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sábado, 19 de mayo de 2012

Lo políticamente correcto o la impostura de la rebeldía

Hay una canción llamada “Nunca quedas mal con nadie” (1984) de la banda chilena de rock Los Prisioneros que alude a aquellos artistas que aparentan cierta rebeldía. Puntualmente en  tal canción se fustiga a los artistas que copian las actitudes de los punks, los hippies, los pacifistas, ambientalistas y demás, porque siempre en el espacio público aparentan ser rebeldes mediante una actitud contestaria, pero al no tener ningún compromiso político acerca de lo que cantan, resultan siendo en el fondo una gran impostura. Parte de la letra de la canción es lapidaria al respecto: “(…) eres un artista y no un guerrillero y pretendes pelear y sólo eres una mierda buena onda”. En este caso muchos de los artistas serían una “mierda, buena onda” porque sus composiciones, plásticas, sonoras y demás, que pretenden (o por lo menos así les parece a sus seguidores u oyentes) ser “rebeldes” o “pacifistas” muchas veces son elaboradas por la exigencia del mercado que demanda “caer bien a todos” (“buena onda”); o, por el contrario, también el mercado demanda “irritar” a la sensibilidad aparentando cierto desafío a lo que se suele llamar “lo establecido” que va desde el “sexo” hasta el “poder político”, por ejemplo aquel grupo llamado Calle 13 es la fiel expresión de aquella  impostura que produce el mercado. Asimismo, la fachendosa actitud sexista de quienes enfatizan la diversidad sexual (para quienes la vida social es pansexual) es una impostura de rebeldía por otros medios.


Además la mofa apunta también a ciertas actitudes que no sólo caracterizan a los artistas, sino también a la pose intelectual que algunos jóvenes (y no tan jóvenes ya) de clase media reproducen mediante un discurso neo-indigenista o, a sabiendas o no, a través de la reproducción de cierta “moda étnica” (que consiste en vestirse igual que el llamado, o considerado, Otro, al que muchas veces se estudia o “defiende” políticamente hablando); tal impostura es tratada mordazmente por la canción aludida de la siguiente manera:“(…) No aguanto tus artísticos lamentos, tu bolsito y tu poncho artesanal, tu cultura cursi me cae muy mal, tu protesta me a mi me da igual porque nunca quedas mal con nadie”.

Asimismo en el Perú hay una mofa que alude a un significante que se compagina con lo anterior, a saber, los artys. Los artys son generalmente jóvenes (aunque hay artys que ya no son tan jóvenes) de clase media, estudiantes (o egresados) de Arte, de Letras o de Ciencias Sociales, que enfatizan exageradamente la producción de la cultura popular, propiamente dicho recrean un estereotipo acerca de “lo popular” a partir del cual pretenden conocer y vincularse con lo popular. En el fondo esa mediación imposibilita el conocimiento sobre la cultura popular ya que circunscribe toda su práctica artística a espacios recreados por una imagen ya preconcebida sobre lo popular. Por ello muchos de esos espacios culturales animados por los artys no tienen nada que ver con lo popular, porque las  relaciones sociales de clase que compone su producción se encuentran suspendidas en función del arte y la llamada cultura visual, muchas veces sujeta a una banal performance. Más aún, si uno repara en la cultura visual sobre lo popular que animan los artys puede constatar que es una cultura popular descafeinada que no significa nada para la vida de hombres y mujeres de las clases populares porque tal “arte” está pensado y dirigido hacía un público nada popular, sino “clase-mediero” y egocéntricamente limeño.

En el fondo los artys, al animar tal o cual producción cultural que aluda a lo popular, están  acumulando cierto capital cultural que les permite posicionarse en ciertos espacios políticos para generar una “opinión pública” al respecto de lo que ellos entienden por cultura. A partir de tales espacios, muchos artys se presentan como "gestores culturales", cuya actividad pretendidamente cultural los vuelve en muchos casos unos sujetos desenfadamente apolíticos, porque al decir de muchos de ellos: "lo más importante es la cultura” y no la “sucia política”. De ahí que es tan frecuente escuchar a los artys decir, de la manera más burda y cerril posible, que "la política es siempre la misma" y que “el poder siempre corrompe” (nada cambia). A pesar de tales invectivas, no hay dudas que para ellos la cultura vende. Más aún, muchos artys asumen realmente que mediante su actividad la cultura popular se visibiliza, se reivindica. Lejos de tales pretenciones, lo que ellos hacen en el fondo es vender una mercancía cultural sobre lo popular. Por ello su pretendida rebeldía pública se circunscribe y no sale de un circuito artístico, muchas veces ajeno no sólo a la vida de las clases populares, sino a la reproducción de su vida privada en el que muchas veces desprecia lo que recrea. Al respecto la canción “Soy arty”, del Grupo Pestaña, es una parodia sobre tales sujetos:

“Soy arty/ estudio arte en Católica/ compro mi ropa en La Pulga/ Toneó bien (…)/ me compró polos que dicen: "chévere causita", "habla barrio" (...) Reivindico al provinciano en mi arte/ reivindico la cultura chicha/ Me gusta la cumbia/ escucho Juaneco / escucho  Los Destellos/ escucho a Los Mirlos / Escucho sabor y folklore/ Voy a los conciertos de tono-radio, Turbopótamos y Bareto/ Reivindico la cultura chicha/ reivindico la cumbia /Pero a mi empleada/ no la dejo sentarse en la misma mesa que yo/ Pero a mi empleada no la dejo vestirse con su propia ropa sino con un uniforme blanco/ Pero a mi empleada le grito y le digo: “¡Chola de mierda!” / Pero mi arte es un constante grito sobre la cultura chicha … soy arty…” 


Tales parodias son interesantes, al margen del gusto estético, porque grafican lo que se suele llamar lo políticamente correcto en el mundo contemporáneo. Actualmente hay una serie de actitudes e ideas, muy sonoras, que se legitiman en función de la reproducción de ciertos discursos que expresan lo políticamente correcto. Ser, o pretender ser, políticamente correcto es una suerte de parodia del “justo medio” que muchos sujetos intentan para ubicarse políticamente en el centro o simplemente  para no quedar “mal con nadie” (políticamente hablando). En el Perú tales sujetos se suelen llamar así mismos (o algunos los identifican) como “progres” (que viene del ser “progresista” en política).

Muchas de las actitudes e ideas de lo políticamente correcto, o de los llamados “progres”, corresponden, o son tributarias, de aquel significante mayor llamado democracia. La democracia como significante se encuentra reproducida en función no de un modelo político general, sino en función de una práctica política particular, ya sea de tal o cual sujeto tributario de las ideas-fuerza que sostiene al poder del Estado liberal, que tiende a acentuar con cierto paroxismo la libertad individual. Culturalmente, la democracia como significante es el resultado de aquel monopolio simbólico que ejerce el Estado sobre el demos para posibilitar el orden que prescribe la clase dominante, o grupo dominante, al ejercer su hegemonía sobre las demás clases. Por ello la significación de la democracia se circunscribe sobre la representación del demos.

En consonancia con la representación política, los que animan la impostura de la rebeldía política a través del arte exceden la representación de lo que Pierre Bourdieu llamó el poder simbólico. Y como ese poder simbólico construye la realidad en el que impera todo “un orden gnoseológico”, cabe observar que el orden radica no sólo sobre lo que debe ser conocido (muchas veces en función de una particular perspectiva de clase que ejerce su hegemonía sobre las demás), sino sobre la manera cómo debe ser conocido. El “cómo debe ser conocido”, que animan los “progres”, ineludiblemente pasa por la experiencia mediada por una determinada cultura que tiende a suspender todo tipo de conflicto social en función de la representación.  Y esa cultura que evita todo conflicto (en el Perú hasta hace pocos años se la identificaba con el mestizaje cultural), y es animada por los “progres”, es producida por los mass media. En la producción cultural de los mass media lo jocoso y la intuición del instante cobran sentido a partir de lo efímero. Pero lo efímero no radica sólo en la representación, sino en la percepción.  Y como la percepción de la vida social, tal como observaba E. H. Carr para el caso de la historia, se encuentra en función de una concepción determinada sobre la sociedad, se debe reparar en ella. Para los “progres” la sociedad se organiza en función del diálogo y el respeto por la diferencia. El diálogo, para los “progres”, evita todo conflicto y la “diferencia” sería aquel rasgo empírico de la manifestación cultural. En el fondo los “progres” estarían animando un “mundo feliz” a partir de la representación y no de la acción.

La infelicidad, como contraparte de aquel “mundo feliz”, se produce a partir del incremento del dolor generado por los conflictos sociales. Por ello ubicarse en el “centro” y apelar reactivamente al diálogo y a la complejidad cultural (muchas veces enunciada como una entidad metafísica cuando se espeta que “es más complejo de lo que se enuncia”) tiende a reproducir ese orden representativo de la percepción de lo efímero. Una suerte de performance política es lo que animan los “progres” a través del arte y la llamada cultura. Por ello para los “progres” se debe evitar hablar, en política, de la lucha de clases. Hablar de la lucha de clases no sería nada “progre”, nada “artístico”, ni mucho menos, nada cultural. 

Pero el caso es que la lucha de clases no es un imperativo, ni mucho menos una entidad histórica que anima el curso de la historia de manera metafísica, sino un referente de hecho empírico producto de una serie de relaciones de desigualdad social articuladas a una determinada estructura de poder estatal. Tal detalle no tendría ninguna importancia si la política no fuera aquel espacio, generado por las relaciones de fuerza, en el que los sujetos racionalizan y expresan sus intereses en función de su práctica social.  Por ello es tan acertada y consistente la idea de que en política es imposible ser neutral y los que pretenden ser “neutrales”, como los “progres” y los "artys", en el fondo, como entona una conocida canción de Víctor Jara, no son “ni chicha, ni limonada”.





Juan Archi Orihuela
Sábado, 19 de mayo de 2012.
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(*) En la imagen superior derecha se encuentran los integrantes de Calle 13, conocidos sujetos que animan lo políticamente correcto. Calle 13 es la mejor expresión de la "rebeldía" mediática generada y exigida por el mercado: Cuando la "rebeldía" también vende o se hace mercancía.