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martes, 8 de abril de 2014

La legitimación política como parte del orden


Históricamente los regímenes políticos mantienen y expresan un determinado orden social que constantemente se tiene que legitimar. El cuestionamiento al orden es parte también de la política y en la medida de la fuerza de su impacto, no sólo como discurso sino también como práctica política, permite que el orden se regule o incluso se transforme. La regulación y la transformación del orden forman parte de la dinámica de la política como un hecho social. En esa dinámica, los sujetos políticos cumplen un papel muy importante porque son precisamente ellos quienes orientan y pautan una serie de discursos que van a formar parte de la legitimación del orden; o, en su defecto, de su cuestionamiento. Entender la legitimación política del orden implica necesariamente conocer el cuestionamiento al orden.

Frecuentemente el cuestionamiento al orden en las sociedades modernas se genera porque su reproducción se asienta sobre poderes que vulneran o ponen en riesgo a ciertos sectores de la sociedad. No obstante, no todos aquellos que forman parte de este sector vulnerado cuestionan el orden, ya que tal cuestionamiento es gradual e incluso se encuentra disperso y fragmentado por todo el espacio público.  De acuerdo a la forma de organización y a la capacidad de movilización de aquellos sectores de la sociedad, se articulan discursos y animan prácticas para cuestionar al orden. Si tal hecho ocurre, en el espacio político gradualmente se reorientarán las correlaciones de fuerza que aún mantienen el orden. Esto no quiere decir que el orden político de buenas a primeras se modificará, sino que la tensión que anteriormente era tácita, ahora será explicita  y de sentido común en el interior del espacio político. Para que no ocurra un desbalance o alguna modificación abrupta que ponga en riesgo al orden, se legitimará constantemente el poder que sostiene al orden político. Tras esa dinámica de cuestionamiento y de legitimación se encuentran los sujetos políticos.

Todo cuestionamiento a un orden político es en principio un cuestionamiento moral. Por eso el orden cuestionado es valorado y sentido como un orden injusto. La consecuencia moral de tal cuestionamiento anima el deseo hacia un orden justo. Por eso los discursos que cuestionan el orden no pueden soslayar o dejar de insinuar alguna propuesta de cambio frente al orden valorado como injusto. El cuestionamiento al orden oscila frecuentemente entre el deseo utópico y la confrontación práctica. El deseo utópico anima la capacidad de imaginar una alternativa al orden injusto, mientras que la confrontación práctica anima la organización y la movilización en conjunto de todos aquellos que cuestionan al orden. Cuando la confrontación práctica adquiere fuerza y una mayor dimensión, el mecanismo frecuente para restablecer el orden es la contención mediante la fuerza que ejercen las Fuerzas Policiales o las Fuerzas Armadas como parte de los aparatos represivos del Estado. Pero la contención de la fuerza muchas veces no se encuentra exenta de abusos y excesos, y que en vez de contener el descontento lo animan. Para evitar que el descontento se generalice ciertos sujetos políticos que defienden el orden tienden a minimizar los daños y los excesos e incluso proceden a descalificar constantemente a quienes cuestionen el orden. Tal reacción forma parte de la legitimación del régimen.

A partir del constante cuestionamiento al orden, su legitimación adquiere una necesidad en función del poder. Es decir, todo poder necesariamente tiene que ser legitimado. La legitimación del poder forma parte de la tensión de la política. Pero la legitimación del poder al que me refiero es aquel poder político que se reproduce en el mundo contemporáneo y tal como acaece se asienta en regímenes democráticos y no-democráticos.

La legitimación de los regimenes políticos es un fenómeno que tiene que ver con la constitución del poder del Estado y la forma gubernamental. Como la democracia pretende ser la forma gubernamental hegemónica en el mundo cabe observar su legitimación.

El poder del Estado en los regímenes democráticos se ejerce mediante la división de poderes, a saber, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, como un mecanismo para alcanzar un equilibrio en el ejercicio del poder estatal; los dos primeros, se renuevan mediante elecciones universales; mientras que el tercero, goza de autonomía para impartir la ley. Todo ejercicio del poder del Estado moderno tiene que ser legítimo, la legitimidad la adquiere mediante su forma gubernamental. Toda democracia, como una forma gubernamental, adquiere su legitimidad mediante el sufragio universal, es decir, los gobernantes son elegidos por la mayoría de los ciudadanos en elecciones libres. Así los gobiernos democráticos son legítimos o no. Sin embargo, la legitimidad del gobierno no asegura la legitimidad de todo el orden político que se asienta en el Estado, porque los gobiernos son transitorios; y más aún, si consideramos que toda legitimación responde en el fondo a toda forma de cuestionamiento sobre el orden que representa el gobierno, la legitimación será una constante a partir del Estado. Por eso constantemente el poder del Estado tiene que legitimarse mediante una serie de mecanismos que tienen que ver con su constitución ideal y material.

El poder del Estado en las sociedades modernas se sustenta en dos relaciones materiales e ideales, a saber, la fuerza y el consentimiento. La fuerza comprende el ejercicio de la violencia que se encuentra monopolizado por el Estado para mantener el orden; la fuerza se asienta en las instituciones militares y en las instituciones policiales como parte de la estructura del Estado, cumpliendo una eminente función represiva. Mientras que el consentimiento es la expresión de una estructura ideológica que posibilita asentir el orden como un hecho natural y sobretodo incuestionable. El consentimiento es el resultado de los aparatos ideológicos del Estado; en su estructura, comprende todas aquellas instituciones y sistemas de la sociedad (como las instituciones religiosas, educativas, familiares; el sistema jurídico; el sistema político; la prensa y los circuitos culturales) que reproducen el discurso del poder legítimo del Estado, y por eso cumple una clara función ideológica. Pero, a su vez, el consentimiento del poder no es algo que viene de fuera de la sociedad, sino que se encuentra dentro de la sociedad porque se reproduce en todas las instituciones sociales que comprenden el orden social. De ahí que resulta muy difícil cuestionar el orden y sobretodo reproducir una práctica y un discurso que cuestione el orden; ya que una cosa es cuestionar el orden, mediante el discurso y la acción colectiva, y otra muy distinta es oponerse eventualmente al orden de manera individual. Es frecuente oponerse al orden sin que se le cuestione, porque esa oposición aún no deja de reconocer la legitimidad del orden. Cuando se desconoce la legitimidad del orden, la oposición eventual que se tiene frente al poder deja de ser individual y se vuelve un cuestionamiento colectivo y práctico. Ese cuestionamiento se da en el espacio público y es el que pone en tensión al espacio político. 

En función de la estructura del Estado, la legitimación de los regímenes políticos es un hecho ideológico. Es un hecho ideológico porque aceptamos y reproducimos una serie de “ideas-fuerza” que nos resultan siendo incuestionables. La reproducción de esas “ideas-fuerza” (entre las que se encuentra la idea de la “patria”, de la “democracia”, del “desarrollo”, de la “historia”, de la “tradición” y de demás) sólo tiene sentido y función cuando se defiende el orden que se pretende legitimar. Los regímenes políticos desde su instauración y su cese se encuentran constantemente escenificando el poder en el espacio público. Por eso todo régimen político en su estructura gubernamental comprende una serie de usos simbólicos que los identifica y anima la celebración de fechas conmemorativas para hacer sentir su presencia. Entre los usos simbólicos que caracterizan a los regimenes políticos se encuentran todas aquellas imágenes que animan los políticos gubernamentales, así como el uso frecuente de los colores del partido de gobierno en casi todos los eventos públicos que auspicia el gobierno (Hecho frecuente en nuestro medio político).

Luego de los procesos electorales se inicia un nuevo régimen, es decir, un nuevo gobierno.  El régimen político que nace de las urnas comprende dos bloques políticos, a saber, una fuerza política oficialista que legitimará necesariamente el orden; y una oposición, que cumplirá con fiscalizar al nuevo régimen y, a su vez, capitalizará el descontento sin poner en riesgo el orden. En los espacios políticos hay políticos que reproducen discursos sobre el orden y mantienen ciertas imágenes que los identifican (conservadores y moderados), no obstante, no son ellos precisamente quienes legitiman al régimen, sino sobretodo el sector oficialista. El sector oficialista es el que frecuentemente  minimiza los cuestionamientos cuando se vuelven conflictos sociales; asimismo son ellos quienes tienden a justificar los excesos del gobierno o quienes se hacen de la vista corta frente a los actos de corrupción. Por su parte la oposición, de acuerdo a la correlación de fuerzas, es decir, si encuentra o no réditos políticos, se sumará a la legitimación del nuevo régimen. Pero como en esos bloques políticos los sujetos políticos proceden de distintas filiaciones políticas, a excepción de los oficialistas, la legitimación surge como producto de un cruce de percepciones y sobre todo de motivaciones, frente al orden. Entre las percepciones se encuentra la estabilidad social y la amenaza al orden; y entre las motivaciones se encuentran la permanencia en la política.

La percepción sobre la estabilidad social es producto de los cambios o la continuidad que el nuevo régimen impulsa o mantiene. Es frecuente que se perciba la estabilidad social como el buen funcionamiento de la política económica que dicta el gobierno de turno. Por eso la política económica es muy importante al respecto, ya que muchas de las tensiones políticas se deben a la orientación que puede tomar la conducción de la misma. Asimismo cabe observar que la estabilidad social se encuentra asociada a la suspensión o a la invisibilización de los problemas que hacen posible el cuestionamiento al orden. Esto no quiere decir que aquella percepción sea una percepción equivocada de la realidad, sino que como forma parte del hecho ideológico tiene un fin práctico, a saber, legitimar; por eso se tiende a minimizar o acentuar uno de sus aspectos que permita la justificación del régimen. Tras esta percepción se encuentra la idealización del orden como parte fundamental de la política. La política percibida como algo estable y duradero permite que el poder sea legitimado mediante la reproducción de una estabilidad procedente de una percepción macro. 

La percepción de una amenaza al orden surge a partir del conflicto que anima todo cuestionamiento político frente al orden. Las movilizaciones sociales de cierto sector de la población que reclama derechos y denuncia los abusos del poder, así como la confrontación directa que genera el conflicto (como parte de la lucha de clases), alarma a quienes defienden el orden que sostiene al nuevo régimen. La amenaza al orden tiende a polarizar el escenario político; y, a su vez hace que los sujetos políticos tomen partido frente al orden, ya sea de manera explicita o implícita.  La amenaza al orden puede ser una situación coyuntural, así como algo permanente que encuentra su equilibrio cuando se llegan a acuerdos entre las partes en conflicto. Asimismo frente a la amenaza al orden es frecuente que los políticos tiendan a apelar insistentemente a ciertas ideas-fuerza que el Estado reproduce a través de sus aparatos ideológicos, a saber, “la unidad nacional”, “la nación” y demás; y, en función del régimen democrático,  se tiende a apelar a discursos que legitiman a la democracia, a saber, “la defensa de la institucionalidad”, "el estado de derecho", "la ciudadanía", el “diálogo”, el “consenso” y demás. 

Por otro lado, lo que motiva a muchos políticos a legitimar el orden es la permanencia en la política. Muchos políticos aspiran a mantener su permanencia en la escena política y en función de ella se perciben como candidatos en potencia. Si bien es cierto que en las campañas electorales los políticos se exponen con mayor frecuencia en el espacio público, en lo que va del periodo gubernamental harán lo posible para exponerse, aunque no todos lo logren, frente a las cámaras. Por eso son frecuentes las declaraciones que los políticos insistentemente brindan a los diversos medios de comunicación sobre cualquier tema.  El  ganar algunos réditos en cuanto a imagen y representación será la motivación más recurrente. En la escena política, tal actitud refuerza la idea de que los políticos no hacen nada desinteresadamente, sino siempre de manera intencional y calculada. La percepción del cálculo político y la intencionalidad de las acciones políticas al ser expuestas a través de los medios de comunicación masiva, se convierte en una prolongación de la legitimación del orden. Con tal hecho el círculo de la legitimación política se cierra.

 

 
 
Juan Archi Orihuela
Lima, martes 08 de abril del 2014.