Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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lunes, 13 de junio de 2011

Lucanamarca y el miedo

En el documental Lucanamarca (2008), de Carlos Cárdenas y Héctor Gálvez, se muestra un registro de la memoria social, en el que algunos pobladores recuerdan con gran congoja los asesinatos vesánicos del 3 de abril de 1983. En tal fecha, la comunidad de Lucanamarca sufre una represalia por parte del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso (PCP-SL) dejando como saldo luctuoso la muerte de 69 campesinos (entre adultos, ancianos y niños). Como todo documental hay una selección de las imágenes para reconstruir tal historia. Esta historia contada por sus protagonistas se inicia a partir de la exhumación de los cadáveres de las víctimas, que la CVR convino necesario como parte del proceso de investigación en marcha, allá por el año 2002.

Lo interesante de todo documental, y que lo distingue de toda película de ficción, es que el espectador no puede distraerse en lo estético de la producción, sino que se encuentra obligado a repensar los fragmentos de los hechos que observa. Para el caso de Lucanamarca, luego de espectar una historia contada por sus protagonistas, uno no puede quedarse sólo con la sensación de estremecimiento ante los asesinatos (ejecutados con hachas, cuchillos y picos), como nos lo recuerdan esos cánticos fúnebres que los campesinos (sus deudos) entonan cuando cumplen con las exequias del caso, después de muchos años de espera; sino plantear algunas interrogantes y sacar algunas conjeturas, medianamente coherentes, a partir de los testimonios mostrados.

Como el hecho forma parte de un momento de la historia política del Perú acaecida hace algunos años es posible identificar una situación sintomática. En Lucanamarca se puede observar que el espacio regional en el que tuvo su presencia la subversión presentaba ciertas condiciones sociales para su operatividad. Los testimonios refieren que sus jóvenes tenían cierta expectativa por cambiar la situación de la comunidad (porque la producción de autosuficiencia impedía la reproducción material de la comunidad). La función de la escuela y su discurso de confrontación, propio de todo discurso de izquierda de la época, dispuso el uso común de las ideas de igualdad, justicia y progreso (“salir adelante”). Al decir de uno de los comuneros:

“(…) mi hermano, cuando estábamos en la escuela empezó a decir cómo vamos a vivir así, en casa de adobe, con piso de tierra”.

Ideas de este tipo no sólo expresan una queja personal, sino que compendian una denuncia social al respecto de las condiciones materiales de existencia de muchas comunidades campesinas. Figurativamente, esa fue una de las puertas por donde ingresa ideológicamente la subversión. Aunque para no inclinarse a cierta ingenuidad maniquea, cabe observar que tanto el PCP-SL u otro grupo político, o incluso el mismo Estado, tenían la puerta abierta para ingresar y ejercer su hegemonía en el espacio político de la comunidad, si levantaban aquellas consignas que circulaban a modo de queja y expectativa. Lo cual no quiere decir que sólo ese rasgo determinó los sucesos de la guerra. En apariencia esa queja social puede pasar desapercibida porque muchas veces se piensa que los campesinos son unos sujetos reactivos o unos resentidos (resentimiento que muchos identifican con una cólera de centurias); o, incluso se piensa que los campesinos (debido a su pobreza material) siempre serán engañados si exigen mejores condiciones materiales de existencia, como generalmente muchos jóvenes citadinos de la clase media piensan al respeto (sombra de aquella idea acerca del “buen salvaje”).

Sin embargo, el desenlace aciago del conflicto armado en la comunidad de Lucanamarca no es sólo un acto vesánico producto de una tragedia de incomprensión cultural, como algunos antropólogos pueden sospechar. Ni mucho menos expresa sólo una violencia impuesta desde fuera de la comunidad por el totalitarismo del PCP-SL, como algunos incansablemente les enrostran a los subversivos. Ya que, como muestra el documental, “todos sabían lo que hacían”. Reconocer que “todos sabían lo que hacían” no es soslayar la responsabilidad punitiva de los asesinos, o responsables directos o indirectos, ni mucho menos justipreciarlos de manera maniquea, sino observar que a pesar de “saber lo que hacían” (crímenes vesánicos), “lo hicieron” (tanto comuneros, subversivos y militares). Las implicancias de tal observación permiten delinear cierta tendencia del desarrollo operativo de la guerra interna.

Lucanamarca fue una de las tantas comunidades campesinas en el que operó el PCP-SL con cierto grado de aceptación y apoyo, durante los primeros años de la guerra. El PCP-SL al nombrar nuevas autoridades (impuestas por ellas mismas) incomodó a las familias que antes del ingreso del PCP-SL gozaban de cierto poder en la comunidad, como se ve en los testimonios recogidos por el documental. Pero el apoyo que las comunidades campesinas dieron al PCP-SL no fue un apoyo ideológico y militante (a pesar del trabajo de las “escuelas populares” dirigidas por el PCP-SL), es decir, no todos los campesinos fueron subversivos en sentido estricto. La simpatía y apoyo correspondía a que el PCP-SL recogía las banderas de lucha de muchas comunidades campesinas, a saber, mejoras radicales en las condiciones de vida de los campesinos a través de ejercer la dirección en un gobierno por ellos mismos (un gobierno popular). Esto tiene cierto asidero si se repara en un detalle muy significativo que puede ser encontrado en muchos testimonios: La ausencia del Estado.

Identificar al presidente de la república con el Estado no es sólo un rasgo que expresa una relación analógica, sino también resulta siendo una relación objetiva, en la medida que el Estado moderno para adquirir cierta concreción tiende a escenificar su poder político. Pero como la escenificación no es universal, la ausencia del Estado en algunos espacios del cuerpo social tiende, como una suerte de compensación, a personificar el poder. La ausencia del presidente de la república, significante de la universalidad del Perú para los campesinos, era no sólo la ausencia de un sujeto físico, sino la ausencia de la particularidad de la comunidad en la totalidad del Perú. Es decir, la comunidad campesina no sólo produce una identidad local o regional de acuerdo a los circuitos comerciales internos, sino que en ellas se reproduce, paradójicamente debido al abandono de los gobiernos de turno, una fuerte identidad nacional (el ser peruanos). Pero esa identidad nacional muchas veces se encuentra suspendida porque la reproducción de la comunidad, desde su particularidad, no universaliza al poder, debido a la disfuncionalidad o ausencia de las instituciones del Estado. Además esa suspensión genera una situación constante que acentúa lo político, como un momento de apertura para cuestionar el orden social o reestructurarlo, situación que fue el escenario en el que se desarrollo la guerra interna en el Perú.

Lo peculiar del desenvolvimiento de la guerra interna se caracterizó por una fuerte tendencia al temor, que al parecer puede resultar extraño e insignificante, pero no lo es. Muchas veces se ha escrito y mencionado que las Fuerzas Armadas peruanas desconocían los riesgos y los llamados “excesos” de la guerra, porque el enemigo no daba la cara o simplemente porque era algo “nuevo” lo que enfrentaban (muchas veces esa idea sirve para justificar las tropelías y mantener en la impunidad a los responsables de los crímenes de guerra), lo cierto es que al instalarse en la región ya tenían en claro un plan antisubversivo (aprendido y exigido por la “Escuela de las Américas”): liquidar al enemigo sin escatimar el costo social porque “todos los campesinos son sospechosos de ser subversivos”. Por su parte, los subversivos acentuaron la violencia para generar una rápida polarización que les permitiría entrar en el espacio político de manera pragmática (que dicho sea de paso nunca lograron hegemonizar), y así resolver el problema de la función de la ideología (la conciencia revolucionaria) y que nunca lograron consolidar. En ambos el temor opera como un condicionante psicológico, en los militares el temor a la guerrilla (a las represalias) genera la respuesta de los aniquilamientos indiscriminados; y, en el caso de los subversivos, el miedo radica en la posibilidad (siempre latente) de ser “liquidados” como muchas guerrillas latinoamericanas por los “contras” (grupo armado compuesto por los mismos campesinos adiestrados por el ejercito), como fue el desenlace final (Las rondas campesinas).

El miedo que genera los hechos luctuosos de Lucanamarca no sólo son los miedos de sus deudos, y de sus protagonistas, sino también aquel gran miedo que en el fondo siente el espectador (por antonomasia el conservador), cuya apariencia impertérrita sabe bien manejar, al enterarse que: “Los pobres son la amenaza al sistema porque reclaman salarios justos, viviendas decentes, escuelas y hospitales públicos”.



Juan Archi Orihuela
Lunes, 13 de junio de 2011.