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sábado, 19 de febrero de 2011

El Profesor: compromiso y valor




¿Quién no recuerda aquella serie juvenil sobre los años setentas, llamada Los años maravillosos? Hay un capítulo de esa serie en el que el personaje, Kevin Arnold, recuerda a sus profesores, y a uno en particular, a saber, su profesor Collins, un viejo matemático. Pero no lo recuerda porque haya sido bonachón o divertido; ni mucho menos lo recuerda porque haya sido su amigo (incluso en una escena del capítulo el profesor le dice: “no soy su amigo señor Arnold, soy su maestro”), sino porque el profesor le enseñó algo que caracteriza a la pedagogía, a saber, desarrollar la personalidad del alumno, para que pueda desenvolverse intelectual y emocionalmente sin dificultades a lo largo de su aprendizaje. Incluso el personaje con cierta nostalgia menciona al recordar a sus profesores: “y si tienes suerte, tal vez haya alguno (un profesor) que confíe en ti”. Por eso la pedagogía hace hincapié en estimular las capacidades que todo alumno posee. Pero, además, hay un rasgo tácito, la pedagogía pretende establecer un trato de “iguales”, a pesar que de facto la relación que establece todo profesor con sus alumnos es una relación de desigualdad, porque apunta a formar ciudadanos.

En la película japonesa Veinticuatro ojos (1954) de Keisuke Kinoshita, se representa aquello que muchos identifican con la labor que cumple un profesor en una aldea rural. La joven profesora Hideko Takamine llega a un pueblo de pescadores y tiene a su cargo a 12 alumnos, muy niños aún, de primaria (aquel número figura esos 24 ojos). La profesora a lo largo de la historia se encuentra pendiente de la vida de sus alumnos (algunos mueren cuando se hacen hombres en la guerra, otros desaparecen y dejan los estudios) porque ser profesor vincula la vida intelectual a la vida social y política de un país. Hay una escena en la película en el que la maestra es acusada de desacato al poder del emperador porque se opone abiertamente (en sus clases) a la guerra que lidiaban el Japón y la China. Tal hecho levanta muchas sospechas entre sus colegas (incluso es tildada de subversiva); en su defensa la profesora alega: “Me opongo a la guerra porque no quiero que mis alumnos regresen muertos”. Tal anécdota figurada (con diversos matices desde luego) puede pasar desapercibida a lo largo de la vida de muchos profesores, sobre todo cuando se pernocta en el anonimato del magisterio nacional.

En la novela Qantu Flor y Tormenta de Felix Huamán Cabrera se lee un epígrafe muy provocativo que puede ayudar a entender otro rasgo de lo que es ser un profesor (por lo menos en un país como el Perú). Literalmente se lee: “Ser maestro en el Perú es una forma muy peligrosa de vivir y una forma muy hermosa de morir” (Ricardo Dolorier). La novela recrea la trágica vida de un profesor universitario en el Perú, cuyo final luctuoso es la muerte, la muerte por ejercer consecuentemente la vocación de maestro. Ser maestro en el Perú es una forma peligrosa de vivir porque tiene que lidiar con los bajos salarios, soportar la posible persecución si es consecuente con sus ideales políticos, sortear una vida intelectual con las necesidades materiales, el no ser insensible ante el juego de masacres que nadie quiere ver o señalar. Y es una forma hermosa de morir porque se enseña no sólo con la autoridad intelectual (que caracteriza a todo profesor), sino también con la autoridad moral.

Actualmente el valor social de un profesor en el Perú ha perdido muchos de los méritos que antaño gozaba. La educación pública, que es uno de los pilares de la modernidad, al haber sido olvidada por los gobiernos de turno no logra producir sujetos ciudadanos, una prueba de ello, sumado a otros factores, es el mayor crecimiento de las desigualdades sociales en el país. El profesor que en teoría debiera ser el ejemplo social de ciudadano (porque al fin de cuentas es el que forma futuros ciudadanos) se anquilosa en la modorra del conformismo y comulga con la insensibilidad social. Lejos de añorar o hipostasiar una imagen de lo que debe ser un profesor, la necesidad de contar con profesores responsables es un imperativo ético y político.

Uno de los rasgos que caracteriza actualmente al Perú es que no cuenta con un proyecto social como país (que apunte al bien común como hace muchos años sus más preclaros intelectuales postulaban a partir de diversas motivaciones políticas e intelectuales), en su lugar se encuentra la reproducción de una voluntad de goce asociada a la mercancía (el libre mercado). Esto fue observado figurativamente por Juan Carlos Ubilluz bajo el conocido relato del Emperador desnudo. El Emperador es como el país y se encuentra desnudo (sin proyecto alguno), pero este gran detalle (que en realidad es un serio problema) no llama la atención porque los súbditos hipócritas (personajes de toda laya entre intelectuales y políticos, hasta incluso padres de familia) son quienes mienten a diario acerca de que "el Perú tiene un proyecto de país"; los jóvenes, muchos de ellos atosigados de cinismo y autodenominados procazmente como “alpinchistas”, desconfian de tales súbditos, porque para ellos "el país no tiene proyecto alguno". Empiricamente los jóvenes constatan tal hecho mediante la reproducción de una vida, estéril y reactiva, sujeta al goce del mercado: Falta de oportunidades.

Tal situación se expresa mediante la acentuación de un cinismo nunca antes visto, emparentado con cierto narcisismo, que la juventud viene adoptando a raíz de la reproducción de una estructura familiar inserta al libre mercado. Al respecto Ubilluz observa atinadamente lo siguiente: “Pero como por lo general el padre hace poco o nada por construir una nueva sociedad, el hijo tiende a interiorizar que el compromiso social es un sueño de ilusos y a adherirse a la ética individualista que recibe del mercado (ante la cual, el padre mismo baja la cabeza con la excusa de la “sobrevivencia”)”. La ausencia, o la presencia, del padre es un hecho medular, y no sólo porque posibilita la constitución afectiva en el interior del hogar, sino porque orienta las acciones morales. Los padres actualmente no presentan ninguna alternativa al libre mercado, en su defecto, mediante sus actos ayudan a justificar cierta perspectiva caníbal hacía el éxito (económico) o, asimismo, contribuyen al escapismo estético que el mercado demanda. El personaje animado Homero de la serie Los Simpson permite figurar tal situación cínica; Homero se encuentra espectando, junto a sus hijos, un concierto de rock y susceptibe a las lágrimas menciona con su voz estúpida: “Gracias Smashing Pumpkins por hacer olvidar a mis hijos el futuro que no puedo darles”.

En estos tiempos del libre mercado ha perdido sentido la idea de que los profesores son como una suerte de segundos padres (para los alumnos). Lo más atinado es observar que, tal como se encuentra la situación contemporánea, son el último bastión moral e intelectual que le queda, y le hace falta, a la juventud. Si los jóvenes señalan que el país no tiene proyecto alguno (“El Emperador está desnudo”) lo mas probable es que si no hacen algo para “vestir al Emperador”, se quedarán igual que el país, desnudos (sin proyecto alguno). Pero el detalle es que los jóvenes no cuentan con referentes o personajes que permitan elaborar un proyecto; en su defecto, el mercado impositivamente les otorga "ídolos con pies de barro" (entre cantantes, artistas, modelos, actores y futbolistas). Sumado a ello, los profesores que enseñan indirectamente, ya sea mediante el silencio autista o la pedantería ególatra, el conformismo, son cómplices de tal situación. Por el contrario, los que asumen la responsabilidad de ser profesores tienen mucho por hacer: empezar a reflexionar junto a sus alumnos sobre cómo vestir al "Emperador" (elaborar un proyecto de país).

Hace muchos años, el joven aún, José Carlos Mariátegui, al escribir sobre uno de los más grandes maestros que ha tenido la juventud republicana del Perú, a saber, Manuel Gonzáles Prada, reconocía que aquel viejo maestro (siempre juvenil) representó: “un instante de la conciencia del Perú (el primer instante lúcido)”. Si los maestros son la conciencia del Perú, urge que la conciencia sea lúcida y no culposa, social y no cínica, jacobina y no narcisista.



Juan Archi Orihuela
Sábado, 19 de febrero de 2011.