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miércoles, 24 de abril de 2013

Apuntes sobre el mito y el mitoide




Actualmente hay una identificación muy común, que se reproduce de manera acentuada en la vida cotidiana, acerca de los mitos, a saber, los mitos serían falsos y, sobretodo, necesarios. La “falsedad” del mito estaría asociada al reconocimiento ideal que se tiene sobre el relato mítico, en la medida que el relato no encuentra ninguna conexión o referencia alguna a hechos empíricos. Mientras que la “necesidad” (mentada) del mito se asume en la medida que se concibe al hombre como un ser metafísico. Lo primero (la falsedad del mito), ha generado una significación negativa sobre el mito, cuya calificación se encuentra lejos de su concreción como fenómeno ideal. Lo segundo (la necesidad del mito), ha convertido la significación de aquel fenómeno en un significante suprahistórico de índole individual.  

Como muchas de las ideas que se reproducen en la vida cotidiana permean la concepción que uno adquiere en las diversas instituciones sociales, no es casual que al respecto haya reputados hombres de letras y de ciencia que motejen a tal o cual discurso de “mítico” o, en su defecto, asuman que “nadie puede vivir sin un mito” o que “la humanidad necesita de mitos”.

Lo cierto es que el mito no tiene nada que ver con la falsedad de su contenido, ni mucho menos se circunscribe sólo a la necesidad metafísica del hombre. El mito no es falso porque el contenido de su estructura discursiva (el mitema) no cumple la función de una verdad lógica (su estructura está costituida por discursos analógicos). Asimismo el mito muchas veces responde a una necesidad física que a una necesidad metafísica, como por ejemplo a una necesidad lúdica (considerada entre otros como un rasgo) que se encuentra estrechamente vinculada con el mundo físico o con los hechos tabuados que se mantienen y se asientan en una estructura de poder terrenal.

Para establecer cierta relación sobre los hechos sociales que se encuentran vinculados al mito (lo que no quiere decir que ambos fenómenos sean lo mismo) cabe recordar que el mito forma parte de la religión. La religión como un fenómeno histórico y cultural es una institución social; asimismo la religión, como producción discursiva, es la universalidad de lo divino mientras que el mito es la particularidad de lo divino que vincula al hombre, mediante la acción, a lo que se ha convenido en llamar “trascendental” o a aquello que es concebido como lo trascendental en función de una estructura cultural. Asimismo, toda religión está compuesta de mitos (ya sean estos genésicos, fundacionales y demás) pero no todo mito es (o establece) una religión o alude a lo religioso en la medida que muchos de los mitos han sido disociados del ritual, cuyo registro oral se ha convertido para el presente, hipotéticamente hablando según Fernando Silva Santisteban, en leyendas.


El "Dios de los báculos", conocida entidad de la mitología andina

Pero el detalle de la confusión antojadiza sobre el mito que pretende vincularla a la religión, como si fuera una prolongación de la misma, no radica sólo en su estructura discursiva, sino en la constitución y en las consecuencias de la práctica social del sujeto (político) que reclama y reproduce un discurso opuesto a lo real, como son todos los discursos políticos en general. Pero los discursos políticos son opuestos a lo real no porque sean “mentiras” o “falsedades” o hablen (para algunos) de cosas inexistentes, sino porque no apuntan a decir “lo que es” (el mundo social) sino lo que “debe ser” o “cómo debe ser” el mundo social.

En el mundo contemporáneo muchos suelen observar y asumir que aún es posible de reconocer mitos en los discursos políticos, tal como sostenía exagerada y tendenciosamente Mircea Eliade con respecto a las ideologías políticas del comunismo y el nazismo;  mientras que algunos (desde la cultura letrada) consideran al mito como una prolongación del discurso de la literatura (producción cultural de la llamada modernidad), tal como observaba Joseph Campbell en su momento. Es claro que el mito es una estructura discursiva pero no es cualquier discurso “fantástico” que apunte al “deber ser”, ni mucho menos es una estructura discursiva que se encuentre ineludiblemente presente en los discursos políticos. Ante todo, los discursos políticos forman parte de las ideologías políticas que se estructuran en el campo de poder a través de las correlaciones de fuerza generadas por las clases sociales o grupos de interés. En el campo de poder la reproducción de las instituciones políticas y de los sujetos políticos muchas veces son antagónicas a toda institución religiosa, así como a todo sujeto religioso, porque la función y los objetivos que se plantean son tan disímiles y posibles de ser corroborados partir de su practicidad.   

Por contraposición a tal observación que identifica la presencia de mitos disociados de su contexto histórico y su estructura institucional asentada en una cultura mitológica, como parte de los modos de producción precapitalista, cabe observar y no olvidar que el mundo contemporáneo se caracteriza por reproducir casi en su totalidad una cultura asentada en lo que Heidegger llamó la mundaneidad (existencial que refiere a la estructura de un momento constitutivo del estar-en-el-mundo). En la mundaneiddad del mundo contemporáneo se reproduce una serie de significantes (Dios, el Estado, el amor, el poder, la libertad, la felicidad, la gloria, la revolución, la suerte y demás) que aún nos vinculan con aquellos entes (materiales e ideales) a los que consideramos como parte de nuestra condición existenciaria. Condición existenciaria que ha acentuado, en función de la universalidad del modo de producción capitalista (caracterizada por las crisis económicas), la suspensión de su terrenalidad finita, es decir, la reproducción cultural tiende a ser no-mitológica en la medida que se caracteriza por una crisis constante de sentido.

En una cultura mitológica existen muchos medios para darle sentido a las cosas del mundo. Mientras que en una cultura no-mitológica, tal como se caracteriza y se reproduce en el mundo contemporáneo, la búsqueda de un sentido al mundo, a través de una serie de prácticas y medios (los significantes anteriormente mencionados) que casi siempre adquieren la condición de ser fines por sí mismos, es el rasgo más enfático de la vida cotidiana, culturalmente hablando. 

Pero si el mundo contemporáneo no se caracteriza por reproducir mitos ¿qué es aquello a lo que se ha venido y convenido en llamar mitos? Francisco Miro Quesada convino en llamar a aquellos fenómenos propios del mundo contemporáneo que muchos identifican con los mitos, como mitoides. Los mitoides se parecen al mito, pero no son mitos. Francisco Miro Quesada considera que uno de los rasgos que permite diferenciar a los mitos de aquellos fenómenos que no son mitos es el siguiente:

“Para que haya mito se necesita que la cultura en la que aparece sea mitológica. Esta cultura supone un complejo conjunto de categorías míticas, entre ellas las del tiempo, el espacio y la causalidad.”

En el mundo contemporáneo, las categorías míticas (el tiempo como circularidad, el espacio como centro sagrado del mundo y la causalidad concebida como un poder personificado, llamado y concebido por algunos grupos humanos como “brujería”) han perdido no sólo su sentido, sino que han sido reemplazadas por otras concepciones, ajustadas a la transformación y a la manipulación del mundo (orgánico e inorgánico). Actualmente se pueden producir discursos que se asemejen a una  estructura mítica, pero en sentido estricto no serían mitos porque su función no sólo ha soslayado la mediación del ritual en su reproducción, sino porque no se encuentra vinculada a la totalidad de la cultura en la que se reproduce.  Al respecto Francisco Miro Quesada anota lo siguiente: 

“El mitoide carece del carácter trascendental del mito, no está, sobre todo, imbricado con la totalidad de la cultura en la que funciona. Es, en cierto sentido, aislado y puede incluso contraponerse a aspectos esenciales de dicha cultura. Pero posee caracteres fundamentales del mito.”

El carácter aislado del mitoide no se debe a que sea ininteligible (muchos de los mitoides son inteligibles, llamados erróneamente como “mitos modernos”) sino debido a que en su reproducción muchas veces aparenta competir con la religión (los mitos no estaban disociados de la religión, mientras que los mitoides si lo están) y en algunos casos se contraponen. Asimismo hay un rasgo fundamental que lo asocia al mito y a la vez lo diferencia, a saber, los valores. Los mitos reproducen valores absolutos, mientras que en los mitoides hay una reafirmación de ciertos valores relativos que pretenden ser absolutos, por ejemplo las ideas de la libertad y de la humanidad. La libertad asociada a la volición subjetiva y orgánica y la humanidad contrapuesta a la necesidad y a la determinación del mundo físico han generado ideologías políticas, como el liberalismo y el humanismo, que presentan mitoides. La lucha por la libertad y todas las consecuencias que de ella se desprende (desde su personificación política hasta su exacerbación mórbida en el plano sexual), así como la defensa del humanismo (que exalta aquel rasgo social y espiritual del hombre, entendido como ser cultural) no son más que formas de mitoides estructuradas por una serie de imágenes que muchos se hacen del mundo contemporáneo.

Los mitoides se asumen como creencias, pero no son las únicas creencias que hay en el mundo o sobre el mundo. Ni mucho menos ese único rasgo debe llevar a confundirlo con los mitos. Si uno repara que el mundo contemporáneo aún está plagado de supersticiones, de creencias que rayan con lo absurdo y la irracionalidad, de pseudociencias que van de la mano con ciertas formas de vida, de algunas ideologías políticas y de concepciones ideales propias del mundo precapitalista, no debe suponer que se encuentra en un contexto mitológico o en una cultura mitológica. Nada de eso. Suponer que esos rasgos de credulidad o del creer en algo (ya sea en una entidad física o metafísica, humana o divina) hacen propicio la estructuración de una cultura mitológica es no sólo reducir el mito al acto de creer, sino sobretodo suponer que el mito fue lo que hizo posible una cultura mitológica y no su producto, como un hecho histórico y social.

 

 

Juan Archi Orihuela
Puno, miércoles 24 de abril del 2013.