“Si ya era difícil aceptar una insurrección
indígena contra el poder colonial, resultaba intolerable [para los españoles]
que una mujer se impusiera de la forma que ella [Micaela Bastidas] lo hizo”
(Sara Beatriz Guardia)
Micaela Bastidas Puyucahua nace
en 1745 en Pampamarca (Cusco), hija del mulato (inscrito como español) Manuel
Bastidas y de la india Josefa Puyucahua. En función de la percepción y
clasificación de castas del colonialismo de la época fue una mestiza zamba,
aunque para los chapetones que detentaban el poder colonial (los españoles) fue
sin lugar a dudas una simple india. Su familia no contaba con muchos bienes,
más bien carecía de ellos, y la situación familiar se agravó cuando queda
huérfana de padre siendo aún niña, junto a sus hermanos Antonio y Pedro. Sobre
su infancia y sus demás familiares se sabe muy poco, casi nada se sabe de sus
padres, no se ha historiado aún en detalles aquel periodo de su vida.
Como toda muchacha de la época colonial,
el matrimonio es el punto de partida de su presencia en la historia. Al cumplir
los 15 años es desposada por el joven cacique José Gabriel Condorcanqui Túpac
Amaru (quien de seguro ya contaba con 22 años) en el pueblo de Surimana, el 25 de mayo de
1760 [*]. Y como toda mujer casada prontamente se convierte en madre, así es como a
un año de matrimonio (cuando de seguro ya cumplió los 16 años) nace su
primogénito Hipólito en 1761; su segundo hijo Mariano nace al siguiente año en
1762; y luego de algunos años, cuando de
seguro ya cumplió 23 años, nace su último hijo llamado Fernando en 1768.
La familia que constituye Micaela
Bastidas junto a su esposo y a sus hijos formó parte de aquella nobleza
indígena del sur del virreinato del Perú que orgullosamente se jactaba de su
abolengo por ser descendientes directos de los incas. Su esposo José Gabriel
descendía de Doña Juana Pilcohuaco, hija del último inca de Vilcabamba llamado
Túpac Amaru, ajusticiado por el virrey Toledo en 1572. Así mediante el
matrimonio Micaela llegó a ser la esposa de un cacique de abolengo, del joven
José Gabriel que heredó el cacicazgo de Tungasuca, Pampamarca y Surimana, quien
a su vez se convertía en un prospero comerciante. Por ello Micaela vivirá en el
seno de una familia pudiente que mantiene ciertos privilegios que le
corresponde a su casta y que con los años verá incrementar su patrimonio
económico.
Como se sabe la insurrección
tupacamarista fue preparada pacientemente con muchos años de antelación, se
calcula entre unos cinco a diez años. Si consideramos el año 1770, diez años
antes de la insurrección, han trascurrido cuatro años holgados de incremento del
patrimonio familiar de los Túpac Amaru, luego de ser reconocido oficialmente
como cacique en 1766. Si los próximos diez años fueron de conspiración no hay
documentación acerca de la manera cómo pensaban los principales líderes insurgentes
como José Gabriel y Micaela. Los contactos que establecía José Gabriel, a
través del arrieraje comercial por casi todo el sur del virreinato del Perú y
también en Lima, eran todos a través de la oralidad a pesar de que José Gabriel
sabía perfectamente escribir, como le correspondía a todo cacique educado en
las artes y las letras. Como la ausencia de José Gabriel fuera del seno
familiar era periódica y muy prolongada quien periódicamente llevó la
administración del patrimonio familiar y del cacicazgo fue Micaela. Para tener
una idea sobre el ánimo conspirativo de Micaela por aquellos años y a falta de
documentación al respecto, mediante la recreación literaria se ha elaborado, pensando
en lo que efectivamente ella hizo posteriormente, lo siguiente:
“Para mi
hubiera sido fácil ser feliz, de haber podido huir de la realidad de los míos.
Tan atroz. Vivir, pasando por encima de todo, sin sentir los golpes ajenos,
encerrada como en el caparazón de una tortuga, compartiendo mi pan con los
asesinos de mí pueblo, a cambio de que me llamaran señora (…). Y aunque el amor
a mis hijos debiera haberme apartado de esto, no lo he hecho, porque tengo la
convicción de que, a pesar de ser casi niños, están de acuerdo con migo”
(Barrionuevo 1976: 20).
Asimismo faltando algunos años
para la insurrección, tal vez hubiera pensado y hecho lo siguiente:
“Los indios
somos muchos y él [José Gabriel] ha comprendido finalmente que sólo la
revolución podrá liberar a todos. Después que lo pensó yo he estado con él,
llevándole las quejas, animándole, y recordando a los hombres el valor de
nuestros antepasados, tratando de incentivarlos para despertar en su sangre las
artes dormidas de la guerra, insuflándoles fe en un nuevo destino, en un mañana
sin cadenas. Soy una mujer andina y tengo el coraje y la bravura de las
kaneñas” (Barrionuevo 1976: 23).
Cuando estalla la insurrección el
4 de noviembre de 1780, ella contaba con 35 años de edad y como muchas mujeres
que participaron e integraron el ejército rebelde se la juega el todo por el
todo, es decir, triunfan todos o mueren todos. Pero a diferencia de muchas mujeres que participaron de la insurrección ella
adquiere un gran protagonismo en la medida que se desenvolvía los hechos de la
guerra, paralelamente a su esposo ella es vista
como la jefa indiscutible de la insurrección. Si Tupac Amaru ejerció a
lo largo de la insurrección el poder de un inca, ella ejerció el poder de la coya (la reina).
Micaela se encarga de la
logística de todo el movimiento insurgente, no sólo moviliza, abastece y dirige
algunas guerrillas, como el caso de las guerrillas de Pillpinto y Pomacanchi el
28 de noviembre de 1780, sino que es la encargada de coordinar la comunicación
de todos los frentes de batalla mediante cartas y la elaboración de los
salvoconductos. Ella es la que coordina, notifica, sanciona, agrupa y abastece
con efectivos, víveres y armas los frentes de batalla. Tal rol protagónico lo
desenvuelve y se acrecienta entre fines de noviembre y diciembre de 1780. Por
ejemplo el 07 de diciembre de 1780 Micaela asume el mando del ejército mayor,
mientras que Túpac Amaru sale en campaña militar hacia el sur del virreinato.
Tal facultad la ejerce porque ella es una de las pocas mujeres, junto a Tomasa Tito Condemayta (la cacica de Acos),
que conforma el estado mayor del ejército tupacamarista y por ser la fiel
compañera de José Gabriel y preclara promotora de la insurgencia.
A través de las cartas que envío Micaela
a los miembros y dirigentes del ejército tupacamarista se puede corroborar el
grado y protagonismo que adquirió. Al respecto la historiadora Sara Beatriz
Guardia anota:
“Son cartas
destinadas a informarle cuestiones puntuales; también solicitudes de justicia a
través de las cuales se advierte que tenía autoridad suficiente para dirimir,
juzgar y sentenciar. En ellas la llaman: “muy señora mía”, “muy amada hermanita
mía”, “amantísima y muy señora mía”, inclusive “señora gobernadora” (Guardia
1998: 137).
Precisamente el 13 de diciembre de
1780 Micaela expide un edicto presentándose como gobernadora, evidenciando así el
poder que detentaba como la líder de los insurgentes. Pero el poder que ejercía
Micaela no se distanciaba ni mucho menos se contraponía al proyecto insurgente,
todo lo contrario, complementaba muy bien el poder que ejercía su esposo, el
Inca. Ella apuró el retorno de Túpac Amaru a Tungasuca a partir de la información
con la que contaba para sitiar el Cusco, ya que las fuerzas realistas avanzaban
pretendiendo cercar Tungasuca. Aquel liderazgo que ejercía Micaela, y que sólo
fue maldecido con espanto por los españoles para descalificarla, fue observado
por el historiador Carlos Daniel Valcárcel de la manera siguiente:
“La cordura
de sus acciones confirió a doña Micaela un gran prestigió entre los suyos, como
es notorio en los textos de numerosas cartas enviadas por caciques,
gobernadores y particulares. En ellas más que a la esposa del jefe se dirigen a
la autoridad superior, a la “Reina” y le solicitan consejos para resolver
variados problemas. Las misivas procedían de pueblos de las diferentes
provincias, sincerándose de acusaciones infundadas, consultando ciertos asuntos
administrativos, dando noticias sobre envíos de hombres o movimientos
sospechosos, remoción de autoridades o apoyo económico, atendidos
invariablemente con justo criterio y raro tacto psicológico” (Valcárcel 1973:
99).
Como ya es conocido después de la
batalla de Chinchina, en Tinta, ocurrida el 6 de abril de 1781, Túpac Amaru cae
prisionero al día siguiente (el 7 de abril) cuando se retiraba camino a Langui
en una emboscada y clara traición urdida por sus propios colaboradores como
Francisco Santa Cruz (quien fuera compadre de José Gabriel), Ventura Landaeta,
Fernando Goamara y el cura de Langui, Antonio Martínez. Asimismo en el mismo
día Micaela es capturada junto a sus hijos Hipólito y Fernando cuando se
disponían a partir camino a Livitaca, igualmente debido a otra traición. Junto
a la familia de Micaela caen también prisioneros la cacica de Acos, Tomasa Tito
Condemayta, así como Cecilia Túpac Amaru, Patricio Noguera, el coronel José
Mamani, los artilleros Ramón Ponce y Diego Berdejo, Andrés Castelo, Felipe Mendizábal,
Isidro Puma, Mariano Castaño, Diego Ortigoso, el escribiente Manuel Gallegos,
Melchor Arteaga, Blas Quiñones, José Valera, Esteban Vaca (fundidor de
artillería), Francisco Torres, el varayoq Lucas Colqe y el más leal colaborador
del inca Túpac Amaru, el negro Antonio Oblitas.
Micaela muere ajusticiada junto a
su marido y a los suyos el 18 de mayo de 1871. Su muerte fue la consumación de
un largo martirio que sus captores le infligieron mediante una serie de
torturas sistemáticas con el fin de doblegarla para que delate a los que aún
seguían impulsando la insurgencia armada. La tortura que padeció Micaela adquirió
su mayor crueldad __además de ver morir a sus amigos, parientes (como a su
hermano Antonio Bastidas que fue ahorcado en su presencia) y compañeros de lucha__
cuando presencia la muerte de su hijo Hipólito, su primogénito.
Mural Micaela Bastidas (2009) del artista peruano Olfer Leonardo. Imagen tomada de Aquí |
Así como Micaela fueron muchas las
mujeres que participaron de la insurgencia tupacamarista, la gran mayoría de
ellas fueron las mujeres campesinas, a las que colonialmente llamaban indias,
así como también las hubo mestizas, zambas y mulatas. Mujeres todas ellas que
ayudaron a sus maridos, hermanos, hijos y parientes más próximos; e incluso es
probable que algunas hayan sido sólo amantes de algunos insurgentes, cuya
entrega amorosa también consistió en apoyar y colaborar con la rebelión armada.
Entre las mujeres que destacaron
en la insurgencia tupacamarista, además de Micaela Bastidas, se encuentra
indudablemente la personalidad de la cacica de Acos, doña Tomasa Tito Condemayta. Doña Tomasa fue una de las cacicas más
pudientes de todos los miembros que conformaron la dirección del ejército
insurgente (muchos de ellos caciques empobrecidos o sin abolengo), contaba con
unas cien fanegadas de tierra, cuantiosos bienes y un numeroso ganado que le
permitía llevar una vida holgada antes de la insurrección. Su presencia como
miembro del Estado mayor del ejército tupacamarista fue debido al poder real
que detentaba y a la muestra de fidelidad que entregaba a la causa
revolucionaria. Literalmente entregó y dejó todo por la insurgencia
tupacamarista, incluso abandonó a su marido, el español Faustino Delgado, y a
sus hijos Ramón, Lorenza y Mariano por seguir la causa revolucionaria. La
cacica de Acos contaba con unos 40 años cuando participa del movimiento
insurgente, hija de Sebastián Tito Condemayta y de doña Idelfonsa Hurtado de
Mendoza. Fue una de las primeras que organiza su cacicazgo en aras de la
insurgencia, moviliza a sus hombres a través de los varayoq (autoridades de las
comunidades campesinas) y pone a disposición su riqueza para financiar y
sostener la insurgencia. La cacica de Acos es la que se encarga de organizar la
elaboración de rejones, picas y lanzas; así como también participa directamente
de la insurrección dirigiendo los ejércitos rebeldes en donde frecuentemente
avanza en la primera línea de fuego.
También la presencia de Cecilia Túpac Amaru, prima del líder José Gabriel Túpac Amaru y
hermana de Diego Cristóbal Túpac Amaru (quien ejercerá el liderazgo de todo el
movimiento insurgente tras la muerte de José Gabriel Túpac Amaru) es sobresaliente.
Cecilia no sólo se encuentra emparentada con los líderes de la insurrección,
sino que ella a pesar de estar casada con el español Pedro Mendigure, toma
partido por la insurrección tupacamarista, decisión que seguirán también sus hijos,
Lorenza, Felipa y Andrés (más conocido como Andrés Túpac Amaru, “el inca mozo”).
Cecilia es una de las que organizan los pertrechos de las tropas y así como
también participa decididamente en el campo de batalla: dio la pelea en el
cerco del Cusco. Cecilia cae prisionera, junto a
José Gabriel, y muere en el encierro que padece, producto de las torturas.
Otra de las mujeres insurgentes
que destacó por el poder que ejerció en el movimiento rebelde contra el poder
colonial es Bartolina Sisa, esposa
de Julián Apaza (más conocido como Túpac Catari). Bartolina, así como su
familia y parientes que participaron de la insurgencia, no sólo representa al
grupo aymara insurgente que apoyó decididamente a los tupacamarus a través de
la conformación de montoneras que remeció el poder colonial en el Alto Perú, sino
que por su extracción social formó parte de aquella dirigencia plebeya (o “jefatura
plebeya”) que logró un merecido protagonismo a raíz de su destacada participación
armada. Bartolina se ganó el apelativo de “la
Virreyna”, ya que su esposo se presentaba como el virrey de Túpac Amaru, la
familia Apaza-Sisa no fueron ningunos advenedizos en el movimiento, sino que formaron
parte de la conjura y de los preparativos de la insurrección en Tungasuca. Bartolina
ejercía el poder a la par de su esposo, fue la encargada de continuar con el
cerco que ejercían los rebeldes sobre la ciudad de la Paz el 23 de mayo de
1871. Cae prisionera el 2 de julio de 1871 y tras un largo y penoso encierro es
ajusticiada en 1872.
También cabe anotar algunas
líneas sobre Gregoria Apaza, hermana
de Julián Apaza (Túpac Catari) quien siendo la pareja del “inca mozo”, Andrés
Túpac Amaru, se desenvolvió con cierto protagonismo a lo largo de la insurrección
en el Alto Perú dirigiendo montoneras. Gregoria a lo largo de su participación
en la insurrección cumplió, debido a las circunstancias, el papel de jueza que
dio sentencia de muerte a españoles y criollos realistas. Asimismo participó en
el cerco de La Paz y en la toma de Sorata. Fue ejecutada conjuntamente con
Bartolina en 1872, luego de purgar un lamentable encierro.
Asimismo vale reparar en la relación de prisioneras emparentadas con los Túpac Amaru, que cayeron el 31 de mayo de
1783, fecha que anunciaba ya el fin la insurgencia, para así reconocerles el duro y exigente papel que han cumplido en la historia de nuestro pueblo. Aquellas mujeres insurgentes tienen nombre y apellidos y fueron las siguientes: Manuela
Tito Condori (esposa de Diego Cristóbal Túpac Amaru, líder que continuó con la
insurgencia), Marcela Castro (madre de Diego Cristóbal Túpac Amaru), Antonia
Tupac Amaru (tía directa de José Gabriel Tupac Amaru), Lorenza y Felipa
Mendigure Tupac Amaru (primas de José Gabriel Túpac Amaru), Margarita Acevedo (tía
abuela de Diego Cristóbal Túpac Amaru), las hermanas Paula y Martina de Castro
(tías de Marcela Castro), Francisca Fuentes (esposa de Francisco Noguera, primo
de José Gabriel Túpac Amaru), Asencia de Castro (esposa de Lorenzo Noguera que
a su vez es hijo de Francisco Noguera), Paula Noguera (hija de Francisco
Noguera), Patricia Díaz Castro (prima hermana de Diego Cristóbal Túpac Amaru),
Asencia Fuentes Castro (prima de Diego Cristóbal) y su hijas María y Marcela
Luque Fuentes, Nicolasa Torres (esposa de Miguel Tito Condori, suegro de Diego
Cristóbal), Marcela de Torres (cuñada de Diego Cristóbal), Antonia Tito Condori
(cuñada de Diego Cristóbal), Isidora y Bartola Escobedo (primas hermanas de
Diego Cristobal), Catalina Huancachoque (madre de las hermanas Escobedo),
Nicolasa Aguirre (concuñada de Juan Bautista Túpac Amaru), Narcisa Puyucahua
(tía de Micaela Bastidas), Andrea Uscamanco (esposa de Cayetano Castro, primo
de Diego Cristóbal), Santusa Castro (tía de Diego Cristobal), Gregoria Marqui
(mujer de Manuel Tito Condori), Juliana Marqui (hija de Manuel Tito Condori),
Antonia Caya (mujer de José castro), Antonia Castro (prima de Diego Cristóbal),
Santusa Canque (mujer de Antonio Castro), Margarita Condori (tía política),
Dionisia Cahuaytapa (esposa de Marcelo Puyucahua, tío de Micaela), Margarita
Uscamayta (mujer de Tomás Araus), Rosa Noguera Túpac Amaru y Margarita Noguera
(Véase Sivirichi 1979: 160-161).
Y entre las mujeres que no se
encuentran emparentadas con los tupacamarus se encuentran las siguientes: María Ramos,
Sebastiana Ramos, Margarita Díaz y Micaela Castellanos (Véase Sivirichi 1979:
162).
Sobre las miles de
mujeres anónimas que participaron de la insurrección acompañando a sus esposos,
hijos, hermanos y demás parientes, el historiador Juan José Vega anota sucintamente en
función de la documentación histórica lo siguiente:
(…) sin la
presencia de aquellas mujeres, ningún apoyo logístico habría sido posible: el
transporte de armas, bagajes y municiones; el acarreo de víveres, agua y ropas;
la preparación del rancho de las fuerzas combatientes; el levantamiento de las
carpas o de rústicas chozas provisionales; el cuidado de los heridos y enfermos;
el lavado y otras tareas de higiene elemental, fueron, entre otras, funciones
de sacrificadas compañeras que participaron por decenas de millares en la
sublevación” (Vega 1981: 523)
Juan Archi Orihuela
Andahuaylas, domingo 10 de
febrero del 2013.
Referencia bibliográfica.
BARRIONUEVO, Alfonsina
1976 Habla Micaela. Ediciones Iberia,
Lima.
GUARDIA, Sara Beatriz
1998 “Micaela Bastidas y la
insurrección de 1780”, en: Mujer, cultura y sociedad en América latina.
Université de Pau et des Pays de L´Adour, Pau, pp.129-152.
SIVIRICHI TAPIA, Atilio
1979 La revolución social de los Tupac Amaru.
Editorial Universo, Lima.
VALCARCEL, Carlos Daniel
1973 “Micaela Bastidas”, en: La
rebelión de Tupac Amaru. Peisa, Lima, pp. 95-100.
VEGA, Juan José
1981 “El rol de la mujer en
el ejército rebelde”, en: Historia General del Ejército Peruano. Tomo
III. Volumen I. La dominación española del Perú. Ministerio de
Guerra-CPHEP, Lima, pp. 522-526.