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sábado, 10 de marzo de 2012

La libertad y la felicidad

La libertad ha sido una de aquellas ideas tan acentuadas por la modernidad en función del individuo, cuya reflexión ha germinado muchos discursos políticos, así como creaciones literarias o propuestas artísticas que apuntan a motivar tal deseo. Un grueso del discurso de la filosofía social se ha elaborado en función de un dualismo muy significativo, a saber, el individuo y el Estado. La relación entre ambos ha sido concebida como una suerte de lucha, una lucha del individuo frente al poder del Estado. Tal relación de confrontación responde a una vieja concepción liberal acerca de la sociedad, a saber, la sociedad está compuesta por un conjunto de individuos que son libres por naturaleza o, en todo caso, desean la libertad.

La concepción liberal de la sociedad, cual atomismo social, ha intentado legitimar la producción discursiva de la volición subjetiva, inserta al proceso industrial del mundo durante el siglo XIX y gran parte del XX, acicateando la lucha del individuo frente al Estado a partir del principio de la libertad. Las formas del poder político que han acaecido durante aquella etapa, al margen de presentar diferencias significativas y hasta ser diametralmente opuestas (como pueden existir entre el fascismo, el socialismo o el anarquismo) siempre han respondido a tal dualismo. Tal rasgo cambia significativamente durante el siglo XXI porque la libertad se piensa (o se pretende ejercer u obtener) en función de una forma de lucha en particular, que ya Foucault barruntaba desde los años 70, a saber, la lucha contra la sujeción. En esta forma de lucha el individuo es el protagonista, cual quijote contra molinos de viento o precoz actor de monólogos, porque se enfrenta, ya no a un poder represivo que viene desde fuera, sino a los efectos del poder que se inscribe en el interior del individuo, a saber, mediante la indeterminación.

La indeterminación del individuo es la suspensión de la forma de su reproducción social explicitado por cierta tendencia a lo artificial. Los procesos de individuación, más allá de ser una determinación universal, son la expresión de que la constitución del individuo tiende a la reclasificación de lo que Jean Baudrillard llama lo “simbólicamente transexual”. Por ello la condición de lo artificial permite la indeterminación somática y social en función del deseo como un imperativo: “ser libres para gozar”. Sin embargo esa condición volitiva tiende a expresar cierta idea del atomismo liberal. En la famosa novela Un mundo Feliz (1932) de Aldous Huxley __en el fondo la novela acentúa un miedo de la época como fue el poder soviético__ se lee una idea muy significativa al respecto del imperativo de la libertad frente a la sujeción contemporánea:

“__Prefiero ser yo mismo __dijo Bernard__. Yo y desdichado, antes que cualquier otro jocundo. (…)
__Es horrible, es horrible __repetía una y otra vez (Lenina)__. ¿Cómo puedes hablar así?
¿Cómo puedes decir que no quieres ser parte del cuerpo social? Al fin y al cabo, todo el mundo trabaja para todo el mundo. No podemos prescindir de nadie” (…)
__¿Es que tú no deseas ser libre, Lenina?
__No sé que quieres decir. Yo soy libre. Libre de divertirme cuando quiera. Hoy día todo el mundo es feliz”.

Muchos de los lectores de Huxley desde luego se identifican (y van a seguir identificándose) con Bernard, pero lo curioso es que la libertad que desea Bernard no se enfrenta al “mundo feliz” (que posibilita imaginariamente una sociedad estatista o las llamadas utopías modernas) sino al “mundo infeliz” del individuo que se encuentra indeterminado por lo artificial del goce. Característica propia del capitalismo tardío en el que el atomismo liberal retóricamente hizo implosión del individuo. La implosión radica en la condición artificial de “lo simbólicamente transexual”, régimen en el que, al decir Baudrillard:

“[…] necesitamos una memoria instantánea, una conexión inmediata, una especie de identidad publicitaria que pueda comprobarse al momento”.

Esa premura por una "memoria instantánea", una "conexión", una "identidad publicitaria" se sostiene, y tiene concreción, en la medida que la producción de la mercancía (matriz moderna de la identidad) genera "sujetos transpolíticos" (seres políticamente indiferentes e indiferenciados, una suerte de andróginos y hermafroditas) que son los actores que pretenden "luchar" contra toda sujeción de poder. El caso de Lenina (que es feliz, es decir, determinada por el mundo social) es la antípoda de aquel régimen omnipresente, pero no por la pérdida de la libertad, sino por la constitución de una identidad. Por ello no es casual que uno de los síntomas del mundo “posmoderno” sea el problema de la identidad. Por contraposición, la constitución de la identidad en la modernidad permitía ampliar los espacios en el que operaban las luchas contra la explotación económica (el movimiento obrero fue un claro ejemplo de ello), la ausencia de su constitución acentuó la lucha contra la sujeción de las diversas formas institucionales que caracteriza a la insatisfacción del individuo contemporáneo.

Aquel rasgo, o situación, permite reconocer que el discurso de la libertad se encuentra asociado al de la felicidad, en la medida que "ser feliz" es el resultado de "hacer lo que uno quiere" (es decir, ser libre). La felicidad, más allá de ser un estado o momento deseado por el individuo, análogamente cumple la misma función que la "estética trascendental" de Kant, a saber, ordenan los datos de la sensibilidad. En este caso, la felicidad ordena la experiencia sensible y artificial (o virtual) del individuo en función del goce. Sin embargo, se debe entender que el goce como efecto es la suspensión del dolor. Y como el dolor está asociado a la constitución somática del individuo, la apariencia juega un papel muy importante en la lucha contra la sujeción para obtener la libertad de gozar. Además, el goce se articula como discurso mediante la "experiencia única", es decir, lo que el individuo haga en la vida tiene que ser una experiencia "jocosa", "intensa", "inolvidable", "alucinante" y "epidérmica". Lo último, lo epidérmico, se compagina con la apariencia cambiante, en la medida que en el mundo contemporáneo, "lo que uno es" es "ser lo que se quiere ser" (clara expresión de aquella radicalización de la facultad volitiva), aunque no se tenga la más mínima idea de lo que se "quiere ser"; ese momento del "ser-para-los-otros" (o "el aparentar-ser-para-los-otros"), sería la expresión más explicita de aquel deseo de ser "feliz" que responde al imperativo de la libertad: "ser libres".

En la película La clase obrera va al paraíso (1971) de Elio Petri, hay una escena en el que el protagonista, un obrero fabril, se dice para si mismo, mientras ajusta una tuerca, lo siguiente: “una tuerca, un culo; una tuerca, un culo… una tuerca, un culo…” Tal escena recuerda una interesante observación dada por Marx al respecto de la alienación del trabajo, a saber:

“[…] el obrero (el hombre) sólo se siente como un ser que obra libremente en sus funciones animales, cuando come, bebe y procrea o, a lo sumo, cuando viste y acicala y mora bajo un techo, para convertirse, en sus funciones humanas, simplemente como un animal. Lo animal se trueca en lo humano y lo humano en animal”.

Desde luego la forma de lucha del obrero es contra la explotación del trabajo, sin embargo la remisión a la mujer sexuada (la mujer-culo) estaría figurando el goce como una suspensión de la objetivación del trabajo. Es decir, la alienación que el joven Marx observó en el siglo XIX (“lo humano se trueca en animal”) no sería más que la forma embrionaria que va ha generar la lucha contra la sujeción institucional posmoderna, pero por otros medios. Por ello el obrero protagonista de la película (llamado Lulú Massa) imagina el cielo como un estado en el que impera, no la satisfacción de los deseos (la felicidad), sino la falta de deseos (la pérdida de toda sensibilidad), expresada por el ocio pleno: la inactividad, el solaz y hasta la apatía.    

Lo último ayuda a entender por qué la lucha por la libertad del individuo contemporáneo ya no apunta a la explotación económica, sino, que es una suerte de búsqueda de una identidad “perdida”. Al igual que la pérdida de la inocencia, pero con ciertos matices, la libertad se exige a través de una apariencia artificial que produce el mercado, y que al igual que el adolescente-inocente, el individuo cree que radica en su composición somática, como la expresión del más duro materialismo. Por ello cuando remotamente se pregunta si es feliz, la retórica del mundo social como un “caos” o como una “construcción social” contingente, justifica y permite la suspensión de la universalidad del trabajo. Frente a tal síntoma que caracteriza a la libertad contemporánea, la felicidad cínicamente es presentada, tal como lo enuncia el desclasamiento del obrero Lulú Massa: “una tuerca, un culo”. Es decir, el mensaje de fondo sería: "trabajo sin darle importancia a los demás y gozo".

 

 

 

 

Juan Archi Orihuela
8 de mayo de 2011