El tema del poder colonial puede
ser observado a partir de sus consecuencias culturales. Al respecto la canción Independencia Cultural (1986) del
grupo Los Prisioneros permite
reconocer una serie de referencias comunes a muchos países de Latinoamérica:
“Siempre ocultando el acento/ no hemos sido aplaudidos ni
un momento/ en el colegio te enseñan que cultura es cualquier cosa rara menos
lo que hagas tú./ No te disfraces, no te acomplejes, eres precioso porque eres
diferente/ grita fuerte, tenemos que declarar: ¡Independencia cultural!”.
Suspendiendo la consigna última,
tales referencias __muchas veces consentidas hasta aparentar su
naturalización__ como la diglosia, la invisibilidad cultural, la impostura
estética y la reclasificación racial (raza-trabajo), corresponden a las consecuencias
del colonialismo.
El colonialismo es un hecho
político y cultural que ha universalizado la historia a partir de la
reproducción de un centro de poder colonial. Tal hecho ha sido señalado,
fenomenológicamente, por Enrique Dussel como el “encubrimiento del Otro”, en la
medida que la dominación colonial encubre a los colonizados hasta convertirlos
en un apéndice (o ubicarlos al margen) de la historia de Europa; o, en su
defecto, el colonialismo ha cristalizado el pasado colonial como un hecho libre
de toda violencia oprobiosa. Pero para no simplificar los hechos a partir de un
maniqueísmo culturalista, que muchas veces se enfatiza a partir de la oposición
entre lo occidental y lo no-occidental, cabe observar que el poder colonial,
tal como ha acaecido históricamente, responde ante todo a una relación política
interestatal de dominación, en función de la llamada “acumulación originaria (o
primitiva) del capital” y que se caracteriza por rebasar los límites de toda
relación política hasta convertirse en un hecho eminentemente cultural. Tal
rasgo ha sido observado y tomado muy en cuenta, precisamente, por los sujetos
políticos que han animado las luchas de liberación nacional en muchos países
que han sido colonias de Europa durante el siglo XX.
Pero tal relación histórica de
dominación no es conmutativa, ni mucho menos se sujeta al formalismo
condicional, en el sentido de que la ruptura del poder colonial sería posible a
partir de la ruptura de las relaciones políticas interestatales del
colonialismo. Por ende la cuestión medular sería observar la concreción de la
dominación colonial, no sólo a partir del pasado, sino también del presente.
Pero ¿cómo se produce la dominación colonial? Sucintamente, la dominación
colonial consiste en la imposición de un poder material a partir de su
idealidad, reproducida desde el centro dominante colonizador, cuyo núcleo es un
Estado que anima una política imperial. La política imperial formalmente
expresa la universalidad de la soberanía estatal en función de la producción de
un centro de poder económico, poder que se sustenta en la expropiación de los
Estados dominados. El hecho material del colonialismo se constituye a partir de
una serie de dominaciones estructurales, reproducidas en el interior de todas
las instituciones sociales que van desde el Estado hasta familia, y que se
caracteriza por la producción necesaria de sujetos colonizados que permiten y
posibilitan la dominación (ubicados estacionariamente e indistintamente en
todas las clases sociales). A su vez, tales sujetos colonizados articulan y
producen todo un imaginario acerca de la dominación a partir de la demarcación
entre la inferioridad nacional y la superioridad del colonizador. Tal
imaginario de dominación se compone de ideas-fuerza que constituyen la
idealidad del Estado dominante o colonizador, reproducidas figurativamente
desde “abajo” (la cotidianidad). Por ende, la doxa política (o las opiniones
acerca de lo público) producida en función de la imagen de lo no-nacional
(figurado por el extranjero europeo o norteamericano), como una preconcepción,
permite universalizar e interiorizar la inferioridad.
La inferioridad que establece el
colonialismo (específicamente el colonialismo europeo) encuentra una idea
fuerza, entre otras, en aquella figuración estética sobre el fenotipo humano
del europeo como si fuera lo bello (lo blanco) y a la vez universal. Pero la
universalidad de lo “blanco” no sólo estaría expresando la hegemonía de Europa
sobre el mundo, sino sobre todo la cosificación del mundo a partir de la
estética europea, en la medida que la dominación colonial se establece de la
manera más epidérmica (material) e ideal posible, mediante la identificación de
lo feo con lo no-blanco. Siguiendo una observación de Theodor Adorno, lo feo es la categoría abstracta y formal que
lleva subsumida la condena y la prohibición que los sujetos se hacen del mundo
(ya sea en el arte, lo sexual y lo moral), tal prohibición y condena que
evidentemente apunta a lo no-blanco estaría convirtiendo el tiempo colonial en
un tiempo universal (fijo) en el que lo bello es no sólo el equivalente de lo
blanco, sino su cristalización equivalente. Más aún, tal problema cobra cierto
asidero si uno recuerda lo ya observado por Theodor Adorno, a saber:
“(…) lo que figura como feo es ante todo lo pasado
históricamente, rechazado por el arte en busca de su autonomía y convertido así
en realidad mediatizada”.
Tal vez por eso la identificación de lo feo con lo
no-blanco, que establece el poder colonial, sería posible en la medida que el
no-blanco se ha convertido en esa realidad
mediatizada que expresa la dominación colonial. Reconocer aquel síntoma
no es sólo un hecho de apreciación subjetiva, propensión sostenida por aquellos
que reproducen la ideología del mestizaje o la tesis de la hibridación
cultural, sino que expresa, por otros medios, la condición estructurada del
colonialismo.
Hipotéticamente el llamado racismo, cuya referencia muchas veces se
confunde con la discriminación y por la condición relacional de los sujetos, es
producto del colonialismo europeo. Y si se observa que la descolonización de
muchas sociedades que anteriormente fueron colonias, considerando sólo su
naturaleza política, la interrogante ineludible a encarar sería ¿por qué aún se
mantiene o reproduce el racismo en tales sociedades? Algunas respuestas han
oscilado entre la ausencia de la constitución de una “modernidad” hasta el
manido hecho de la invisibilización de la “diversidad cultural” por una cultura
occidental (blanca) hegemónica. Considero que tales respuestas en el fondo
tienden a disolver la condición estructurada del colonialismo, en el sentido de
que se concibe al racismo sólo como un proceso de conciencia, análogo a como el
marxismo soviético, en su momento, enfatizó impertérritamente la idea de la
“falsa conciencia” como el hecho ideológico. Por ello no extraña que se
elaboren campañas contra el racismo similar a las campañas contra tal o cual
enfermedad: mediante su prevención. Es decir, en el fondo se trata de mantener
el racismo (y por ende el colonialismo) en la medida que nadie sea racista (o
nadie se enferme), confundido con la discriminación de toda índole.
Tal vez por ello los que han
entendido de manera diáfana, en función de la experiencia, la condición
estructurada del colonialismo han sido precisamente los sujetos colonizados que
lo han encarado mediante una respuesta popular y contra hegemónica. A modo de
ejemplo, una de las consignas que respondía a una clara política cultural, y
que fue animada por aquella organización llamada Los
Panteras Negras en los EE.UU, allá por la década de los sesenta del
siglo XX, planteaba el problema del colonialismo de una manera contundente: “Lo negro es bello”. Tal consigna que respondía
a un nacionalismo negro, y que estuvo preñado de fantasía así como muchos
discursos nacionalistas, no debe observarse como una suerte de “vuelta a la
tortilla”, sino tal como Theodore Draper anotaba:
“Si la fantasía es un sustitutivo de la realidad, entonces
la fantasía del nacionalismo negro debe ayudarnos a comprender mejor la
realidad que viene a sustituir”.
Asumiendo que “Lo negro es bello” es una fantasía que intenta
sustituir la realidad histórica del hecho colonial, la pregunta sería ¿cómo
adquiere su concreción la realidad del colonialismo si no es a través de lo
feo, es decir, de lo no-blanco? Por ende el deseo de lo bello, en el fondo
responde a una clara política cultural que intenta no sólo encarar la
producción de la imagen del mundo que uno se hace en función del poder
colonial, sino a su superación, mediante una descolonización cultural. Sin
embargo la descolonización cultural no pasa por la academia (los estudios
culturales), sino que se concretiza mediante las organizaciones políticas y
eminentemente populares. El caso de Latinoamérica es muy aleccionador al
respecto y en especial la creación única en la historia universal (y colonial)
del mundo de una nueva república como es el caso particular de la República
Plurinacional de Bolivia.
Imagen tomada de aquí: Pulse |
El caso boliviano es emblemático por
su proceso de descolonización cultural, ya que sus cambios encaran la historia
(colonial) a partir de la antinomia raza-trabajo que fundamentaba al poder
colonial como un hecho ineludible. Por ello el proceso de transformación
social, que implica la construcción de un nuevo Estado, que acaece en Bolivia
es, en términos hegelianos, la superación del colonialismo (iniciado el 12 de
octubre de 1492 en esta parte del continente mal llamado Latinoamérica). Pero
la historia del colonialismo no debe observarse tal como se venera el pasado de
una persona, con esa intencionada nostalgia selectiva, porque al decir de
Eduardo Galeano: “La veneración por el pasado me
pareció siempre reaccionaria”. Por ello todo el pasado debe ser
confrontado, de la manera más jacobina posible, pero sobre todo el presente
poscolonial.
En el Perú, la consigna “Lo negro es bello” no sólo pasaría por
fantasía (aunque la consigna para que se ajuste al contexto peruano sería "Lo no-blanco es bello"), sino por un nueva forma de racismo para aquellos que animan lo
“políticamente correcto”. Sin embargo tal “fantasía” es animada en el Perú en
función de una nueva política cultural recreada por lo más popular y
contemporáneo de su juventud, como una propuesta no sólo estética, sino también
política. Al respecto la canción “Camina bonito”
(2011) del grupo peruano La Nueva Invasión
apunta a la descolonización cultural cuando entona:
“Después de un tiempo/ miro al cielo/ para pedirte/ que no
me dejes sentir vergüenza jamás/ Ni por estas manos, ni por esta piel/ me la
dio mi madre/ me la dio mi padre al nacer/ Y antes que a mi/ se la dieron los
suyos a ellos/ (...) /¡Camina con orgullo!”. [Pulse]
Lejos de la apreciación u
objeción particular __si agrada o desagrada la canción o el ritmo__ tal
apelación a la “fantasía” permite entender, por otros medios, la concreción del
colonialismo en un país aún colonizado, culturalmente hablando, como es el
Perú. Pero sobre todo, tales propuestas culturales animan una urgente
independencia cultural.
Juan
Archi Orihuela
Miércoles, 12 de octubre de 2011.
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P.S.
Ahí el documental "Bolivia para todos" que,
entre otros detalles, es un claro ejemplo para acercarse a la descolonización
por otros medios.