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lunes, 11 de octubre de 2010

El homo videns y la democracia

En la actualidad el proceso económico se encuentra en estrecha relación con el desarrollo tecnológico, que implica mayor procesamiento de información. Por tal motivo, este fenómeno ha sido nominado por el sociólogo Manuel Castells como una economía informacional y global. El rasgo distintivo de esta nueva economía, generada en el último cuarto del siglo XX, a juicio de Castells, se sustenta en el conocimiento; conocimiento que se desarrolla en función de la mayor capacidad de procesamiento de información, convirtiéndose la información en un “producto del proceso de producción”.

Ahora bien, la productividad y la tecnología (organización y gestión) son los elementos constitutivos del incremento de la producción, pero los agentes de ese incremento son las empresas y las naciones; situación nada problemática si no se repara en la finalidad de la renta, porque las empresas están motivadas por la rentabilidad, a su vez, la tecnología y la productividad pasan a ser los medios de ese incremento. Tomando en consideración esa premisa, la economía industrial se confunde con la economía informacional, cuando en ambas el fenómeno del incremento de la producción está condicionado por el Estado y la nación. Sin embargo, el carácter global de la circulación del capital generará necesariamente una información global, siendo un rasgo distintivo de esa feroz dinámica tecnológica, el proceso de adquirir símbolos como si fueran los objetos mismos.

Esta característica de adquirir lo simbólico como lo real, constante de una economía global, permite concebir el proceso económico como una unidad “en un tiempo real a escala planetaria”. Siendo su síntoma mas palpable, cuando las “transacciones de miles de millones de dólares tienen lugar en segundos en los circuitos electrónicos de todo el globo”. La contraparte a este proceso es que los mercados laborales no se vuelvan globales. ¿Es posible tal contraposición?

Para reconocer el problema de la dinámica de la información y sus consecuencias para la vida social, en el ámbito mundial, resulta necesario comprender la asociación que ésta tiene con el conocimiento. El conocimiento de modo sucinto esta ligado a los actos comunicativos, como producto de la cultura humana en su intento de socializar la naturaleza. Este elemento imprescindible fue posible a través de mediaciones como el símbolo, de ahí que filósofos como Cassirer postulen al hombre como un animal simbólico. Pero como en el presente se genera un problema con respecto a la comunicación, todo acto descodificador está supeditado a una producción cultural específica, pautada por la economía informacional señalada anteriormente.

Retomando nuevamente a Castells, este autor sincopa la comunicación humana bajo dos momentos culturales, de gran presencia e importancia, como son: la cultura alfabética y la cultura audiovisual. La primera, la cultura alfabética, proporcionó a occidente una estructura mental para la comunicación acumulativa, sustentada en el conocimiento, relegando el mundo de sonidos e imágenes hacia el arte, el rito y la religión. Pero en los albores del siglo XX la cultura audiovisual inicia su hegemonía, con una dinámica omnívora por lo mediático de su incorporación. Al producirse este fenómeno, y sus consecuencias negativas en el mundo social, se postuló la generación de una nueva cultura, nominada como la cultura de la virtualidad real.

Esta cultura tiene como punto de partida la presencia y la difusión de los medios de comunicación, siendo por antonomasia la televisión el emisor de mayor difusión en la sociedad moderna, en donde impera la comunicación de masas. Pero existe un detalle, si anteriormente la hegemonía de la letra impresa fue un hecho para la determinación de la vida social, con la aparición de la televisión se inicia la “ruptura histórica con la mente tipográfica”, mente que anteriormente estaba asociada a la cultura alfabética. Suceso que genera un problema en el ámbito cognoscitivo, porque si se reconoce la diferencia específica entre ambas, dirá Castells siguiendo a Neil Postman, es que la tipografía se encuentra asociada al “pensar conceptual, deductivo y secuencialmente, de una aversión a la contradicción”; mientras que la televisión, tiene una capacidad de seducción a través de las imágenes simuladas de lo real y de fácil comunicabilidad, el cual implica un menor esfuerzo psicológico, porque la imagen sólo requiere de la sensibilidad, y no del entendimiento, cuyo papel esta destinada al entretenimiento.

Este carácter del entretenimiento, y del imperio de la imagen sobre el concepto, a través de la televisión, se asociará a la información, generando un cambio profundo en el homo sapiens hasta convertirlo en un homo videns. Tesis que sustenta Giovanni Sartori al considerar la siguiente premisa: “nuestros niños ven televisión durante horas y horas, antes de aprender a leer y escribir”. De ahi que sea recurrente que el niño formado por la televisión, soslayé la lectura, hasta rendirse ante la modorra de su cotidianidad, obstruyendo su proceso intelectivo. Siendo sintomático y aleccionador para percibir este fenómeno, en reparar en la competencia que actualmente lidia la pedagogía frente a la imagen televisiva, porque el profesor tiene que enfrentarse con niños formados por imágenes que son “divertidas” y cromáticas, mediante la palabra y la grafía conceptual de orden abstracto. Ante tal dificultad, el alumno acabará en el aburrimiento, o el profesor optará por una clase divertida, pero con una carencia de contenido. Convirtiéndose esta situación en uno de los factores que se aúna para la crisis de la educación. Pero esto no sería ningún problema, porque sin educación el hombre puede aún subsistir, además, el “homo insipiens” (el hombre necio y, simétricamente, ignorante) siempre ha estado presente y fue numeroso.

Aunque aquella constante sea un dato anécdotico, en la actualidad el caso preocupa, porque cuando la televisión inicia su presencia masiva, lo hace a través de figuras como los cantantes, futbolistas, animadores, modelos, periodistas, actores y demás. Personajes todos ellos que desempeñan un papel determinado de acuerdo a su oficio, pero el detalle es que se convierten en portavoces de la opinión pública, en sujetos de “competencia cognoscitiva”; haciendo de la burla, la gracia, el chiste, una cualidad imprescindible en estos tiempos nominados (pos)modernos. Por tal motivo, el sistema informacional genera un nuevo niño, siguiendo a Sartori, un video-niño que reproduce la nadería (el vacío de la nada) y compendia los conflictos aislados, al ser sometido a una cantidad de estímulos audiovisuales, por la masiva información. De ahí que su desarrollo cognoscitivo se haya detenido. La consecuencia, un vídeo-niño que a los treinta años resulta ser un niño empobrecido, educado sólo por el mensaje, consintiendo “alegremente” la marca de una atrofia cultural, cuando enuncie con soltura: “la cultura, que rollazo”.

Si el homo videns, bajo la figura del vídeo-niño, se “erige” como el plenipotenciario que organiza toda forma de vida cotidiana en la modernidad; la función fisiológica de ver ("lo que sea") fortalecerá un imperio de la imagen en el que el conocimiento pierde todo su valor. Porque el hecho de ver e informarse de lo que sea (aunque la información carezca de contenido) amodorra la capacidad de abstracción. A nivel político, se generá lo que Sartori nomina como el “demos debilitado”. Este fenómeno político resulta alarmante en la actualidad, porque la democracia al ser erigida como la organización política más acorde con la racionalidad humana, encuentra un gran óbice para su concreción.

Si se repara en la democracia, el “demos” (la ciudadanía) resulta ser el fundamento para que el ejercicio político sea efectivo, a pesar de que su participación no sea directa sino representativa; por tal motivo, el sistema democrático moderno es netamente una democracia representativa, en donde la ciudadanía es el titular del poder y un grupo que los representa, periódicamente mediante el voto universal, es el que ejecuta el poder. Esta práctica política de la democracia ha sido funcional, a pesar de las contradicciones de clase, porque ha sido institucionalizada bajo el principio de la libertad humana, que no es más que la libertad de comercio, cuya forma hegemónica ha instaurado la modernidad. Pero actualmente la democracia representativa se ve mermada, cuando el ejercicio político del homo videns, desligado de la “res publica” (la cosa pública) por la imagen, hace uso de su participación en la elección de sus representantes y su ingerencia directa en los mecanismos de poder. Por un lado, las elecciones en el sistema democrático resultan ser personalizadas porque la televisión muestra sólo personas y no programas de partidos; convirtiéndose así, la elección democrática en una elección de personas carismáticas y efusivas que en complicidad con la pantalla truecan la imagen por lo real, porque lo que ve el homo videns por la televisión es lo que asume como lo realmente existente. Por otro lado, con respecto al directismo o democracia directa que apela el homo videns, mediante referendos y sondeos de opinión pública, este ejercicio cobra una disfuncionalidad porque tales mecanismos democráticos requieren de una ciudadanía participativa, interesada e informada sobre política. Pero como la información no es igual a la comprensión se hace más problemático la apelación a una educación política, si se toma en consideración las crisis de la educación.

Ahora bien, comprendiendo tal situación problemática del demos (la ciudadanía) en la economía informacional y global, siguiendo a Sartori, es razonable pensar que “el que apela y promueve un “demos” que se autogobierne es un estafador sin escrúpulos, o un simple irresponsable, un increíble inconsciente”. Frente a tal acusación los únicos que no aceptarían tal juicio serían los políticos que defienden y apuestan por el sistema democrático, ya sea por un interés particular o por una vehemente fe. Pero como todo escrito laico que se sustenta en la razón se encuentra al margen de la fe y de las buenas intenciones, las interrogantes son pertinentes para todo entendimiento.

En el Perú actualmente el problema político por antonomasia es el de la vida democrática. ¿Si la decadencia figurativa del hombre contemporáneo es el homo videns y su presencia es inevitable en el ejercicio político, es posible postular que la democracia es preferible aún como sistema de gobierno?, O ¿quienes baladronean por tal imperativo, son los preclaros representantes del homo videns en el Perú?

El ejercicio político de la democracia en el Perú, comprendiendo por ello la participación del “demos” mediante la representación del voto universal, es un hecho reciente, data de hace apenas unos 26 años. De ahí, que algunos personajes, sobre todo políticos, intenten justificar su vehemencia con juicios como: “la democracia en el Perú es aún joven”, “el Perú carece de una educación política” y “la democracia no se consolida porque no hay una nación”. Estos juicios sincopan tres construcciones sobre la vida social, como son: la naturalización, la racionalización y la trascendencia de la vida social. Cuando se apela a la juventud de la democracia, aunque sea metafóricamente, se concibe el ejercicio político como un acto natural, análogo al desempeñado al interior de un organismo vivo, en donde todas sus partes reaccionan en función del todo, cuyo desarrollo es interno y esta exento de toda voluntad. Por tal motivo, sólo es cuestión de tiempo para que se desarrolle íntegramente el cuerpo social mediante su vida política __en este caso mediante la democracia__ en la que cada ciudadano sea responsable, como una célula social, de sus deberes y derechos por ser de justicia. Así se legitima y naturaliza todo acto político en función de un cuerpo jurídico que se concibe por encima de la sociedad: una defensa férrea del staus quo, éste es el juicio que enuncia todo conservador.

Con respecto a la apelación a la educación política, ésta intenta construir la vida social mediante la razón, sin considerar que el problema de la educación en el Perú responde a la negación de la democracia representativa, porque mediante la educación se comprende que la racionalización de la vida social corresponde a una cuestión de poder. Y que la posibilidad de toda ciudadanía pasa por el acceso a la letra impresa, la cual es restringida, desde donde se cuestionará o legitimará al poder que se asienta sobre la democracia representativa. Por último, aquellos que consideran que la democracia no se consolida por la inexistencia de una nación, es porque consideran que la vida social tiene algo de trascendental, que no se agota en la inmediatez de una sola generación, sino que el excedente de lo real que lo conforman tradiciones, tiene gran significación mas allá de los fenómenos contradictorios. Por ello, si se construye una nación peruana, y se reconoce un “nosotros”, apelando a la historia, la ciudadanía ejercería su vida política en función del interés nacional.

Estas construcciones de lo social, no invalidan la motivación de percibir los fenómenos sociales bajo determinaciones sociales, por el contrario enfatizan un problema bajo tal o cual retícula e interés. Pero como lo que se trata es de explicar la vida social, al margen de las buenas intenciones, la democracia en el Perú, contiene un mayor agravante en su composición.

Si uno considera la distinción cultural que realiza Castells y Sartori, con respecto a la comunicación, se puede comprender que el derrotero del Perú es muy diferente a la cultura alfabética. Por un lado, existe una gran tradición que se remonta a la época prehispánica, una cultura ágrafa no sólo audio-visual, sino ante todo sustentada en la oralidad, tradición oral o historia hablada: “un sonido sin imagen” (Macera); por otro lado, este momento histórico, desde luego es modificado por la presencia de una cultura alfabética que en su condición de vencedor, tras un hecho político y militar, inaugura un espacio cerrado en donde la cultura alfabética cobra una institucionalidad a través de la letra impresa. Pero como la vida política, en los inicios de la república, urge la imperiosa necesidad de un “demos”; este demos se apertura recién en los inicios de 1980. Y lo hace tras una serie de dificultades: una tradición autoritaria, los mecanismos de exclusión del poder, con un colapso en la educación pública, aunado a las crisis económicas y la insurgencia política; y como detalle, desde hace una década atrás (1970), con la aparición masiva de la televisión.

Así la composición del “demos” en las ciudades del Perú, como el resultado de las grandes migraciones del campo a las ciudades más importantes de la costa, se asienta numéricamente en ciudadanos que no han compartido la tradición alfabética, por las relaciones de poder que ejercía el fenecido Estado oligárquico. Por ello, su proceso de individuación esta fuertemente influido por la televisión, y no por las letras, a la par que mantienen, con diversas modificaciones, las tradiciones de la “historia hablada”. El resultado en el plano social, una construcción de comunidad nacional por la televisión (Dammert); y en el plano político, sumado a la pobreza como un instrumento de dominio, las alarmantes consecuencias de la democracia representativa, a saber, la manipulación de la ciudadanía, a través de la imagen televisiva por los nuevos regímenes de poder elegidos por el voto universal; y, la legitimación de los conflictos sociales como un proceso natural.

La vida política que construye el homo videns desde luego refuerza toda forma de dominación social, mas aún, acentúa la medianía en toda organización social. Por ello, si se toma en consideración tales observaciones, se debe observar todo delirio democrático para no caer en la estafa social. Y si hay alguien que considera pertinente aún otras formas de organización social, debe reparar en la condición social del “demos” en el Perú, de lo contrario será un vocero del homo videns, soslayando la seriedad por la diversión, que no es mas que el mecanismo empleado actualmente para llegar al poder de modo democrático.






Juan Archi Orihuela
Lunes, 11 de octubre de 2010.