I
En la política es frecuente
encontrar una serie de imágenes y discursos que se elaboran para legitimar
ciertas ideas sobre el poder. Muchas de las ideas sobre el poder se encuentran
estrechamente vinculadas a la práctica de quienes ejercen el poder de manera
institucional. Sin embargo, en la medida que se generaban cambios en la
organización política y social, muchas de las ideas sobre el poder han ido
variando históricamente. En las sociedades pre-capitalistas, básicamente las ideas sobre el
poder oscilaban entre la naturalización del orden que generaba el poder (el
orden natural) y la personificación del poder en el gobernante (asociado
generalmente a lo divino o lo sagrado); en la sociedad capitalista,
por el contrario, ideológicamente el poder tiende a ser concebido más como un
hecho convencional (la idea del Contrato Social apuntó a ello) y enfrentado al
individuo (el individuo frente al Estado es parte del discurso que acentúa la
noción ideológica de la libertad). Empero, históricamente la concreción del
poder se focaliza en una gran entidad relacional, no personalizada, a saber, el
Estado (El Estado moderno burocratizado). Asimismo, empíricamente el ejercicio
del poder que se reproduce a través del Estado tiene una constante, a saber, su
escenificación.
La escenificación del poder
ocurre en todas las sociedades humanas y se realiza de manera institucional.
Tal escenificación comprende una serie de momentos y de sujetos que la hacen
posible. Entre los momentos de la escenificación del poder se encuentra el
ordenamiento de la ceremonia, la producción de imágenes, la resignificación de
símbolos y la reproducción de un discurso. La
ceremonia es la actividad pública principal en el que se escenifica el
poder, el desarrollo de la misma está dirigida por quienes cumplen funciones
alrededor de la institución que la oficia; la ceremonia puede durar uno o más
días, lo importante de ella es que no sólo focaliza y anima las expectativas
del grupo, sino que posibilita su reconocimiento público para la legitimación
del poder mediante la acción. La
producción de imágenes forma parte de la escena, principalmente consiste en
evocar e identificar imágenes en la representación de la escena con quienes la
espectan. La resignificación de símbolos
permite dar el sentido a lo escenificado. Mientras que la reproducción del discurso apunta a la legitimación del poder
escenificado mediante la palabra.
En la estructura del Estado los
sujetos que participan de la escenificación del poder generalmente son los
sujetos políticos que la ofician, así por quienes la espectan, a saber,
gobernantes y gobernados. Tales sujetos son quienes animan las conmemoraciones
y las manifestaciones, fenómenos que cumplen una función asociado al discurso,
a saber, la legitimación del poder. Las
conmemoraciones agrupan y focalizan la atención de gran parte del grupo; en
las sociedades antiguas o premodernas, el cambio de mando o la asunción de un
nuevo jefe, que simbólicamente se escenificaba por el cambio de la envestidura
del gobernante, eran eventos sagrados; en las sociedades modernas los
aniversarios de la patria o el día nacional son eventos que concitan la
expectativa y la afirmación identitaria de un pasado en común. Es decir,
mediante las conmemoraciones, la historia, entendida como aquel pasado que
permite una identificación entre los miembros expectantes de la escena, es
vivida y actualizada para dar sentido al grupo. Por su parte las manifestaciones frecuentemente se
han caracterizado por un gran despliegue humano de voluntades organizadas para
la escena, asimismo la objetivación de la acción y la potencia constituyen el
poder escenificado; de acuerdo al tipo de organización estatal (ya sea una
república, monarquía o imperio) la movilización del poder en escena cobra
determinadas dimensiones de fastuosidad.
En función de la escenificación
del poder, en el mundo moderno los políticos son quienes no sólo animan la
escenificación de la misma, sino que se caracterizan por reproducir una serie
de imágenes y discursos para legitimar sus acciones en el espacio público. Esa
búsqueda de legitimación permite al político convertirse en interlocutor válido para la acción política. El
espacio de la política se caracteriza por tensiones y frecuentes
enfrentamientos entre los sujetos que luchan por el poder, ya que se disputan
su posicionamiento para ejercer el control del Estado. En esa lucha por
posicionarse sobre el espacio político, el político se recrea y forma una
imagen que se encuentra muy vinculada a sus pretensiones y a la función que
cumple, a saber, el liderazgo político y la representación política. Tomando en
consideración el papel que cumple la reproducción de toda ideología, tal
pretensión y función será asimilada, por quienes participan del espacio
público, como parte de la expectativa que generan los deseos y los temores.
Asimismo tales percepciones ejercerán cierta influencia en el político para que
reelabore, reafirme o acentúe nuevamente su imagen. La decodificación de
aquella imagen que se recrea alrededor del liderazgo político forma parte de la
constitución de la ideología por otros medios.
II
El liderazgo político es una de las funciones más preciadas a las
que aspira todo político. El reconocimiento del liderazgo que puede ejercer
todo político no sólo atrae la admiración y el respeto de sus seguidores, sino
que también acarrea una serie de simpatizantes, así como de detractores u
opositores, eventuales o constantes. El liderazgo político se alcanza como
parte de un proceso de formación del político o surgen de acuerdo a las
coyunturas que se dan en el espacio político. Las cualidades del político para
ejercer el liderazgo se compaginan con los fines o los propósitos que buscan
tales o cuales organizaciones políticas. No todos los políticos pueden o llegan
a ser líderes de su organización, la gran mayoría participa como miembros
activos, siendo animadores o divulgadores del ideario de su organización, así
como de la imagen que se recrea alrededor del liderazgo.
Empero, la representación política si es una condición generalizada de la
actividad del político, es decir, todos representan a alguna organización fuera
de ella. En parte la representación política es lo que anima la lucha en el
espacio político, a saber, cada grupo lucha por ser el más representativo
(posicionamiento político). Mientras que los liderazgos se circunscriben al
grupo de simpatizantes, la representación política pretende alcanzar mayores
dimensiones de aceptación y de arraigo en el espacio público. Por eso hay
políticos que son representativos a nivel local, regional y nacional. En
realidad el liderazgo y la representación se encuentran muy vinculados, a tal
punto que forman parte de las percepciones que muchos se hacen de los
políticos. Entre las imágenes que frecuentemente identifican a los políticos en
el mundo moderno se encuentran: la imagen del político radical, la del político
moderado y la del político conservador.
La imagen del político radical es la imagen asociada al
cuestionamiento del orden, ya sea mediante la ruptura de la legalidad o
mediante el cambio radical contra el orden. Entre los rasgos que hacen posible
la construcción de aquella imagen radical se encuentran, la valoración que se
tiene sobre el discurso “anti” y “la práctica populista”. Los discursos “anti”, es decir, “el estar en contra de”, han sido
orientaciones muy frecuentes de muchos grupos opositores al orden, las imágenes
que se han recreado durante el siglo XIX y a lo largo del siglo XX se
encontraban asociadas a los grupos de izquierda que estaban estrechamente
vinculados a los movimientos de masas y a los insurgentes (mediante la lucha
armada), grupos que pretendían cambiar violentamente el orden. Durante el
presente siglo, tras el proceso de la imposición del neoliberalismo (la
globalización), aquella imagen del político radical ideológicamente se
identifica y nomina como el “antisistema”. Por eso decirle “antisistema” a un
político, hecho muy recurrente en el espacio político, cumple una intención
clara, a saber, su descalificación mediante la identificación con tal imagen.
Asimismo, la “práctica populista”, al ser identificada con aquella pretensión
de resolver las necesidades inmediatas de las mayorías, genera cierta alarma porque azuza temores que ven amenazada
la institucionalidad del orden; la alarma por la práctica populista, a su vez,
tiende a reducir la imagen del político radical con el autoritarismo. Tal
situación permite entender por qué la decodificación que frecuentemente se hace
de la imagen del político radical, animada exageradamente por sus opositores,
tiende a inclinar y acentuar la censura como un mecanismo para capitalizar su
rechazo.
La imagen del político moderado se encuentra asociada a la
concertación y a las reformas que no trastoquen la institucionalidad del orden.
Generalmente esta imagen es valorada como positiva. Si en el campo político
impera la polarización, la imagen del político moderado pretenderá representar
la mesura y la alternativa frente a la polarización. En una campaña electoral
es frecuente que los votos de los indecisos se inclinen por la imagen del
político moderado. Más aún la imagen del político moderado frecuentemente se
fortalece cuando se enfatiza el respeto por la institucionalidad que sostiene
al orden. Por ello la decodificación de esta imagen tiende a ubicar a los
políticos en el centro. En las disputas que se establecen sobre el poder, la
imagen del político moderado tiende a ser identificado con el buen funcionamiento del orden, es
decir, es la imagen que pretende sólo hacer “ajustes” necesarios a la política
actual para que todo funcione sin inconvenientes, ni sobresaltos.
La imagen del político conservador es la imagen que se encuentra
asociada a la continuidad y la preservación del orden. Esta imagen identifica
al político con lo tradicional y lo moralmente aceptado. En muchos países en
que la religión aún juega un papel muy importante en la imagen pública, como
por ejemplo el credo católico que es hegemónico en el Perú, la imagen del
político conservador se identifica acentuadamente con la moral religiosa. Al
respecto tales políticos siempre se arrogan la defensa de la moral y de las
buenas costumbres, y sobretodo enfatizan su condición de ser creyentes y
respetuoso de la fe. Es frecuente ver en la imagen del político conservador una
clara defensa del orden (la propiedad
privada) como la cuestión principal de su agenda.
A la par de las imágenes que
identifica a los políticos en el espacio público, también el discurso se
encuentra estrechamente vinculado. En principio los discursos políticos no son
más que la expresión de la tensión que acaece en el espacio político y cumplen
una función identitaria, en la medida que permite su identificación; y
comunicativa e instrumental, porque permite influenciar sobre los demás. La
elaboración de los mismos, refuerza las anteriores imágenes que los identifica.
Entre los discursos que frecuentemente elaboran los políticos se encuentran los
discursos radicales, los discursos moderados y los discursos conservadores.
III
Los discursos radicales principalmente apuntan al cuestionamiento
del orden y a su transformación como una necesidad urgente. El público
principal a quien va dirigido tal discurso está comprendido por las grandes
mayorías descontentas con el orden. El discurso radical da esperanzas a quienes
ya han perdido toda esperanza. Lo que anima a este discurso es la posibilidad
de la transformación de la sociedad en su conjunto. En el discurso radical todo
es cuestionado, mordaz e irónicamente. En función de la historia de un
determinado país, el discurso radical pretende ser la voz de quienes no han
tenido voz en la historia de ese país. Frecuentemente este discurso apela
insistentemente a cuestionar frontalmente el continuismo y la disfuncionalidad
del orden, valorado como un orden injusto. El discurso radical tiende a
polarizar el espacio político en la medida que genera cierta resistencia entre
sus opositores, quienes no pierden la oportunidad de señalar que tal discurso
es una amenaza al orden. Es frecuente que los discursos radicales adquieren una
mayor resonancia cuando el sistema político se encuentra con problemas de
representatividad.
Asimismo el discurso radical que
algunos políticos reproducen, muchas veces se enciende debido a que responde a
un real descontento de cierto sector del electorado y de la población en
general. Por eso los discursos radicales casi siempre son discursos de
oposición, con el detalle de que esa oposición se inclina preferentemente por
cambiar el orden. En parte los discursos radicales en la política no son más
aquellas propuestas postergadas o aquellas promesas incumplidas que otros
políticos han dejado de lado cuando han asumido cargos gubernamentales. La
acumulación de las promesas incumplidas es el caldo de cultivo de los discursos
radicales a partir de una disyuntiva bien marcada: todo o nada.
Los discursos moderados que frecuentemente se escuchan se
caracterizan por hacer hincapié en las reformas necesarias para mantener el
orden. La defensa de la institucionalidad política es uno de los rasgos que
caracteriza a los discursos moderados; para tal efecto, es frecuente en estos discursos la apelación
a la necesidad de concertar con las fuerzas de oposición. El enfoque que anima
estos discursos se orienta al consenso y a la formalidad representativa. El
consenso en estos discursos se vuelve casi en un imperativo para estar en el
centro. El centro, políticamente hablando, para este discurso es el ideal de la
política. “La política como centro” se convierte en un ideal para este discurso
que no sólo expresa la moderación de una fuerza política, sino también la
expectativa de quienes quieren cambios a partir de reformas que no alteren el
orden. Por eso los discursos moderados expresan, insistentemente, evitar todo
tipo de polarización en el espacio público.
Asimismo estos discursos
encuentran una mayor recepción y empatía en la clase media; no obstante,
también cuentan con la aceptación de aquellos que se encuentran indiferenciados
y procedentes de distintas clases sociales. En tiempos electorales, estos
discursos tienden a captar la atención de los indecisos y de aquellos que
“quieren vivir sin problemas”. Es decir, alejados de la problemática que
implica la política. Entre las ideas que comprenden estos discursos se
encuentran la tolerancia, el diálogo y la concertación (significantes que
forman parte de una orientación ideológica para mantener el orden).
Los discursos conservadores que algunos políticos reproducen se
caracterizan por defender el orden apelando insistentemente a los valores y a
la tradición. El orden para los discursos conservadores no sólo se refiere al
orden de la ley, sino también al orden moral. El orden moral para estos
discursos se sustenta en las instituciones familiares y religiosas. En el
discurso conservador, la familia es el referente y la fuente de apelación para
legitimar y defender los asuntos públicos. Por la orientación que toma, este
discurso es la expresión del continuismo del orden. El público al que va
dirigido este discurso generalmente es aquel público que está satisfecho con el
orden. En este discurso, los cambios si no apuntan exclusivamente a reformas
mínimas que permitan la funcionalidad del orden, son vistos como hechos subversivos.
La defensa del orden que se encuentra en estos discursos representa la defensa
de la sociedad e incluso, para los
ideales conservadores más exacerbados, sería la defensa de la humanidad
civilizada. Al respecto, durante el siglo XX, frente a la amenaza del
comunismo, los discursos conservadores se arrogaban la defensa de “la
civilización cristiana y occidental”; durante el siglo XXI, frente a la amenaza
del “terrorismo internacional”, los discursos conservadores hablan de un
supuesto “eje del mal”.
Tales discursos, así como las
imágenes que las acompañan, forman parte de la constitución y la reproducción
de la ideología. Históricamente la reproducción de la ideología política se ha
objetivado a través de una serie de formas: la retórica, las declaraciones, la
columna periodística, el debate, los mensajes y los manifiestos.
La retórica de los políticos se caracteriza por persuadir a un gran
público a partir de frases y discursos plagados de invectivas, lugares comunes
y máximas generales sobre el orden moral. La intencionalidad persuasiva de la
retórica de los políticos se hace patente en la entonación de la voz, que
oscila entre la consternación y la exageración; y en la gesticulación corporal,
que oscila entre una actitud ceremonial y hasta desafiante. La voz consternada
de los políticos es muy recurrente cuando quieren comunicar algún compromiso frente
a sus oyentes; asimismo, insisten en ello para trasmitir la responsabilidad a
todos sus oyentes para que se unan y participen de su organización.
La exageración reiterativa que
caracteriza a la retórica política es la forma que se emplea para llamar la
atención sobre el escenario que recrean. Por contraposición, también en la
retórica política los políticos
minimizan aquellos hechos que le sean perjudiciales a sus fines. Por su
parte, la actitud ceremonial que acompaña la retórica de los políticos es parte
de la escenificación del poder que ejercen a partir de su imagen; la elocuencia
o la seriedad con la que trasmiten sus mensajes serán dosificadas en función
del escenario. Muchos de los políticos que se precian de ser “buenos políticos”
manejan, al igual que los actores, el dominio escénico. Precisamente los
discursos que anteriormente he anotado se decodifican a través del dominio
escénico que hace el político. Sin embargo, muchas veces en función del dominio
escénico, por ejemplo cuando los políticos participan de mítines proselitistas,
el discurso tiende a ser desafiante. El manejar una retórica desafiante le
permite al político mostrarse como un actor luchador y dispuesto a encarar la
responsabilidad de lo que dice. Cuando las tensiones de la política se expresan
en la campaña electoral o en los debates, el desafío retórico genera muy buenos
réditos a la causa del político y a la organización que lo anima.
Las declaraciones de los políticos son aquellas declaraciones
breves que los políticos frecuentemente dan a los medios de comunicación y se
sujetan a la circunstancia y al momento de su enunciación. Muchas de las
declaraciones de los políticos adquieren el impacto que alcanzan en el espacio
político cuando la prensa insistentemente lo enfatiza de acuerdo a la coyuntura
política. Muchas de las declaraciones afines, y que son dadas por distintos
políticos, cuando son emitidas a través de los medios de comunicación pasan a
formar parte de la opinión pública o, en muchos casos, a partir de ellas se va
formando la opinión pública; y las declaraciones que resultan contrapuestas
entre ellas, dadas por distintos políticos, generalmente son capitalizadas en
el fragor de la disputa. También las declaraciones son utilizadas por los demás
adversarios políticos para mellar su imagen cuando se contraponen a lo que
anteriormente declaraban o pensaban.
Las columnas periodísticas que escriben los políticos generalmente
son para opinar sobre un asunto público o polemizar sobre el mismo. En las
columnas que escriben los políticos uno puede encontrar la orientación de su
discurso, así como parte de su ideario que tácitamente o explícitamente se
comunica. Aunque si bien actualmente no son muchos los políticos quienes
escriben, los que pueden hacerlo se convierten con cierta frecuencia en los
ideólogos, como sucedía en el siglo XIX y parte del siglo XX. Muchas de las
columnas periodísticas que elaboran los políticos se publican, y si no pueden
hacerlo a través de los grandes medios de comunicación lo hacen mediante su prensa
alternativa, a saber, revistas, páginas electrónicas. Aunque actualmente la
polémica escrita entre políticos no tiene la resonancia que tenía antes, los
que polemizan no dejan de lidiar por el manejo del discurso y por representar
una corriente de opinión en pugna con las demás.
El debate en que se enfrascan los políticos eventualmente surge
debido a las declaraciones que anteriormente han dado a la prensa o suscrito
mediante un artículo de opinión. Aunque el debate se circunscribe al
intercambio y a la contraposición de opiniones, la finalidad no es sólo el
esclarecimiento del tema, sino mostrar ante todo que el oponente no tiene
recursos para sostener lo que sostiene. Por eso los debates son la punta de
lanza que se enfila en medio de la tensión política; por un lado reluce el
discurso que maneja cada sujeto político; y por otro, anima la disputa
política. Los debates que forman parte del proceso electoral, son los debates
más representativos de la escena política porque no sólo son los lideres políticos
quienes debaten cara a cara en un escenario concertado, sino porque ahí se
tocan los temas que han encendido la campaña electoral y movilizado o animado
voluntades; asimismo, las expectativas y la atención que generan son altas y
masivas porque tiende a inclinar el voto de los indecisos. También en tales
debates los discursos que se exponen ayuda a ensalzar la imagen de los
políticos que lidian.
Los mensajes que emiten los políticos son breves y se diferencian
de acuerdo a los medios en que son emitidos. Los mensajes televisivos se
caracterizan por su mayor difusión y porque en ellos el manejo escénico (imagen
y discurso) se sujeta a la brevedad de la emisión. Los mensajes radiales se
caracterizan por el énfasis que se pone al discurso, en el que la retórica es
su rasgo más sobresaliente. Por el contrario, actualmente los mensajes vía
twitter, que se ha convertido en uno de los medios más empleados por los
políticos para emitir sus mensajes, se caracterizan por la interacción virtual.
El twitter tiene la ventaja de interactuar con los seguidores de uno, esto
genera que un mensaje político desencadene una serie de mensajes sobre el
mismo. Por eso es frecuente ahora que los políticos vía twitter opinen
constantemente sobre el acontecer local, nacional e internacional. El mensaje
de opinión constante vía twitter ha logrado una importancia tal que los grandes
medios de comunicación están siempre pendientes de ellos.
Los manifiestos que elaboran y suscriben los políticos forman parte
del discurso oficial que emite cada organización política. En los manifiestos
se encuentran los puntos e ideas que organizan y orientan las pretensiones de
los políticos. Asimismo los manifiestos son llamamientos públicos que tienen
por objetivo aunar las voluntades de los que no sólo simpatizan con la
organización política sino sobretodo que va dirigida a la ciudadanía en
general. Los manifiestos son el gran discurso que da sentido a la organización
política, en ella se encuentran no sólo los grandes lineamientos, sino una determinada
concepción sobre la sociedad y la política. Históricamente, los líderes
políticos en los manifiestos han dejado expuestas sus credenciales ideológicas.
Reparando en todo lo anteriormente
mencionado, la reproducción de la ideología no se encuentra ensimismada en un
grupo, como frecuentemente se piensa sobre tales o cuales ideologías espetadas
como dogmáticas, sino todo lo contrario, a saber, forman parte de una disputa
por el poder. Tal disputa es un fenómeno político que desde hace muchos años se
ha convenido en llamar la lucha ideológica. Por eso el análisis de la lucha
ideológica de una determinada sociedad, en función del orden, permite entender,
y a mi juicio explicar, muchos de los
fenómenos políticos que acaecen en la reproducción de la vida social [1].
Juan Archi Orihuela
Lima, lunes 12 de mayo del 2014. _____________________
[1]
Es frecuente leer o escuchar insistentemente sobre tales o cuales fenómenos
políticos como si fueran actos
irracionales, premodernos, ahistóricos y demás calificaciones ideológicas
negativas. Al respecto hay una diferencia manida entre violencia y política
desde una orientación ideológica particular sobre la sociedad que se asienta en
función del “deber ser” y la “democracia”. Lo cierto es que históricamente y
culturalmente los fenómenos políticos distan mucho de aquella pretensión aristotélica del “bien común”. Por
el contrario, el estudio de los fenómenos políticos en su concreción, tanto
material como ideal, nos permitiría explicar una serie de momentos cómo se
encuentra organizada y estructurada la sociedad. Tal reconocimiento es lo que anima a la ciencia de la sociedad.