Históricamente los regímenes
políticos mantienen y expresan un determinado orden social que constantemente
se tiene que legitimar. El cuestionamiento al orden es parte también de la
política y en la medida de la fuerza de su impacto, no sólo como discurso sino
también como práctica política, permite que el orden se regule o incluso se
transforme. La regulación y la transformación del orden forman parte de la
dinámica de la política como un hecho social. En esa dinámica, los sujetos
políticos cumplen un papel muy importante porque son precisamente ellos quienes
orientan y pautan una serie de discursos que van a formar parte de la
legitimación del orden; o, en su defecto, de su cuestionamiento. Entender la
legitimación política del orden implica necesariamente conocer el
cuestionamiento al orden.
Frecuentemente el cuestionamiento
al orden en las sociedades modernas se genera porque su reproducción se
asienta sobre poderes que vulneran o ponen en riesgo a ciertos sectores de la
sociedad. No obstante, no todos aquellos que forman parte de este sector
vulnerado cuestionan el orden, ya que tal cuestionamiento es gradual e incluso
se encuentra disperso y fragmentado por todo el espacio público.
De acuerdo a la forma de organización y a la capacidad de movilización
de aquellos sectores de la sociedad, se articulan discursos y animan prácticas para cuestionar al
orden. Si tal hecho ocurre, en el espacio político gradualmente se reorientarán
las correlaciones de fuerza que aún mantienen el orden. Esto no quiere decir
que el orden político de buenas a primeras se modificará, sino que la tensión
que anteriormente era tácita, ahora será explicita y de sentido común en el interior del espacio
político. Para que no ocurra un desbalance o alguna modificación abrupta que ponga
en riesgo al orden, se legitimará constantemente el poder que sostiene al orden
político. Tras esa dinámica de cuestionamiento y de legitimación se encuentran
los sujetos políticos.
Todo cuestionamiento a un orden
político es en principio un cuestionamiento moral. Por eso el orden cuestionado
es valorado y sentido como un orden injusto. La consecuencia moral de tal
cuestionamiento anima el deseo hacia un orden justo. Por eso los discursos que
cuestionan el orden no pueden soslayar o dejar de insinuar alguna propuesta de
cambio frente al orden valorado como injusto. El cuestionamiento al orden oscila frecuentemente entre
el deseo utópico y la confrontación práctica. El deseo utópico anima la capacidad de imaginar una alternativa al
orden injusto, mientras que la
confrontación práctica anima la organización y la movilización en conjunto
de todos aquellos que cuestionan al orden. Cuando la confrontación práctica
adquiere fuerza y una mayor dimensión, el mecanismo frecuente para restablecer
el orden es la contención mediante la fuerza que ejercen las Fuerzas Policiales
o las Fuerzas Armadas como parte de los aparatos represivos del Estado. Pero la
contención de la fuerza muchas veces no se encuentra exenta de abusos y
excesos, y que en vez de contener el descontento lo animan. Para evitar que el
descontento se generalice ciertos sujetos políticos que defienden el orden tienden
a minimizar los daños y los excesos e incluso proceden a descalificar
constantemente a quienes cuestionen el orden. Tal reacción forma parte de la
legitimación del régimen.
A partir del constante
cuestionamiento al orden, su legitimación adquiere una necesidad en
función del poder. Es decir, todo poder necesariamente tiene que ser
legitimado. La legitimación del poder forma parte de la tensión de la política.
Pero la legitimación del poder al que me refiero es aquel poder político que
se reproduce en el mundo contemporáneo y tal como acaece se asienta en
regímenes democráticos y no-democráticos.
La legitimación de los regimenes
políticos es un fenómeno que tiene que ver con la constitución del poder del
Estado y la forma gubernamental. Como la democracia pretende ser la forma
gubernamental hegemónica en el mundo cabe observar su legitimación.
El poder del Estado en los
regímenes democráticos se ejerce mediante la división de poderes, a saber, el
legislativo, el ejecutivo y el judicial, como un mecanismo para alcanzar un
equilibrio en el ejercicio del poder estatal; los dos primeros, se renuevan
mediante elecciones universales; mientras que el tercero, goza de autonomía
para impartir la ley. Todo ejercicio del poder del Estado moderno tiene que ser
legítimo, la legitimidad la adquiere mediante su forma gubernamental. Toda
democracia, como una forma gubernamental, adquiere su legitimidad mediante el
sufragio universal, es decir, los gobernantes son elegidos por la mayoría de
los ciudadanos en elecciones libres. Así los gobiernos democráticos son
legítimos o no. Sin embargo, la legitimidad del gobierno no asegura la
legitimidad de todo el orden político que se asienta en el Estado, porque los
gobiernos son transitorios; y más aún, si consideramos que toda legitimación
responde en el fondo a toda forma de cuestionamiento sobre el orden que
representa el gobierno, la legitimación será una constante a partir del Estado.
Por eso constantemente el poder del Estado tiene que legitimarse mediante una
serie de mecanismos que tienen que ver con su constitución ideal y material.
El poder del Estado en las
sociedades modernas se sustenta en dos relaciones materiales e ideales, a saber, la fuerza y
el consentimiento. La fuerza
comprende el ejercicio de la violencia que se encuentra monopolizado por el Estado para
mantener el orden; la fuerza se asienta en las instituciones militares y en las
instituciones policiales como parte de la estructura del Estado, cumpliendo una eminente
función represiva. Mientras que el
consentimiento es la expresión de una estructura ideológica que posibilita asentir el orden como un hecho natural y sobretodo
incuestionable. El consentimiento es el resultado de los aparatos ideológicos
del Estado; en su estructura, comprende todas aquellas instituciones y sistemas
de la sociedad (como las instituciones religiosas, educativas, familiares; el
sistema jurídico; el sistema político; la prensa y los circuitos culturales) que
reproducen el discurso del poder legítimo del Estado, y por eso cumple una
clara función ideológica. Pero, a su vez, el consentimiento del poder no es
algo que viene de fuera de la sociedad, sino que se encuentra dentro de la
sociedad porque se reproduce en todas las instituciones sociales que comprenden
el orden social. De ahí que resulta muy difícil cuestionar el orden y sobretodo
reproducir una práctica y un discurso que cuestione el orden; ya que una cosa
es cuestionar el orden, mediante el discurso y la acción colectiva, y otra muy
distinta es oponerse eventualmente al orden de manera individual. Es frecuente
oponerse al orden sin que se le cuestione, porque esa oposición aún no deja de
reconocer la legitimidad del orden. Cuando se desconoce la legitimidad del
orden, la oposición eventual que se tiene frente al poder deja de ser
individual y se vuelve un cuestionamiento colectivo y práctico. Ese
cuestionamiento se da en el espacio público y es el que pone en tensión al
espacio político.
En función de la estructura del
Estado, la legitimación de los regímenes políticos es un hecho ideológico. Es
un hecho ideológico porque aceptamos y reproducimos una serie de “ideas-fuerza” que nos resultan siendo incuestionables. La reproducción de
esas “ideas-fuerza” (entre las que se encuentra la idea de la “patria”, de la
“democracia”, del “desarrollo”, de la “historia”, de la “tradición” y de demás)
sólo tiene sentido y función cuando se defiende el orden que se pretende legitimar. Los regímenes políticos
desde su instauración y su cese se encuentran constantemente escenificando el poder
en el espacio público. Por eso todo régimen político en su estructura
gubernamental comprende una serie de usos simbólicos que los identifica y anima
la celebración de fechas conmemorativas para hacer sentir su presencia. Entre
los usos simbólicos que caracterizan a los regimenes políticos se encuentran
todas aquellas imágenes que animan los políticos gubernamentales, así como el
uso frecuente de los colores del partido de gobierno en casi todos los eventos
públicos que auspicia el gobierno (Hecho frecuente en nuestro medio político).
Luego de los procesos electorales
se inicia un nuevo régimen, es decir, un nuevo gobierno. El régimen político que nace de las urnas
comprende dos bloques políticos, a saber, una fuerza política oficialista que
legitimará necesariamente el orden; y una oposición, que cumplirá con
fiscalizar al nuevo régimen y, a su vez, capitalizará el descontento sin poner
en riesgo el orden. En los espacios políticos hay políticos que reproducen
discursos sobre el orden y mantienen ciertas imágenes que los identifican
(conservadores y moderados), no obstante, no son ellos precisamente quienes
legitiman al régimen, sino sobretodo el sector oficialista. El sector
oficialista es el que frecuentemente
minimiza los cuestionamientos cuando se vuelven conflictos sociales;
asimismo son ellos quienes tienden a justificar los excesos del gobierno o
quienes se hacen de la vista corta frente a los actos de corrupción. Por su
parte la oposición, de acuerdo a la correlación de fuerzas, es decir, si encuentra
o no réditos políticos, se sumará a la legitimación del nuevo régimen. Pero
como en esos bloques políticos los sujetos políticos proceden de distintas
filiaciones políticas, a excepción de los oficialistas, la legitimación surge
como producto de un cruce de percepciones y sobre todo de motivaciones, frente
al orden. Entre las percepciones se encuentra la estabilidad social y la
amenaza al orden; y entre las motivaciones se encuentran la permanencia en la
política.
La percepción sobre la estabilidad social es producto de los
cambios o la continuidad que el nuevo régimen impulsa o mantiene. Es frecuente
que se perciba la estabilidad social como el buen funcionamiento de la política
económica que dicta el gobierno de turno. Por eso la política económica es muy
importante al respecto, ya que muchas de las tensiones políticas se deben a la
orientación que puede tomar la conducción de la misma. Asimismo cabe observar
que la estabilidad social se encuentra asociada a la suspensión o a la
invisibilización de los problemas que hacen posible el cuestionamiento al
orden. Esto no quiere decir que aquella percepción sea una percepción
equivocada de la realidad, sino que como forma parte del hecho ideológico tiene un fin práctico, a saber, legitimar; por eso se tiende a minimizar o
acentuar uno de sus aspectos que permita la justificación del régimen. Tras
esta percepción se encuentra la idealización del orden como parte fundamental
de la política. La política percibida como algo estable y duradero permite que el
poder sea legitimado mediante la reproducción de una estabilidad procedente de
una percepción macro.
La percepción de una amenaza al orden surge a partir del conflicto
que anima todo cuestionamiento político frente al orden. Las movilizaciones
sociales de cierto sector de la población que reclama derechos y denuncia los
abusos del poder, así como la confrontación directa que genera el conflicto (como parte de la lucha de clases),
alarma a quienes defienden el orden que sostiene al nuevo régimen. La amenaza
al orden tiende a polarizar el escenario político; y, a su vez hace que los sujetos
políticos tomen partido frente al orden, ya sea de manera explicita o
implícita. La amenaza al orden puede ser
una situación coyuntural, así como algo permanente que encuentra su equilibrio
cuando se llegan a acuerdos entre las partes en conflicto. Asimismo frente a la
amenaza al orden es frecuente que los políticos tiendan a apelar
insistentemente a ciertas ideas-fuerza que el Estado reproduce a través de sus
aparatos ideológicos, a saber, “la unidad nacional”, “la nación” y demás; y, en
función del régimen democrático, se
tiende a apelar a discursos que legitiman a la democracia, a saber, “la defensa
de la institucionalidad”, "el estado de derecho", "la ciudadanía", el “diálogo”, el “consenso” y demás.
Por otro lado, lo que motiva a
muchos políticos a legitimar el orden es la permanencia en la política. Muchos
políticos aspiran a mantener su permanencia en la escena política y en función
de ella se perciben como candidatos en potencia. Si bien es cierto que en las
campañas electorales los políticos se exponen con mayor frecuencia en el
espacio público, en lo que va del periodo gubernamental harán lo posible para
exponerse, aunque no todos lo logren, frente a las cámaras. Por eso son
frecuentes las declaraciones que los políticos insistentemente brindan a los
diversos medios de comunicación sobre cualquier tema. El
ganar algunos réditos en cuanto a imagen y representación será la
motivación más recurrente. En la escena política, tal actitud refuerza la idea
de que los políticos no hacen nada desinteresadamente, sino siempre de manera
intencional y calculada. La percepción del cálculo político y la
intencionalidad de las acciones políticas al ser expuestas a través de los
medios de comunicación masiva, se convierte en una prolongación de la legitimación
del orden. Con tal hecho el círculo de la legitimación política se cierra.
Juan Archi Orihuela
Lima, martes 08 de abril del
2014.