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lunes, 18 de julio de 2011

Los amores imposibles y el cine

En la novela La nostalgia del deseo (2011) de José Aragón hay una historia de un hombre que sale presuroso al aeropuerto para “despedirse” de la mujer que quiere (en el fondo quería decirle que sentía un amor epidérmicamente sensible por ella) o prolongar el "instante de la ilusión" para trocar la fantasía en realidad. Pero como ella se muestra tan fría y distante, desiste de lo que iba a decir o hacer. Y al quedar tan desazonado empieza a narrar en retrospectiva “lo que nunca jamás sucedió”. Tal narración se convierte a lo largo del relato en una doble fantasía, a la fantasía de la creación literaria se le suma, lo que muy bien observaba José Ortega y Gasset, la naturaleza del amor como una “vida arcana”. Explícitamente, “un amor no se puede contar, decía el filósofo español, al comunicarlo se desdibuja o volatiliza”.

Si eso caracteriza al amor, la posibilidad de contar una historia al respecto sería que el amor sea (o haya sido), un amor imposible. Es decir, un amor inconcluso, ya sea nunca iniciado (no correspondido) o nunca acabado (cuando uno no quiere la separación). Ese detalle es lo que le da cierta condición de realidad animada por una pasión intensa que se vuelve fantasía debido a su intensidad. Por ello lo curioso de los amores imposibles es que truecan la fantasía por la realidad o viceversa. Tal condición ha hecho que el cine, que se caracteriza por ese rasgo, sea el mejor medio de expresión sobre tales hechos tan humanos, demasiado humanos.

Los amores imposibles, corriendo el riesgo de su generalización, son aquellos amores que se presentan siempre a partir de la retrospectiva. Ese detalle se encuentra en la película El joven manos de tijeras [Edward Scissorhands] (1990) de Tim Burton. Pero además hay una escena en tal película que focaliza aquel rasgo muy característico, a saber, el infortunio. La muchacha Kim le dice a Edward (el joven anormal) cuando se encuentran a solas: “Abrázame” (Él extiende sus brazos y ve las tijeras enormes que lleva incrustadas en vez de manos); y enseguida él responde con voz lánguida: “No puedo”. En el fondo desea abrazarla, pero no puede porque resultaría imposible abrazarla sin hacerle daño. Esa condición del daño que genera la herida, no es un daño retórico sino práctico, es el instante de la realidad (afectiva). Ese instante no es sólo la materialidad empírica, que fustigaba Platón porque conllevaba a un reduccionismo moral (el bien) al eros, sino que es la expresión de la imposibilidad del deseo.

En la película Esplendor en la hierba (1961) de Elia Kazan se muestra una historia tan desafortunada porque la imposibilidad del amor entre la joven pareja radica no en el destino, ni mucho menos en las circunstancias que los separaron (la familia, la enfermedad y la distancia), sino en la voluntad, específicamente en la falta de voluntad, ambos dudan, se afligen, se distancian y, finalmente, se separan (a pesar de que uno de ellos no quiere hacerlo). Por ello el poema de William Wordsworth [“Pues aunque el resplandor que en otro tiempo fue tan brillante/ hoy esté por siempre oculto a mis miradas/ aunque nada pueda hacer volver la hora/ del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores/ no debemos afligirnos, pues encontraremos/ fuerza en el recuerdo (…)”], que anuncia la historia y que articula la película, lejos de ser una suerte de exégesis es lo que acentúa el infortunio consentido: el recuerdo. Tal idea se puede entender bajo una escena (tan reiterada) de la película Con animo de amar (2000) de Won Kar-Wai. Cuando la pareja de la historia se enamora, cada uno se encuentra ya casado; pero como sus respectivos conyugues son amantes, sienten que no pueden hacer lo mismo (ser desleal), a pesar de ello la desdicha los une a cultivar cierta amistad (ambiguamente pasional) y, finalmente, el amor los une. En ese instante se complican las cosas y él tiene que partir y le propone a ella irse juntos, en el fondo ella quería hacerlo pero no pudo. Esa imposibilidad es consentida, es decir, mediante un acto de decisión la mujer pudo irse con el hombre que ama, pero consciente quedarse con su marido infiel al que ya no ama. Al parecer en los amores imposibles la felicidad se encuentra suspendida por el deber, pero, sobretodo, por la indecisión.

La indecisión es lo que caracteriza a la naturaleza ambigua de las emociones amorosas que encuentran cierta correspondencia con la esfera de la subjetividad, pero sobretodo con la de la intersubjetividad. Al respecto la película Persiguiendo a Amy (1997) de Kevin Smith permite observar con cierto detalle tal síntoma. En tal película un joven caricaturista se enamora de una chica que es lesbiana, situación muy complicada que anuncia explícitamente el “amor imposible”, él hace hasta lo imposible para que ella se enamore de él y lo logra (la muchacha venía de una serie de conflictos ambiguos); ella se enamora perdidamente de él porque siente que ha encontrado al hombre que le puede dar una “tregua” con la vida. Pero el “pasado” de ella (antes de ser lesbiana tuvo una vida muy accidentada y promiscua, falta de afecto y una gran incertidumbre por la vida) le asalta como un fantasma. Por ese detalle se distancian, y como recurso cinematográfico (sólo los cínicos, los ebrios y los marginales pueden decir la verdad), el protagonista se encuentra con unos sujetos facinerosos y uno de ellos al escuchar la historia le dice, algo así como: “Tú estás persiguiendo a Amy, es decir, yo me enamoré de una mujer, que al inicio nos fue bien, pero por prejuicios y cosas accidentales, me aleje de ella, y luego sentí lo que ahora te pasa; sabes, si no haces algo, en el fondo no sólo vas a sentir que has perdido al amor de tu vida, porque en realidad era eso, ella es el amor de tu vida: tú decides”. La historia se repite nuevamente con el caricaturista porque no tuvo el valor de decidir. La indecisión, en una relación amorosa, es la suspensión de la felicidad porque se sigue pensando en uno mismo y no en la persona con quien se puede ser feliz (por lo menos eso es la consecuencia afectiva).

Con respecto a los prejuicios y al pasado de la otra persona son casos muy recurrentes en algunas historias amorosas. La vieja canción llamada Celos (1977) de Camilo Sesto da en el clavo del asunto: “Celos de una sombra en tu pasado, que se acuesta a tu lado entre mi amor y tu cuerpo”. Hay mujeres que cometen el error de hablar insistentemente acerca del "pasado" y en los momentos inadecuados (desde luego hay hombres que son indiferentes o insensibles a eso). Al parecer el pasado es subversivo no sólo en la política, sino también en el amor. En cuanto a los prejuicios, se encuentran de toda índole, e inversamente a lo que sucede con el pasado, los prejuicios se callan, se temen, se silencian y cuando asaltan ya es tarde. Aquel instante es cuando el amor se trueca en imposible. Cuando el amor arcano se hace público de una manera inopinada, se hace historia, una historia de cine tan común y tan empíricamente ineludible.



Juan Archi Orihuela
Lunes, 18 de julio de 2011.