“Pero sé que eres bueno y que algún día
encontrarás un corazón a la altura de tu inocencia”.
(Oswaldo
Reynoso. Los inocentes)
Hay una escena en la película No amarás (1988) de Krzystof Kieslowski
que permite reconocer la constitución de cierta sensibilidad __posible de ser
identificada con la inocencia__ en función del cinismo. El joven Tomek, un
muchacho de 19 años, se enamora de una mujer mayor y promiscua (a la que
espiaba con ímpetu voyeurista), quien de la manera más brutal sepultará toda
ilusión acerca de lo que es el amor (o por lo menos como se resignifica bajo
determinada experiencia). Ella tras seducirlo (vestida con tan sólo una bata de
baño y a solas en su departamento con él) coloca las manos de Tomek en sus
muslos, diciéndole: “tócame”. Y en ese momento empírico, el rostro del joven
Tomek, con evidente temor y temblor por la sensibilidad, delata lo que los
sexólogos llaman una “eyaculación precoz”. Enseguida la mujer le espeta con
descarnado cinismo: “Eso es todo lo que hay en el amor. Ve a
lavarte (…)”. Pero Tomek huye, todo furioso, entristecido y desilusionado,
y decide quitarse la vida. Y cuando la mujer va en busca de él, luego de una
serie de incidentes, la señora (la madre de su amigo) que vivía con Tomek, y
que estaba enterada de todo, le dice: “Aunque
para usted sea algo tan insignificante, él se enamoró de usted”.
Lo último, la insignificancia del amor en función de una práctica cínica, es uno de los rasgos muy sintomáticos que identifica a la vida contemporánea, pero sobretodo tiende a anular el sentimiento de la inocencia (en algunos casos presente en algunos sujetos a lo largo de toda la vida). La inocencia en el imaginario judeo-cristiano refiere a la pureza del alma, y, a su vez, ese rasgo permite indicar __por contraposición a cierta racionalización que caracteriza a toda madurez__ que el sujeto inocente se encuentra siempre adoleciendo. Es decir, la inocencia, como experiencia afectiva, tiende a generar la resignificación de la moral (social) porque cuando se es adolescente se asume que los actos, como experiencia de vida, se encuentran en consonancia con los afectos. El posterior desarrollo emocional, sujeto a determinadas prácticas que generan ciertas preconcepciones sobre la vida en función de los objetos, tiende a establecer la relación con el Otro a partir de una disyuntiva fuerte, a saber, “o ellos o yo”. Tal rasgo anima aquello que se llama experiencia de vida y que en el fondo expresa el rasgo del cinismo contemporáneo.
El cinismo contemporáneo se
diferencia del cinismo antiguo en la medida que su reproducción se encuentra
sujeta a una suerte de dictamen de los Otros y no del yo, como algunos
(cínicos) podrían reclamar. Además la actual denuncia reactiva sobre las cosas,
resultado de las prácticas morales, no es un acto autárquico sino todo lo
contrario, un acto que subyuga porque fomenta las diversas formas de
dominación. El cinismo contemporáneo, metafóricamente, es la lengua de los
deslenguados que anima el conservadurismo. Un rasgo común al respecto es que
“para que nada cambie” uno tiene que “cambiar”, es decir, uno debe hacerse cínico.
La denuncia práctica del cínico, muchas veces fachendosa y reactiva, pretende
motejar el sentido de las cosas para establecer un único sentido, a saber, el
de la experiencia de las cosas. En tal empirismo intencional el deseo se
degenera hasta convertirse en vicio. A modo de ejemplo, hay una sentencia de
Nietzsche muy contundente al respecto: “El
cristianismo dio de beber veneno a Eros: __éste, ciertamente, no murió, pero
degeneró convirtiéndose en vicio”.
Actualmente el discurso (y las
prácticas del) cínico enfatizan la libertad del goce a partir de cierta
oposición entre la moral y la vida. La moral para los cínicos no pasa de cierta
prescripción incumplida o por ser una idealidad “corrompida”. La sospecha sobre
la moralidad, que los cínicos suelen hacer, no es una alerta práctica sino un
rechazo prejuiciado, que mantienen insistentemente para no encarar la
determinación social de su vida. La vida que han universalizado y asumen (así
como todo vulgar empirista) como eminentemente orgánica, se encuentra animada
sólo por el cuerpo. Precisamente el cuerpo
es uno de los temas de gran importancia para el (discurso) cínico
contemporáneo. En las últimas décadas se ha visto una suerte de exceso de
corporalidad en la medida que la satisfacción (sexual) se convierte en la
normatividad del Otro.
Retomando la sentencia de
Nietzsche, Eros se degenera en vicio
no debido a una normatividad sexual (restrictiva) dada por el cristianismo
desde antaño, sino porque el exceso de su corporalidad anima su cosificación
presente. Es decir, la primacía del cuerpo no sólo se objetiva mediante la
epidermis del Otro, sino mediante el deseo de las cosas sexuadas para anular la
satisfacción sexual mediante su excitación. El caso de la publicidad sexuada
(presente en todo el mundo capitalista) apunta a ello: la mujer-culo, lejos de ser una simple figuración contingente
debido a una visión masculina (fálica) de las cosas del mundo, es la necesidad
objetivada de la suspensión sexual. En otros términos, no hay nada más asexuado
que el exceso de la sexualidad y la
mujer-culo cumple tal función. Pero la
mujer-culo no sólo es la fragmentación del cuerpo (un simple culo) sino la
expresión de la relación con el Otro: El Otro es un simple cuerpo tan material como la
mercancía que anima la publicidad. Tal relación tiende a constituir el cuerpo
cínico que estimula el cinismo contemporáneo en la medida que se acepta su
materialidad desinhibida.
Pero la acentuación del cuerpo no
sólo es la expresión del libre mercado, sino también se encuentra presente en
muchos discursos que pretenden la liberación sexual a partir de la equidad de
la sensibilidad afectiva. Pero aquel cinismo, nunca veces confeso, al acentuar
la condición sexuada por otros medios (como la constitución de nuevos sujetos
sexuados) en el fondo mantienen el vicio de eros.
Al respecto, el caso más sintomático del cinismo contemporáneo es la propensión
de cierto discurso sexista que manidamente afirma que “todo es sexo”, animado
sobretodo por feministas y por el movimiento gay que abandera la diversidad
sexual. Tal sexismo acentúa la omnipresencia del sexo como un ente universal y
suprahistórico, y, a su vez, hace del cuerpo un objeto transexuado. Las consecuencias del objeto transexuado es la
indeterminación no sólo de la sensibilidad sino de la concreción del mundo.
Las figuraciones de la mitología
antigua acerca del “caos” y el deseo de establecer una experiencia inefable, a
pesar de ser sólo prácticas cognitivas cuyo universo de sentido se encuentra en
el precapitalismo, tienden a recrear una imagen sobre el mundo que corresponde
a la cosificación de las relaciones sociales mediante la mercancía. Al igual
que la mujer-culo, el cuerpo como un
objeto transexuado es el exceso de la sexualidad (muchas veces animada por una
búsqueda de una sexualidad sentida como fatalidad) que tiende precisamente a
legitimar las diversas relaciones de cosificación de los cuerpos a partir de la
imagen que desean aparentar. Por ello la apariencia es necesaria para el
cinismo en la medida que puede burlar lo que en el fondo desprecia (desprecio
por el hombre, la mujer, la familia, el Estado y demás). Sin embargo los
límites del escarnio y la provocación corresponden al deseo de ser una cosa
transexuada.
Contrariamente al cinismo, la
inocencia cuestiona la apariencia y apela a la correspondencia entre los actos
y el sentido de las cosas. La inocencia es como el optimismo del ideal, tal
sentimiento responde a toda materialidad cuestionada a través del deseo por la
vida así como del mundo. En el último cuento de Los inocentes (1961) de Oswaldo Reynoso se figura tal idea
(recuérdese el hecho aciago de Tomek), cuando el escritor menciona lo
siguiente: “Pero sé que eres bueno y que
algún día encontrarás un corazón a la altura de tu inocencia”.
Tal comprensión literaria permite reconocer que es posible oponerse al cinismo. Más aún, la inocencia se convierte en una
suerte de utopía renacentista si se reconoce que el imperativo contemporáneo es
ser cínicamente posmoderno. Es decir, no es nada casual que actualmente existan
una serie de sujetos que se presenten así mismos como orgullosamente
desfachatados, irreverentes, provocadores y fachendosos. Eso evidencia, entre
otros detalles, que el cinismo contemporáneo se muestra, y se encuentra
presente, por otros medios nada sutiles.
Juan Archi Orihuela
Lunes, 31 de octubre de 2011.