“Túpac Amaru cóndor de fuego
brama en los Andes tu
corazón.
Eres incendio en los picachos
canto y bandera de rebelión.
(…)
Túpac Amaru padre del trueno
que estalle pronto tu
caracol.
Ya están prendiendo tus guerrilleros
grandes fogatas de insurrección.”
(Tiempo
Nuevo. Túpac Amaru)
La figura del cacique cusqueño
José Gabriel Condorcanqui, más conocido como Túpac Amaru II o simplemente Túpac
Amaru, ha animado toda una serie de imágenes que van desde el indianismo
culturalista y pachamámico, al que algunos identifican y llaman “resistencia andina”, hasta
las luchas políticas de liberación nacional contra toda forma de imperialismo.
Lo primero en cierta manera es una exégesis muy forzada y hasta cierto punto
acentúa una imagen descafeinada acerca de lo que hizo el cacique de Tungasuca,
Pampamarca y Surimana; mientras que lo último, si bien la diferencia histórica
es una determinación en sentido hegeliano, no es nada casual e incongruente
porque Túpac Amaru II históricamente se levantó en armas contra el imperio
español del siglo XVIII. Más aún, si se repara en que la revolución
tupacamarista pretendió una ruptura radical contra el poder y el orden colonial
de todo el virreinato del Perú, se podrá reconocer que la independencia “criolla”
del Perú proclamada en 1821, y que se logró posteriormente tras un
enfrentamiento militar en 1824, fue la antípoda del proyecto
Tupacamarista.
José Gabriel Condorcanqui (Túpac
Amaru II) se levantó en armas el 4 de noviembre de 1780 contra el poder
colonial a la edad de 42 años. El movimiento de insurgencia que lideró y se
expandió por casi todo el sur del virreinato del Perú fue preparado
pacientemente con antelación. Se calcula que los preparativos que les tomaron a
los insurgentes fueron entre 5 a 10 años aproximadamente (Vega 1981b: 468).
Cinco años antes de la insurrección José Gabriel ya se reunía y coordinaba con
Julián Apaza Nina (conocido posteriormente como Tupac Catari), así como con
otros de los líderes de la insurgencia, entre los que se encontraban criollos
como Miguel Felipe Bermúdez y Miguel Montiel. Antes de la insurrección
tupacamarista se registraron, durante todo el siglo XVIII en el virreinato del
Perú, 75 levantamientos armados liderados en su mayoría por indígenas, así como
también, aunque en menor grado, por mestizos, negros y mulatos (Sivirichi 1979:
43-46). En enero de 1780, en el mismo año de la insurrección tupacamarista, el
joven cacique Bernardo Pumayalli Tambohuacso (quien contaba con tan sólo 24
años), junto al criollo Lorenzo Farfán de los Godos y demás implicados
criollos, animan la conspiración de los plateros (Valcárcel 1973: 31-33).
Asimismo en el Alto Perú, el 13 de octubre, Tomás Catari dirige una
insurrección en Chayanta.
El líder de la insurrección
tupacamarista, fascinado ya por la lectura de los Comentarios Reales del mestizo Garcilaso de la Vega Chimpuocllo y
premunido por algunas ideas sobre el “cuerpo político” y el “soberano”, ideas
políticas que discutía en círculos secretos junto a su colaborador Miguel
Montiel y Surco (criollo insurgente, quien tuvo una estancia prolongada en
Inglaterra y Francia por cinco años antes de unirse a los rebeldes), comprendió
que era necesario generar una fuerza armada con la capacidad de encarar una
guerra desigual frente al poder militar del colonialismo. Frente al ambicioso
proyecto político que se propuso (la independencia del virreinato del Perú),
José Gabriel se vio obligado a encarar
la necesaria cuestión militar si no quería ser derrotado rápidamente como muchas
insurrecciones, levantamientos y conspiraciones que le antecedieron. Para tal
efecto frente al ejército profesional con el que contaba el virreinato del
Perú, generó un ejército insurgente (infantería, caballería y artillería) que
al desenvolverse como una fuerza beligerante se vio exigido, por la estrategia
militar empleada, a convertirse en un ejército guerrillero.
Pero ese ejército insurgente no
desplegó una guerra de larga duración, como estratégicamente en su momento Juan
Santos Atahuallpa lideró entre 1742 y 1760 desde la selva central (El Gran
Pajonal), sino una guerra de “corta duración” en el que el tiempo se encontraba
sujeto a la focalización del espacio (La toma del Cusco). En el breve tiempo
que duró la insurgencia entre el 4 de noviembre de 1780 (dirigida por José
Gabriel Túpac Amaru) y marzo de 1782 (cuando capturan a Diego Cristóbal Túpac
Amaru, primo del líder Túpac Amaru, quien fue el que asumió la dirección de todo el movimiento insurgente a la edad de 26 años y continuó con la insurrección por todo el sur),
no pudo rebasar sus límites espaciales a pesar de que la insurgencia prendió,
muchas veces inconexamente, en muchas partes del sur del Virreinato del Perú y
fuera de él, como en la ciudad de Mérida en el Virreinato de Nueva Granada
(Actualmente la República Bolivariana de Venezuela).
El ejército tupacamarista estuvo
compuesto por indios campesinos, así como por caciques de abolengo, criollos
empobrecidos, mestizos, mulatos y negros esclavos. La dirección y el liderazgo
indiscutible de todo el movimiento insurgente estuvo a cargo del cacique
cusqueño José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II), sin embargo la estructura
del ejército se articulaba por el principio de “dos capitanes generales”,
compuesto por un criollo y por un indio (congruente a una sociedad
reclasificada por una estructura de poder en función de la cuestión racial y de
castas). A modo de ejemplo, la región central de la insurrección (Valle de
Vilcanota) fue liderada por el criollo, Miguel Felipe Bermúdez, y por el
quechua de Tinta, Aymi Tupac (Vega 1981b: 472).
La toma de la ciudad del Cusco
por el ejército insurgente fue uno de los objetivos militares que se plantearon
los rebeldes para que la insurgencia se expanda por todo el virreinato. Pero la
toma de la ciudad no implicaba su destrucción, sino su rendición. Por eso
cuando Túpac Amaru sitió el Cusco no tomó la ciudad porque sus colaboradores
criollos no generaron las condiciones para que el Cusco caiga en rendición. La
estrategia de los insurgentes fue la de socavar paulatinamente, batalla tras
batalla, el poder imperial que sostenía la ciudad del Cusco a través de la toma
de haciendas, la destrucción de las minas, la liquidación de los obrajes,
batanes y chorrillos, así como la prohibición de los “repartos”, la liberación
de los esclavos negros y la eliminación de la servidumbre indígena. Todos esos
hechos tenían como punta de lanza la eliminación de los “corregidores”,
autoridades hispanas que ejercían el poder político, administrativo y judicial,
para generar vacíos de poder. Frente a ese vacío de poder, el Inca, como se
proclamo José Gabriel, generó un nuevo poder armado insurgente para aunar las
voluntades de todos los sojuzgados por el poder colonial.
El ejército tupacamarista nunca
logró consolidar un ejército profesional, tuvo muchas limitaciones tanto en
hombres, así como en armamentos. La disciplina fue uno de los problemas que
tuvo que encarar el ejército rebelde, así como la participación periódica del
gran contingente que conformaban los batallones. El gran contingente de
guerrilleros que formaban parte del ejército rebelde procedían del campesinado indígena,
así como los trabajadores de las mitas, los obrajes, los siervos de hacienda y
los esclavos negros; los mestizos (quienes eran
pequeños comerciantes, capataces, trabajadores del hierro y había
quienes sabían leer y escribir) ocuparon la función de ser los “fusileros”
(generalmente eran los únicos guerrilleros que manejaban los fusiles, aunque
por el desenvolvimiento de los hechos de la guerra eso cambio) y algunos
formaron parte de la artillería; los caciques y los criollos fueron parte de la
dirección ocupando las funciones respectivas en las jefaturas regionales,
asimismo muchos de ellos impulsaron el trabajo logístico, frente logístico que
estaba bajo la dirección de Micaela Bastidas (esposa y compañera del líder
rebelde), que permitió a los rebeldes contar con una red de comunicación
(aunque limitada) por todos los lugares a los que llegó la insurrección. En
algunos casos también asumieron algunas jefaturas regionales indios sin
abolengo alguno, asi como negros esclavos (libertos por la insurrección) como Antonio Oblitas (que se convirtió en un cercano colaborador de Túpac Amaru).
El armamento de los rebeldes fue
limitado. Cuando los rebeldes inician la insurgencia contaban tan sólo con 75
fusiles anticuados, dos cajones de sables y unas pocas armas (entre rejones y
“carabinas”). El resto del armamento se consiguió en la línea de fuego, batalla tras batalla, los fusiles y sus
respectivas municiones, así como los escasos cañones con el que contaba la
artillería, se conseguían mediante el asalto a las guarniciones de los
realistas. Las huaracas (hondas con el que lanzaban piedras con gran destreza y
a gran distancia) fueron las armas más empleadas por los batallones rebeldes de
asalto, tanto por aquellos que iban a pie, así como quienes iban a caballo;
también el uso de cuchillos, palos y cuerdas para el ajusticiamiento y la
emboscada fueron empleados con habilidad.
Todos los rebeldes, así como el
propio José Gabriel Condarcanqui, no
tuvieron una previa instrucción militar, todo lo aprendieron en la línea de
fuego. La estrategia de lucha armada que emplearon tenía que adecuarse al
terreno de los Andes y sacar ventaja de ello, a saber, evitar en la medida de
lo posible los enfrentamientos directos con la fuerza de los realistas (que
después del triunfo de la Batalla de Sangarará y la retirada del Cusco le
proporcionaron grandes bajas por la limitación del armamento con el que contaban).
Por eso el factor sorpresa fue manejado muy bien por el ejército rebelde y que
a la larga le permitió el avance que consiguieron. Para tal efecto los
insurrectos emplearon el sabotaje, las inundaciones de poblados, la emboscada,
las incursiones nocturnas, los incendios de haciendas y las tretas militares.
Los sabotajes fueron frecuentes y básicamente se focalizaban a la
incursión militar del enemigo, los rebeldes destruían los puentes por el que el
ejército realista tenía que cruzar, retardando así el enfrentamiento para ganar
tiempo necesario en toda guerra. Las
inundaciones se emplearon para tomar y anular la resistencia de una ciudad;
los rebeldes represaban los ríos para descargarlos sobre la defensa de la
ciudad, el caso de la toma de Sorata, reducto realista, (ubicada actualmente en
la República Plurinacional de Bolivia) por Andrés Túpac Amaru, Pedro Vilcapaza
y Antonio Bastidas fue por esta modalidad. La
emboscada fue frecuente como una forma de ataque sorpresivo, cuya finalidad
era diezmar a las columnas del ejército realista cuando avanzaba a unirse a
otras columnas. Las incursiones nocturnas
fueron frecuentes cuando el ejército realista acampaba, la oscuridad de la
noche fue utilizada con gran ventaja por los rebeldes. Los incendios de haciendas
se realizaban para anular la forma de la producción colonial que
sujetaba en el servilismo al campesinado servil que una vez libre se unía a los
rebeldes; y, por último, las tretas militares se
empleaban para cambiar la sensación de derrota o victoria frente al ejército
realista y estas consistían en divulgar información falsa y rumores para confundir
al enemigo (como el número de sublevados y el avance militar) (Vega 1981b:
484-494).
A pesar de todo el esfuerzo
desplegado por los rebeldes (campesinos, caciques, criollos empobrecidos, mestizos, negros y mulatos), la insurgencia tupacamarista fue finalmente
aplastada. Todos los líderes fueron brutalmente aniquilados con sevicia por el poder
colonial.
La insurrección armada de Tupac
Amaru II no fue nada idílica, como muchos culturalistas y pachamámicos enfatizan al respecto
de la “resistencia andina” a partir de la reproducción cultural de una
mercancía descafeinada (entre los que se ecuentran poemas, pinturas, canciones, bailes y
demás). Como toda insurrección armada fue un hecho brutal por el enfrentamiento
de dos fuerzas armadas que produjo todas las tensiones, contradicciones y horrores
propios de toda guerra. Y si se considera que los rebeldes tupacamaristas
tenían que luchar contra un poder que se defendía con el armamento más sofisticado
de su época y reprimía violentamente con sevicia pública, puede comprenderse por
qué muchas veces los hechos modifican los planteamientos iniciales de todo
movimiento insurgente, o, en todo caso, los movimientos insurgentes se
comprenden en su mayor dimensión cuando se observa y no se suspende su carácter
de insurgencia armada. Al respecto un historiador como Juan José Vega anota de
manera pertinente lo siguiente:
“Las
multitudes avanzaron muy de prisa en sus concepciones, rompiendo algunos de los
objetivos iniciales que los caudillos habían trazado para la primera etapa.
Pronto José Gabriel Túpac Amaru dejó de ser el curaca aparentemente fiel a
Carlos III para revelarse como lo que era realmente: un aristócrata incaico
anhelante del cetro de sus antepasados y de libertad y justicia para su patria.
En forma simultanea dejó igualmente de ser un moderado reformista social para
descubrirse como un profundo revolucionario” (Vega 1969: 76)
Sobre el proyecto político
tupacamarista se ha afirmado (y celebrado) su naturaleza de ser nacional en la
medida que apuntaba a la integración del “cuerpo político” que venía siendo
sojuzgado por el dominio del Imperio Español. Asimismo algunos críticos
ensayistas, como Emilio Choy, han observado aquel hecho insurgente como parte
de un proceso mayor del poder imperial para evitar toda celebración sui generis
(Choy 1988). Pero ese “nacionalismo”, si cabe el término, no tenía nada que ver
con el “nacionalismo criollo” que posteriormente se impuso en todo el
continente cuando se crearon las nuevas repúblicas “independientes” del siglo
XIX.
Túpac Amaru lideró un proceso
revolucionario con todos sus horrores (Vega 1981a:399-400), diferente a la
hegemonía del poder criollo que se impuso después. Por eso en el proceso de la
independencia criolla el cacique Mateo Pumacahua, otrora represor realista y
azote del ejército tupacamarista, calza muy bien como uno de sus preclaros
precursores, empero José Gabriel Túpac Amaru desentona en todos los bemoles
posibles. Tal vez por eso historiadores como Juan José Vega (1969) y Alberto
Flores Galindo (1996) señalan que el cacique cusqueño se adelantó
históricamente a su época. Indudablemente Túpac Amaru no sólo se adelantó al
siglo XIX, sino incluso fue más allá del siglo XX, porque aún no se ha construido una
nación, como un proyecto real de integración nacional en el Perú y en todo el
continente.
Juan Archi Orihuela
Domingo, 25 de noviembre de 2012.
Referencia bibliográfica
CHOY, Emilio
1988 “Sobre la revolución de
Tupac Amaru” [1954], en: Antropología e Historia Tomo 3.
UNMSM, Lima, pp. 106-134.
FLORES GALINDO, Alberto.
1996 “La nación como utopía:
Tupac Amaru 1780”, en: Obras Completas IV. SUR Casa de
Estudios del Socialismo-CONCYTEC, Lima, pp. 371-384.
SIVIRICHI TAPIA, Atilio
1979 La revolución social de los Tupac Amaru.
Editorial Universo, Lima.
VALCARCEL, Carlos Daniel
1973 La rebelión de Tupac Amaru. Peisa,
Lima.
VEGA, Juan José
1969 José Gabriel Tupac Amaru. Editorial
Universo, Lima.
1981a “Tupac Amaru y su tiempo.
Alzamientos y campañas”, en: Historia General del Ejército Peruano. Tomo
III. Volumen I. La dominación española del Perú. Ministerio de
Guerra-CPHEP, Lima, pp. 373-464.
1981b “EL ejército de Tupac
Amaru”, en: Historia General del Ejército Peruano. Tomo III. Volumen I. La
dominación española del Perú. Ministerio de Guerra-CPHEP, Lima, pp.
465-544.
P.S.
1. En el Perú los censores no se
equivocan cuando censuran la imagen de Túpac Amaru porque históricamente el
cacique de Tungasuca, Pampamarca y Surimana ha sido “canto y bandera de
rebelión”. Tuvieron que pasar casi 200 años, después de su brutal ejecución y
aniquilamiento de todo el movimiento tupacamarista, para que se reconozca en
toda su magnitud la hazaña realizada por José Gabriel y la insurrección armada
que dirigió. Empero, el autoproclamado Gobierno Revolucionario de las Fuerzas
Armadas (1968-1975) en el Perú cuando legitimó la figura histórica de Túpac Amaru (Un retrato del cacique
cuelga aún en el Palacio de Gobierno del Perú) y enfatizó el papel de ser el precursor
de la independencia, suspendió el carácter insurreccional del
movimiento tupacamarista y le quitó toda rebeldía al personaje y líder insurgente (el retrato es de un cacique destemplado y vacío. Véase aquí: Pulse). Más aún, la
historiografía al considerarlo como un precursor de la independencia (1821) no
ha hecho más que, a través de un remilgado discurso "nacionalista", mitigar y aplacar ciertos miedos de naturaleza colonial, a
saber, la violencia que genera todo proceso de insurgencia plebeya (campesinos, esclavos y explotados) en su lucha
contra la opresión del poder imperial.
2. Lejos de exagerar o quitarle méritos a la
producción artística, hay una canción que revive fielmente el espíritu
insurgente de Túpac Amaru. Parte de su letra acompaña a modo de epígrafe
el presente escrito. La canción se llama “Túpac Amaru” y fue grabada a ritmo de huayno cusqueño a mediados de la
década del 70 por el grupo peruano Tiempo
Nuevo. Parte de su letra recoge muy bien los significantes que han hecho de
Túpac Amaru un personaje comparable sólo a Espartaco por el papel que cumplió
como luchador social en la historia de toda Nuestra América. Si Túpac Amaru,
como dice parte de la canción, es hijo del sol, padre del trueno, cóndor de
fuego (significantes culturales del mundo andino), canto y bandera de rebelión es porque su nombre es sinónimo de
insurrección. Durante el siglo XX varios movimientos insurgentes en Sudamérica han tomado el
nombre de tan valeroso cacique, pero eso… ya es otra historia.
José Gabriel Condorcanqui
tu corazón se adelanta
un ejército de flechas desfilan
por tu mirada
De todos los hechos siglos
llegan vientos de amenazas
Mientras las hondas disparan
rojas canciones al alba.
Túpac Amaru cóndor de fuego
brama en los Andes tu
corazón.
Eres incendio en los picachos
canto y bandera de rebelión.
Cacique de Tungasuca
Hijo de cóndor y alondra
para entrar en las espinas todos
tenemos de sobra
Los dardos de tu mirada
y un corazón que no llora
Como bandera agitamos tu sangre
libertadora.
Túpac Amaru padre del trueno
que estalle pronto tu
caracol.
Ya están prendiendo tus guerrilleros
grandes fogatas de insurrección.
La brigada de pututos
estan derribando estrellas
Y a las huaracas descargan una
lluvia de candela
Y en los ojos insurrectos los
viejos rencores velan
Las guerrillas en la sangre
mordiendo canta pelea
Túpac Amaru hijo del sol
quema tu sangre, arde tu voz
De pie te esperan los campesinos
Tupac Amaru libertador.