Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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lunes, 9 de agosto de 2010

Los intelectuales y la crítica

La crítica es un ejercicio intelectual, así como la lectura, la escritura, la reflexión, la investigación y el debate. Pero ¿cuál es su especificidad? La respuesta exige una breve observación pedagógica a la manera de la negación del Tao. Cotidianamente se confunde la crítica con el debate o con la reflexión. Uno puede debatir acerca de un tema tan cotidiano o abstruso sin ejercer la menor crítica al respecto, porque el debate se sustenta únicamente en la contraposición de ideas, muchas veces reguladas por la finalidad del consenso o, por las exigencias, tanto institucionales, así como por las circunstancias amicales. Mientras que la reflexión es el “diálogo” que uno ejerce consigo mismo, al margen de si se objetiva o no mediante la escritura. Pero ¿qué es la crítica? Seguir la pista de su etimología no ayuda mucho a entender tal actividad intelectual, el término griego κριτικός (“kritikós”) refería a lo que es “capaz de discernir”; a su vez se derivaba del verbo κρίνειν (“krínein”) cuya significación era “separar, decidir y juzgar”. Así, si uno identifica la significación de las palabras que se emplean en el presente con su etimología, la crítica sería una operación cognoscitiva, no diferente a las demás que operan a lo largo del aprendizaje social del sujeto.

Por ello toda pista al respecto siempre tiene un derrotero histórico social. La noción de la crítica se encuentra enfáticamente en el discurso de la filosofía moderna asociada a la razón. Figurativamente la crítica es el tribunal de la razón según el querer de Kant. Esto indica que la crítica es el ejercicio intelectual que juzga los límites y pretensiones del conocimiento a partir de un fundamento: el conocimiento racional generado por la investigación científica. De ahí que la critica no puede estar al margen del conocimiento científico, más aún si su ejercicio se convierte metafóricamente en su punta de lanza. Pero ¿esto quiere decir que las demás formas de conocimiento (lo ético, lo estético, lo religioso, lo mítico, lo tradicional y lo cotidiano) son acríticos (en el sentido de que no hay posibilidad para la crítica)? Indubitablemente que sí. Pero eso no quiere decir que no posean algún valor social, ya que su uso operativo responde a otras exigencias que no tiene nada que ver con las condiciones que exige la investigación científica.

Radicalizando el asunto, esto podría generar la idea de que sólo los científicos pueden ser críticos. Y si se suma a ello el imaginario de ciertas instituciones en donde el científico es identificado exclusivamente con los profesionales de las ciencias físicas o naturales, se creería que el monopolio se encuentra cerrado. Lo cual no es tan certero del todo. Ya que entre los hombres de ciencia, existen también los que estudian los fenómenos de la vida social, cuya condición intelectual se encuentra indeterminada junto a las letras y al arte. Sumado a ello, no todos se encuentran interesados en reparar en los límites y las pretensiones del conocimiento. De ahí que la actividad crítica la ejercieran casi siempre los filósofos a lo largo del siglo XIX. Paralelamente en ese siglo se institucionalizaba un sujeto social que espetaba al mundo mediante la crítica, hasta hacer de ella una de sus características más distintivas, a saber, el intelectual. Nominado en toda Europa como parte de la intelligentsia.

La historia de los intelectuales no resulta tan diáfana como parece, un intento al respecto es emparentar las tradiciones encontradas y asociadas a las letras a lo largo de la historia europea, en cuyo derrotero, en sentido retro, aparecen sucesivamente la intelligentsia radical del siglo XIX, los filósofos de la ilustración, una facción del clero secular protestante, hasta llegar a algunos descendientes de los humanistas renacentistas. A esa historia se la puede calificar con diferentes adjetivos (eurocéntrica, colonial y unipersonal), pero es el único referente plausible si se reconoce la importancia social del logocentrismo ejercido por Europa sobre el resto del mundo. Tal es así que durante todo el siglo XX, ese siglo corto según Hobsbawm debido a la omnipresencia de la revolución social, el ejercicio de la crítica generó al escritor comprometido, a ese intelectual comprometido (engagé) con el cambio social. A pesar de todo lo extraño y forzado que les pueda parecer a muchos intelectuales en la actualidad, aquel intelectual expresó fielmente los límites y la culminación de toda la modernidad. Tras el período de entreguerras se asentó el nihilismo (y cierto acentuado escepticismo) como una característica del ejercicio intelectual de la posmodernidad.

Pero volvamos a la relación conjuntiva entre el intelectual y la crítica. En la modernidad tal relación se debió a urgencias sociales y políticas, por ello la formación intelectual de aquel entonces era sensible a la universalidad de los cambios del mundo contemporáneo. Y como la revolución social fue el sueño más craso de la ilustración, toda crítica apuntaba a ella; en el sentido de que racionalmente uno podía determinar el curso y los límites del conocimiento de la realidad a través de la ciencia, tanto de la naturaleza, así como de la sociedad. De ahí que la crítica del intelectual no podía estar exenta de los fundamentos del conocimiento y de sus condiciones de posibilidad para operar sobre el mundo (a la que adjetivaba como una acción revolucionaria). Esto posibilitó que se tomase con cierta atención, y gran expectativa fundada, a la relación entre el pensamiento y la acción. Las implicancias de tal relación no se circunscribían sólo a la operatividad de la ciencia, mediante la técnica, sino a la responsabilidad ética y política que asumía todo intelectual moderno acerca de lo que decía o escribía. Bajo aquel eje epistémico la crítica del intelectual moderno le permitía operar sobre la realidad cognoscible.

Actualmente, en estos tiempos posmodernos, no sólo se ha disociado aquella conexión cognoscitiva entre el pensamiento y la acción, sino que la actividad crítica se identifica con la doxa (opinión), así como la investigación se circunscribe sólo a la deconstrucción de textos, textos que son acusados de ser cómplices de la modernidad porque supuestamente estarían encubriendo a través de la escritura, las relaciones entre el saber y el poder. Más allá de tal apriorismo, los intelectuales posmodernos no ejercen la crítica en sentido moderno, ya que su ejercicio intelectual sólo busca la complacencia estética y el monólogo reflexivo, pero sobre todo justiprecian lo que dicen o escriben, como una interpretación más entre otras, evitando así toda responsabilidad pública al respecto. Tal proceder se compagina con cierta retórica en su escritura, por un lado cuando se refieren a la realidad siempre la mencionan entre comillas, o en todo caso evitan toda referencia puntual al respecto. Y no sólo eso, el adjetivo de la verdad que ha sido utilizado como un calificativo para dar cuenta de la certeza del conocimiento a lo largo de la modernidad, simplemente es denostado bajo el escarnio interrogativo: “¿La verdad de quién?”. Obviamente una respuesta ingenua a tal interrogante sólo acentúa la doxa (opinión), para insuflar tal o cual ego, pero sobre todo resulta siendo incongruente al calificativo de la verdad en función del conocimiento. Ya que el conocimiento no se sustenta única y exclusivamente en la opinión de tal o cual sujeto, sino que ante todo es una producción social históricamente institucionalizada.

Por otro lado, para los intelectuales posmodernos la crítica se identifica con la acentuación acerca de la diferencia y la identidad en función de la otredad cultural. Lejos de tales tautologías de acuerdo a una retórica fenomenológica muy laxa, su intención está lejos de toda pretensión antropológica (ya que eso exigiría el conocimiento de tal ciencia), más no así a la cercanía suficiente para presentarse en los espacios académicos como los especialistas y críticos de la cultura. De ahí que muchos críticos de la cultura actualmente sean, en sentido estricto, intelectuales posmodernos. Lo cual no es ningún desmérito, sino todo lo contrario, ya que es congruente a los tiempos posmodernos. El detalle es que siempre presentan su doxa (opinión) o su reflexión, como si fuera el ejercicio de la crítica.





Juan Archi Orihuela
Lunes, 9 de agosto de 2010.