Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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viernes, 13 de agosto de 2010

Las novelas y el ensayo

Existe una mención racionalmente acusativa y severa, realizada por Platón, sobre la creación que ejerce el poeta (alegóricamente imitativo y trágicamente placebo), a saber, la poesía. La intención del Sócrates platónico por echar a los poetas de la ciudad ideal, ha sido comentado posmodernamente con cierta dosis de escarnio al respecto de todo intento racionalizado por establecer un orden político. Esa intención platónica ha irritado tanto porque la dimensión de lo político dejaría de ser un espacio de confrontación del logos, para convertirse en un hecho trascendental, en donde ejerza su imperio el logos.

En gruesas líneas, los poetas __actualmente podrían ser sindicados como los escritores de poesía y narrativa, nominada moderna y gruesamente como literatura__ no hacían (y hacen) mas que amodorrar la capacidad de racionalizar la vida, porque siempre enfatizan la espontaneidad de la sensibilidad. Lejos de todo estribillo a favor de la poesía o la literatura, la polaridad platónica entre el logos y la sensibilidad se ajusta a una política educativa que ha generado un derrotero por el que ha transitado la modernidad, a través de la instrucción pública, ¿cómo no recordar las Cinco memorias sobre la instrucción pública de Condorcet o el Emilio de Rousseau? ¿Paradójico? Lejos de ser una observación ociosa el constatar tales referencias, lo que interesa de aquello es ¿cómo se puede implementar una política que se ajuste a las necesidades de la educación en el Perú? Sobre todo si la educación pública tiene la finalidad de formar ciudadanos con la capacidad suficiente para ejercer el poder (públicamente hablando).

Lejos de toda simpatía o antipatía por Platón, su intención pedagógica tiene cierto asidero en la constitución de la ciudadanía moderna. Siempre en el Perú se moteja que las acciones políticas distan abismalmente se ser “racionales”, motivadas sobretodo por simpatías que adquieren cierta significación en la reproducción de la vida cotidiana. Pero el asunto no es tan polar como aparenta. Me explico, los programas de lectura que se implantan, frecuentemente acentúan sobremanera las creaciones literarias, novelas en mayor proporción y menguadamente la poesía, soslayando en el silencio al ensayo. El índice de consumo de la mayor parte de los libros en el Perú, son las novelas contemporáneas (obviando desde luego esa lectura tangencialmente subterránea que se desata por los libros nominados de “autoayuda”, cuyo indicativo empírico es la gran demanda que tienen en el mercado). De ahí que la pose muy frecuente que se ha cristalizado en la juventud, medianamente educada o que tiene acceso a la educación, sea la de un sujeto que lee novelas (sea del rubro que fuere). Esto, entre otros indicadores, se compagina con la facilidad de la lectura y el goce que genera. Sin embargo, como política educativa resulta del todo errada tal tentativa de instrucción pública.

La fácil y democrática exaltación de la imaginación que produce la novela, ha desacreditado en cierta medida a la necesidad de hacer uso de la razón, en sentido político. Las novelas poseen una lógica interna cuya descodificación se da a través de la imaginación, ayudan a la individuación desde luego y a la formación de cierto ego medianamente sensible y volitivo, pero por ende circunscribe la relación del sujeto con aquel mundo imaginario contenido en la lectura. Es decir, al lector de novelas le interesa más lo que pueda encontrar en la lógica de la narración que en la lógica de la vida social, por la sencilla razón de que las novelas individualizan el goce estético a partir de lo privado y cancelan metafóricamente toda mención con lo público.

Ya sea por el fácil acceso a la lectura que permite el consumo de una serie de textos literarios contemporáneos, así como la lapidaria mención del término “obra”, lo cierto es que si como programa de lectura se inicia a los niños en las novelas y no se motiva luego otro tipo de lecturas, que exija cierto esfuerzo intelectual, como el ensayo, se mantendrá a posteriori una sensibilidad muy párvula en la ciudadanía.

Actualmente la lectura del ensayo en la edad escolar brilla por su ausencia, ni siquiera a un autor como José Carlos Mariátegui (el ensayista por antonomasia en nuestro medio) se le conoce a través de sus escritos, sino por cierta figuración ignara y repulsiva por la política. Sólo los que han pisado aulas universitarias (y eso) tienen la obligación o deleite de leer ensayos, ya sean ensayos literarios, históricos, psicológicos, sociológicos, antropológicos, económicos, filosóficos y demás. La lectura del ensayo no sólo es la colección de ideas de tal o cual autor clásico o contemporáneo, sino que constituye el mejor espacio para reflexionar sobre los asuntos públicos que interesan a todos los que reproducen la vida social. En el ensayo uno puede encontrar una suerte de taller de ideas vertidas por el autor que escribe acuciado por la única finalidad de verter sus ideas libremente. Ideas muchas de ellas que objetivan toda una serie de variables sociales (clase, género, sociedad, cultura y política) patente por el vano oficio de la escritura y la premura por la finitud de la existencia. Además la lectura del ensayo forma cierto tipo de personalidad, una personalidad crítica, cara y necesaria en el mundo contemporáneo. Sobre todo en el Perú la necesidad de la lectura de ensayos es urgente, ya que hace tiempo que la inteligencia se encuentra ofendida por la ignorancia en los espacios públicos, generado no sólo por la pobreza, sino por el pragmatismo más caníbal que uno se pueda imaginar.

Si puede parecer una exageración tal síntoma ¿por qué hay jóvenes que leen, sin entender lo que han leído? (la tentativa respuesta de Sartori no convence del todo), ni hablar de los que no son jóvenes. Hay niños que piensan que la lectura es una obligación que se reduce a leer cuentos o los periódicos que muchos de sus padres leen (diarios que no merecen llamarse prensa porque no cumplen con tal función). Si en el interior del sistema educativo no se acucia a que el niño lea ensayos es porque los profesores no leen ensayos o porque se desconoce su importancia ética, política e intelectual. Como política educativa se debe empezar por hacer una apología al ensayo, si se quiere cumplir con la finalidad de la instrucción pública, a saber, generar ciudadanos. Ya el historiador, también ensayista, Flores Galindo observaba que nuestro país es una república sin ciudadanos. Tal vez por eso en los años setentas el acceso a la educación por los sectores populares fue motivada por tal imperativo político. Sin embargo, tal como se encuentra el presente, tal acto no fue más que la parodia del “mito de Sísifo”. Eso debería causar una gran preocupación, sin embargo a muchos les puede parecer una sorna ¿Por qué?





Juan Archi Orihuela
Viernes, 13 de agosto de 2010.