I
Uno de los sujetos públicos que participa en la
reproducción de la política son los políticos. Muchos tenemos ideas sobre lo
que son los políticos a partir de lo que hacen y que frecuentemente conocemos a
través de los medios de comunicación masiva. Los vemos a diario en los
noticieros como sujetos capaces de opinar sobre todo, modulando el mismo tono
de voz y repitiendo casi las mismas frases oficiosas. Incluso, en función de
tal percepción, muchos piensan que los políticos son meros sujetos de comedia. Empero, los políticos no tienen nada de cómicos sino todo lo contrario.
El político participa de la política. Tal hecho
a pesar de que resulta siendo una perogrullada implica algunos detalles de
fondo. En sentido estricto los políticos, tal como los conocemos dedicados
exclusivamente a la política, surgen con la modernidad, específicamente como parte de la
representación del poder que se ejerce desde la ciudadanía; y, de modo general,
como parte del proceso de la constitución de los Estados modernos. Eso no
quiere decir que anteriormente no hayan existido sujetos que hayan cumplido
funciones políticas. Todo lo contrario. Lo que sucede es que hay diferencias
muy resaltantes entre el político de una sociedad contemporánea y de masas y
los sujetos políticos de las demás sociedades estamentales y precapitalistas.
Muchas de esas diferencias tienen que ver con una evidente cuestión sobre la
forma cultural de la sociedad; así como con una compleja cuestión de relaciones
de poder que organiza a la sociedad.
Históricamente los políticos han formado parte en
la constitución del poder estatal en muchas sociedades, aunque sin ser llamados
como tales, es decir, como políticos. De acuerdo a la función que cumplían en
la estructura social del poder, formaban parte de la clase gobernante, ya sea
como miembros, vinculados por el parentesco o por el patrimonio económico que
se sustentaba en la propiedad y el control de la tierra; o, como auxiliares que
frecuentemente eran servidores exclusivos o los colaboradores más cercanos de
la clase gobernante. Estos últimos, en las sociedades con escritura formaban
parte de los llamados letrados; funcionarios éstos que gozaban de cierto
prestigio, aunque, claro, siempre subordinados a los gobernantes. Muchos de los
gobernantes en el mundo antiguo fueron señores de la tierra, como figurativamente
lo fue Odiseo en la Grecia heroica, así como los orejones incas en el mundo
andino, los faraones en el Egipto antiguo o los reyes persas en el oriente y
demás. Específicamente, la concentración de la tierra y las luchas por su
control y su repartimiento, animaron la vida pública de todos los gobernantes
en las sociedades precapitalistas.
La identidad entre gobernantes y políticos fue
muchas veces de manera tácita; o, en algunos casos, fue explícita. En función
de la historiografía, una sociedad esclavista como la romana tenía
instituciones políticas muy próximas al mundo contemporáneo, como por ejemplo
los partidos, que expresaban determinados intereses de sectores militares y de
los señores de la tierra; así como políticos, que formaban parte del senado y
eran miembros de las familias o representantes de las mismas que concentraban
el poder de la tierra. Asimismo, a pesar de que la vida política de la Roma
antigua se caracterizaba porque sus miembros políticos se enfrascaban en sendos
discurso públicos través de la oratoria, éstos no dejaban de ser los mismos
gobernantes que legitimaban su poder en función del poder de la tierra. Durante el medioevo europeo el poder que
emanaba de la acumulación y concentración de la tierra no varió, aunque no
obstante la forma de la organización fue distinta, a saber, la aparición de
principados y reinos que habían sustituido el esclavismo por la sujeción de los
campesinos, así como sus familias que heredaban sus deudas, al trabajo de la
tierra. Frecuentemente los principados se enfrascaron en luchas intestinas
durante todo el medioevo por la demarcación y apropiación de la tierra. Tal
situación de conflicto generó un clima de inestabilidad en el interior del
gobierno de los príncipes que exigió que muchos de ellos, al decir de Max
Weber, procuraran “hacerse de un equipo de auxiliares dedicados por completo y
exclusivamente a su servicio, es decir, que tuvieran en ese servicio su ocupación
principal”. Así surgieron funcionarios dedicados exclusivamente a los asuntos
del príncipe, es decir, a dar ciertas pautas para el gobierno. Entre los
principales sujetos que ayudaron a los príncipes en el control del Estado
mediante su profesionalización estuvieron, los clérigos, los humanistas, la
nobleza cortesana y los juristas. La profesionalización que alcanzaron éstos
especialistas posibilitó que en la estructura del orden se demarque los asuntos
del Estado separado de los asuntos sociales, es decir, la cuestión política se identificó exclusivamente con el manejo y el
control del Estado a través del gobierno; mientras que la cuestión social se circunscribió a la reproducción y a la
naturalización de las desigualdades que se originaban por las consecuencias de
la economía en la reproducción de la vida social.
Con la revolución francesa, a fines del siglo
XVIII, la problemática sobre la cuestión social cobra una gran importancia y se
verá expresada en el cuestionamiento a la naturalización de las desigualdades
sociales en función de la igualdad que permite la razón humana. Políticamente
con la revolución francesa se inicia todo un proceso de transformación social
que cambió el orden estamental del mundo feudal, por el orden de la movilidad
social propio del mundo capitalista. La democratización gradual de la sociedad
que impulsó la revolución francesa convirtió al espacio político en el
hegemónico de todo el espacio público. Muchas de las discusiones políticas, en
función de la correlación de fuerzas en el interior del Estado, pasaron a ser
discusiones públicas, sobre el que ya no
fue necesario ser un especialista para emitir opinión alguna al respecto. Así
muchos que anteriormente fueron súbditos al participar del espacio político
tendrán la posibilidad, de ahora en adelante, de convertirse en gobernantes.
Tal rasgo, socialmente hablando, aceleró la participación de un ingente número
de personas que ahora reclamarán no sólo las urgentes necesidades básicas para
la subsistencia, sino también, la llamada ciudadanía. La constitución de la
ciudadanía, a su vez, exigió la organización de amplios sectores de la
población civil en aras de alcanzar una representatividad en el gobierno y el
parlamento. Todos aquellos hechos permitieron que se generaran condiciones
socioculturales para que surjan los políticos en el mundo moderno.
Bajo el principio de la igualdad y la
representación, en el mundo moderno el espacio político pasó a ser ocupado
tanto por la burguesía, que había alcanzado a ejercer el poder tras el triunfo
de la revolución francesa, así por quienes también provenían de clases que
históricamente habían sido postergadas, empobrecidas y desposeídas de toda
riqueza. La movilidad social permitía todo ello, aunque claro de manera
individual. Sumado a ello, con la apertura de la educación pública, como una
conquista gradual y con diferentes ritmos de acuerdo a las condiciones que
exigía cada país, las discusiones sobre la cuestión social alcanzaron una gran
resonancia sobre el espacio público. Si bien es cierto que desde el espacio
público se dan libertades para los sujetos participen del espacio político,
mediante los diferentes mecanismos de representación y de acción colectiva, la
conversión de indistintos sujetos en políticos, quienes frecuentemente
convierten una situación eventual de la política en una acción imperativa y
social, se regirá en función de dos actitudes, a saber, el “vivir de” y el
“vivir para” la política.
Los políticos del mundo contemporáneo se
caracterizan por hacer de la política una profesión. La profesión de la
política es eminentemente práctica y su experiencia se sujeta a la lucha por el posicionamiento de
algún lugar del espacio político; desde el cual el político emite y reproduce
discursos y ejerce cierto poder. El posicionamiento para el político es necesario
porque el poder que constante o periódicamente ejercerá, se encontrará
estrechamente vinculado a la reproducción del poder estatal en su conjunto. La
reproducción del poder estatal si bien se ejerce en función del gobierno y a través de las
distintas instituciones gubernamentales y sociales que forman parte del Estado,
también se reproduce desde sus márgenes, manteniendo una tensión constante frente
al orden y mediante la reproducción de discursos contestatarios que cuestionen
el orden. Por eso el político en función del orden, “vive de la política” o
“vive para la política”, tal disyuntiva no es excluyente, porque para ambos la
política se vuelve una necesidad, pecuniaria o existencial, pero necesidad al
fin de cuentas.
Cuando el político “vive de la política”, la
convierte en un medio para ganarse la vida. Tal uso frecuente de la política,
empleado por los políticos que provienen de los sectores empobrecidos o por
aquellos que no cuentan con algún oficio que solvente sus necesidades y
aspiraciones, forma parte de la movilidad social por otros medios. Pero el
vivir de la política no es producto sólo de la necesidad, sino también de la
ambición personal que se anima y acrecienta a partir de la experiencia de vida
que genera el mundo contemporáneo. La consecuencia de la política como un medio
de vida, a su vez, expresa uno de los rasgos más acentuados en la
profesionalización de la política, a saber, la expresión de un interés
particular. Una de temas tan recurrentes que los políticos frecuentemente
reproducen a través del discurso, para legitimar su práctica, es aquella
conocida contradicción, a saber, la contradicción entre los intereses
particulares y los intereses generales. El político que vive de la política
siempre enfatizará en público, como un imperativo de fe, que los intereses generales
son la expresión genuina de la política y de su práctica política.
Frecuentemente la exageración y la voz engolada son los rasgos de aquellos que
viven de la política. Asimismo tales sujetos frecuentemente se construyen un
personaje a la medida de sus aspiraciones. Por eso muchos de tales políticos
frecuentemente lidian, además de sus rivales de turno, consigo mismo.
Por otro lado, cuando el político “vive para la
política” frecuentemente es porque el político hace de la política una razón de
su existencia. El derrotero que frecuentemente han seguido estos políticos ha
sido el martirologio personal y la entrega constante, a tiempo completo,
dedicado a la política; ellos frecuentemente exigen un gran sacrificio a sus
seguidores para seguir el ideario que los une, para así asegurar el
cumplimiento del programa que se hayan propuesto. En muchos casos, para estos
políticos el orden moral que persiguen se sostiene mediante la pureza de los
ideales que defienden para legitimarse
entre sus seguidores. Asimismo la entrega y la dedicación que le ponen a sus
actos públicos, muchas veces se confunde con la expiación de culpas personales.
Pero el vivir para la política no es sinónimo de recogimiento, sino de entrega.
Esa entrega que frecuentemente expresan estos políticos no se encuentra exenta
de excesos desatados por sus pasiones. Las pasiones que encienden estos
políticos emanan de la militancia y la organización que se reproduce en el
espacio político y tiende a impactar en el espacio público sólo en función de
determinadas coyunturas: procesos electorales, persecución política,
movilización y demás.
II
Pero los políticos no sólo se diferencian por
la manera cómo conciben y ejercen la política, a pesar de que tales actitudes
se entrecruzan con cierta frecuencia, sino también por una serie de ideas que
los motivan. Las ideas que motivan a los políticos forman parte de las
ideologías políticas; el discurso de muchas ideologías políticas se basa
en enunciados
performativos [1] y comprenden una serie de
significantes que tienen cierto sentido en el mundo contemporáneo, a saber,
ideas como la justicia, la libertad, la patria, el bien común, la democracia y
demás. A pesar de que algunas ideologías políticas no sean discursos orgánicos
o tan elaborados, sino que se encuentran más próximas a las impresiones de
sentido común, tales ideologías se compaginan con el discurso pragmático; todo discurso pragmático
en el fondo responde al pragmatismo como una ideología, que frecuentemente
tiende justificar la práctica de los políticos que viven de la política. Pero
las ideologías políticas que los políticos elaboran y reproducen no son sólo
discursos, sino concepciones sobre la sociedad en su conjunto [2].
El político como sujeto se caracteriza también
por la función de representación. La aparición de los políticos en el espacio
público frecuentemente responde a determinadas coyunturas políticas, como por
ejemplo la proximidad a los procesos electorales, los procesos de reformas
institucionales, las revoluciones sociales, la defensa nacional y demás. La
representación es el rasgo que permite diferenciar al político ocasional del
político profesional. En la práctica todos podemos ser políticos ocasionales en
la medida que cumplimos con un deber o un derecho que exigimos en el espacio
público; mientras que los políticos profesionales son aquellos que representan
o forman parte de una organización política. Las organizaciones políticas, tal
como se ha perfilado en el mundo moderno, presentan ciertos grados de relación
en función de las demandas y espacios que ocupan en el espacio político. Por
eso las distintas organizaciones políticas que aparecen frecuentemente en la
sociedad, ya sea periódica o eventualmente, muchas veces se organizan en
relación al poder del Estado.
El poder del Estado se reproduce en toda la
sociedad. El espacio público frecuentemente se convierte en el espacio en el
que se percibe y se asienta el poder del Estado; sin embargo, el espacio
político, que forma parte del espacio público, es un espacio de confluencia y de
disputa por la hegemonía de distintas organizaciones políticas de una sociedad.
En el espacio político las demandas, las aspiraciones, los discursos sobre el
poder y el orden no sólo adquieren su sentido, sino que permite la cohesión de
los miembros de una determinada organización política. Entre las organizaciones
políticas que comprenden y participan del espacio político se encuentran, los
partidos políticos, los sindicatos, los movimientos políticos, los frentes
políticos, los colectivos y demás.
Los partidos políticos son organizaciones políticas que se
caracterizan por tener una ideología política en particular; tal ideología no
sólo los identifica y distingue de los demás partidos, afines o contrarios;
sino que también les permite mantener la cohesión entre sus miembros, llamados
y reconocidos como partidarios o militantes. Frecuentemente son estas
instituciones políticas quienes se sujetan a las normas electorales para
participar de los procesos electorales periódicamente. Los partidos aparecen y
desaparecen de la escena política, debido a las pugnas internas o por factores
externos que tienen que ver con los cambios en la política nacional; las pugnas
internas en el interior de los partidos cuando son irresolubles frecuentemente
genera la formación de otros partidos (compuesto por el sector opositor o
disidente). Hay partidos políticos que se han mantenido a los largo del tiempo,
por décadas, éstos son llamados partidos históricos; asimismo los líderes de
éstos partidos son considerados y reconocidos como líderes históricos. En el
interior de los partidos no sólo se eligen a los representantes de la
organización sino que se forman los políticos profesionales. En teoría los
partidos permiten el sostenimiento y la regulación del poder representativo en
toda democracia moderna. No obstante hay partidos que en función de su
cuestionamiento al orden, pretenden subvertir el orden social o resultan siendo
una amenaza para el orden; por eso, se han dado casos en que algunos partidos
políticos han sido prohibidos [3].
Los sindicatos son organizaciones políticas
organizadas en función de la actividad que desempeñan sus miembros,
frecuentemente en relación al trabajo, al oficio o a la actividad profesional.
Esta organización se encuentra estrechamente vinculada por su origen a la
actividad económica. La participación política en el interior de un sindicato
se sujeta a la necesidad de la representación. En un sindicato no prima la
cuestión ideológica entre sus miembros,
lo cual no quiere decir que no exista o que el gremio no se identifique con una
determinada ideología política, sino la identificación y la defensa del interés
corporativo. Los miembros de un sindicato se constituyen en sujetos políticos
que de acuerdo al nivel de organización y al poder de movilización que
despliegan en determinadas coyunturas.
Los movimientos
políticos son
organizaciones civiles que aparecen en función de una agenda política
específica y coyuntural. Los miembros que componen y participan de un
movimiento político proceden de diversas organizaciones civiles y de diversas
clases sociales; entre quienes componen un movimiento político se encuentran
los partidos políticos, los sindicatos, las instituciones educativas, las
comunidades, ONGs, diversas organizaciones populares autogestionarias o incluso
personas sin filiación política alguna. Los movimientos políticos en función de
su agenda política tienen una capacidad mayor de movilización que un gremio o
un partido político. En los movimientos políticos lo que prima no es la pugna
entre movimientos, sino la acumulación de fuerzas entre sus miembros afines. Un
movimiento político siempre está abierto al espacio público y a su crecimiento,
muchas veces producto de la indignación que se generaliza en muchos sectores de
la sociedad o a una decidida participación política más amplia de las demás
organizaciones políticas que la componen. Los movimientos políticos no se
sujetan a la coyuntura electoral, van más allá de ella.
Los Frentes
Políticos son organizaciones amplias y de mayor dimensión, tanto por el
número en la composición de sus miembros, así como por su presencia y la
capacidad de organización que alcanza, ya sea regional o nacional. Los Frentes
Políticos se generan desde el espacio político para impactar e influir en todo
el espacio público, debido a la necesidad de unir las fuerzas políticas afines
entre ellas para luchar mancomunadamente contra un adversario en común.
Asimismo los Frentes Políticos al estar sujetos a las coyunturas históricas
generalmente expresan el grado de polarización de los intereses de un país o
desde el interior de una región. Muchos de los Frentes Políticos se organizan
para la movilización y la participación en los procesos electorales. Los que
participan de un Frente son miembros del Frente, más no militantes, porque el
Frente no es un partido político a pesar de que cumpla el papel de un gran
Partido en el proceso electoral. Los Frentes que participan de un proceso
electoral casi siempre tienen que encarar y lidiar con el problema de su
unificación. Muchos Frentes luego del proceso electoral atraviesan por
frecuentes rupturas o por su completa disolución [4].
Los colectivos son formas de organización política
menores, tanto por el número de miembros que lo componen, así como por su capacidad
de organización, frecuentemente focalizada en una determinada ciudad o en tema
de interés público. Los miembros de los colectivos son llamados activistas, y a
diferencia de los militantes de los partidos políticos, su participación es
flexible, ocasional, periódica y carecen de una ideología política definida.
Los activistas de los colectivos, reciben el apoyo e incluso el financiamiento
de terceros (miembros de otros colectivos o entidades no gubernamentales fuera
del país). Las relaciones en el interior de los colectivos tienden o pretenden ser
horizontales entre sus miembros porque no cuentan con una estructura
organizativa definida. Incluso cada activista puede pertenecer por su cuenta a
uno o más colectivos a la vez.
En función de la organización a la que pertenecen o debido a la
frecuencia de su participación en el espacio público en general, los políticos en el mundo contemporáneo se ven
exigidos a hacer uso de un cierto discurso ideológico. La capacidad que tenga
un político de reproducir y manejar un determinado discurso ideológico le permitirá no sólo lidiar con sus
adversarios ocasionales, sino también legitimar su práctica y capitalizar su legitimidad. La producción de
discursos sobre la cuestión social y la elaboración de una imagen sobre su
persona en particular, permitirán al político mantener cierta presencia
en el espacio político. Para que el político adquiera cierto
posicionamiento en el espacio público es necesario que ejerza el cálculo
político sobre lo que se dice y sobre lo que hace en el espacio público. Y como
la relación es frecuentemente tensa en los espacios políticos, el cálculo
político se convierte en el mayor reto para el político como sujeto. Por eso el
discurso y la práctica que reproduce el político muchas veces se orienta por el
cálculo.
Sin el cálculo, el político está condenado al
fracaso. La historia esta plagada de muchos casos al respecto. Empero, cabe
también observar que quienes han sobresalido en la política han hecho suya de
manera práctica la siguiente máxima: “cabeza fría y corazón apasionado” (Nietzsche).
Juan Archi Orihuela
Buenos Aires, viernes 11 de abril del 2014.
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