Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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domingo, 3 de julio de 2011

Cuando la angustia corroe el alma


La angustia es aquella desazón que uno siente cuando sabe que todo está perdido. Muchas veces la angustia hace de la existencia una veleidad o en algunos casos hace que la vida se lleve en la punta de los dedos. Cuando uno se angustia sabe muy bien que la incertidumbre que se siente no es más que aquel empecinamiento por no aceptar que lo que se desea es imposible. La angustia también puede petrificar el ánimo rebosante y jubiloso en un instante inesperado o ya barruntado. Figurativamente la angustia es el eterno retorno de la agonía. En algunos casos tal agonía, en su acepción de lucha, se hace vehemente cuando todo está perdido.

La angustia de Raskolnikov
“Cuando todo está perdido”, lejos de ser una simple frase lúdica, refiere el anuncio de la finitud de la existencia. Al respecto hay un caso muy recurrente, cuando uno se entera que le quedan unos pocos meses de vida, lejos de caer en la desazón inmediata o en la convalecencia estéril, metafóricamente se inyecta un ánimo tan fuerte que posibilita que uno se diga así mismo “la muerte aún puede esperar”. O, de manera tácita, aquella sobrevaloración acerca de la vida de uno mismo encierra en el fondo la más pura y pesada angustia que nunca antes se sintió. Pero esa angustia no es una angustia ocasional y pasajera, como muchas veces suele ocurrir, sino más bien es una angustia permanente, tan opresiva y resentida a la vez. Aquel resentimiento es una suerte de búmeran que vuelve a uno mismo cuando se lo lanza hacia los demás, pero no por lo que se ha hecho (o le hicieron a uno), sino por lo que no se pudo hacer.

Pero la angustia no sólo surge ante una situación límite (la muerte), sino que también acompaña a cierta actividad reflexiva que anima la escritura. La premura por escribir acerca de uno mismo, aunque sea una confesión, es recurrente en la narrativa contemporánea; los monólogos, que han sido una suerte de síntoma de cierta patología intelectual, caracterizan límpidamente a todo escritor, aunque si se observa bien al respecto, uno puede encontrar que en el fondo de la escritura reflexiva se encuentra la más preclara angustia. Tal empecinamiento por escribir, que en algunos casos sustituye a la pastilla, al narcótico o al alcohol, permite suspender temporalmente a la angustia. Pero a pesar de todo ello, la angustia permanece y por más que uno intente burlarla se siente día a día, en lo que reste de la vida, en la piel.

La piel no es solamente la cubierta del alma como antaño se figuraba, sino que además es la materialidad que posibilita la sensibilidad. Lejos de caer en un grueso empirismo, la piel es la mediación que tenemos frente el mundo, un mundo que muchas veces se figura a través de los deseos que animan la vida. Pero los deseos no necesariamente conllevan a la vida. En La Piel de Zapa (1831) de Balzac, hay una advertencia que realiza el viejo anticuario al joven suicida: “De ahora en adelante, sus deseos serán escrupulosamente satisfechos, pero a costa de su vida. El círculo de sus días, figurado por esta piel, se encogerá según la fuerza y el número de sus deseos, desde el más leve al más exorbitante”. La piel de zapa en la novela de Balzac si bien es cierto es una suerte de talismán que posibilita que se cumplan los deseos, también expresa las consecuencias del deseo, a saber, la finitud de la existencia. Cuando el joven Rafael, protagonista de la novela, nota que la piel de zapa se encoje, se angustia, pero los deseos se mantienen, deseos por vivir a pesar de que sea inevitable su muerte.

En la película Caos [Ran] (1985) de Akira Kurosawa hay una escena en el que el bufón de la corte le dice al rey que ha caído en desgracia: “Todos los hombres nacen llorando y mueren cuando ya han llorado lo suficiente”. Pero hay hombres que se resisten a llorar, metafóricamente hablando desde luego, y son precisamente ellos quienes se resisten a la muerte. Y como la angustia precede a la muerte, una forma de resistirse a la muerte es ocultando la angustia. Pero muchas veces la angustia responde a aquello que llamamos “secretos”. Por ello el desahuciado suele ocultar a sus seres queridos el pronto final de su existencia. Si los secretos causan angustia, no es por la imposibilidad de decirlos, sino por el temor de ser revelados (es decir, que se hagan públicos), ya que eso implicaría mostrar la vida de uno mismo, tal como es, porque muchas veces se suele ser como aquel viejo rey que se resiste a “llorar” para refugiarse en el desquicio. Antiguamente en lo que hoy es Hong Kong, los hombres que sufrían de angustia por llevar un secreto, solían ir a la parte mas alta del pueblo para buscar un árbol, una vez encontrado el árbol solían hacerle un hueco y procedían a contar su secreto al árbol, una vez terminado, cubrían el hueco con barro y se marchaban. Luego de eso, los hombres se olvidaban de aquello que los angustiaba.

Desde luego uno no puede evitar la muerte cuando se encuentra desahuciado, tampoco puede evitar la angustia con tan solo contar lo que le aqueja a uno. Pero si se observa el detalle de la angustia frente a los deseos, la angustia se encuentra también relacionada al alma. La vieja distinción entre el cuerpo y el alma lejos de ser una yuxtaposición enfrentada es la expresión de la inversión de la vida frente a la muerte. Es decir, muchas veces la vida se ha asociado al cuerpo y la muerte ineludiblemente al alma. Los pasajes del alma figurados en casi todas las religiones del mundo son una suerte de recorrido angustioso cuando uno se separa del cuerpo, es decir, cuando uno se separa de la vida, pero esa vida que angustia es figurativamente una vida de ultratumba (la vida en el más allá). La vida de ultratumba lejos de ser una incógnita para muchos es la expresión de la angustia, no porque se encuentre lleno de tormentos y pruebas, sino porque simplemente es una posibilidad. Una posibilidad que oscila entre el ser y la nada. Y lo que angustia es ineludiblemente la nada. Al respecto Soren Kierkergaard observaba: “La nada engendra la angustia. Este es el profundo misterio de la inocencia, que ella sea al mismo tiempo la angustia”

La inocencia aqueja en el cristianismo de manera epidérmica frente a los deseos, uno pierde la inocencia cuando conoce, el acto mismo del conocimiento es una suerte de desgracia para el alma y de angustia para el cuerpo. De ahí que la angustia es una suerte de lucha contra la nada, contra la muerte, contra uno mismo, porque, al igual que la piel de zapa, cuando desea... la piel se encoje, deja de ser, es decir, se anuncia la insensibilidad, se presenta la nada. Esta situación de la angustia que se encuentra muy presente en el hombre contemporáneo se figura en la película La angustia corroe el alma (1974) de R. W. Fassbinder. En la vida de la protagonista, la señora Emmi Kurowski se comprende las dos ideas anteriormente mencionadas, la presencia ineludible de la muerte y el deseo. La señora tiene más de sesenta años y desea a un joven de treinta años. La relación entre ambos no es la historia de lo que podría llamarse “amores imposibles”, todo lo contrario, es un amor correspondido, sin embargo, ella sabe que lo que desea le quita también la vida porque la posibilidad (de ser feliz) le acerca a la nada, es decir, a la angustia. Mundanamente la angustia corroe el alma, porque no puede competir con otras mujeres (más jóvenes que ella y rebosantes de vitalidad), porque los alemanes como ella no aceptan a su esposo tan joven y tan marroquí (tan negro), y, porque no puede resignarse frente a la muerte.

Cuando uno se resigna frente a la muerte es porque la angustia ya no corroe el alma, en el fondo eso es lo que exigían los estoicos, sin embargo si bien el suicidio es el único acto de libertad que uno mismo se concede, el valor de su racionalidad no se encuentra en la vida sino en la nada, en el acoso de la angustia.



Juan Archi Orihuela
Domingo, 3 de julio de 2011.