Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
Correo del blog: lomaterialyloideal@hotmail.com

sábado, 27 de agosto de 2011

Te recuerdo Amanda o la sensibilidad por el mundo



“El artista tiene en sus manos la responsabilidad de su talento, pero también la responsabilidad de ser vehículo de información para la gran mayoría de los jóvenes y para el pueblo que está, o que todavía sigue, alienado o enajenado por el colonialismo cultural. Hay que ayudarlo a comprender, a dignificarse y finalmente a liberarse”.
(Víctor Jara. "Soy un cantor popular”)


Hace muchos años hubo un movimiento musical llamado la “Nueva Canción”, muchos de sus intérpretes se caracterizaron, entre otros rasgos, por asumir como parte de su vida aquello que con tanto entusiasmo cantaban. Muchas de aquellas canciones correspondían, límpidamente, al ideario de la izquierda latinoamericana que intentaba conectar la reproducción de la vida cotidiana al llamado “optimismo del ideal” (la lucha por la construcción de una nueva sociedad). Aquel “optimismo del ideal” no desconoce (y nunca desconoció) al “pesimismo de la realidad”, por el contrario la ilusión de todas aquellas ideas se sustenta en la materialidad de aquel “pesimismo de la realidad”.

Según Silvio Rodríguez las canciones deben ser siempre sinceras. En estos tiempos del libre mercado en el que la sinceridad no es una mercancía negociable resulta muy difícil encontrar canciones tan sinceras. Hay muchas canciones de la Nueva Canción que han sido sinceras, demasiado sinceras, porque se pensaba en la posibilidad que tenía la música (y las canciones) para construir una comunidad o una nueva sociedad. En consonancia con tal idea, hay un vieja canción llamada Te recuerdo Amanda (1968) de Víctor Jara que muestra la sinceridad a flor de piel, pero sobre todo enfatiza de manera sutil el recuerdo de los que lucharon (y luchan) por tales ideales. Como tales ideales se encuentran estrechamente vinculados a la sensibilidad, la canción en mención expresa la historia de amor de una pareja de obreros que en cinco minutos muestran que se puede ser feliz, y, a su vez, en cinco minutos se puede también morir (“la vida es eterna en cinco minutos”). Al final de la canción, Manuel (la pareja de Amanda) muere, así como muchos obreros que son como él, aquellos obreros que luchaban (en la sierra) porque querían un nuevo Chile, es decir, una nueva sociedad. Por ello la vida figurada de Amanda, que puede pasar desapercibida porque es una simple obrera, nos recuerda que en cinco minutos se puede sentir aquello que los poetas llaman “toda la emoción del mundo”.
 
 

Lejos de toda intención panfletaria, muchas de las canciones que surgieron con la Nueva Canción intentaban sortear el divorcio entre la vida y la historia, y que por diversas razones aquellos significantes evidencian, por otros medios, aquella gran fragmentación contemporánea entre el arte y la vida social. Al respecto es muy común escuchar (a ciertos narcisos que vomita el mundo virtual) que canciones como Te recuerdo Amanda son sólo eso, canciones de amor y punto. Como si el amor y las canciones no tuvieran algún asidero o concreción en el mundo social, mundo social que es, entre otras esferas institucionales, tan político porque es tan humano.

Víctor Jara cantándole a los niños de los barrios populares de Chile. Imagen tomada de aquí: Pulse
 
Pero la idea de que las canciones deben ser “puras”, o creaciones de sujetos que se encuentran por encima (o al margen) de la vida social, tiene muchas veces como sujeto emisor a ciertos cantantes no tan “puros” (ideológicamente hablando) que pretender ser “puros” apelando a la impostura. Muchos de esos cantantes han hecho de las canciones simples medios joviales para obtener cierta fama incrementando la vanidad y el más burdo individualismo estético. Un buen ejemplo al respecto es lo que pasó hace unos meses en París, la cantante peruana Eva Ayllón, en un concierto y frente al público que coreaba la canción “el pueblo unido, jamás será vencido” (Y que a su vez es una histórica consigna) espetaba, con evidente fastidio y molestia, lo siguiente: “No, no, no, esas cosas no. Nosotros estamos haciendo canciones, nosotros somos artistas, no tenemos nada que ver con ideales, ni con nada. Somos artistas”.



Desde luego los artistas, así como cualquier sujeto, no se encuentran al margen de lo que pasa en el mundo contemporáneo, a pesar de que a muchos no les interese en lo más mínimo lo que suceda a su alrededor. Sin embargo cuando algunos de ellos pretenden cierta neutralidad frente al mundo, los hechos del mundo del cual son parte evidencian que son precisamente aquellos sujetos los que invierten el mundo con toda la intencionalidad del caso. La inversión del mundo no es acto reprobable per se, ni mucho menos responde a una intencionalidad cognoscitiva, sino a la constitución social de la sensibilidad.

La sensibilidad radica en el contacto con el mundo, al respecto hay una tesis muy atrevida de Hoffman, Wasson & Ruck, a saber, “el primer contacto del hombre con el mundo se dio a través de las drogas”. Glosando tal tesis, no es que los estudiosos de los misterios eleusinos enfaticen la institución del ritual como el hecho social total, sino que tal reconocimiento empírico indica que la mediación con el mundo tiende a objetivar el mundo a partir de cierta inversión. Es decir, las drogas (“naturales”, para usar un término que las identifique a partir de su naturaleza histórica y su condición para la reproducción social), como mediación, han acentuado la sensibilidad de los hombres frente al mundo. Mundo que siempre el hombre ha pretendido ordenar (entendido ese orden como aquella disposición que se ajuste a las necesidades humanas), ya sea mediante el lenguaje y el trabajo (significación y trasformación, respectivamente). El resultado de tal orden, en la dimensión práctica de las acciones se ha constituido a través de la delimitación de la universalidad de los campos institucionales, a saber, el parentesco, el ritual, la política y la economía. El detalle de aquella interrelación de los campos institucionales es que la figuración de las relaciones sociales siempre se ha objetivado como una relación inversa entre el mundo producido (muchas veces pensado, sentido y actuado) y el mundo natural (como lo dado). En tal relación inversa radica la sensibilidad, no de un sujeto abstracto (como lo puede formalizar la teoría del conocimiento), sino de un sujeto histórico en el mundo.

A partir de la constitución de la sensibilidad en el interior de los campos institucionales y como resultado de la producción del mundo, el arte se ha constituido como la expresión de la posibilidad que tiene el hombre frente al mundo que produce. De ahí que la intencionalidad de los artistas, más que sujetarse a ciertos imperativos, responden a la manera cómo se produce el mundo, muchas veces tan análoga a la función que cumplen las drogas, históricamente institucionalizadas. Asimismo, la lapidaria sentencia del joven Marx, a saber, “la religión es el opio del pueblo”, permite observar que la inversión del mundo a partir de la sensibilidad impide toda autoconciencia de los sujetos. Siendo la consecuencia inmediata de tal hecho la pérdida de la capacidad de objetivar al mundo, porque los sujetos se han convertido en meros objetos del mundo.

Si uno observa tal consecuencia invertida a partir de la intencionalidad del artista (que pretende ser neutral frente al mundo), lejos de la reprobación de las actitudes fachendosas y cínicas de muchos de ellos, podrá reconocer medianamente que es medular la fragmentación entre la vida y la historia para la producción del mundo. Más aún, si la vida se reduce a la producción del mundo como objeto (o crasamente como cosa), tal hecho no es producto de la objetivación de un homo economicus, sino más bien su consecuencia. Asimismo si la historia ya no posibilita la producción de un mundo, tal vez el recuerdo (que era una suerte de primera instancia para la generación de la historia) pueda ayudar a invertir el mundo ya invertido por la sensibilidad, a partir de la autoconciencia. La autoconciencia, lejos de toda abstracción reducida a la impresión cognoscitiva, es la expresión de cierta relación social en la medida que forma parte de los movimientos culturales que han pretendido producir “otro mundo posible”. Por ello, lejos de sobre dimensionar el gusto estético, canciones como Te recuerdo Amanda, además de ser socialmente nostálgica y epidérmicamente sensible (Los padres de Víctor Jara se llamaban Manuel y Amanda, personajes de la canción), permiten no sólo sentir el mundo como posibilidad, sino hacer el mundo, en sentido heideggeriano, como mundaneidad.






Juan Archi Orihuela
Sábado, 27 de agosto de 2011.
________

A modo de complemento, las diversas versiones de la canción Te recuerdo Amanda:

El peruano Daniel F (En la Universidad Nacional Mayor de San Marcos):



El cubano Silvio Rodriguez:



El chileno Jorge Gonzáles: