Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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sábado, 6 de agosto de 2011

La educación pública y el fantasma de la igualdad


 

“La educación pública es un deber de la sociedad para con sus ciudadanos. En vano se habría declarado que todos los hombres tienen los mismos derechos, en vano las leyes habrían respetado este primer principio de la justicia eterna, si la desigualdad en las facultades morales impidiera al mayor número gozar de estos derechos en toda su extensión”
[Condorcet. Cinco memorias sobre la instrucción pública]  

 

En la novela El mundo es ancho y ajeno (1941) de Ciro Alegría, se narra la silenciosa epopeya de un pueblo, la Comunidad de Rumi, frente al abuso de la hacienda; asimismo, ese abuso es racionalizado por los comuneros, quienes alentados por el viejo Rosendo Maqui hacen todo lo posible para construir una escuela. Tal esfuerzo evidencia no sólo un anhelo provinciano, sino la más diáfana relación de desigualdad social existente (en el Perú de aquel entonces y también en el de ahora), como muy bien lo expresa el mismo Rosendo Maqui:

“La verdá, ya tendremos escuela. Me habría gustado demorarme en llegar al mundo, ser chico aura y venir pa la escuela… (…) Es que nunca, nunquita hemos sabido nada (…) pero ellos sabrán [sus hijos, los niños campesinos]”.

Pero la educación pública no sólo ha sido una figuración literaria, propia del indigenismo peruano, sino ante todo ha sido una conquista universal del mundo moderno, históricamente es uno de los hechos imprescindibles para construir toda modernidad (política y culturalmente hablando).

Como todos saben el mundo moderno se diferencia diametralmente del mundo antiguo en función de las relaciones sociales y el desarrollo de las fuerzas productivas. Las fuerzas productivas en la modernidad se han desarrollado debido a los cambios producidos en las relaciones sociales (trabajo-capital), uno de aquellos cambios es la constitución de la ciudadanía en el espacio público. Tal hecho expresa una de los primeros derechos contemplados en la famosa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789): “Los hombres han nacido, y continúan siendo, libres e iguales en cuanto a sus derechos”. Pero para que tal derecho (a la libertad y a la igualdad jurídica) sea efectivo se necesita de una mediación universal y necesaria. Al respecto, uno de los ilustrados como el Marqués de Condorcet consideraba que la educación pública es aquella mediación para obtener la igualdad de los derechos ciudadanos, en sus Cinco memorias sobre la instrucción pública (1791) anotaba lo siguiente:

“Hay todavía otra desigualdad cuyo único remedio puede ser una instrucción general repartida uniformemente. Cuando la ley ha hecho iguales a todos los hombres, la única distinción que los divide en varias clases es la que nace de su educación (…)”.

Lo último, merece una observación, no sólo la educación es un indicador para establecer las diferencias de clases existentes en una sociedad, sino que también permite establecer la igualdad jurídica cuando ésta se hace universal, es decir, cuando la educación se constituye en un derecho, derecho institucionalizado históricamente mediante la educación pública. Por ello la educación pública no persigue ningún beneficio pecuniario, sino la igualdad (política) para alcanzar el bienestar social (de todos). Al respecto Condorcet anotaba límpidamente lo siguiente:

“Esta igualdad de instrucción contribuiría a la perfección de las artes y no solamente destruiría la desigualdad que la situación económica establece entre los hombres que quieren dedicarse a ellas, sino que instruirá otro género de igualdad más general, la del bienestar”.

Aquella igualdad del bienestar, que al fin de cuentas se sustenta en la relación que uno establece con los demás, sólo sería posible en la medida que exista iguales condiciones de posibilidad para convivir.

Tales rasgos, el de la convivencia y la diferencia de clases, es una suerte de indicador de cuan lejos, o cerca, de la modernidad se encuentra un país. Hasta se puede formular hipotéticamente que el grado de desigualdad social puede ser medido a través de la privatización de la educación. Es decir, mientras más privatizada sea la educación (incremento de las instituciones educativas privadas) habrá mayores posibilidades de que aumente la desigualdad social. Si en un país la educación pública es un derecho adquirido por todos (expresado mediante la mayor cobertura posible a nivel nacional y de una calidad superior a la educación privada) es un indicador fiel de que esa sociedad se encuentra en vías de ser democratizada. Lo contrario indicaría que tan lejos se encuentra esa sociedad de la modernidad, ya que tendría que lidiar con los problemas de convivencia y los constantes conflictos generados por la lucha de clases (que al fin de cuantas responden a la desigualdad social).

Pero el reconocimiento de la educación pública, no sólo como una necesidad histórica, sino como un hecho universal, muchas veces tiende a ser olvidado o ignorado, ya sea por una visión liberal o una visión pragmática de la vida social, que a la larga ha generado una suerte de discriminación clasista tan soterrada que caracteriza a cierta ideología conservadora que linda con actitudes fascistoides. Y que en el fondo responde a un rechazo profundo a la idea moderna de la igualdad, figurado como una suerte de fantasma que acosa la vida de los que precisamente viven gracias a la desigualdad social.

Al respecto un diálogo entre un periodista argentino y un profesor universitario puede ayudar a entender tal idea. El hecho ocurrió en el año 2010 a raíz de la crisis de la educación pública argentina, específicamente docentes y alumnos de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) reclamaban un nuevo local institucional. Para efectos de tal demanda en la Av. Corrientes se produjo, como una de las tantas medidas de lucha, una clase en plena vía pública; hecho que fue sindicado por la prensa, con cierta sorna, como un “piquete”. El catedrático Santiago Gándara replicó tal calificativo informando, algo que los medios ya no suelen hacer, lo que realmente sucedía. Entonces el periodista, un tal Feinmann, responde lo siguiente:

“Yo le entiendo en algún punto profesor porque yo también fui alumno de la UBA de la Facultad de Derecho, durante seis años, y le puedo asegurar que yo también estuve en aulas que tenían divisorias de hurlo y quizás una ventana que estaba rota y en invierno hacia frío, con un olor a orín en todos los pasillos y así me la banqué: el tema es que había que ir a estudiar nada más… Por ahí las cosas cambian, ¿vio?"

Al instante el profesor replica:

“Pero sabe, las cosas no cambian si uno banca a las cosas, eso es importante que usted le diga a los televidentes… Si uno se banca a las cosas, las cosas siguen estando ahí. Un ejemplo familiar, si se está por caer el techo de la cocina y si yo le digo a mi familia: “bánquensela muchachos, bánquensela” (sopórtenlo), no, no. Lo que tenemos que hacer es algo, levantarnos. Primero tenemos que hacer que no nos caiga el techo porque es urgente, y en seguida tratar de buscar quién es el responsable… Ahora si el problema es que efectivamente había alguien que debía poner los fondos que son públicos y no los pone, el responsable debe entender ese problema… Ojo, ustedes están registrando una parte de toda esta lucha, ¿cuál es esa parte? Este corte, este corte fue precedido por una toma, esa toma fue precedida por movilizaciones, las movilizaciones fueron precedidas por clases públicas, esas clases públicas fueron precedidas por petitorios, ¿se entiende? hay toda una cadena de reclamos… los medios llegan para ver la última parte de la fotografía (...)"



Lo que llama la atención es aquella actitud (repudiable) del periodista y de cierta prensa (que defiende ante todo las libertades de la gran empresa), y que por desgracia es una actitud mayoritaria en Latinoamérica, además de desinformar, es cómo denosta tan sueltamente una medida de lucha (justa) por la educación pública, mediante la mofa, mediante la "criminalización de la protesta social" ("es un delito", espeta el periodista), pero sobretodo cómo muestra un desprecio tan cínico (egresado también de la UBA). Cinismo tan evidente cuando el periodista espeta: “el tema es que había que ir a estudiar nada más… Por ahí las cosas cambian, ¿vio?” En el fondo tal sujeto, así como muchos que criminalizan la protesta social, no quiere que las cosas cambien, por eso el mensaje de la desidia y el cinismo es tan claro e intencional. Asimismo ese empecinamiento por justificar el pretendido éxito personal (“así me la banqué”), que puede ser loable y subjetivamente gratificante, es tendenciosamente desproporcionado cuando se sabe que la desigualdad y las condiciones de posibilidad del problema general (la crisis de la educación pública) no tiene solución si uno no hace nada (“Por ahí las cosas cambian”). Por ello ese “no hacer nada” es el mensaje que impera actualmente a nivel institucional, dictado muchas veces por aquellos sujetos (y por aquellos medios de comunicación hegemónicos) que justifican una cierta posición social (status) para mantener la más clara desigualdad social.
 


Actualmente hay una campaña de desprestigio de los medios sobre el problema de la educación pública en Chile. En realidad no hay una educación pública como un derecho, ya que uno tiene que pagar, propiamente uno se endeuda, más aún, el caso es que ni siquiera todos pueden endeudarse. De ahí que el conflicto producido por las brechas sociales estalla periódicamente. Desde el gobierno de la “concertación” con Michelle Bachelet, la “rebelión de los pingüinos” mostró algo que en Latinoamérica se había olvidado, la capacidad de movilización de su juventud (propiamente eran adolescentes, muchachos entre 13 y 16 años). Ahora, en medio de un gobierno liberal, el problema se ha tornado medular para el futuro de Chile (y tal vez para el continente en su conjunto). Por lo menos una de sus consignas: “Hay razones para creer en una educación gratuita y de calidad”, recuerda, si es que uno hace cierta exégesis, aquello que Jürgen Habermas llamaba la “modernidad inconclusa”, a saber, “(…) en vez de dar por perdido el proyecto de la modernidad, deberíamos aprender de sus extravíos [equivocaciones] y de los errores de aquellos extravagantes programas que han intentado su superación”. Precisamente uno de esos “extravagantes programas” (económico y político) que ha intentado superarla ha sido el neoliberalismo que se ha asentado en Chile a raíz del golpe de Estado que dio Pinochet. Una de las medidas que sostiene tal modelo es la privatización de la educación pública. Las normas, en materia educativa, de aquella dictadura aún siguen vigentes. Frente a eso los estudiantes con sincera y firme convicción divulgan lo siguiente:

“Por cada declaración que da el ministro… amanecen 10 liceos tomados… Por cada unidad de fuerzas especiales… hay 10 mamás llevando pan y comida a las tomas… Mientras los medios muestran destrozos… la prensa internacional analiza el sistema educacional chileno… Por cada persona que dice “no es la forma”… 100,000 estudiantes repiten: ¡Sí, se puede!”



Lo último, “por cada persona que dice: “no es la forma”, hay cien mil estudiantes que repiten: ¡Si, se puede!”, evidencia que la igualdad no es ningún fantasma, ya que lo anima un espíritu tan juvenil y tan vital, que el desacato a lo “políticamente correcto” es al fin de cuentas lo “políticamente humano”, demasiado humano. Jóvenes demasiado comprometidos con la modernidad, comprometidos con Chile y con su pueblo (pueblo que en el pasado generó un gobierno popular mediante una constante organización popular). Al parecer en Latinoamérica las causas que aún sostienen a la modernidad no están perdidas porque aún son causas posibles.

 

 

 
Juan Archi Orihuela
Sábado, 06 de agosto de 2011.

 

Referencia Bibliográfica.

ALEGRIA, Ciro
1961    El mundo es ancho y ajeno [1941]. Editorial Diana, México DF.  

CONDORCET, Jean-Antoine-Nicolás de Caritat, (Marqués de)
2001    Cinco memorias sobre la instrucción pública y otros escritos [1791]. Morata, Madrid.  

HABERMAS, Jürgen
1993    “Modernidad, un proyecto incompleto” [1981], en: Nicolás Casullo (Comp.) El debate modernidad posmodernidad. Ediciones el Cielo por Asalto, Buenos Aires, pp. 131-144.