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jueves, 21 de mayo de 2015

“Todas las sangres” como discurso ideológico



La novela Todas las Sangres (1964) de José María Arguedas es una de esas novelas que ha alcanzado más resonancia por la mención de su título que por la lectura de su contenido. Tal hecho responde en parte a la sobrevaloración que ha alcanzado su autor y que en sentido estricto no tiene nada que ver con las letras, sino con la empatía que genera su vida doliente y desventurada, representada y rememorada siempre como si fuera el compendio de la vida doliente y trágica del hombre andino. Empero, Arguedas siempre fue  un misti [1]. Ideológicamente éste misti ha sido resignificado y presentado como una suerte de redentor cultural, por quienes vienen reproduciendo insistentemente el paternalismo por otros medios.      

Pero ¿qué es “todas las sangres”? como novela es un relato sobre la descomposición del latifundio andino, presentado como una gran tragedia. En esta tragedia andina, el capital (como mecanismo local y universal) y el movimiento campesino (como descontento espontáneo y local) se recrean a través de una serie de voces contrapuestas. Por su naturaleza, el poder del latifundio es recreado en función de las relaciones del trabajo servil y de una ideología de dominación que la sostiene. Asimismo, la concepción mágica y señorial del mundo semifeudal, presente a lo largo del relato,  convierte la fatalidad que caracteriza a la vida de los personajes en una esperanza incierta. Y ¿qué sentido adquiere la figuración de “todas las sangres” en la novela? Simplemente como un referente orgánico y volitivo que permite vincular la extracción de clase (o de casta) de los diversos personajes de la novela  a  un todo continuo y palpitante, plagada por una serie de contradicciones explícitas o tácitas. 

La sangre o las sangres en un mundo feudal o semifeudal es lo que permite la reclasificación social de los sujetos como voces colectivas (un pueblo), cuya concreción es determinada en función de una estructura de poder colonial. En la novela la estructura del poder semi-feudal es cuestionada desde su inicio. A largo del relato, el cuestionamiento a esa estructura de poder se focaliza y personifica, no obstante esa voz disidente que la cuestiona (la de Demetrio Rendón Wilka) termina por legitimarla.

Para muchos Todas las Sangres es, además de una gran novela, un manifiesto insistente contra la injusticia que emana del mundo semifeudal. Al respecto, un historiador como Alberto Flores Galindo, consideraba que en ésta novela Arguedas recrea su apuesta por la revolución social. En las antípodas de esta percepción y valoración positiva, la doxa de Mario Vargas Llosa acentúa la idea de que el esquema marxista de la lucha de clases orienta y articula la estructura de ésta novela; y, por ende, pierde su calidad literaria en comparación de sus anteriores relatos. A pesar de tales juicios contrapuestos por su valoración, lo cierto es que la novela se aleja de la redención cultural, ideológicamente concebida como democrática, y se acerca a la idea de la confrontación para mantener el orden de dominación del latifundio. Al respecto, el final de la novela es aleccionador y tan diáfano, antes de inmolarse el protagonista (Rendón Wilka) anima y ordena que el común (los campesinos serviles de la hacienda) se arrodille ante el nuevo misti (el hijo recién nacido de Don Bruno Aragón de Peralta) para conservar la hacienda como corresponde a su legítimo heredero.   Así el héroe de la novela termina abogando  por el mantenimiento del orden semifeudal, cuyo restablecimiento no debe oponer resistencia del común porque las fuerzas del cambio son fuerzas telúricas (no humanas), tal como se recrea al final de la novela.  

Pero si la novela tiene una orientación ideológica patente por su contenido ¿cuál es la ideología de todas las sangres como discurso fuera de la novela?  La ideología de todas las sangres que insistentemente se reproduce es la ideología de la diversidad cultural concebida como un hecho redentor.    

La redención cultural que animan y reproducen muchos de aquellos ideólogos de “todas las sangres” es el resultado de una serie de exégesis sobre lo andino y lo popular que se encuentra presente en la narrativa de J.M. Arguedas. Muchas de esas ideas parten de un hecho, a saber, la migración del campo a la ciudad. Puntualmente, la idea-fuerza que se ha elaborado al respecto es la siguiente: el Perú es un país de todas las sangres. Ideológicamente, si el Perú es de Todas las sangres, el Perú tiene todas las identidades (culturales).

Frecuentemente, el tema de las identidades llama mucho la atención a cierto pequeño sector intelectual carente de ella. Este sector intelectual insistentemente apela a reflexiones,  muchas de ellas trilladas y llena de lugares comunes, sobre la  identidad y la pertenencia local del llamado Otro para compaginar sus deseos y temores frente a lo nacional (el Perú). Tal propensión siempre tiende a exhalar un tufillo mistificante cuando se trata de pergeñar algunas ideas sobre la cultura popular. La retórica que reproducen siempre oscila entre la pose panglossiana y una visión fatalista de la historia del Perú. Asimismo, en ellos es común encontrar ese afán exagerado por sintonizar con el ideal progresista. “No hay país más diverso”, “el Perú como una patria antigua”, sigo siendo” y demás frases sueltas de Arguedas, cuando son enfatizadas por ellos, ya sea mediante la escritura o en los discursos de salón, cumplen la misma función que las frases tributarias de un texto de autoayuda. Incluso desde la antropología, uno de aquellos se animó a proponer el “paradigma arguediano en antropología”.

Lo que caracteriza a esta ideología de la diversidad cultural no es sólo su retórica exagerada sobre lo popular y lo tradicional (imaginado también como lo no-occidental) sino su intención redentora. Tan similar a los deseos de un personaje de ficción arguediano, a saber, Bruno Aragón de Peralta. Por eso quienes reproducen esa ideología, que se asemeja a la actitud de un misti redentor como lo fue el mismo Arguedas, pretenden idealmente mantener los rezagos del mundo semifeudal, recreándolos como parte de lo tradicional o lo cultural. La  diversidad de las culturas en el Perú, para tal orientación ideológica se encuentra bullente, hirviente (tal como lo mistificó en su momento también Arguedas). Así, los hombres y las mujeres que hacen posible esa diversidad cultural (focalizado principalmente en el mundo popular) serían actores que se caracterizan por  resignificar constantemente sus identidades (identidades múltiples). Esta visión literaria es la expresión ideológica de cierto sector intelectual liberal que en el fondo no escatima su añoranza por la vida semifeudal, “aquellos tiempos del abuelo y la hacienda en que las diferencias eran claras, mientras que ahora son ellos (el Otro) quienes cambian, resignifican sus identidades”.

En el Perú, la otredad no sólo es el discurso ideológico que pretende una hermenéutica del sujeto, como en determinados espacios intelectuales se piensa y se enseña, sino también es un discurso que tiende a mistificar la vida social del mundo contemporáneo, correspondiente a una estructura de clases (como es el mundo moderno), a partir de una añoranza semifeudal o colonial sobre la cultura. La ideología de todas las sangres, tal como se reproduce actualmente, es tributaria de ella. Socialmente, Todas las sangres es la añoranza retórica de los nuevos mistis o de aquellos que quieren ser mistis en el Perú.



Juan Archi Orihuela
Lima, 21 de mayo del 2015.

P.S.

Sobre la figura de José María Arguedas: Pulse Aquí
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[1] El misti o los mistis en el Perú fueron aquellos sujetos "blancos" que política y económicamente formaron parte de la clase dominante en la vida rural de los Andes hasta la Reforma Agraria de 1969. Tal calificativo formaba parte de la clasificación cultural y política de las relaciones semifeudales en el Perú. La relación conflictiva entre mistis e indios se encuentra también presente en la narrativa de J. M. Arguedas.