Hay un poema muy conocido de Mario Benedetti llamado Te quiero (1956), en cuyos versos se alude a un paraíso, nada idílico, a saber, “Te quiero en mi paraíso/ es decir que en mi país/ la gente viva feliz/ aunque no tenga permiso”. El poema, que duda cabe, es un poema que el poeta le dedica a su compañera, quien también comparte los mismos ideales políticos que él (aquellos viejos ideales de la izquierda, ideales tan simples que pretenden afirmar la justicia social). A su vez aquel “paraíso”, nada idílico, se opone a esa caricatura del “amor adánico” (en cuyo paraíso tan inauténtico mora, o desea morar, toda pareja inauténtica) porque posibilita pasar de la realidad del deseo al deseo de la realidad.
Pero el “deseo de la realidad” aún está en espera, para el mal llamado latinoamericano, el paraíso (país) que a uno le ha tocado, no sólo nacer, sino vivir, al margen de todo ultranacionalismo, data de la constitución de las repúblicas durante el siglo XIX. Uno de sus grandes artífices, y agitador de las ideas republicanas por aquel entonces, fue Simón Bolívar, quien en su famoso Discurso de Angostura (1819), límpidamente declaró las condiciones de posibilidad de toda república: “El sistema de Gobierno más perfecto, es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”. Lo primero, la mayor suma de felicidad posible es en el fondo lo que busca todo hombre y mujer en su paraíso. Desde luego hay muchos casos en que, por diversas razones, uno sale y encuentra esa suma de felicidad posible fuera de su país. Pero para los millones y millones de hombres y mujeres que se quedan y buscan esa suma de felicidad posible, muchas veces en su paraíso resulta imposible ser feliz.
Precisamente en la película Paraíso (2010) de Héctor Gálvez se muestra tal situación. “Paraíso”, lejos de ser una ironía nominal (debido a la vida tan dura que llevan sus pobladores para subsistir y que contrasta con el nombre), es una historia en el que la vida de hombres y mujeres (populares) parece exceder a la realidad del Perú (En realidad Paraíso existe como lugar en el distrito Lurigancho-Chosica, tal como se muestra en la película). El protagonista, un joven llamado Joaquín, es el único de su grupo de amigos que puede hacer lo que desea en la vida (ser un trapecista de circo), y no sólo elegir (como reza el credo liberal), pero ese deseo implica salir de Paraíso. Para el resto de sus amigos la incertidumbre los embarga u oprime porque en Paraíso todo se encuentra sujeto a la necesidad, el único espacio para la libertad se encuentra fuera de Paraíso.
Paraíso, lejos de todo pesimismo, es la suspensión de la república del Perú como proyecto. O, mejor dicho, Paraíso es la mejor evidencia de que el Perú carece de proyecto como país. Y no sólo eso, Paraíso al ser el espacio en el que la opresión de la necesidad es una constante, evidencia la modorra de quienes han dirigido la república que ya llegó a sus límites. Tal modorra no se justifica, política, ni moralmente, ni mucho menos cabe el cinismo artero de la complicidad o la desidia, por el contrario, a sólo diez años del bicentenario de la independencia es necesario plantearse un balance sobre el país como república. El tema de la dominación nacional en su conjunto es un punto de partida para encarar aquellos temas que encierra la caja de Pandora del país (La desigualdad, la explotación laboral y el desempleo, la salud pública, la educación pública, la justicia, la impunidad, la corrupción y demás). Hace años los subversivos del PCP-SL abrieron esa caja (propiamente dicho la dinamitaron) y salió todo el colonialismo tan crudo y visceral, que sorprendió, después de muchos años, precisamente a aquellos que consentían (en privado) todo ello. Asimismo, urge evaluar el rol (y la responsabilidad directa) que han tenido las clases dirigentes en el Perú desde que se fundó la república, precisamente son aquellos grupos de poder económico que han estado presente, directa o indirectamente, en todos los gobiernos de turno, ya sea mediante la democracia (sea esta nacional o liberal) o mediante las continuas dictaduras burguesas (sean estas de corte clásico militar, el militarismo-pequeño burgués o la última dictadura cívico-burguesa). Por ello el tema de fondo, en última instancia, no es el maniqueísmo entre la democracia y la dictadura, sino establecer un proyecto de país que encare la constitución de una nueva república que se ajuste a las necesidades de la gran mayoría de la población que vive (o sobrevive) tan igual, o al límite, como se vive en Paraíso.
Volviendo al Paraíso, hay un nuevo gobierno que ya se ha instalado, las expectativas son altas, nuevamente se abre un reformismo, pero ya no es el reformismo burgués que dirigió el General Juan Velasco Alvarado (entre 1968 y 1975), y que dicho sea de paso fue un reformismo que abortó, entre otros factores, porque no radicalizó el proceso democratizando la participación popular, para así generar un poder popular que lo sostenga. Ahora el nuevo reformismo que se inicia es pequeño-burgués y pretende ser nacional-popular. Aunque resulte increíble y paradójico el discurso nacionalista para cierta burguesía (iletrada) en el Perú es sinónimo de “socialismo encubierto”, tal como fustigaron en su momento al llamado velasquismo. Por ello Velasco, que fue un anticomunista y su régimen fue declaradamente anticomunista (la tercera vía), es el fantasma que ha creado la derecha rancia, conservadora y fachistoide para abominar lo que más teme desde que se fundó la república, a saber, todo cambio popular y democrático.
El nuevo reformismo que se instaura no podrá evadir el sabotaje (impulsado, avalado y consentido por quienes han perdido en las últimas elecciones) y si eso no surte efecto alguno, el golpe de Estado en última instancia es lo que le quedará a la gran burguesía peruana, si el nuevo régimen intenta radicalizar el proceso hacia lo “nacional-popular”. Aquel apoyo para un futuro y probable golpe de Estado no es nada descabellado porque encuentra cierto asidero en una situación de hecho. Lejos de ser una mera anécdota, lo que sucedió al final de las últimas elecciones presidenciales es el aval de un “golpe en potencia”. Un sector de la clase media y casi toda la gran burguesía vomitó tanto odio y lanzó todo su encono hacia los pobladores populares que habían elegido al actual presidente del Perú, Ollanta Humala Tasso, fustigándolos de ignorantes y lanzándoles epítetos zahirientes. Lejos de ser un hecho lamentable, tal hecho expresa fielmente la visión premoderna de aquellos que fungen ser los representantes de la modernidad en el Perú, porque de acuerdo a su visión maniquea de país, con Ollanta Humala el Perú se “jodió”. Y cual cruzados no escatimarán hacer uso de la violencia como los más píos del catolicismo lo hicieron antaño. Aunque si se observa bien, ya hacen uso de la violencia verbal de manera tan descarada; para lo otro, sólo esperan el momento.
Pero lejos de encarar un conflicto, al parecer un gobierno de concertación es la última carta (marcada) que se juega el nuevo gobierno que pretende ser “nacional-popular”. Aunque, si se observa la historia republicana, aún no se ha agotado un gobierno de concertación. A diez años del bicentenario de la independencia asistimos a una nueva disyuntiva entre un país liberal para unos pocos o la posibilidad de construir un país nacional-popular para muchos. Al margen de todo apoyo u oposición ideologizada, el mejor indicador para constatar los cambios del nuevo gobierno, no serán los discursos oficiosos, ni la venia de los organismos internacionales, sino será la vida en Paraíso, es decir, cuando “la gente viva feliz, aunque no tenga permiso”.
Pero el “deseo de la realidad” aún está en espera, para el mal llamado latinoamericano, el paraíso (país) que a uno le ha tocado, no sólo nacer, sino vivir, al margen de todo ultranacionalismo, data de la constitución de las repúblicas durante el siglo XIX. Uno de sus grandes artífices, y agitador de las ideas republicanas por aquel entonces, fue Simón Bolívar, quien en su famoso Discurso de Angostura (1819), límpidamente declaró las condiciones de posibilidad de toda república: “El sistema de Gobierno más perfecto, es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política”. Lo primero, la mayor suma de felicidad posible es en el fondo lo que busca todo hombre y mujer en su paraíso. Desde luego hay muchos casos en que, por diversas razones, uno sale y encuentra esa suma de felicidad posible fuera de su país. Pero para los millones y millones de hombres y mujeres que se quedan y buscan esa suma de felicidad posible, muchas veces en su paraíso resulta imposible ser feliz.
Precisamente en la película Paraíso (2010) de Héctor Gálvez se muestra tal situación. “Paraíso”, lejos de ser una ironía nominal (debido a la vida tan dura que llevan sus pobladores para subsistir y que contrasta con el nombre), es una historia en el que la vida de hombres y mujeres (populares) parece exceder a la realidad del Perú (En realidad Paraíso existe como lugar en el distrito Lurigancho-Chosica, tal como se muestra en la película). El protagonista, un joven llamado Joaquín, es el único de su grupo de amigos que puede hacer lo que desea en la vida (ser un trapecista de circo), y no sólo elegir (como reza el credo liberal), pero ese deseo implica salir de Paraíso. Para el resto de sus amigos la incertidumbre los embarga u oprime porque en Paraíso todo se encuentra sujeto a la necesidad, el único espacio para la libertad se encuentra fuera de Paraíso.
Paraíso, lejos de todo pesimismo, es la suspensión de la república del Perú como proyecto. O, mejor dicho, Paraíso es la mejor evidencia de que el Perú carece de proyecto como país. Y no sólo eso, Paraíso al ser el espacio en el que la opresión de la necesidad es una constante, evidencia la modorra de quienes han dirigido la república que ya llegó a sus límites. Tal modorra no se justifica, política, ni moralmente, ni mucho menos cabe el cinismo artero de la complicidad o la desidia, por el contrario, a sólo diez años del bicentenario de la independencia es necesario plantearse un balance sobre el país como república. El tema de la dominación nacional en su conjunto es un punto de partida para encarar aquellos temas que encierra la caja de Pandora del país (La desigualdad, la explotación laboral y el desempleo, la salud pública, la educación pública, la justicia, la impunidad, la corrupción y demás). Hace años los subversivos del PCP-SL abrieron esa caja (propiamente dicho la dinamitaron) y salió todo el colonialismo tan crudo y visceral, que sorprendió, después de muchos años, precisamente a aquellos que consentían (en privado) todo ello. Asimismo, urge evaluar el rol (y la responsabilidad directa) que han tenido las clases dirigentes en el Perú desde que se fundó la república, precisamente son aquellos grupos de poder económico que han estado presente, directa o indirectamente, en todos los gobiernos de turno, ya sea mediante la democracia (sea esta nacional o liberal) o mediante las continuas dictaduras burguesas (sean estas de corte clásico militar, el militarismo-pequeño burgués o la última dictadura cívico-burguesa). Por ello el tema de fondo, en última instancia, no es el maniqueísmo entre la democracia y la dictadura, sino establecer un proyecto de país que encare la constitución de una nueva república que se ajuste a las necesidades de la gran mayoría de la población que vive (o sobrevive) tan igual, o al límite, como se vive en Paraíso.
Volviendo al Paraíso, hay un nuevo gobierno que ya se ha instalado, las expectativas son altas, nuevamente se abre un reformismo, pero ya no es el reformismo burgués que dirigió el General Juan Velasco Alvarado (entre 1968 y 1975), y que dicho sea de paso fue un reformismo que abortó, entre otros factores, porque no radicalizó el proceso democratizando la participación popular, para así generar un poder popular que lo sostenga. Ahora el nuevo reformismo que se inicia es pequeño-burgués y pretende ser nacional-popular. Aunque resulte increíble y paradójico el discurso nacionalista para cierta burguesía (iletrada) en el Perú es sinónimo de “socialismo encubierto”, tal como fustigaron en su momento al llamado velasquismo. Por ello Velasco, que fue un anticomunista y su régimen fue declaradamente anticomunista (la tercera vía), es el fantasma que ha creado la derecha rancia, conservadora y fachistoide para abominar lo que más teme desde que se fundó la república, a saber, todo cambio popular y democrático.
El nuevo reformismo que se instaura no podrá evadir el sabotaje (impulsado, avalado y consentido por quienes han perdido en las últimas elecciones) y si eso no surte efecto alguno, el golpe de Estado en última instancia es lo que le quedará a la gran burguesía peruana, si el nuevo régimen intenta radicalizar el proceso hacia lo “nacional-popular”. Aquel apoyo para un futuro y probable golpe de Estado no es nada descabellado porque encuentra cierto asidero en una situación de hecho. Lejos de ser una mera anécdota, lo que sucedió al final de las últimas elecciones presidenciales es el aval de un “golpe en potencia”. Un sector de la clase media y casi toda la gran burguesía vomitó tanto odio y lanzó todo su encono hacia los pobladores populares que habían elegido al actual presidente del Perú, Ollanta Humala Tasso, fustigándolos de ignorantes y lanzándoles epítetos zahirientes. Lejos de ser un hecho lamentable, tal hecho expresa fielmente la visión premoderna de aquellos que fungen ser los representantes de la modernidad en el Perú, porque de acuerdo a su visión maniquea de país, con Ollanta Humala el Perú se “jodió”. Y cual cruzados no escatimarán hacer uso de la violencia como los más píos del catolicismo lo hicieron antaño. Aunque si se observa bien, ya hacen uso de la violencia verbal de manera tan descarada; para lo otro, sólo esperan el momento.
Pero lejos de encarar un conflicto, al parecer un gobierno de concertación es la última carta (marcada) que se juega el nuevo gobierno que pretende ser “nacional-popular”. Aunque, si se observa la historia republicana, aún no se ha agotado un gobierno de concertación. A diez años del bicentenario de la independencia asistimos a una nueva disyuntiva entre un país liberal para unos pocos o la posibilidad de construir un país nacional-popular para muchos. Al margen de todo apoyo u oposición ideologizada, el mejor indicador para constatar los cambios del nuevo gobierno, no serán los discursos oficiosos, ni la venia de los organismos internacionales, sino será la vida en Paraíso, es decir, cuando “la gente viva feliz, aunque no tenga permiso”.
Juan Archi Orihuela
Jueves, 28 de julio de 2011.
Jueves, 28 de julio de 2011.