fenómeno a mediados del siglo XX, cuya acentuación discursiva del individuo ha mermado los dualismos políticos cognoscitivos (modernidad y premodernidad, civilización y barbarie, desarrollo y subdesarrollo, entre otros) a partir de la década de los 70. Y sobre todo su hegemonía se ha universalizado a partir de la lógica del libre mercado, a finales del siglo XX.

La posmodernidad como todo fenómeno social responde analíticamente a ciertas formas de hacer y de pensar. Las formas de hacer articulan y producen las estructuras sociales que las reclasifican institucionalmente; las formas de pensar expresan la producción y la reproducción de la vida social a partir de las instituciones hegemónicas que articulan los espacios sociales en el que se desenvuelven las relaciones sociales. De ahí que sea posible identificar y analizar las formas de pensar a partir de su reproducción institucional. Y como la institución por antonomasia en el mundo contemporáneo que reproduce, posibilita y legitima el reordenamiento social es el centro de estudio, cabe sobre todo reparar en la retórica del conocimiento que se acentúa en aquella institución de la educación superior, a saber, la universidad.

En los espacios universitarios, y de manera puntual en las facultades de letras (humanidades) y de ciencias sociales, se acentúa tal retórica a pesar de su indeterminación y/o contraposición al respecto. Tal retórica posmoderna se produce y reproduce congruentemente con aquel proceso de personalización mediante la asimilación de ciertas ideas consensuadas y en boga. Entre aquellas ideas producidas como parte de la retórica posmoderna, se encuentra la interpretación, el pluralismo cultural y el problema del saber-poder; ideas que se han constituido en las ideas ejes e ineludibles en todo discurso identificado y presentado actualmente como “pensamiento crítico”, cuya circulación institucional pretende cierta naturalización en la interacción y la reproducción de la vida cotidiana.

La interpretación.
La interpretación a que se alude en toda retórica posmoderna responde a la opinión o al punto de vista de aquel que lo enuncia, y casi siempre es explicitado con gran énfasis. Pero la interpretación que se elabora mediante la grafía casi siempre busca el amparo de cierta hermenéutica filosófica. De ahí que la búsqueda (mediante citas, glosas o referencias indirectas) de las ideas sumarias de conspicuos intelectuales como Nietzsche, Heidegger, Gadamer y Ricoeur, entre otros, resulten ineludibles en todo escrito al respecto, para señalar una premisa puntual: todo conocimiento (humano) es al fin de cuentas una interpretación. Tal premisa se ha convertido en un imperativo que tiene que ser explicitado bajo la siguiente advertencia monocorde: “No pretendemos la verdad absoluta al respecto de ‘x’, ya que es una mirada ‘y’ entre otras”.

La interpretación en la retórica posmoderna responde a un problema filosófico no encarado, a saber, el problema del conocimiento a partir de la mediación del lenguaje. La idea sumaria al respecto apunta a sostener que el lenguaje genera aquello que llamamos la realidad, sobre la cual nominamos a través de sus diversos aspectos (variados e indeterminados aún) asumiendo que lo que se dice corresponde a lo que se refiere. Sin embargo, como los análisis de la filosofía del lenguaje han permitido subrayar la complejidad de los usos del lenguaje y su reproducción institucional, lo que nominamos sería sólo una aproximación de lo que referimos. De ahí que la diversidad nominal en función del referente no pueda sostener la verdad lógica por correspondencia, a menos que ésta se circunscriba única y exclusivamente a la formalización lógica del análisis matemático y cuantitativo, más allá de ese tipo de análisis, la verdad no tendría ningún sentido. Eso genera dos consecuencias, por un lado, el calificativo de la verdad para aseverar la certeza de un conocimiento, pierde su función que legitima el conocimiento institucionalmente generado; por otro lado, no se puede referir con toda la seguridad del caso acerca de algo llamado como la realidad, a menos que aseveremos indiscutiblemente que ella es una construcción social, construida a través de juicios que refieran uno de sus aspectos más significativos.

Estas consecuencias en el uso retórico posmoderno, acerca de la verdad y la realidad, se patentiza significativamente a través del escarnio interrogativo: ¿la verdad de quién? Y como toda respuesta al respecto es obviamente tangencial, ya que sólo pretende acentuar la condición de la doxa (opinión), se soslaya toda mención al respecto de la verdad; o, en su defecto, se acusa tergiversadamente a todo aquel que la enuncie por pretender, no sólo la verdad, sino una verdad absoluta. El calificativo de absoluto responde a la reproducción de una relación política incongruentemente aceptada, a saber, el imperativo de la verdad absoluta es lo que sostiene a los regímenes totalitarios, y, por ende, aquel que pretenda una verdad, en el fondo pretende tácitamente tal sistema político. Por otro lado, con respecto a la realidad, es ya común en toda retórica posmoderna mencionarla siempre entre comillas o después de mencionarla hacer la aclaración monocorde de que la “realidad es una construcción social”. Pero no sólo la realidad se la enuncia entre comillas, sino a toda una serie de ideas que refieren o han sido consideradas parte de la realidad, fenómenicamente hablando, en los análisis de las ciencias y las humanidades durante la modernidad, a saber esa serie de dualismos muy significativos, primitivo/civilizado, desarrollo/subdesarrollo, mito/ciencia y demás. Así como también se presenta con cierto estigma a ciertas nociones, por el uso ligero e impreciso que se hace de ellas, como: progreso, positivismo, evolución, objetividad, dictadura, patriarcado y demás.

Pero la interpretación en la retórica posmoderna lejos de circunscribirse al discurso académico pretende expresar la reproducción cognoscitiva de la vida cotidiana a través de la comunicación. Para esto se ampara en la deconstrucción de todo texto que constituya no sólo una forma de conocimiento, sino también de información. De ahí que la interpretación de un texto cognoscitivo sea equivalente a un texto expresivo y/o informativo, ya que su reproducción pragmática se justifica mediante la comunicación. Y como la comunicación en la posmodernidad se concretiza a través de los diversos medios tecnológicos que han venido apareciendo de acuerdo a las exigencias del mercado, la interpretación se legitima por su flexibilidad y acomodo, ya que evita toda responsabilidad (ética, política e intelectual) de lo que se dice o interpreta, pero sobre todo se caracteriza por su pretensión de disolver al sujeto (la polifonía). Esta pretensión de disolver al sujeto corresponde al imperativo de la libertad que ejerce todo sujeto narcisista de la posmodernidad.

El pluralismo cultural.
El pluralismo cultural que enfatiza toda retórica posmoderna responde a la identificación de la reproducción social de las instituciones con la lógica de la situación en el que se desenvuelve la vida cotidiana. A partir de las prácticas de la vida cotidiana se establece cierta nominación clasificatoria para agrupar las relaciones productivas sub-asalariadas de la fuerza de trabajo de los migrantes y los sub-ciudadanos (sujetos políticos tangencialmente incorporados tras los procesos de descolonización). De ahí que en la posmodernidad los migrantes, así como los sub-ciudadanos, son clasificados analíticamente de acuerdo al espacio social de donde proceden y reproducen sus formas de hacer y de pensar, bajo la nominación de la etnia.

La etnia como concepto analítico de la antropología se encuentra asociada a la reproducción cultural de los diversos grupos humanos que aún reproducen ciertas pautas institucionales del mundo precapitalista en los espacios poscoloniales y locales. Sin embargo como la imagen de la etnia se ha venido acentuando a través de cierto arquetipo estilizado por las exigencias del mercado del turismo, se ha identificado su reproducción cultural como un fenómeno universal. Esta situación de hecho ampara cierta hiperreferencia indiscriminada que se suele hacer acerca de la cultura (“todo es cultura o todo al fin de cuentas son hechos culturales” dirían los posmodernos) porque se asume que la interacción simbólica de los sujetos sociales construye, a partir de su inmediatez, todo hecho cultural. Esta aseveración ha sido posible mediante la percepción fenomenológica que ha conectado la reproducción de las relaciones sociales a la reproducción de las ideas que permiten su legitimación intencional.

Así es como la reclasificación social a partir de nociones como diferencia e identidad en relación a un otro fenoménico, ha permitido generar ciertos ejes sobre el cual gira el pluralismo cultural en los tiempos posmodernos, bajo la percepción fenomenológica. Uno de aquellos ejes a partir de la diferencia es considerar la reproducción de culturas diferentes como fenómenos particulares que se producen a partir de la comunicación social y la expresión individual. De ahí que se identifique una serie de diferencias sustraídas de su reproducción institucional a partir de la inmediatez del goce, a saber, la sexualidad, las experiencias religiosas o metafísicas, las expresiones artísticas; o, en su defecto, ante la articulación de la institucionalidad política, surge el efecto de convertir en nativo a toda práctica social considerada como diferente, muchas de ellas ambiguamente clasificadas y nominadas como tribus urbanas o culturas emergentes.

El otro eje posmoderno es la identidad cultural enfatizada más como un imperativo ético que como un concepto analítico, a partir del cual se reclasifican las relaciones sociales en función de un nuevo sentido que valide la autonomía de la vida cotidiana. Precisamente se considera la reproducción de la vida cotidiana con el eje vector sobre el cual el individuo reclasifica su existencia social en función del trabajo o el desempleo, la sexualidad, las creencias, la información y el consumo de las mercancías. Las conexiones de aquellos vectores, de acuerdo a su simplicidad o a su complejidad, permiten clasificar ciertas identidades tenidas como culturales. Pero tal pretensión discursiva, producto de un análisis en particular, pretende su universalidad cognoscitiva a raíz, no de un redescubrimiento de la variedad cultural en el mundo tras los hechos pos-coloniales, sino debido a las limitaciones operativas de la ciudadanía tras la pérdida de la hegemonía política de los estados-nación sobre los espacios políticos. Es decir, las identidades culturales que se enfatiza en la posmodernidad intentan hacer operativo un nuevo espacio político que responda a la hegemonía del consumo de la mercancía a partir del cual integrar a las diversas prácticas cotidianas mediante la politización del goce.

El problema del saber-poder.
El tópico del conocimiento, presentado ya no como proceso institucional sino como el resultado de una actividad personal y particular, en toda retórica posmoderna es la constitución del saber. Su referencia genealógica (histórica) pretende conectar su contenido en función de los espacios políticos mediante el ejercicio del poder. Esta asociación saber-poder data de la deconstrucción de ciertos textos filosóficos que inauguran discursivamente la modernidad (El discurso del método de Descartes y el Novum Organum de Francis Bacon). La consecuencia de tal reconstrucción es reconocer que uno de los rasgos más significativos de la constitución del mundo moderno ha sido la producción del saber en función del poder político. Pero no sólo eso, la acentuación de aquel aforismo del “saber es poder”, aludido a Bacon, permite también identificar la hegemonía del saber que se reproduce en la modernidad con la hegemonía de la ciencia en particular.

A partir de tal indicativo, en toda retórica posmoderna el saber de la ciencia es deslegitimada porque estaría encubriendo una relación de hecho que hace posible la constitución de la modernidad. Pero sobre todo porque la reproducción del saber ya no se circunscribe exclusivamente al conocimiento de la ciencia, debido, entre otros factores, a la importancia que adquieren los otros saberes __nominados ahora posmodernamente como subalternos, periféricos, corporales, emocionales y demás__ y que forman parte de la reproducción de la vida cotidiana. Este empirismo de la inmediatez genera toda sospecha, fundada o infundada, hacia todo discurso. Siendo recurrente la elaboración de una serie de ensayos posmodernos, mentados como críticos, bajo tal sospecha (metafóricamente policial) que apunta a descubrir quién o quienes están tras el discurso. Es decir, siempre se deconstruye los textos, de tales o cuales autores o sobre una relación de estudios temáticos, para explicitar la conexión, entre líneas, de su retórica genérica con una retórica en particular: la reproducción del poder dialógico (logocentrismo) a partir de las consecuencias de la dominación. Tal proceder corresponde fielmente a los estudios culturales y a toda una serie de estudios contemporáneos, a saber, los estudios sobre género, sobre la geo-política, la memoria y la alteridad, entre otros.

Sin embargo, tal apriorismo aparente permite reconocer que la concreción del poder discursivo articula todas las relaciones sociales de la cotidianidad como hechos particulares. De ahí que el poder en todo discurso posmoderno se presenta como uno de los problemas de la vida cotidiana a partir del cual se construye los espacios políticos. Este inductivismo del poder reproduce el cambio del contenido del saber, de un conocimiento relacional a una ingente información tangencial. Un indicativo al respecto seria la serie de imágenes elaboradas por la retórica posmoderna acerca del saber producido en la vida cotidiana a través de los mass media. El papel de los medios de comunicación a través de los nuevos cambios tecnológicos ha permitido que el saber permuta en información: “cuanto mayor información acumule la gente, tendrá la sensación de que sabe demasiado”. Tal premisa parece ser uno de los indicativos de aquel intento de disociar el saber del poder en la posmodernidad, idea sugerida por toda retórica posmoderna por su insistente denuncia tan trillada al respecto, a saber, “cuidado, todo saber encubre un poder”.





Juan Archi Orihuela
Lunes, 30 de agosto de 2010.