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martes, 8 de marzo de 2011

Las fotografías narcisistas y el neo-voyeurismo

Figurativamente, resulta atinado observar que las imágenes (fotográficas) “no hablan por sí solas” (en el sentido de que a través de ellas se pueda conocer los hechos “tal como sucedieron”). Sin embargo, lo que si hacen es delatar. Esto tiene cierto asidero si se orbserva el desenlace que aparece en la película Ascensor para el cadalso (1958) de Louis Malle. En tal película las fotografías delatan no sólo la vida de uno, sino también la de los demás.

La historia en breve. Una pareja de amantes, ella induce a su amante para que asesine a su marido, con tal hecho ambos pretenden convertir su amor furtivo (que se prodigan) en un amor libre. Todo estaba planificado al detalle, pero él dejo un pista (una cuerda) que lo llevó de vuelta al edificio en donde ocurrió el crimen y por las circunstancias de la contingencia (fin de semana y era la hora del cierre) se encuentra atrapado en el ascensor hasta el día siguiente. En el lapso de ese tiempo, una joven pareja toma el auto del amante, se registra en un motel con su nombre y asesinan a una pareja de alemanes (antes habían compartido una camaradería con ellos). Antes del cierre de los diarios, el sospechoso del crimen era el amante, las evidencias que lo inculpaban, el registro de su nombre, su auto, su revolver, su impermeable. Pero ella se resiste a tal acusación y empieza a sospechar de la joven a quien vio en el auto de su amante, y tras una breve búsqueda la encuentra junto al muchacho (luego de un fallido suicidio con barbitúricos a raíz de un gran sentimiento de culpa) y decide llamar a la policía para salvar a su amante. Los jóvenes, se muestran contentos cuando ven en el diario la fotografía del amante, pero la sonrisa se les acaba cuando recuerdan que dejaron un rollo fotográfico para ser revelado en el motel, ya que la muchacha lo había fotografiado junto al alemán antes que lo asesinara, con la cámara del amante inculpado. De ahí el apuro. El joven se va al motel en búsqueda de las fotografías, y ella (la amante) lo sigue. Y cuando el joven llega, ve las fotos en pleno revelado, junto a la policía. No había nada que hacer, ya que no había ninguna coartada, las fotos revelaban que él era el último a quien frecuentó el alemán. Al instante llega ella, y el policía le dice que espere un momento, en las siguientes fotos aparecen ella junto a su amante (ese tórrido romance retratado). Y entonces el policía espeta: “Madame, sin esas fotografías no se podría contradecir el suicidio de su esposo, pero ahora sabemos que él es el asesino y usted es la autora intelectual, usted lo indujo… Le esperan 20 años en prisión”. Y a modo de lección, el policía añade: “En una cámara, no sólo se deja un par de fotos”.

Si las imágenes delatan ¿es por qué hay una intención para delatarse? O ¿simplemente estas se captan al azar? Asumir lo primero indica que quien se deja fotografiar, en el fondo espera, no la privacidad, sino la “publicidad” (en el sentido de que su vida se haga pública). Lo segundo, más que un azar puede ser algo intencional (debido al goce estético) sin que sea premeditado desde luego. Aquellas dos posibilidades se compaginan con la abrumadora exposición de fotografías narcisistas que actualmente circula a través de los medios electrónicos o las llamadas redes sociales.

La fotografía, además de su producción estética, ha sido un medio de registro visual sobre los hechos históricos a lo largo del siglo XIX y XX. De manera significativa en el siglo XXI la fotografía adquiere una masificación y producción amateur, preludiada ya unas décadas antes, nunca antes acentuada por otra mercancía. El detalle específico que llama la atención al respecto es que la contemplación y la producción fotográfica ahora han acentuado cierta tendencia psicopatológica, a saber, un neo-voyeurismo. Es sabido que la vista es uno de los sentidos humanos que permite, con mayor ventaja sobre los demás, la captación de las cosas a partir de la figuración de ciertas cualidades que constituyen la forma y la dimensión de ellas. Además, el goce estético que produce el sentido de la vista es incomparable a los demás porque tiene la ventaja de percibir las cosas fuera del hic et nuc (aquí y ahora). Pero el neo-voyeurismo, que produce la abrumadora exposición fotográfica narcisista contemporánea acerca de la vida cotidiana, ya no se circunscribe sólo a objetos sexuados, sino a la necesidad del goce policíaco sobre sujetos pretendidamente asexuados. El goce policíaco se caracteriza porque no sólo pretende una satisfacción individual sino también el ejercer cierto control virtual sobre lo que se contempla (¿Qué está haciendo el Otro?), generando una expectación mórbida acerca de lo que los Otros hacen o hicieron.

En la película El fotógrafo del pánico (1960) de Michael Powell, hay una escena en el que el protagonista, el fotógrafo Mark Lewis (un voyeurista), le confiesa a su amiga: “No conocí en toda mi infancia un segundo de intimidad…” porque su padre, que fue un reputado psicólogo, registró toda su infancia a través del film para hacer un estudio acerca de la conducta del niño; específicamente añade Mark: “(Mi padre) estaba interesado en las reacciones del sistema nervioso ante el miedo… Especialmente en las reacciones de un niño ante el temor”. El no tener una vida privada generó a la larga en Mark la obsesión por ver lo que los otros hacían. Es decir, tuvo aquel impulso por homogenizar su falta de privacidad hacía los demás: “Ver lo que hacen los demás”. Pero el “ver lo que hacen los demás” no se encuentra acicateado por una complacencia sexual, sino por traslapar el miedo que se siente hacía lo público. Es precisamente en lo privado en donde Mark considera, a partir de su experiencia aciaga, que la gente expresa sus emociones con mayor naturalidad. Pero una emoción como el miedo sólo se puede observar estando hipotéticamente “por encima” de lo público y lo privado: Siendo fotógrafo o cineasta (Mark quería ser cineasta).

El neo-voyeurismo contemporáneo pasa desapercibido a pesar de que se encuentra muy presente en el mundo virtual. Es decir, las redes sociales además de ser medios de comunicación para interactuar con los demás de manera virtual, se han convertido en medios para vigilar (El goce policíaco). El goce acerca de lo que hace el otro es el goce de lo que uno quiere ver. Al igual que Mark los neo-voyeuristas al ver las fotografías del Otro se colocan “por encima” de lo público y lo privado. Pero el neo-voyeurismo responde en complicidad con otro sujeto, a saber, el sujeto narcisista (es aquel que expone parte de su vida, o toda su vida, a través de las fotografías). El nuevo sujeto narcisista en el mundo virtual es “amigo” del neo-voyeurista, la amistad virtual cierra una suerte de círculo entre un director y un actor, en el que ambos cumplen sus roles que permutan constantemente. Desde luego los roles permutan en función del goce. Ambos, al igual que Mark no tienen una vida privada porque la hacen pública. Al margen de si en las fotografías se finja o se aparente, el instante cobra condición de realidad para el que lo ve.

La necesidad imperiosa de ver para gozar es un rasgo del capitalismo tardío. La publicidad estimula el consumo de las mercancías a través del dictamen del goce. Por ello no es nada fortuito que las mercancías se publiciten de manera sexuada (La cosificación de la mujer responde a tal imperativo) o animen a experimentar una sensación intensa (viajes de aventura, creatividad laboral, experiencia amorosa y demás). En consonancia, el goce estético de la fotografía al negar la privacidad hace que lo público sea omnipresente. Esta idea apunta a observar que no hay nada más público que la exposición de las fotografías a través de las redes virtuales; antes cuando se hacían revelar (y aún se hacen) las imágenes se exponían a los ojos públicos a través de una transacción comercial o mediante una exposición artística. Ahora que se han digitalizado, su exposición se somete al dictamen indiscriminado del mundo virtual: Goza lo que ves. Tal rasgo ayuda a entender que el mundo virtual lejos de ser una elaboración ficticia, su concreción se sustenta en el deseo de sujetos concretos que tienden a someterse a la lógica perversa del "ojo vigilante": "ver para gozar".

Esto genera una situación universal que caracteriza a la vida cotidiana, a saber, una vida hiperestimulada por la imagen. La reproducción de la vida cotidiana, a pesar del rasgo volitivo de ciertas acciones, se encuentra sujeta a la pauta de deseos que responden a la producción de determinadas mercancías. En consonancia con ello, la reproducción de las imágenes fotográficas (que circulan a través de las redes sociales) lejos de ser simples figuraciones anecdóticas de lo banal o de la medianía, expresan fielmente la constitución de un sujeto reactivo del hic et nuc que analíticamente es la mediación de la mercancía o, en su defecto, el residuo de la mercancía. Tales sujetos al pretender cierta satisfacción a través de la imagen, para que el neo-voyeurista lo vigile, genera su propia insatisfacción a través de su deconstrucción: el goce del ojo. Gozar se ha convertido en el capitalismo tardío en el imperativo para no caer en la depresión o en el aburrimiento (sistema que no está de más decir que se sustenta en el gran desempleo a nivel mundial). Por ello mientras el sujeto reactivo siga mostrando su vida adocenada, hace que su “vida” se convierta en el residuo de la mercancía.

Ya Nietzsche, figurativamente, anotaba que había hombres que sólo eran un oído y otros un ojo. En el mundo contemporáneo la reproducción de la vida pasa por la desarticulación de los sentidos y en la producción de unos nuevos súbditos del ojo. Tal como se encuentra el mundo virtual, bajo la hegemonía de los neo-voyeuritas y los narcisos, se puede observar que si Allan Poe mantenía en suspenso a sus lectores con “El corazón delator”, las redes sociales ponen en suspenso al mundo virtual mediante el “ojo delator”.





Juan Archi Orihuela
Martes, 8 de marzo de 2011.