Hay una pregunta filosófica, que puede parecer algo inocente, mas no lo es, ya que la exigencia de su formulación responde a una necesidad histórica y existencial, acerca de lo que somos, no sólo como especie, a saber, ¿Qué es el hombre? Las respuestas han apuntado muchas veces a enfatizar una cualidad en particular que identifica al hombre de acuerdo a ciertas perspectivas acerca de su concreción general o particular. Asimismo se ha reconocido que la condición humana (el cómo se encuentra el hombre de acuerdo a su experiencia) expresa su universalidad. La universalidad que caracteriza al hombre como un “ser-que-esta-siendo” ha sido nominada como la humanidad.
La idea acerca de la humanidad se produce en la Europa del siglo XV en pleno horizonte de resignificación cultural acerca del mundo antiguo europeo y que ha sido llamado históricamente como el Renacimiento. A partir del Renacimiento, la humanidad (como producción discursiva y que forma parte de todo un horizonte cultural) tiende a referir y a relacionar la producción material de las diversas sociedades humanas que han acaecido a lo largo de la historia europea a partir de un centro de poder colonizador ( Lo universal). Por ello la elaboración de una historia universal, en función de una suerte de “primer motor” aristotélico, fue el resultado de la constitución del poder de Europa sobre el mundo a través de la colonización.
El proceso de la colonización generó una dicotomía política (que expresa tácitamente el conflicto, la diferencia, la segregación y la subordinación) entre los colonizadores europeos y el resto del mundo colonizado; hecho sobre el cual se reelabora y se produce una imagen acerca del mundo a partir de un sujeto histórico que intenta recuperar su pasado (sujeto que anima retóricamente la llamada “infancia de la humanidad”). La recuperación del pasado se inica con la colonización del mundo por Europa, a lo largo de los siglos XVI y XVII, hecho que generó una imagen acerca del pasado del hombre a través de la figuración del nativo colonizado como si fuera la negatividad del hombre colonizador (imagen muchas veces idealizada o simplemente odiada: “La raza odiada”). Posteriormente, la llamada Historia Natural (investigación sobre la diversidad de cosas existentes en la naturaleza) del siglo XIX, animó el evolucionismo que encaró el estudió del hombre, como ser natural, sujeto a los procesos de cambio que también operan en la naturaleza. La búsqueda del “hombre primitivo” (específicamente su estudio) se convirtió así en aquella búsqueda del sujeto histórico a partir del cual es posible pensar la humanidad. No por casualidad la producción del conocimiento sobre el mundo social (colonizado) en plena expansión colonial de los Estados modernos europeos, durante el siglo XIX, llevó (y lleva) por nombre antropología (literalmente significa el estudio acerca del hombre).
La antropología muestra (a través del texto), analiza y determina (mediante la investigación) la negatividad del proceso colonial al racionalizar la suspensión del proceso de occidentalización del mundo. Es decir, la occidentalización del mundo (culturalmente hablando) tiende a generar la producción (muchas veces como residuo) de formas de vida, que se caracterizan por su diversidad, al oponerse a la universalidad del proceso mediante su reproducción. Tal condición, culturalmente hablando, expresa la dimensión de la humanidad, ya no en el sentido de ser una suerte de rompecabezas que permite ubicar al hombre en el mundo natural a través de su historia, sino, todo lo contrario, la producción del hombre socialmente se opone a la reproducción del mundo natural porque sólo así se estaría constituyendo como hombre. La vieja oposición filosófica, literaria y romántica acerca del conflicto entre la vida sensitiva (o impulsiva) y la vida espiritual (o racional), culturalmente figurada por el arte y la ciencia, remite aquella vieja obsesión onírica del hombre por trasgredir el orden natural y, sobretodo, expresa tácitamente la condición humana.
Hay una escena en la película La conquista del planeta de los simios (1972) de Lee Thompson, en el que al personaje César, un simio parlante y a la vez el dirigente de la rebelión de los simios, se le increpa por el abuso de la violencia (se encontraba a punto de matar a golpes al funcionario que dirigía el orden de opresión de los simios): “Muestra tu humanidad, César” le replicaba su amigo y cómplice humano; a lo que César responde con firmeza: “No me pidas algo que no tengo”. Lo interesante de tal escena no es la ironía figurada que expresa la respuesta del simio César, sino la percepción que tiene su amigo humano al respecto de lo que es la humanidad.
La idea acerca de la humanidad se produce en la Europa del siglo XV en pleno horizonte de resignificación cultural acerca del mundo antiguo europeo y que ha sido llamado históricamente como el Renacimiento. A partir del Renacimiento, la humanidad (como producción discursiva y que forma parte de todo un horizonte cultural) tiende a referir y a relacionar la producción material de las diversas sociedades humanas que han acaecido a lo largo de la historia europea a partir de un centro de poder colonizador ( Lo universal). Por ello la elaboración de una historia universal, en función de una suerte de “primer motor” aristotélico, fue el resultado de la constitución del poder de Europa sobre el mundo a través de la colonización.
El proceso de la colonización generó una dicotomía política (que expresa tácitamente el conflicto, la diferencia, la segregación y la subordinación) entre los colonizadores europeos y el resto del mundo colonizado; hecho sobre el cual se reelabora y se produce una imagen acerca del mundo a partir de un sujeto histórico que intenta recuperar su pasado (sujeto que anima retóricamente la llamada “infancia de la humanidad”). La recuperación del pasado se inica con la colonización del mundo por Europa, a lo largo de los siglos XVI y XVII, hecho que generó una imagen acerca del pasado del hombre a través de la figuración del nativo colonizado como si fuera la negatividad del hombre colonizador (imagen muchas veces idealizada o simplemente odiada: “La raza odiada”). Posteriormente, la llamada Historia Natural (investigación sobre la diversidad de cosas existentes en la naturaleza) del siglo XIX, animó el evolucionismo que encaró el estudió del hombre, como ser natural, sujeto a los procesos de cambio que también operan en la naturaleza. La búsqueda del “hombre primitivo” (específicamente su estudio) se convirtió así en aquella búsqueda del sujeto histórico a partir del cual es posible pensar la humanidad. No por casualidad la producción del conocimiento sobre el mundo social (colonizado) en plena expansión colonial de los Estados modernos europeos, durante el siglo XIX, llevó (y lleva) por nombre antropología (literalmente significa el estudio acerca del hombre).
La antropología muestra (a través del texto), analiza y determina (mediante la investigación) la negatividad del proceso colonial al racionalizar la suspensión del proceso de occidentalización del mundo. Es decir, la occidentalización del mundo (culturalmente hablando) tiende a generar la producción (muchas veces como residuo) de formas de vida, que se caracterizan por su diversidad, al oponerse a la universalidad del proceso mediante su reproducción. Tal condición, culturalmente hablando, expresa la dimensión de la humanidad, ya no en el sentido de ser una suerte de rompecabezas que permite ubicar al hombre en el mundo natural a través de su historia, sino, todo lo contrario, la producción del hombre socialmente se opone a la reproducción del mundo natural porque sólo así se estaría constituyendo como hombre. La vieja oposición filosófica, literaria y romántica acerca del conflicto entre la vida sensitiva (o impulsiva) y la vida espiritual (o racional), culturalmente figurada por el arte y la ciencia, remite aquella vieja obsesión onírica del hombre por trasgredir el orden natural y, sobretodo, expresa tácitamente la condición humana.
Hay una escena en la película La conquista del planeta de los simios (1972) de Lee Thompson, en el que al personaje César, un simio parlante y a la vez el dirigente de la rebelión de los simios, se le increpa por el abuso de la violencia (se encontraba a punto de matar a golpes al funcionario que dirigía el orden de opresión de los simios): “Muestra tu humanidad, César” le replicaba su amigo y cómplice humano; a lo que César responde con firmeza: “No me pidas algo que no tengo”. Lo interesante de tal escena no es la ironía figurada que expresa la respuesta del simio César, sino la percepción que tiene su amigo humano al respecto de lo que es la humanidad.
La piedad puede ser un rasgo que caracterice a la humanidad, tal como al parecer la escenificación de la particularidad de un hecho político sugiere (la rebelión de los simios), más no lo es en sentido estricto, ya que el trasfondo de todo ello es la condición moral que se produce en relación con los otros. La figura del simio, como ser intersticial entre el hombre y el mundo animal, representa no sólo a aquel viejo fantasma de la violencia y la muerte simbólica del hombre (en la medida que se-deja-ser-hombre), sino a una determinada condición moral que es propia de un orden colonial. Es decir, en el orden colonial se acentúa la violencia contra la población nativa, en aras de consolidar (y defender) la humanidad (que expresa la universalidad del hombre) como opuesta a toda forma de violencia naturalizada (rasgo que circunscribe una cierta particularidad del hombre). Por ello la tendencia generalizada que se encuentra durante la colonización ha sido la animalización del nativo. Esa figuración del simio, análogamente a una suerte de exorcismo de la historia frente a la prehistoria, es lo que ha permitido establecer que la humanidad sea pensada a partir del orden que genera toda civilización, soslayando intencionalmente aquello que Zizek nomina como lo político, aquel momento de apertura en el que “se cuestiona el principio estructurante de la sociedad”.
Volviendo a la pregunta ¿qué es el hombre? Su necesidad de ser formulada apunta al cuestionamiento de la humanidad, ya sea a partir de los hechos empíricos reconocidos como hechos políticos o partir de la representación del mundo producto de la colonización del mismo. Precisamente cuando la forma de legitimación y resignificación metafísica de la humanidad comprende la negación del hombre como ser particular, sucede lo que sugiere y asume Albert Camus: “Se ama a la humanidad en general para no tener que amar a los seres en particular”. Lejos de todo escepticismo al respecto de una época contemporánea sentida como fatalidad, la particularidad del hombre en el mundo cobra importancia cuando sucede una ruptura de gran dimensión como son las guerras. A lo largo del siglo XX las guerras, ya sean estas interestatales o las no-convencionales, como una extensión de la lucha de clases, han obligado a una serie de intelectuales a replantear la condición humana y toda la serie de dicotomías teóricas y políticamente operativas durante la colonización.
Ensayar una respuesta acerca de lo qué es el hombre comprende una reflexión acerca del cuestionamiento que han hecho (y que siguen haciendo) muchos hombres y mujeres, mediante su práctica política, a la estructuración de la sociedad (lo político). Tal cuestionamiento ya no debe circunscribirse sólo al centro colonial porque sino se tendería a reproducir una cierta “metafísica de la animalización del otro” (cuyas consecuencias en la producción cultural que caracteriza, y aún ordena, a los paises poscoloniales, son muy negativas), sino que ahora debe considerarse los espacios colonizados en su momento de apertura (o posibilidad del cambio social, no sólo en el ámbito económico, sino también cultural), evidenciado a partir de los Movimientos de Liberación Nacional y los nuevos Movimientos Sociales, para replantear no sólo la humanidad, sino al hombre mismo como ser concreto.
Volviendo a la pregunta ¿qué es el hombre? Su necesidad de ser formulada apunta al cuestionamiento de la humanidad, ya sea a partir de los hechos empíricos reconocidos como hechos políticos o partir de la representación del mundo producto de la colonización del mismo. Precisamente cuando la forma de legitimación y resignificación metafísica de la humanidad comprende la negación del hombre como ser particular, sucede lo que sugiere y asume Albert Camus: “Se ama a la humanidad en general para no tener que amar a los seres en particular”. Lejos de todo escepticismo al respecto de una época contemporánea sentida como fatalidad, la particularidad del hombre en el mundo cobra importancia cuando sucede una ruptura de gran dimensión como son las guerras. A lo largo del siglo XX las guerras, ya sean estas interestatales o las no-convencionales, como una extensión de la lucha de clases, han obligado a una serie de intelectuales a replantear la condición humana y toda la serie de dicotomías teóricas y políticamente operativas durante la colonización.
Ensayar una respuesta acerca de lo qué es el hombre comprende una reflexión acerca del cuestionamiento que han hecho (y que siguen haciendo) muchos hombres y mujeres, mediante su práctica política, a la estructuración de la sociedad (lo político). Tal cuestionamiento ya no debe circunscribirse sólo al centro colonial porque sino se tendería a reproducir una cierta “metafísica de la animalización del otro” (cuyas consecuencias en la producción cultural que caracteriza, y aún ordena, a los paises poscoloniales, son muy negativas), sino que ahora debe considerarse los espacios colonizados en su momento de apertura (o posibilidad del cambio social, no sólo en el ámbito económico, sino también cultural), evidenciado a partir de los Movimientos de Liberación Nacional y los nuevos Movimientos Sociales, para replantear no sólo la humanidad, sino al hombre mismo como ser concreto.
Juan Archi Orihuela
Viernes, 3 de junio de 2011.