Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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domingo, 30 de diciembre de 2012

El cristianismo del pueblo


“Cuando el pobre busca al pobre
y nace la organización
es que empieza nuestra liberación.
(…)
Cuando el pobre crea en el pobre
ya podremos cantar: ¡libertad!”
(Canción de despedida. Misa popular salvadoreña)

Hubo un tiempo en que el cristianismo dejó de ser el opio del pueblo para sintonizar y animar las luchas del pueblo. El espacio cultural en el que se generó tal fe popular fue Centroamérica, específicamente en países como Nicaragua y El Salvador, allá por los años 1975 y 1980 hacía adelante. Las luchas del pueblo, que comprenden y van desde la movilización popular hasta la insurgencia armada de las guerrillas de izquierda, y la Teología de la Liberación hicieron posible ese “milagro”, a saber, que Cristo sea visto y sentido como el dios de los pobres, un Cristo Obrero. Tal exegesis tuvo cierto asidero, entre otros detalles, porque Jesús al fin de cuentas fue hijo de un carpintero y se hizo carpintero, es decir, fue un simple trabajador como muchos de sus devotos y seguidores.

El cristianismo del pueblo fue animado, entre otros factores culturales, por dos misas, a saber, la Misa Campesina Nicaragüense (Nicaragua, 1975) y la Misa Popular Salvadoreña (El salvador, 1980). En la primera misa, Cristo es el dios de los pobres no sólo porque es hijo de un carpintero, sino también porque tiene el rostro curtido por el trabajo (muy distinto al rostro del llamado “rey de reyes” que ha enraizado el colonialismo europeo); y, sobretodo, porque Cristo también trabaja tanto en el campo como en la ciudad, ya sea como jornalero en una chacra, en una pulpería, en una gasolinera (con guantes y overol) e  incluso Cristo trabaja vendiendo loterías. Y al ser Cristo percibido e imaginado como un trabajador más entre sus seguidores, se le pide ante todo que se identifique con los trabajadores, con el pueblo. Por eso Cristo, para el cristianismo del pueblo, es el que anima todas las luchas del pueblo como un compañero más entre otros.

“Yo creo en vos, compañero
Cristo humano, Cristo obrero,
de la muerte vencedor
con tu sacrificio inmenso
engendraste al Hombre Nuevo
para la Liberación.

Vos estás resucitando
en cada brazo que se alza
para defender al pueblo
del dominio explotador,
porque estás vivo en el rancho,
en la fábrica, en la escuela,
creo en tu lucha sin tregua,
creo en tu resurrección”.


Para el cristianismo del pueblo la resurrección de Cristo no es una promesa milenaria, sino algo evidente y palpable cuando se comprenden las luchas del pueblo. Ese cristianismo del pueblo, que puede causar desconcierto para los devotos de la resignación y la opresión del pueblo, se recreó en el seno del pueblo en función de sus  necesidades más urgentes y que no deben ser vistas sólo como necesidades espirituales, sino también como evidentes necesidades materiales.

En la segunda misa, la fe del cristianismo del pueblo se anima cuando sus devotos  comprenden las razones por las que lucha el pueblo en su conjunto. Las luchas del pueblo se encuentran estrechamente vinculadas al trabajo y a las elementales condiciones materiales de existencia. Al respecto en la Canción de Comunión (1980) de la misa popular salvadoreña se entona lo siguiente:

“Al darte como comida
en el duro caminar
de tu pueblo tan hambriento
que lucha por mejorar
sus condiciones de vida
y al tirano derrotar.

Hoy señor tenemos hambre
de trabajo, techo y pan
Danos ya tu cuerpo y sangre
danos combatividad”.

En aquel cristianismo del pueblo las necesidades del pueblo en su conjunto se encaran mediante la organización y la lucha popular, dejando de lado todo tipo de resignación o destino fatal que obnubile el presente. Es sabido que el cristianismo colonial ha consentido y legitimado, mediante la Iglesia Católica así como por las diversas expresiones del judeo-cristianismo en el mundo, la resignación y una moral derrotista en el seno del pueblo. Por eso para contraponer tal herencia colonial, la misa cristiana se debe transformar en un espacio que permita comprender e impulsar las luchas populares. El Ofertorio de la misa popular salvadoreña apunta a ello:

Todos te presentamos,
confiando en tu amistad,
nuestro esfuerzo, nuestro sudor,
nuestro diario trabajar.

Queremos ver convertidos
nuestras luchas y el dolor
en tu vida y en tu valor,
derrotando al opresor.


La resurrección de Cristo, para el cristianismo del pueblo, se encuentra lejos de la espera complaciente y la resignación egoísta o la desidia; empero se encuentra más próxima de la acción decidida y consciente del pueblo organizado. Por eso la fe del cristiano del pueblo no se encierra en ningún  ascetismo estéril sino que genera una fructífera participación apoyando las luchas del pueblo frente a las injusticias y al poder del opresor. Para el cristianismo del pueblo la vida de ultratumba (el más allá) no tiene sentido, si no se construye y mantiene, mediante la organización popular, la vida de hombres y mujeres en justicia y comunión (el más acá).

Aunque actualmente el cristianismo del pueblo ya no anima la organización popular, vale recordar y observar que hubo un tiempo en que eso fue posible. La fe popular basada en el cristianismo no es incompatible con la organización popular, sino que incluso en determinados momentos históricos se pueden complementar. A su vez cabe no olvidar que ese complemento fue posible por aquellos cristianos que pretendieron emular al Cristo que botó a los mercaderes del templo y no por aquellos "cristianos" que emulan y consienten lo peor de los mercaderes del templo porque al parecer para ellos su fe cristiana radica en vivir para y del templo.




Juan Archi Orihuela
Domingo, 30 de diciembre de 2012.