Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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domingo, 10 de febrero de 2013

Micaela Bastidas Puyucahua y las mujeres insurgentes


 

 “Si ya era difícil aceptar una insurrección indígena contra el poder colonial, resultaba intolerable [para los españoles] que una mujer se impusiera de la forma que ella [Micaela Bastidas] lo hizo” (Sara Beatriz Guardia)

 

Micaela Bastidas Puyucahua nace en 1745 en Pampamarca (Cusco), hija del mulato (inscrito como español) Manuel Bastidas y de la india Josefa Puyucahua. En función de la percepción y clasificación de castas del colonialismo de la época fue una mestiza zamba, aunque para los chapetones que detentaban el poder colonial (los españoles) fue sin lugar a dudas una simple india. Su familia no contaba con muchos bienes, más bien carecía de ellos, y la situación familiar se agravó cuando queda huérfana de padre siendo aún niña, junto a sus hermanos Antonio y Pedro. Sobre su infancia y sus demás familiares se sabe muy poco, casi nada se sabe de sus padres, no se ha historiado aún en detalles aquel periodo de su vida.

Como toda muchacha de la época colonial, el matrimonio es el punto de partida de su presencia en la historia. Al cumplir los 15 años es desposada por el joven cacique José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru (quien de seguro ya contaba con 22 años)  en el pueblo de Surimana, el 25 de mayo de 1760 [*]. Y como toda mujer casada prontamente se convierte en madre, así es como a un año de matrimonio (cuando de seguro ya cumplió los 16 años) nace su primogénito Hipólito en 1761; su segundo hijo Mariano nace al siguiente año en 1762; y luego de algunos años,  cuando de seguro ya cumplió 23 años, nace su último hijo llamado Fernando en 1768.

La familia que constituye Micaela Bastidas junto a su esposo y a sus hijos formó parte de aquella nobleza indígena del sur del virreinato del Perú que orgullosamente se jactaba de su abolengo por ser descendientes directos de los incas. Su esposo José Gabriel descendía de Doña Juana Pilcohuaco, hija del último inca de Vilcabamba llamado Túpac Amaru, ajusticiado por el virrey Toledo en 1572. Así mediante el matrimonio Micaela llegó a ser la esposa de un cacique de abolengo, del joven José Gabriel que heredó el cacicazgo de Tungasuca, Pampamarca y Surimana, quien a su vez se convertía en un prospero comerciante. Por ello Micaela vivirá en el seno de una familia pudiente que mantiene ciertos privilegios que le corresponde a su casta y que con los años verá incrementar su patrimonio económico.  

Como se sabe la insurrección tupacamarista fue preparada pacientemente con muchos años de antelación, se calcula entre unos cinco a diez años. Si consideramos el año 1770, diez años antes de la insurrección, han trascurrido cuatro años holgados de incremento del patrimonio familiar de los Túpac Amaru, luego de ser reconocido oficialmente como cacique en 1766. Si los próximos diez años fueron de conspiración no hay documentación acerca de la manera cómo pensaban los principales líderes insurgentes como José Gabriel y Micaela. Los contactos que establecía José Gabriel, a través del arrieraje comercial por casi todo el sur del virreinato del Perú y también en Lima, eran todos a través de la oralidad a pesar de que José Gabriel sabía perfectamente escribir, como le correspondía a todo cacique educado en las artes y las letras. Como la ausencia de José Gabriel fuera del seno familiar era periódica y muy prolongada quien periódicamente llevó la administración del patrimonio familiar y del cacicazgo fue Micaela. Para tener una idea sobre el ánimo conspirativo de Micaela por aquellos años y a falta de documentación al respecto, mediante la recreación literaria se ha elaborado, pensando en lo que efectivamente ella hizo posteriormente, lo siguiente:   

“Para mi hubiera sido fácil ser feliz, de haber podido huir de la realidad de los míos. Tan atroz. Vivir, pasando por encima de todo, sin sentir los golpes ajenos, encerrada como en el caparazón de una tortuga, compartiendo mi pan con los asesinos de mí pueblo, a cambio de que me llamaran señora (…). Y aunque el amor a mis hijos debiera haberme apartado de esto, no lo he hecho, porque tengo la convicción de que, a pesar de ser casi niños, están de acuerdo con migo” (Barrionuevo 1976: 20).   

Asimismo faltando algunos años para la insurrección, tal vez hubiera pensado y hecho lo siguiente:

“Los indios somos muchos y él [José Gabriel] ha comprendido finalmente que sólo la revolución podrá liberar a todos. Después que lo pensó yo he estado con él, llevándole las quejas, animándole, y recordando a los hombres el valor de nuestros antepasados, tratando de incentivarlos para despertar en su sangre las artes dormidas de la guerra, insuflándoles fe en un nuevo destino, en un mañana sin cadenas. Soy una mujer andina y tengo el coraje y la bravura de las kaneñas” (Barrionuevo 1976: 23).

Cuando estalla la insurrección el 4 de noviembre de 1780, ella contaba con 35 años de edad y como muchas mujeres que participaron e integraron el ejército rebelde se la juega el todo por el todo, es decir, triunfan todos o mueren todos. Pero a diferencia de muchas  mujeres que participaron de la insurrección ella adquiere un gran protagonismo en la medida que se desenvolvía los hechos de la guerra, paralelamente a su esposo ella es vista  como la jefa indiscutible de la insurrección. Si Tupac Amaru ejerció a lo largo de la insurrección el poder de un inca, ella ejerció el poder de la coya (la reina).

Micaela se encarga de la logística de todo el movimiento insurgente, no sólo moviliza, abastece y dirige algunas guerrillas, como el caso de las guerrillas de Pillpinto y Pomacanchi el 28 de noviembre de 1780, sino que es la encargada de coordinar la comunicación de todos los frentes de batalla mediante cartas y la elaboración de los salvoconductos. Ella es la que coordina, notifica, sanciona, agrupa y abastece con efectivos, víveres y armas los frentes de batalla. Tal rol protagónico lo desenvuelve y se acrecienta entre fines de noviembre y diciembre de 1780. Por ejemplo el 07 de diciembre de 1780 Micaela asume el mando del ejército mayor, mientras que Túpac Amaru sale en campaña militar hacia el sur del virreinato. Tal facultad la ejerce porque ella es una de las pocas mujeres, junto a  Tomasa Tito Condemayta (la cacica de Acos), que conforma el estado mayor del ejército tupacamarista y por ser la fiel compañera de José Gabriel y preclara promotora de la insurgencia.    

A través de las cartas que envío Micaela a los miembros y dirigentes del ejército tupacamarista se puede corroborar el grado y protagonismo que adquirió. Al respecto la historiadora Sara Beatriz Guardia anota:

“Son cartas destinadas a informarle cuestiones puntuales; también solicitudes de justicia a través de las cuales se advierte que tenía autoridad suficiente para dirimir, juzgar y sentenciar. En ellas la llaman: “muy señora mía”, “muy amada hermanita mía”, “amantísima y muy señora mía”, inclusive “señora gobernadora” (Guardia 1998: 137).

Precisamente el 13 de diciembre de 1780 Micaela expide un edicto presentándose como gobernadora, evidenciando así el poder que detentaba como la líder de los insurgentes. Pero el poder que ejercía Micaela no se distanciaba ni mucho menos se contraponía al proyecto insurgente, todo lo contrario, complementaba muy bien el poder que ejercía su esposo, el Inca. Ella apuró el retorno de Túpac Amaru a Tungasuca a partir de la información con la que contaba para sitiar el Cusco, ya que las fuerzas realistas avanzaban pretendiendo cercar Tungasuca. Aquel liderazgo que ejercía Micaela, y que sólo fue maldecido con espanto por los españoles para descalificarla, fue observado por el historiador Carlos Daniel Valcárcel de la manera siguiente:

“La cordura de sus acciones confirió a doña Micaela un gran prestigió entre los suyos, como es notorio en los textos de numerosas cartas enviadas por caciques, gobernadores y particulares. En ellas más que a la esposa del jefe se dirigen a la autoridad superior, a la “Reina” y le solicitan consejos para resolver variados problemas. Las misivas procedían de pueblos de las diferentes provincias, sincerándose de acusaciones infundadas, consultando ciertos asuntos administrativos, dando noticias sobre envíos de hombres o movimientos sospechosos, remoción de autoridades o apoyo económico, atendidos invariablemente con justo criterio y raro tacto psicológico” (Valcárcel 1973: 99).

Como ya es conocido después de la batalla de Chinchina, en Tinta, ocurrida el 6 de abril de 1781, Túpac Amaru cae prisionero al día siguiente (el 7 de abril) cuando se retiraba camino a Langui en una emboscada y clara traición urdida por sus propios colaboradores como Francisco Santa Cruz (quien fuera compadre de José Gabriel), Ventura Landaeta, Fernando Goamara y el cura de Langui, Antonio Martínez. Asimismo en el mismo día Micaela es capturada junto a sus hijos Hipólito y Fernando cuando se disponían a partir camino a Livitaca, igualmente debido a otra traición. Junto a la familia de Micaela caen también prisioneros la cacica de Acos, Tomasa Tito Condemayta, así como Cecilia Túpac Amaru, Patricio Noguera, el coronel José Mamani, los artilleros Ramón Ponce y Diego Berdejo, Andrés Castelo, Felipe Mendizábal, Isidro Puma, Mariano Castaño, Diego Ortigoso, el escribiente Manuel Gallegos, Melchor Arteaga, Blas Quiñones, José Valera, Esteban Vaca (fundidor de artillería), Francisco Torres, el varayoq Lucas Colqe y el más leal colaborador del inca Túpac Amaru, el negro Antonio Oblitas.

Micaela muere ajusticiada junto a su marido y a los suyos el 18 de mayo de 1871. Su muerte fue la consumación de un largo martirio que sus captores le infligieron mediante una serie de torturas sistemáticas con el fin de doblegarla para que delate a los que aún seguían impulsando la insurgencia armada. La tortura que padeció Micaela adquirió su mayor crueldad __además de ver morir a sus amigos, parientes (como a su hermano Antonio Bastidas que fue ahorcado en su presencia) y compañeros de lucha__ cuando presencia la muerte de su hijo Hipólito, su primogénito.  
 
Mural Micaela Bastidas (2009) del artista peruano Olfer Leonardo. Imagen tomada de Aquí

Así como Micaela fueron muchas las mujeres que participaron de la insurgencia tupacamarista, la gran mayoría de ellas fueron las mujeres campesinas, a las que colonialmente llamaban indias, así como también las hubo mestizas, zambas y mulatas. Mujeres todas ellas que ayudaron a sus maridos, hermanos, hijos y parientes más próximos; e incluso es probable que algunas hayan sido sólo amantes de algunos insurgentes, cuya entrega amorosa también consistió en apoyar y colaborar con la rebelión armada.

Entre las mujeres que destacaron en la insurgencia tupacamarista, además de Micaela Bastidas, se encuentra indudablemente la personalidad de la cacica de Acos, doña Tomasa Tito Condemayta. Doña Tomasa fue una de las cacicas más pudientes de todos los miembros que conformaron la dirección del ejército insurgente (muchos de ellos caciques empobrecidos o sin abolengo), contaba con unas cien fanegadas de tierra, cuantiosos bienes y un numeroso ganado que le permitía llevar una vida holgada antes de la insurrección. Su presencia como miembro del Estado mayor del ejército tupacamarista fue debido al poder real que detentaba y a la muestra de fidelidad que entregaba a la causa revolucionaria. Literalmente entregó y dejó todo por la insurgencia tupacamarista, incluso abandonó a su marido, el español Faustino Delgado, y a sus hijos Ramón, Lorenza y Mariano por seguir la causa revolucionaria. La cacica de Acos contaba con unos 40 años cuando participa del movimiento insurgente, hija de Sebastián Tito Condemayta y de doña Idelfonsa Hurtado de Mendoza. Fue una de las primeras que organiza su cacicazgo en aras de la insurgencia, moviliza a sus hombres a través de los varayoq (autoridades de las comunidades campesinas) y pone a disposición su riqueza para financiar y sostener la insurgencia. La cacica de Acos es la que se encarga de organizar la elaboración de rejones, picas y lanzas; así como también participa directamente de la insurrección dirigiendo los ejércitos rebeldes en donde frecuentemente avanza en la primera línea de fuego. 

También la presencia de Cecilia Túpac Amaru, prima del líder José Gabriel Túpac Amaru y hermana de Diego Cristóbal Túpac Amaru (quien ejercerá el liderazgo de todo el movimiento insurgente tras la muerte de José Gabriel Túpac Amaru) es sobresaliente. Cecilia no sólo se encuentra emparentada con los líderes de la insurrección, sino que ella a pesar de estar casada con el español Pedro Mendigure, toma partido por la insurrección tupacamarista, decisión que seguirán también sus hijos, Lorenza, Felipa y Andrés (más conocido como Andrés Túpac Amaru, “el inca mozo”). Cecilia es una de las que organizan los pertrechos de las tropas y así como también participa decididamente en el campo de batalla: dio la pelea en el cerco del Cusco.  Cecilia cae prisionera, junto a José Gabriel, y muere en el encierro que padece, producto de las torturas.

Otra de las mujeres insurgentes que destacó por el poder que ejerció en el movimiento rebelde contra el poder colonial es Bartolina Sisa, esposa de Julián Apaza (más conocido como Túpac Catari). Bartolina, así como su familia y parientes que participaron de la insurgencia, no sólo representa al grupo aymara insurgente que apoyó decididamente a los tupacamarus a través de la conformación de montoneras que remeció el poder colonial en el Alto Perú, sino que por su extracción social formó parte de aquella dirigencia plebeya (o “jefatura plebeya”) que logró un merecido protagonismo a raíz de su destacada participación armada. Bartolina se ganó el apelativo de “la Virreyna”, ya que su esposo se presentaba como el virrey de Túpac Amaru, la familia Apaza-Sisa no fueron ningunos advenedizos en el movimiento, sino que formaron parte de la conjura y de los preparativos de la insurrección en Tungasuca. Bartolina ejercía el poder a la par de su esposo, fue la encargada de continuar con el cerco que ejercían los rebeldes sobre la ciudad de la Paz el 23 de mayo de 1871. Cae prisionera el 2 de julio de 1871 y tras un largo y penoso encierro es ajusticiada en 1872.

También cabe anotar algunas líneas sobre Gregoria Apaza, hermana de Julián Apaza (Túpac Catari) quien siendo la pareja del “inca mozo”, Andrés Túpac Amaru, se desenvolvió con cierto protagonismo a lo largo de la insurrección en el Alto Perú dirigiendo montoneras. Gregoria a lo largo de su participación en la insurrección cumplió, debido a las circunstancias, el papel de jueza que dio sentencia de muerte a españoles y criollos realistas. Asimismo participó en el cerco de La Paz y en la toma de Sorata. Fue ejecutada conjuntamente con Bartolina en 1872, luego de purgar un lamentable encierro.

Asimismo vale reparar en la relación de prisioneras emparentadas con los Túpac Amaru, que cayeron el 31 de mayo de 1783, fecha que anunciaba ya el fin la insurgencia, para así reconocerles el duro y exigente papel que han cumplido en la historia de nuestro pueblo. Aquellas mujeres insurgentes tienen nombre y apellidos y fueron las siguientes: Manuela Tito Condori (esposa de Diego Cristóbal Túpac Amaru, líder que continuó con la insurgencia), Marcela Castro (madre de Diego Cristóbal Túpac Amaru), Antonia Tupac Amaru (tía directa de José Gabriel Tupac Amaru), Lorenza y Felipa Mendigure Tupac Amaru (primas de José Gabriel Túpac Amaru), Margarita Acevedo (tía abuela de Diego Cristóbal Túpac Amaru), las hermanas Paula y Martina de Castro (tías de Marcela Castro), Francisca Fuentes (esposa de Francisco Noguera, primo de José Gabriel Túpac Amaru), Asencia de Castro (esposa de Lorenzo Noguera que a su vez es hijo de Francisco Noguera), Paula Noguera (hija de Francisco Noguera), Patricia Díaz Castro (prima hermana de Diego Cristóbal Túpac Amaru), Asencia Fuentes Castro (prima de Diego Cristóbal) y su hijas María y Marcela Luque Fuentes, Nicolasa Torres (esposa de Miguel Tito Condori, suegro de Diego Cristóbal), Marcela de Torres (cuñada de Diego Cristóbal), Antonia Tito Condori (cuñada de Diego Cristóbal), Isidora y Bartola Escobedo (primas hermanas de Diego Cristobal), Catalina Huancachoque (madre de las hermanas Escobedo), Nicolasa Aguirre (concuñada de Juan Bautista Túpac Amaru), Narcisa Puyucahua (tía de Micaela Bastidas), Andrea Uscamanco (esposa de Cayetano Castro, primo de Diego Cristóbal), Santusa Castro (tía de Diego Cristobal), Gregoria Marqui (mujer de Manuel Tito Condori), Juliana Marqui (hija de Manuel Tito Condori), Antonia Caya (mujer de José castro), Antonia Castro (prima de Diego Cristóbal), Santusa Canque (mujer de Antonio Castro), Margarita Condori (tía política), Dionisia Cahuaytapa (esposa de Marcelo Puyucahua, tío de Micaela), Margarita Uscamayta (mujer de Tomás Araus), Rosa Noguera Túpac Amaru y Margarita Noguera (Véase Sivirichi 1979: 160-161).

Y entre las mujeres que no se encuentran emparentadas con los tupacamarus se encuentran las siguientes: María Ramos, Sebastiana Ramos, Margarita Díaz y Micaela Castellanos (Véase Sivirichi 1979: 162). 

Sobre las miles de mujeres anónimas que participaron de la insurrección acompañando a sus esposos, hijos, hermanos y demás parientes, el historiador Juan José Vega anota sucintamente en función de la documentación histórica lo siguiente:

(…) sin la presencia de aquellas mujeres, ningún apoyo logístico habría sido posible: el transporte de armas, bagajes y municiones; el acarreo de víveres, agua y ropas; la preparación del rancho de las fuerzas combatientes; el levantamiento de las carpas o de rústicas chozas provisionales; el cuidado de los heridos y enfermos; el lavado y otras tareas de higiene elemental, fueron, entre otras, funciones de sacrificadas compañeras que participaron por decenas de millares en la sublevación” (Vega 1981: 523)

Por otro lado, no faltaron caciques realistas (como Mateo Pumacahua, Diego Choquehuanca, Pedro Sahuaraura, Nicolás Rosas, Eugenio Sinanyuca, Manuel Chuquinga y demás), asi como chapetones (espetados con sorna por los indios como pukacuncas, "cuellos rojos" o "enrojecidos") y criollos que vieron en la insurgencia tupacamarista una simple aventura  codiciosa  que atentaba contra sus privilegios de clase y de casta. La defensa de esos privilegios a la larga se trocaron en un gran miedo __ miedo que posteriormente se prolongó y se convirtió en una de las ideas fuerza que constituyó la idea de nación en el Perú__ ante el crecimiento de una gran insurgencia plebeya que Micaela Bastidas Puyucahua, así como muchas de las mujeres que impulsaron con gran tesón aquel movimiento insurgente, pretendió convertir en una gran guerra campesina.  

Reconocer que los hechos de la  insurgencia tupacamarista anunciaban una gran guerra campesina contra el colonialismo, animada con mucho coraje por sus mujeres, permite dejar de lado esa  visión edulcorada de la historia que reproducen, althusserianamente, los aparatos ideológicos del Estado, en función del orden de dominación que antaño la insurgencia cuestionaba.  


 
 
Juan Archi Orihuela
Andahuaylas, domingo 10 de febrero del 2013.

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[*] En cuanto a las fechas (nacimientos y demás) sigo lo que ha consignado el historiador Carlos Daniel Valcarcel (1973).  


Referencia bibliográfica.

BARRIONUEVO, Alfonsina
1976    Habla Micaela. Ediciones Iberia, Lima.

GUARDIA, Sara Beatriz   
1998    “Micaela Bastidas y la insurrección de 1780”, en: Mujer, cultura y sociedad en América latina. Université de Pau et des Pays de L´Adour, Pau, pp.129-152.

SIVIRICHI TAPIA, Atilio
1979    La revolución social de los Tupac Amaru. Editorial Universo, Lima.

VALCARCEL, Carlos Daniel
1973    “Micaela Bastidas”, en: La rebelión de Tupac Amaru. Peisa, Lima, pp. 95-100.

VEGA, Juan José
1981    “El rol de la mujer en el ejército rebelde”, en: Historia General del Ejército Peruano. Tomo III. Volumen I. La dominación española del Perú. Ministerio de Guerra-CPHEP, Lima, pp. 522-526.