Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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domingo, 1 de enero de 2012

Parágrafos (II): Antropología y demás

1. Acerca del problema del desarrollo. Para muchos, así como para Arturo Escobar, el problema del desarrollo es discursivo, y alude a una serie de representaciones “tendenciosas” como producto de la oposición entre las formas de vida (que explícitamente alude a las condiciones materiales) de Europa y las de los países de América Latina y el África (muchas veces caracterizadas por la precariedad de la existencia). Asimismo tal discurso “crítico” se sostiene en función de una tríada, a saber, un marco teórico complejo, la etnografía y el compromiso político. Tales postulaciones reproducen tópicos ya demarcados oficiosamente, como la modernidad, la globalización, la identidad y demás; o se insiste aún en una etnografía que analice las relaciones humanas como si fuesen las relaciones esquemáticas del mundo burgués, que se sustenta ante todo en la llamada “elección racional”, (“negociaciones”); o, en su defecto, el compromiso político de muchos antropólogos “críticos” del desarrollo se reduce a un imperativo ético que a lo más es un apoyo moral o en la participación, jugosamente financiada, para el desarrollo. Si tales prescripciones del postestructuralismo resultan acicates para los antropólogos del tercer mundo, desde luego que resulta tentador reproducir tal discurso si uno quiere aparentar cierta criticidad.

2. El paradigma andinista. Las consecuencias del paradigma andinista llevan a una confusión sobre los fenómenos sociales y aparta a los antropólogos del ejercicio profano de su disciplina. En parte cuando se hipostasia a la cultura en función de su reproducción particular, se confunde lo que se desea con lo que acaece, de modo contradictorio, en la vida social. Más aún, si uno observa el cariz de “des-adaptación” de los antropólogos, del que hacía mención Levi-Strauss, el problema del conocimiento en antropología no se reduce al hic et nuc o, en su defecto, aún “cuesta” concebir a la antropología como parte de la ciencia moderna, es decir, como un instrumento (una suerte de novum organum). Al respecto resulta tentador responder a una interrogante hecha por Deborah Poole en un articulo sobre el fenómeno del Qoyllur Rit´i, a saber: “La pregunta más común con que el pueblo andino confronta a sus antropólogos (una que yo personalmente no he podido contestar), es la de ‘¿por qué vienes aquí a sufrir con nosotros?’”. Lo que Poole no puede responder públicamente resulta tácito en la vida prosaica de todo antropólogo, que al fin de cuentas es la forma como se estructura la vida humana bajo las condiciones contractuales de la mercancía, a saber: “Las poblaciones andinas son un objeto de estudio, un medio para la disertación, para una tesis, o el sustento para financiar la investigación del antropólogo”. Pero para no caer en cierto cinismo artero, uno debe identificar el interés que lo anima a investigar, para así reclamar cierta autenticidad, ya sean por intereses prácticos, técnicos o emancipatorios. Lo último es el giro copernicano que le hace falta a la antropología.

3. Acerca del postdesarrollo. El postdesarrollo es tributario de una suerte de semiótica cultural que ha sido animado por cierta ideología democrática humanista, y que empecinadamente insiste aún en la resignificación de las acciones con sentido. Lo cual posibilita la apertura de ciertos pseudoproblemas, muchos de ellos retóricos, como la “identidad cultural” y la “resistencia cultural”, que se han convertido en temas de debates y análisis en muchos encuentros antropológicos.

4. El cinismo de los intelectuales. Karl Mannheim consideraba que la situación social del intelectual, antes de la instauración del nazismo en Alemania, era su reconocimiento como grupo social intersticial, a modo de un conglomerado, entre la burguesía y el proletariado. Esta situación prefiguró ese imperativo ético de la posición de clase y del cuestionamiento de su identidad en el entramado social de la Europa de aquel entonces. Al reconocer que no tenían intereses comunes, muchos de los intelectuales, al decir de Manheim, intentaron “fundirse en el movimiento de la clase trabajadora o llegar a ser los mosqueteros de la libertad de empresa, para descubrir tan solo que habían perdido más, por ese medio, que lo que esperaban ganar.” ¿Y qué esperaban ganar? La conciencia de sí mismos, el “autocomprenderse” mediante la crítica de sí mismos y de todos los otros grupos, porque ésta actitud residual que genera el ejercicio de la crítica es su más caro imperativo moral. Actualmente la disyuntiva intersticial de entonces ha dejado de tener significación, porque el contexto mundial ha cambiado. Con la caída del llamado mundo socialista y el triunfo hegemónico de los regímenes de la democracia liberal, la vida social se ha modificado tanto que, según Gilles Lipovetsky, se caracteriza por el “vacío”, vacío en el que la respuesta cultural reemplaza a la respuesta política. Bajo tal situación contemporánea uno puede barruntar por qué se legitima tanto el cinismo de muchos intelectuales.

5. Demarcación cultural. Hay una sentencia muy conocida de Tales de Mileto: “De estas tres cosas soy grato al destino: en primer lugar, de haber nacido hombre y no animal; en segundo lugar, el de haber nacido hombre y no mujer, y en tercer lugar, de haber nacido griego y no bárbaro”. Con tal sentencia Tales de Mileto, expresó la concepción de un mundo, a saber el mundo griego en la antigüedad. Tal concepción para algunos antropólogos puede ser calificada de etnocentrismo. Asimismo cuando el gran Aristóteles mencionaba que “la mujer es un hombre incompleto”, lejos de toda anécdota trivial, tal observación es calificada por algunos antropólogos, sobretodo por aquellos que animan la política de género, como una evidencia del “poder patriarcal” (como si hubiera existido algo así como un “poder matriarcal”). Lo que los antropólogos deben reparar en ambos casos es en la reproducción del espacio político para así pasar de la doxa al logos. Además, a pesar de toda ojeriza y queja subjetiva, las sentencias de Tales y Aristóteles mantienen aún cierta consistencia porque posibilitan la universalidad de la cultura.

6. El Tercer mundo. La “inferioridad” del tercer mundo es un hecho antropológico en la medida que la humanidad (políticamente universal) resultó siendo inhumana (culturalmente universal). Eso es lo que teóricamente se llama diferenciar entre el “contenido de las dimensiones intencionales y no intencionales de la práctica social”.

7. La nación y la ucronía. La nación es un hecho cultural que anima no sólo deseos de universalizar la vida de los demás, sino una gran respuesta cultural contra las ucronías. En parte la imagen que uno se hace de la nación es la prolongación de una ucronía personal.

8. Acerca del eros y la política. El Eros político es el resultado de la instauración de la monogamia, a través, de la mediación de la razón, en función del espacio público. Por ello Eros, como construcción social, ha sido separado de la institución familiar. Más aún, Eros se escinde de lo reproductivo para integrar una nueva forma de poder humano al perder todo poder humano. A pesar de ello no faltan muchos que reclaman a Eros un poder que no tiene. Ante lo cual cabe interrogarse: ¿y si Eros se volvió mercancía? La respuesta sostiene en parte lo que Marvin Harris llamó “el retorno de las brujas”. Todas esas tendencias contraculturales, tan legitimadas para conservar el orden social, evidencian que la desesperación que muchos sienten ante la vida social no son más que las consecuencias del fetichismo de la mercancía.

9. Ideologías. Las ideologías políticas ocupan, hasta cierto punto, el papel que cumplían los mitos en el mundo antiguo (el precapitalismo), a saber, permiten la posibilidad de ordenar el mundo contemporáneo. Si las ideologías políticas ya no animan la vida social, ni muchos menos ordenan el mundo, el “desencantamiento del mundo” __en sentido nada weberiano__ sería la característica principal del lebenswelt (mundo de vida) que muchos defienden sin saber por qué.

10. ¿Qué hacen los antropólogos?. Diferenciar el orden vivido del orden concebido (estructuralmente hablando) permite demarcar la investigación en función de los fenómenos pretendidamente culturales. Más aún la inmanencia de la particularidad de los fenómenos no debe ser confundido con la materialidad de su reproducción; y, a la inversa, la trascendencia de la universalidad de los fenómenos no debe ser confundida con la idealidad de su reproducción. Por ello cabe volver, y replantear, a la llamada descripción densa dada por Clifford Geertz para entender lo que uno hace en antropología.


Juan Archi Orihuela
01 de enero del 2012