Actualmente hay una
identificación muy común, que se reproduce de manera acentuada en la vida
cotidiana, acerca de los mitos, a saber, los mitos serían falsos y, sobretodo, necesarios.
La “falsedad” del mito estaría asociada al reconocimiento ideal que se tiene
sobre el relato mítico, en la medida que el relato no encuentra ninguna
conexión o referencia alguna a hechos empíricos. Mientras que la “necesidad”
(mentada) del mito se asume en la medida que se concibe al hombre como un ser
metafísico. Lo primero (la falsedad del mito), ha generado una significación
negativa sobre el mito, cuya calificación se encuentra lejos de su concreción
como fenómeno ideal. Lo segundo (la necesidad del mito), ha convertido la
significación de aquel fenómeno en un significante suprahistórico de índole
individual.
Como muchas de las ideas que se
reproducen en la vida cotidiana permean la concepción que uno adquiere en las
diversas instituciones sociales, no es casual que al respecto haya reputados
hombres de letras y de ciencia que motejen a tal o cual discurso de “mítico” o,
en su defecto, asuman que “nadie puede vivir sin un mito” o que “la humanidad
necesita de mitos”.
Lo cierto es que el mito no tiene
nada que ver con la falsedad de su contenido, ni mucho menos se circunscribe
sólo a la necesidad metafísica del hombre. El mito no es falso porque el
contenido de su estructura discursiva (el mitema) no cumple la función de una
verdad lógica (su estructura está costituida por discursos analógicos). Asimismo el mito muchas veces responde a una necesidad física
que a una necesidad metafísica, como por ejemplo a una necesidad lúdica (considerada
entre otros como un rasgo) que se encuentra estrechamente vinculada con el
mundo físico o con los hechos tabuados que se mantienen y se asientan en una
estructura de poder terrenal.
Para establecer cierta relación
sobre los hechos sociales que se encuentran vinculados al mito (lo que no
quiere decir que ambos fenómenos sean lo mismo) cabe recordar que el mito forma
parte de la religión. La religión como un fenómeno histórico y cultural es una
institución social; asimismo la religión, como producción discursiva, es la
universalidad de lo divino mientras que el mito es la particularidad de lo
divino que vincula al hombre, mediante la acción, a lo que se ha convenido en
llamar “trascendental” o a aquello que es concebido como lo trascendental en función de una estructura cultural. Asimismo, toda
religión está compuesta de mitos (ya sean estos genésicos, fundacionales y
demás) pero no todo mito es (o establece) una religión o alude a lo religioso
en la medida que muchos de los mitos han sido disociados del ritual, cuyo
registro oral se ha convertido para el presente, hipotéticamente hablando según
Fernando Silva Santisteban, en leyendas.
El "Dios de los báculos", conocida entidad de la mitología andina |
Pero el detalle de la confusión antojadiza
sobre el mito que pretende vincularla a la religión, como si fuera una
prolongación de la misma, no radica sólo en su estructura discursiva, sino en la
constitución y en las consecuencias de la práctica social del sujeto (político)
que reclama y reproduce un discurso opuesto a lo real, como son todos los
discursos políticos en general. Pero los discursos políticos son opuestos a lo
real no porque sean “mentiras” o “falsedades” o hablen (para algunos) de cosas
inexistentes, sino porque no apuntan a decir “lo que es” (el mundo social) sino
lo que “debe ser” o “cómo debe ser” el mundo social.
En el mundo contemporáneo muchos
suelen observar y asumir que aún es posible de reconocer mitos en los discursos
políticos, tal como sostenía exagerada y tendenciosamente Mircea Eliade con
respecto a las ideologías políticas del comunismo y el nazismo; mientras que algunos (desde la cultura
letrada) consideran al mito como una prolongación del discurso de la literatura
(producción cultural de la llamada modernidad), tal como observaba Joseph
Campbell en su momento. Es claro que el mito es una estructura discursiva pero
no es cualquier discurso “fantástico” que apunte al “deber ser”, ni mucho menos
es una estructura discursiva que se encuentre ineludiblemente presente en los
discursos políticos. Ante todo, los discursos políticos forman parte de las ideologías
políticas que se estructuran en el campo de poder a través de las correlaciones
de fuerza generadas por las clases sociales o grupos de interés. En el campo de
poder la reproducción de las instituciones políticas y de los sujetos políticos
muchas veces son antagónicas a toda institución religiosa, así como a todo
sujeto religioso, porque la función y los objetivos que se plantean son tan disímiles
y posibles de ser corroborados partir de su practicidad.
Por contraposición a tal
observación que identifica la presencia de mitos disociados de su contexto
histórico y su estructura institucional asentada en una cultura mitológica,
como parte de los modos de producción precapitalista, cabe observar y no
olvidar que el mundo contemporáneo se caracteriza por reproducir casi en su
totalidad una cultura asentada en lo que Heidegger llamó la mundaneidad (existencial que refiere a
la estructura de un momento constitutivo del estar-en-el-mundo). En la
mundaneiddad del mundo contemporáneo se reproduce una serie de significantes
(Dios, el Estado, el amor, el poder, la libertad, la felicidad, la gloria, la
revolución, la suerte y demás) que aún nos vinculan con aquellos entes (materiales
e ideales) a los que consideramos como parte de nuestra condición
existenciaria. Condición existenciaria que ha acentuado, en función de la
universalidad del modo de producción capitalista (caracterizada por las crisis
económicas), la suspensión de su terrenalidad finita, es decir, la reproducción
cultural tiende a ser no-mitológica en la medida que se caracteriza por una
crisis constante de sentido.
En una cultura mitológica existen
muchos medios para darle sentido a las cosas del mundo. Mientras que en una
cultura no-mitológica, tal como se caracteriza y se reproduce en el mundo
contemporáneo, la búsqueda de un sentido al mundo, a través de una serie de
prácticas y medios (los significantes anteriormente mencionados) que casi siempre
adquieren la condición de ser fines por sí mismos, es el rasgo más enfático de
la vida cotidiana, culturalmente hablando.
Pero si el mundo contemporáneo no
se caracteriza por reproducir mitos ¿qué es aquello a lo que se ha venido y
convenido en llamar mitos? Francisco Miro Quesada convino en llamar a aquellos
fenómenos propios del mundo contemporáneo que muchos identifican con los mitos,
como mitoides. Los mitoides se
parecen al mito, pero no son mitos. Francisco Miro Quesada considera que uno de
los rasgos que permite diferenciar a los mitos de aquellos fenómenos que no son
mitos es el siguiente:
“Para que haya
mito se necesita que la cultura en la que aparece sea mitológica. Esta cultura
supone un complejo conjunto de categorías míticas, entre ellas las del tiempo,
el espacio y la causalidad.”
En el mundo contemporáneo, las
categorías míticas (el tiempo como circularidad, el espacio como centro sagrado
del mundo y la causalidad concebida como un poder personificado, llamado y
concebido por algunos grupos humanos como “brujería”) han perdido no sólo su sentido, sino que han sido
reemplazadas por otras concepciones, ajustadas a la transformación y a la
manipulación del mundo (orgánico e inorgánico). Actualmente se pueden producir
discursos que se asemejen a una
estructura mítica, pero en sentido estricto no serían mitos porque su
función no sólo ha soslayado la mediación del ritual en su reproducción, sino
porque no se encuentra vinculada a la totalidad de la cultura en la que se
reproduce. Al respecto Francisco Miro Quesada
anota lo siguiente:
“El mitoide
carece del carácter trascendental del mito, no está, sobre todo, imbricado con
la totalidad de la cultura en la que funciona. Es, en cierto sentido, aislado y
puede incluso contraponerse a aspectos esenciales de dicha cultura. Pero posee
caracteres fundamentales del mito.”
El carácter aislado del mitoide
no se debe a que sea ininteligible (muchos de los mitoides son inteligibles,
llamados erróneamente como “mitos modernos”) sino debido a que en su
reproducción muchas veces aparenta competir con la religión (los mitos no
estaban disociados de la religión, mientras que los mitoides si lo están) y en
algunos casos se contraponen. Asimismo hay un rasgo fundamental que lo asocia
al mito y a la vez lo diferencia, a saber, los valores. Los mitos reproducen
valores absolutos, mientras que en los mitoides hay una reafirmación de ciertos
valores relativos que pretenden ser absolutos, por ejemplo las ideas de la
libertad y de la humanidad. La libertad
asociada a la volición subjetiva y orgánica y la humanidad contrapuesta a la necesidad y a la determinación del
mundo físico han generado ideologías políticas, como el liberalismo y el
humanismo, que presentan mitoides. La lucha por la libertad y todas las
consecuencias que de ella se desprende (desde su personificación política hasta
su exacerbación mórbida en el plano sexual), así como la defensa del humanismo
(que exalta aquel rasgo social y espiritual del hombre, entendido como ser
cultural) no son más que formas de mitoides estructuradas por una
serie de imágenes que muchos se hacen del mundo contemporáneo.
Los mitoides se asumen como
creencias, pero no son las únicas creencias que hay en el mundo o sobre el
mundo. Ni mucho menos ese único rasgo debe llevar a confundirlo con los mitos.
Si uno repara que el mundo contemporáneo aún está plagado de supersticiones, de
creencias que rayan con lo absurdo y la irracionalidad, de pseudociencias que
van de la mano con ciertas formas de vida, de algunas ideologías políticas y de
concepciones ideales propias del mundo precapitalista, no debe suponer que se
encuentra en un contexto mitológico o en una cultura mitológica. Nada de eso.
Suponer que esos rasgos de credulidad o del creer en algo (ya sea en una
entidad física o metafísica, humana o divina) hacen propicio la estructuración
de una cultura mitológica es no sólo reducir el mito al acto de creer, sino
sobretodo suponer que el mito fue lo que hizo posible una cultura mitológica y
no su producto, como un hecho histórico y social.
Juan Archi Orihuela
Puno, miércoles 24 de abril del
2013.