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miércoles, 20 de junio de 2012

El charanguista como tragedia o “cerquita del corazón”

Antaño se solía enamorar a las mujeres con música y canto sincero. Serenata llamaban a tal flirteo que se realizaba siempre de noche, frente a la casa de la muchacha que uno quería, a riesgo del posible rechazo de ella o de cierta incomodidad del vecindario. Por ello cuando uno piensa en las serenatas de amor, hecho que resulta muy lejano para el sujeto contemporáneo por aquello que Zigmunt Bauman llama el “amor líquido”, la primera imagen que a muchos se les viene a la mente es que las serenatas son parte de la literatura o de aquel "amor romántico" ya inexistente. A pesar de aquella referencia figurada, los que nos hemos expuesto a la sinceridad de la noche en tiempos de la "posmodernidad" frente a la ventana de la muchacha que queríamos, ya sea con una guitarra o con un charango, guardamos de manera literaria en la memoria tal hecho pasado y que a muchos les debe sonar como un hecho de fábula. Por eso la literatura hasta cierto punto se convierte en uno de los registros alegóricos en el que uno puede indagar sobre tales hechos si es que la memoria resulta siendo evasiva o ausente.

A modo de ejemplo, en la novela Todas las sangres (1964) de José María Arguedas se narra, como parte de aquel entramado conflicto que caracterizó al Perú hirviente de aquellos años, el amor que siente el mestizo Gregorio por Asunta de La Torre, hija de uno de los hacendados históricos de San Pedro de Lahuaymarca. En una estructura social de clases muy marcada por las diferencias culturales, sumada a una estricta reproducción de “castas”, como lo fue el Perú y en parte lo sigue siendo, el pobre Gregorio tenía todas las de perder. Además, Gregorio no era nada agraciado, no tenía dinero (era un simple chofer), ni mucho menos era inteligente, más bien era un sujeto simplón, pero sabía tocar el charango como ninguno. La serenata que Gregorio le lleva a Asunta es relatada de la manera siguiente por José María Arguedas:

“Gregorio llegó a la puerta de la tienda de Asunta, ya vestido de indio. Había templado finamente su charango. Le había echado una bocanada de aliento del fuerte cañazo de Huanca a la caja, por el ojo del instrumento. Bebió dos largos tragos de una pequeña botella y trasmitió al charango “su propio corazón”, el de Gregorio, lanzando su respiración fuertemente perfumada al instrumento (…) Las primeras notas, punteadas, del charango, alcanzaron todas las alturas y profundidades. El ojo sano del músico brillaba, ahogaba en dichosa luz todo lo que en Gregorio era vida. De esa luz brotaban las notas límpidas de cada cuerda, que los dedos tañían con suavidad y energía no superable (…) La voz de Gregorio, inconfundible, por grave e intensa, fue llevada por el aire, hundiéndose en la materia de todas las cosas, y repercutiendo de ellas, más enardecida y transparente (…) Esperó, tocando muy bajo la melodía del huayno en las cuerdas del charango. La luz nocturna esperaba con la música. La joven se acercó a la puerta; habló con voz clara:

__ Gracias, ¡Te creo! Anda, vete, anda, vete… Sí, Gregorio. Quizás después. ¡Anda, vete! No soy de nadie.
__ ¡Dios mío! __exclamó el mestizo. E improvisó sólo dos versos más:

El gavilán de noche llora,
llora el gavilán presintiendo el día…  

Y en impulso irrefrenable depositó en la rendija que había entre la puerta de madera y la piedra del falso dintel, un paquete con seis mil soles. Escribió con su letra muy torpe: “Perdón, señorita; perdón, pues; quizás me voy, quizás, adónde”.

El desenlace de aquella serenata, y que más bien fue una despedida de amor, fue la muerte de Gregorio en el interior de una mina de socavón. Gregorio simulando al Amaru (esa fuerza de la naturaleza que los campesinos del ande relacionan con el agua de las lagunas y los ciclos agrícolas), como parte de una treta, dio fuertes gritos tremebundos y explotó con dinamita para sabotear los planes del ingeniero Cabrejos, quien lo contrató para matar a Demetrio Rendón Willka (el protagonista de la novela). Pero ¿Gregorio se mató tan sólo para sabotear los planes de Cabrejos? Tal detalle no tendría importancia, si es que uno no repara en el significado de “todas la sangres” y que a su vez le da el título a la novela. Novela que, juicio de Miguel Gutiérrez, “es una tragedia que adopta la forma novelesca para reflejar la “agonía” del latifundio feudal andino amenazado desde dos flancos: por el capitalismo semi-colonial y por la revolución campesina democrático-popular”. Gregorio cuando se entrevista con el ingeniero Cabrejos, quien se había dado cuenta del amor de Gregorio por Asunta, expresa esos afectos que reclasifica socialmente a los sujetos en el latifundio feudal, a saber: “Me está despreciando __pensó Gregorio__. Este maricón traicionero; este blanquiñosito al que yo me lo comería si no fuera por la Whister-Bozart que dicen tiene de la oreja hasta al gobierno. Así y todo, se lo van a comer aquí. ¡Seguro! Yo haré una embarrada mañana, porque tengo que ser grande, Asunta”. Con tal pensamiento, en el fondo el deseo de Gregorio, que buscó tal desenlace, fue ser “grande”. Y ¿qué es ser grande para Gregorio? El mismo responde en una suerte de “acto fallido”: “Yo tengo que ser grande para llegar a la altura de Asunta de La Torre”. Es decir, como las diferencias de clase son marcadas entre Gregorio y Asunta, con un acto que subvierta el poder de esa estructura de clases, por lo menos eso es lo que pensó Gregorio sobre su acto reactivo, se podrá “mostrar”, como sólo el amor se puede mostrar, mediante actos simbólicos, para generar condiciones en el que pueda ser aceptado por Asunta a riesgo de su propia existencia. Por ello el amor, que recuerda a aquel conocido bolero llamado “amor de pobre”, en la novela lo encarna como tragedia el charanguista Gregorio.

Tales hechos: la serenata, el flirteo, el desenlace funesto del amor como tragedia, que figurativamente pueden ser percibidos, muestran ciertos cambios en la sensibilidad del sujeto contemporáneo. Si uno repara en los años de la subversión armada de la década del 80 del siglo pasado, puede reconocer que en aquellos años los amores fueron conflictivamente encontrados. Aquellos años de transición muy violenta para la sociedad peruana no puede haber pasado sin modificar en algún grado la sensibilidad por el otro, ni mucho menos sin modificar sustantivamente la resignificación del amor (aquella sensibilidad exclusiva que se siente por una persona en particular). El paso de la sublimación simbólica, signada por cierta tragedia, a la inmediatez sensorial del cuerpo por cierto pragmatismo económico, tal vez sea posible de identificar si uno repara en la implosión del sujeto como productor de apariencias o por aquella búsqueda de identidades (de toda índole) que se acentúan por la libertad del mercado.

Si bien es cierto que esos cambios en la sensibilidad no pueden ser explicados tan sólo por los hechos violentos, como la subversión, cabe reparar en aquellas historias que han comprendido una serie de hechos negados por la sensibilidad del orden, a saber, la tragedia de las comunidades campesinas que han sido desestructuradas por el poder del Estado en la lucha contrasubversiva (en muchos casos fueron arrasadas impunemente tan sólo por ser “sospechosas” de subvertir el orden). Al respecto la antropóloga Chalena Vásquez compuso una hermosa canción llamada Cerquita del corazón (1987), inspirada en un hecho funesto que ocurrió durante los años de la insurgencia armada del siglo pasado en Ayacucho, que se puede compaginar con la historia de Gregorio porque también es la historia de un charanguista. El huayno Cerquita del corazón pareciera relatar la historia de Gregorio porque la tragedia “reflejada” en sus letras sigue siendo la misma, aunque ahora la historia es recreada en otro contexto pero en el mismo país hirviente de conflictos como el Perú.


“Debajito de su poncho, cerquita del corazón
abrigaba su charango, murmurando una canción
abrigaba su charango, como abrigando al amor
debajito de su poncho, cerquita del corazón.

De pronto, un grito, un disparo, rompió su pecho y su voz
aferrándose a la vida al charanguito abrazó
aferrándose a la vida, aferrándose al amor
debajito de su poncho, cerquita del corazón.

¿Quién dijo que su charango es arma para matar?
¿quién quiso matar sus sueños? cerquita del corazón
¿quién quiso matar sus sueños?¿quién quiso matar su amor?
¡Como si matar pudiera, la magia de su canción!

Por el camino a Huamanga se escucha en el manantial
doliente la Pachamama y el charanguito llorar
Por el camino a Huamanga se escucha en el manantial
doliente la Pachamama y el charanguito llorar
y el charanguista cantar”.

(Chalena Vásquez: Cerquita del corazón)   



Juan Archi Orihuela
Miércoles, 20 de junio de 2012.