En el siglo XX hubo una frase muy conocida de
Lenin que pretendía animar la unidad y la militancia entre los comunistas, a
saber, “hay que cuidar al partido como a la niña de nuestros ojos”. La figura
retórica leninista es tan diáfana y precisa que no cabe hacer glosa alguna al
respecto. Empero ¿qué implica en los hechos cuidar a “la niña de nuestros
ojos”, es decir, al Partido Comunista, más allá de la simple retórica? La
novela La niña de nuestros ojos
(2010) del escritor peruano Miguel Arribasplata Cabanillas responde
figurativamente a aquella interrogante, cuyo título e historia cobra
todo su sentido en función de aquella frase leninista.
La niña de nuestros
ojos es una novela que
sobresale entre todas las que se han escrito hasta el momento sobre la
insurgencia armada [1], que acaeció en el Perú
entre 1980 y 1992, por su estructura narrativa (se asemeja al rodaje de una
película) y por el manejo del discurso
político que exige cada uno de sus personajes. Lejos de recrear una historia
cansina y descafeinada en función de esa ideología que enfatiza la violencia
como un fantasma que sólo aterra y que es llamada y conocida como “violencia
política”, Arribasplata recrea al principal protagonista de la guerra
insurgente, a saber, el Partido Comunista del Perú desde su escenario principal:
la guerra insurgente en el campo.
Toda la novela se desarrolla a lo largo de lo
que Mao Tse Tung llamó la guerra popular
prolongada, presentada a modo de un rompecabezas que el lector arma al
final de la historia. Las comunidades campesinas de Yonán, Yuvé y Challwa se
encuentran en ese escenario de disputa entre los insurgentes (Los militantes
del Partido Comunista) y la constrainsurgencia (Rondas Campesinas, Fuerzas
Armadas y policiales) cuya referencia más próxima es el río Pachachaca (Apurímac).
Desde el primer capítulo hasta el último, la guerra de guerrillas empleada por
los insurgentes, así como la represión que ejercen tanto las Rondas Campesinas (organizadas y dirigidas por las Fuerzas Armadas), las Fuerzas Policiales y Militares, se encuentran presentes
de manera dosificada, generando y asegurando la
atención del lector. Asimismo, la novela recrea una serie de contradicciones en
el interior de las comunidades campesinas y entre comunidades campesinas
aledañas, cuya tensión es originada por hechos que ocurrieron antes del inicio
de la insurgencia armada. Por eso en la novela, la vida en el campo (la reproducción
de la vida social del campesinado de los Andes) no es llano.
A lo largo de la novela aparecen y se suceden
una serie de personajes como Carmen, Medardo, Santiago, Eloy, Hugo, Iván, Rosario, Willy, Pablo, Ernesto, Enrique
y demás guerrilleros; así como Nicasio Merma, Casildo Huaroc, Casinaldo
Collahua, Adela Chupipoma y demás campesinos; Sergio Cipayo (Jefe de Ronda
Campesina), Benedicto Poma (Alias el zorro y jefe de una Ronda Campesina,
ronderos apodados “el cuy” y “el chancho”, entre los ronderos; los comandantes
Luciérnaga y Lince, el capitán Rafael, el teniente Maquisapa, el sargento
Indalecio Iñigo, el guardia Portuguez, el teniente Quispe y el teniente Gaviota
entre las fuerzas del orden. Al parecer esta estrategia narrativa tiene por
finalidad expresar la dinámica de la guerra al margen del protagonismo de
cualquier sujeto, empero es ineludible reconocer el papel protagónico que juega
el Partido Comunista a través de su ideología política y de sus acciones
armadas.
Con respecto a la ideología política del
partido que se recrea en la novela, en el poema Elogio al Partido de Bertolt Brecht hay un verso muy conocido que
puede ayudar a entender aquel asunto, a saber, “El individuo tiene dos
ojos/ el partido tiene mil ojos”. Mutatis mutandis, el Partido Comunista
del Perú enfatizó, siguiendo la tradición del comunismo internacional y
obviamente a Brecht, que “el partido tiene mil ojos y mil oídos”. Pero aquella
consigna no sólo es una simple consigna para advertir o amenazar al adversario
sino que expresa la condición omnipresente del partido en el desenvolvimiento
de la guerra y que permite a los militantes forjarse una moral de vencedores
mediante sus acciones armadas.
Otro gran detalle que uno puede encontrar en la
novela es, aunque breve, la historia de vida de algunos de sus personajes antes
de ingresar al partido, a saber, hombres y mujeres del pueblo trabajador que
más allá de asumir una ideología política los anima una experiencia de vida.
Por eso en los pasajes de la guerra que recrea la novela, los militantes oscilan
entre deseos humanos y terrenales, así como la capacidad de entrega que se
exigen por tener una militancia militarizada. A pesar de que teóricamente en
una estructura militarizada no hay posibilidad a cuestionamiento alguno, los
partidos comunistas se han caracterizado por ejercer lo que llaman la autocrítica.
En un pasaje de la novela, personajes como Medardo y Santiago expresan esa
actitud que frecuentemente se ha negado a los militantes de un partido preparado
para la guerra. Al respecto Medardo menciona lo siguiente:
“Lo cierto es que hemos caído en una
especie de culto al guevarismo, al hechismo, de la acción por la acción. El
partido es un dios rabioso y vengador, el presidente Rodrigo tiene que variar
la estrategia y la táctica general de la revolución antes de que esto se
convierta en noche ineluctable” (p.143).
Asimismo, Santiago enfáticamente menciona en
una discusión subida de tono (se le acusaba de ser “desviacionista”, que en
jerga partidaria significa que el militante se desvía de la línea que exige la
dirección del partido) lo siguiente:
“Siempre hemos sido fieles a la
línea y a las decisiones del partido y hemos expuesto muchas veces nuestras
vidas en las acciones pasadas. Hemos aceptado morir por la revolución y estamos
condenados a eso sin avizarar el futuro rojo, (pero estamos) cayendo en un
extremismo militarista y en un mesianismo igual de místico que cualquier
religión” (p. 145).
Tales confrontaciones llaman la atención y
oxigenan el relato de la novela porque anudan el desenlace de la historia en un
escenario muy convulsionado.
Qué duda cabe, Miguel Arribasplata ha escrito una novela muy atrevida, no sólo por su lenguaje y la elaboración de sus personajes, sino porque ha recreado una de las percepciones más silenciadas en el Perú contemporáneo sobre los hechos de la insurgencia armada. Más aún, si uno repara en el macartismo (anticomunismo) que aún se reproduce en los espacios políticos e intelectuales del país (a modo de censura y sobretodo de autocensura), La niña de nuestros ojos, hecha novela, nada contra la corriente.
Qué duda cabe, Miguel Arribasplata ha escrito una novela muy atrevida, no sólo por su lenguaje y la elaboración de sus personajes, sino porque ha recreado una de las percepciones más silenciadas en el Perú contemporáneo sobre los hechos de la insurgencia armada. Más aún, si uno repara en el macartismo (anticomunismo) que aún se reproduce en los espacios políticos e intelectuales del país (a modo de censura y sobretodo de autocensura), La niña de nuestros ojos, hecha novela, nada contra la corriente.
Juan Archi Orihuela
Lima, 19 de diciembre del 2013.
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[1] En el Perú se han escrito varias novelas al
respecto, las hay interesantes (“Rosa Cuchillo” de Óscar Colchado, “Trece días”
de Agustín Machuca Urbina, “Ilusiones
perdidas” de Ernesto Ramos Berrospi) y también descafeinadas y burdas (“La hora
azul” de Alonso Cueto, “Abril rojo” de Santiago Roncagliolo). Asimismo hay
libros de cuentos muy interesantes que muestran el talento de sus autores como
“Golpes de viento” de Víctor Hernández (en el que el cuento “Cantarina”
sobresale por su estructura narrativa) y “Camino de Ayrabamba y otros relatos”
del Grupo Literario Nueva Crónica; también los cuentos de Dante Castro son
sugerentes al respecto como por ejemplo “Parte de Combate”.
Referencia bibliográfica
ARRIBASPLATA CABANILLAS, Miguel
2010 La niña de nuestros ojos. Arteidea, Lima.