Mientras en la república
argentina el gobierno de ese país recupera el control de la YPF (Nominada
como Repsol-YPF) para los intereses de la nación argentina, en el Perú, a raíz del
mensaje a la nación que dio el presidente el viernes 20 de abril, el gobierno peruano
defiende y avala los intereses, no de la nación, sino de la gran empresa (La
Newmont). Tal medida del gobierno abrirá otra página infausta en la historia
republicana del Perú en la medida que la correlación de fuerzas no ha variado
en el interior de la estructura del Estado (los grupos de poder económico y las
instituciones que defienden los intereses del gran capital ejercen su hegemonía
sobre el espacio político). Las pérdidas de vida humana que generará la
imposición del “Proyecto Minas Conga” recuerda la observación que hiciera en el
siglo XIX Karl Marx cuando anotaba que “el
capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los
pies a la cabeza”.
La imposición política de la
fuerza como una medida gubernamental es animada actualmente por los defensores
del orden neoliberal en el Perú, ya sea de manera explicita:
“Como bien explicó el genial Max Weber, el Estado tiene el monopolio
legal y legítimo de la violencia y tiene todo el derecho de aplicarlo, siempre
dentro del marco de la ley, a los revoltosos que cuestionan el orden civil. No
hay que tener miedo a enfrentar las algaradas antimineras y a combatirlas con
la máxima firmeza. De una vez a romperle el espinazo a ese aparato organizado y
coordinado (desde los partidos ultras y las radios agitadoras hasta las ONG
extremistas) que genera a menudo violencia en provincias con sus
"Frentes" y otros cuentos. Conga puede ser la batalla decisiva para
extirpar a la izquierda violentista que se mueve en esos niveles” (Aldo
Mariátegui)
O, de manera implícita, cuando
reconocen que “Conga va, pero con condiciones”. Como si esas “condiciones” van
a evitar las consecuencias funestas para la agricultura de los campesinos y, sobre todo, mantener la
reproducción de un ecosistema tan vulnerable (amenzado ahora por la extracción minera). Por ello
es obvio que el pueblo campesino de Cajamarca no dará su brazo a torcer. Tanto
sacrificio y tesón mostrado a lo largo de lo que va el conflicto no se va a
detener ante golpes tan duros. Más aún, un pueblo que lucha por causas justas,
como el de Cajamarca, sabe que su lucha no sólo es por la región en la que
viven, sino por toda la nación. Tal vez eso sea difícil de entender para muchos
que viven en la capital, y sobretodo para esos pocos que disfrutan de
privilegios que genera el actual modelo económico. Pero para quienes no tienen
“esos” privilegios, el sentimiento nacional anima todo un horizonte cultural en
el que cobra sentido la palabra en función de la acción (organización). Al
respecto Félix Zegarra comenta:
“El 'capitalino' hizo suyo el espíritu del conquistador
("peninsular"): el saqueo. Por eso no ama a Lima, fácil se va de ella
y no pasa nada. En criollo, la Capital le llega... El provinciano, en cambio,
es diferente. Por "su" tierra muere. Algo que los
"apátridas" mazamorreros (limeños) no pueden entender”
Lejos de exagerar con tal o cual
retórica, los ejemplos históricos al respecto son contundentes. En provincia la vida se
siente de manera diferente, sobre todo si uno recuerda la historia republicana
del país. Lima nunca quiso consolidar una nación en el Perú porque
colonialmente siempre se concibió como “la” nación al arrogarse la
universalidad del “nosotros”, frente a los “otros” a quienes despreció y aún
desprecia, si bien ahora ya no en público, en privado si lo hace (de eso no caben dudas). El
ninguneo político a los "otros" (que siempre se moteja a las formas de lucha en provincia) es
una prolongación de ese desprecio tan naturalizado y legitimado, en privado, mediante la
ideología liberal de la modernidad.
En los próximos días el
movimiento campesino mostrará cual es el poder popular que pueden ejercen
frente al Estado. Con ello no se trata de hacer ninguna apología a la
violencia, ni mucho menos avalar una represión (el gobierno puede evitar otro
“baguazo” si declara inviable el proyecto, pero por lo que dijo el presidente
el viernes 20 queda descartado), ya que la decisión tomada por el gobierno, que
quiere imponer el “Proyecto Minas Conga” a como de lugar, precipitará tal
desenlace. El mandar efectivos militares a la zona, intervenir y perseguir a
los dirigentes del movimiento popular e impedir la movilidad de las autoridades
que apoyan al movimiento popular (como por ejemplo el Presidente Regional de
Cajamarca), son indicios de una clara imposición. Por ello los heraldos negros
que manda el gobierno no es un hecho fortuito. ¿Y si la tropa del ejército frente
a una gran manifestación popular recuerda que también es parte del pueblo que
lucha? Hubo casos como el oficial Jordán Brignole quien evitó, en el año 2008,
mediante el desacato, que la represión del Estado sea funesta.
Frente a un escenario tan aciago
que se abre en estos días, al parecer el pueblo campesino de Cajamarca no tiene miedo
porque su esperanza es mayor: La esperanza de cambiar el rumbo de la nación. En
estas circunstancias más que en otras, en el que las expectativas populares se
encuentran en vilo, la poesía de César Vallejo estremece la epidermis,
de quienes apoyamos la lucha legítima del pueblo campesino de Cajamarca, si uno recuerda o relee: “Voy a hablar de la esperanza”. Que duda cabe, el movimiento campesino
de Cajamarca tiene esperanza, mucha esperanza.
La cultura como un hecho histórico social,
a pesar de la influencia que ha tenido la antropología culturalista a lo largo
del siglo XX para demarcar no sólo las discusiones en torno a ella sino en
cuanto a la percepción que uno se hace de los hechos llamados culturales, al parecer no ha
logrado una significación que se ajuste a su concreción.
Lejos
de toda retórica “letrada” y “estética” __generalmente animada por los que se
deleitan exageradamente por la literatura y por la producción artística
hegemónica en el campo de las letras y el arte en función del mercado__ la
cultura no es lo más valioso que posee un pueblo o el hombre como ser genérico.
En todo caso lo “valioso” sería una determinada forma de cultura, cuya
reproducción siempre es particular y no universal. Pensar que la cultura tiene
un valor universal per se es caer en
una metafísica cultural insostenible frente a los datos y hechos históricos que
han posibilitado su concreción. Históricamente la cultura es la producción que
ejerce el hombre sobre el mundo, producción que a su vez ha posibilitado su
reproducción no sólo como especie, sino como un ser social. La consecuencia de
la cultura como producción es la demarcación del mundo entre un mundo hecho
para el hombre (el mundo social) y un mundo existente sin el hombre (mundo
físico). Hay un término que puede enfatizar su concreción histórica, a saber,
lo artificial. Toda cultura es artificial y en su concreción genera
consecuencias tanto beneficiosas así como funestas, que en última instancia se
concretiza a través del poder que ejercen los hombres socialmente endoculturados.
Si la
cultura es lo artificial y adquiere su valor y significación en función del
poder (entendido como una relación de fuerza), los hechos que comprenden una cultura
han adquirido una demarcación tanto práctica así como ideal. La demarcación
práctica ha respondido y responde a una necesidad histórica, a saber, el
proceso de colonización del mundo por los centros coloniales del poder europeo;
y, la demarcación ideal, responde a una serie de preconcepciones que se
reproducen en función del poder local y que se encuentran estrechamente
vinculadas, ya sea para afirmarlos o invisibilizarlos, a la constitución de los
Estados contemporáneos. La demarcación práctica ha permitido establecer una
diferencia entre una producción cultural colonizadora y una
producción cultural colonizada: la producción cultural colonizada
ha sido objeto de estudio de la antropología clásica culturalista y, en parte
lo sigue siendo, por la antropología contemporánea que anima la otredad
cultural. Asimismo la demarcación ideal se encuentra determinada por el valor
que adquiere la constitución de su reproducción particular.
Desde
la antropología culturalista, la constatación de una reproducción particular de
la cultura ha permitido reordenar el mundo a partir de los cambios geopolíticos
que ha generado el mundo poscolonial. No es casual que en las discusiones sobre
la universalidad del orden mundial, mediante el enfoque culturalista, durante el
siglo XX se ha delimitado la significación del poder colonial a través de los
debates que han oscilado entre la noción de raza
(para trocarse en la noción de etnia como significación identitaria) y
la noción de civilización (para
trocarse en la noción de laCultura como significante
universal, tributaria de cierta ideología humanista colonial y eurocéntrica).
Pero la demarcación ideal no sólo ha permitido ajustar un nuevo orden mundial
en el que la identidad ha alcanzado su universalidad; sino que a su vez ha
permitido que la demarcación práctica suspenda las consecuencias del poder del
capital, a saber, en su fase imperialista.
Precisamente
Kathleen Gough, a fines de la década del 60 del siglo pasado, al sostener que “la antropología es hija del imperialismo
occidental”, estaba proponiendo, atrevidamente, estudiar la universalidad
de la cultura en función del imperialismo como sistema mundial, en la medida
que el imperialismo ha generado consecuencias funestas en muchas formas de
organización social, bajo el dualismo ideológico de una “pujante” modernidad
(europea) y el atavismo de la vida tradicional o la premodernidad (del tercer
mundo). La carencia o imposibilidad de tal derrotero heurístico, se debía,
entre otras razones, a la especialización de tal o cual forma de reproducción
cultural (los estudios de la otredad han invertido la relación cognoscitiva a
partir de apriorismos en función de la universalidad de la identidad).
Una de
esas formas de especialización en los estudios sobre la cultura, como
reproducción particular, corresponde a los estudios sobre el folklore. La
estudiosa peruana Mildred Merino de Zela, siguiendo a Stith Thompson,
consideraba que el folklore comprende la reproducción de “las danzas, canciones, cuentos, leyendas y tradiciones, las creencias
y supersticiones y los dichos proverbiales del pueblo”. Puntualmente el
estudio sobre folklore sería aquel estudio especializado de una forma de
reproducción de la cultura de un pueblo (concebida como “tradición
espiritual”). Más aún, a juicio de Mildred Merino: “el hecho folklórico es un elemento integrante de la cultura”. Pero
si el hecho folklórico es parte integrante de la cultura (noción que recuerda
las tesis clásicas de Edward Taylor) ¿a qué se debe la separación entre la
antropología y el folklore? Si ambos estudian, en última instancia a la cultura
(la antropología a la que me refiero es la antropología cultural) ¿acaso se
debe al problema entre la universalidad y la particularidad de la cultura?
Históricamente
la antropología se encuentra ligada, por su origen, a la colonización del mundo
(el imperialismo como sistema mundial en la actualidad), por el contrario, el
folklore se encuentra estrechamente vinculado a las consecuencias de la
constitución de los Estados-nación y a las consecuencias de la afirmación del
capitalismo mundial como una expresión también cultural. Asimismo, en términos
habermasianos, la antropología es una ciencia que se circunscribe a intereses prácticos (la “antropología
aplicada” fue y es aún tributaria de aquel derrotero) o a intereses técnicos (la antropología que se produce y ejerce desde
la academia o los centros de investigación __tal como se ha institucionalizado
en función de las políticas públicas que animan los organismos internacionales
mediante el financiamiento a la investigación__ es una clara expresión de tal
interés técnico). Mientras que los estudios del folklore pretende ser una
ciencia que responda a intereses
emancipatorios.
En el
Perú, uno de los antropólogos que han animado los estudios del folklore en
función de intereses explícitamente emancipatorios ha sido Efraín Morote Best.
Para este antropólogo la emancipación se encuentra estrechamente ligada al
“cambio social”, muy distinto a los “cambios culturales” que analizaba la
“antropología aplicada”; al decir de Morote Best: “El Folklore es una disciplina histórico-proyectiva. Estudia cosas
vivas venidas de tiempos muertos, pero, las estudia no para regodearse con la
contemplación de ellas o con un sistemático examen y quedarse allí, sino para
junto con otras disciplinas contribuir al aceleramiento del cambio social”. El
“cambio social”, además de ser un momento constitutivo de la concreción de los
fenómenos sociales, como hecho racionalizado es un interés que responde a la
naturaleza de la reproducción del hecho folklórico, a saber, las tradiciones
populares (especificamente, muchas de las tradiciones populares estudiadas
como hechos folklóricos son de procedencia rural o campesina o, en su defecto,
se circunscriben explicitamente a ellas). Por ello se encuentra estrechamente
vinculada a la reproducción social de las clases populares que se encuentran
dominadas en función de la correlación de fuerzas que constituyen el poder
Estado.
Precisamente
es a partir del poder del Estado que se reclasifica la producción cultural en
función de un valor mentado. Por ejemplo en el Perú los hechos folklóricos no
se encuentran formando parte de la significación de la nación, como un
imaginario identitario y universal, sino como un apéndice que depende de una
idea universal que excluye a quienes producen los hechos folklóricos (la
significación de lo folklórico con énfasis peyorativos es la consecuencia de
tal hecho). La ideología del “mestizaje” en el Perú, animado como una
“idea-fuerza” desde el Estado, al suspender las relaciones de fuerza que
posibilitaron la constitución del poder Estatal, históricamente hablando,
mantiene la negación de la identidad del pasado y las consecuencias del poder
del imperialismo en la actualidad. Por contraposición, muchos estudios del
folklore en el Perú han pretendido o pretenden animar la constitución de una
nueva nación a partir de su "revaloración" histórica y su
reproducción contemporánea identitaria (Mildred Merino, Josafat Roel, Alejandro
Vivanco, Demetrio Roca entre otros).
Pero
tales estudios pretendidamente emancipatorios no se encuentran exentos de
reproducir viejos tópicos de la antropología culturalista, a saber, la
"autenticidad" y lo "originario" de una cultura. Los hechos
folklóricos, como hechos particulares de la cultura, se encuentran permutando
en función de la constitución del poder del Estado (observado también como un sistema relacional de sentidos culturales), y en muchos casos en
función de la reproducción de la mercancía (cuya concreción objetivada permite su universalidad). Por ello los estudios del folklore
deben demarcar la reproducción de las
tradiciones populares en función de la
constitución del poder del Estado y el mercado.
Juan Archi Orihuela
Domingo,
15 de abril de 2012.
PS.
1. La
cultura y el hecho folklórico también pueden ser observados a partir de un
hecho concreto, a saber, el huayno. Al respecto cabe formular algunas
interrogantes sobre lo escrito anteriormente ¿El huayno es un hecho folklórico?
¿El huayno es parte de la cultura hegemónica en el Perú? ¿Cuál es el
valor del huayno frente a otros hechos culturales que se producen en el Perú? A
modo de ejemplo escúchese el siguiente “popurri” de huaynos de la región
ayacuchana, compuestos para afirmar su valor cultural. Las canciones son interpretadas
por las cantantes Saywa y Damaris (madre e hija, respectivamente). Entre las
canciones se encuentran: "Yo soy el huayno" (Edwin Montoya),
"Canto Serrano" (Justo Pastor), "El Perú
nació serrano" (Rómulo Melgar) y "Poema" (Walter
Humala).
"Yo soy el huayno orgullo eterno de mi Perú canción hermosa, fuerte y serena, herencia Inca. Como te quiero como te siento cuando te canto huayno sureño, cantar viviente de mi Perú".
(Edwin Montoya)
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"Yo no soy la piedra dura que con el cincel se labra yo soy como el acero que se funde con la fragua yo soy el agua de puna que labra las cordilleras y cuando haya venida abre surcos donde quiera yo soy el huayno peruano que desde los Andes llega".
(Julio Pastor)
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"El Perú hoy es eterno por el grandioso Cusco Imperial, santuario del Machupicchu por la sangre esculpida de quechuas, chancas y aymaras en el viento y en las piedras del Sacsayhuaman glorioso el Perú hoy es eterno".
(Rómulo Melgar)
------------------
"Poema echaste tus versos a un río serrano y te hiciste huayno. Pintaste las flores de color silvestre y eres esperanza Huayno rimale en secreto el verso que dice: "amor con amor se paga, corazón a corazón". Canta guitarra chola tu nuevo sentimiento: "miles de corazones saldrán a tu encuentro"
(Walter Humala)
Todo joven antropólogo que se
interesa por los estudios de comunidades campesinas y nativas suele recoger “mitos”,
cuando viaja a tal o cual comunidad, a través de entrevistas. Pero cuando uno recoge
los mitos que son grabados in situ muchas
veces el relato del informante es
enunciado con cierto escepticismo tan evidente, además de ser fragmentado. Hay
veces en que hay vacíos en el relato porque uno se percata que el informante
duda o tarda mucho en recordarlos. Más aún el escepticismo impera cuando al
terminar la entrevista el informante afirma contundentemente: “yo no creo en esos relatos… son historias
que así contaban los abuelos, pues ingeniero”[1]. Frente
a tal situación, muchas veces desalentadora, el joven antropólogo duda de la
información que ha recogido, y simplemente guarda celosamente “sus” mitos como
si se tratase de un tesoro de fantasía. Hay veces en que eljoven antropólogo, como todo mortal que
guarda algo valioso, se ve tentado a contar a sus colegas sobre los mitos que
posee. Lejos de su colega nadie más se entera de que posee “mitos”, mitos
silenciados y “dispersos” aún.
El análisis estructuralista de
los mitos es una tentativa que siempre asalta, si de estudiar mitos se trata,
pero si uno recuerda la tesis de Arthur Hocart, a saber, el“mito
describe al ritual y, por su parte, el ritual actualiza el mito”. Uno debe
también observar la actualización del mito, a saber, el ritual. Pero como el
ritual es ante todo una relación práctica que establece y vincula sentidos en
la medida que mantiene la reproducción de símbolos (el hombre, el mundo, lo
divino), el mito adquiere su sentido cuando afirma al ritual mediante el
discurso hablado. Si bien es cierto que los mitos, en última instancia,
pertenecen al orden del lenguaje, tal como sostenía Levi-Strauss, el problema
en la actualidad es que muchos mitos carecen de la reproducción de su ritual
respectivo. De ahí que los mitos que uno recoge no pueden ser actualizados, es
decir, ya no son mitos con significación, son una suerte de discursos que
pueden ser confundidos con los relatos literarios. Paradójicamente hay cierta
literatura que intenta rescatar la mitología del pasado, no para darle un
sentido en la actualidad sino para generar en el lector cierta identidad con el
pasado, tentativa tan afín a la tesis de Benedict Anderson sobre cómo se
construyen las naciones.
En la novela “Cholito en la
ciudad del río hablador” (1995) de Óscar Colchado, el antiguo y poderoso dios
Rímac (el dios río que habla a través de sus aguas) solía decir: “De mis poderes ya casi nada queda, hijo;
pues los dioses envejecemos por el olvido de los humanos”. El
“envejecimiento” de aquel dios, y no su muerte, se encuentra en relación a su
poder. ¿Quiénes animan el poder de los dioses? El poder “divino”, adjudicado a
los dioses, radica en última instancia, no en los dioses mismos como una
prolongación de las fuerzas físicas del mundo, sino en los hombres que creen
que los dioses fundamentan el sentido de las cosas del mundo a partir de un
sentir metafísico. Aquel sentir metafísico muchas veces se sustenta en aquellos
deseos que se prolongan a través de los sueños. Actualmente la gente sigue
soñando en función de los deseos, como antaño lo hacían sus antepasados, pero
los dioses ya no tienen el poder de antaño, el caso del dios Rímac (y de muchos
dioses del pasado) es aleccionador al respecto: Rímac es un dios ya olvidado,
ignorado y carente de todo sentido en la actualidad, el río sigue aún ahí, pero
el sentido de lo “divino” ya no. Esa falta de sentido responde a los cambios
que acaecen en la estructuración de los
horizontes mitológicos que fundamentan el sentido del mundo en función de los
dioses: el paso del panteísmo al antropomorfismo ha tenido un gran costo para
los dioses del pasado.
Los horizontes mitológicos comprenden
una relación de estructuras que constituyen una cultura mitológica. En toda
cultura mitológica el mundo es “uno”, es decir, en el sentido de que aquella
distinción y separación, tanto ideal como material, entre el mundo físico y el
mundo social no es posible cognitivamente. Más aún, el dualismo teórico y
práctico entre la naturaleza y la sociedad ha sido el resultado de un largo
proceso irreversible que ha consolidado al antropocentrismo. El
antropocentrismo a su vez, lejos de ser tributario de cualquier relativismo
cultural o el punto de partida de la certeza sensible de un sujeto abstracto,
es el resultado de la estructuración del poder del hombre sobre el mundo. La
estructuración del poder del hombre sobre el mundo ha permitido que el mundo
sea conocido, sentido y transformado.
El saber, el sentir y la práctica
sobre el mundo, a lo largo de la historia, ha generado toda forma de
organización social posible en la medida que el hombre se encuentra sujeto a su
reproducción como especie. Pero la reproducción de la especie humana, lejos de
emparentarse indistintamente con la de cualquier especie viviente, también
animal y mamífera, sólo ha sido posible en la medida que ha demarcado la
función de las cosas del mundo con la función que el hombre le asigna a las “cosas”
que hay o son parte del mundo. La aparición de la agricultura y la ganadería
__formas de producción que comprende a vegetales y animales domesticados, respectivamente__
es el mejor indicador de aquel inicio irreversible que demarca y asigna
funciones a los seres del mundo para el hombre. Con tales actividades
productivas el hombre pudo así planificar y controlar la reproducción de
ciertas especies en función de sus necesidades. En el interior de uno de los
muchos horizontes mitológicos del pasado, los dioses adquirieron su poder
humano y terrenal como una relación de fuerza, establecida por los
hombres,para afirmar un orden sobre el
cual adquiere sentido las cosas del mundo.
Es cierto que los horizontes
mitológicos se estructuraron mucho antes de la aparición de la agricultura y la
ganadería, a través del mundo onírico como una suerte de mediación cognitiva
entre la caza y la recolección. Pero cuando el hombre fue capaz de producir un
mundo que se ajustara a sus necesidades prácticas, su percepción sobre aquel mundo
hizo que las fuerzas del mundo sean los límites de su propia fuerza: el mundo
se le apareció como uno y múltiple a la vez. Todo el discurso tributario del
misticismo y la dialéctica son expresiones, ya sean tardías o no, sobre tal
percepción. Pero cuando el hombre incrementó sus fuerzas mediante la producción
le puso límites a las fuerzas del mundo para hacer de su reproducción una
sucesión de múltiple momentos que se encuentran permutando porque ya dejaron de
ser “uno”. Todo el derrotero positivista y cientista, que ha constituido el
mundomoderno, ha intentado racionalizar
tal hecho a partir de observar cierto desarrollo del espíritu (cultura) y de la
conciencia (conocimiento). Por ello cuando el mundo social se diferencia
claramente del mundo físico, no se trataría de una suerte de hegemonía que la
razón ejerce sobre los mitos, sino de la desestructuración de los horizontes
mitológicos en la reproducción del mundo social.
Si bien es cierto que el mundo
social se construye, su construcción no depende del viejo problema teórico
entre el agente y al estructura, que sólo reproduce apriorismos en la teoría
social, sino que su construcción radica en la ineludible cuestión del poder.
Pero si dirá que el poder es ejercido por individuos particulares, y que en
este caso serían los “agentes”, lo cual no necesariamente sucede en los hechos.
Si bien es cierto el poder lo ejercen sujetos, pero estos sujetos están ya dados
(es decir generados o “disciplinados”) en la medida que forman parte de
instituciones, por ello la reproducción de sus acciones no se encuentran al
margen de ellas. Siendo el poder del Estado la institución que mayor relación
genera en las estructuras de dominación de las sociedades clasistas. Si se
observa bien los Estados imperiales que han acentuado el monoteísmo antropomorfo,
como por ejemplo el Estado cristiano europeo, en la expansión de su poder han
precipitado la desestructuración de los horizontes mitológicos. A la larga las religiones
universales monoteístas han reducido los horizontes mitológicos en la medida
que han monopolizado el sentido sobre el mundo a partir de su condición
trascendental (más allá de la experiencia). La supuesta vida de ultratumba, que
sostienen a tales religiones, es la mejor expresión de aquel monopolio de poder
estatal.
Si bien es cierto que los mitos,
que forman parte de los horizontes mitológicos, han sido (y para algunos aún lo
sigue siendo) significantes que han permitido afirmar la vida. La significación
de la vida se encuentra más próxima a una experiencia histórica, que, si cabe
el término, a una experiencia “mítica”, en la medida que la desestructuración
de los horizontes mitológicos ha sido irreversible. La postulación de los mitos
revolucionarios durante el siglo XX, lejos de haber pretendido recrear un
horizonte mitológico, no fue más que una racionalización de la historia sobre
un mundo social que se organiza mediante una serie de relaciones de fuerzas
humanas (una lucha contra el poder del Estado). Tal lucha revolucionaria (y
social en última instancia) para algunos fue tan similar a los relatos de los
mitos que dan cuenta de los dioses cuando combatían para ordenar el mundo. Se
dirá que el hombre quiso ser Dios durante el siglo XX, pero fue a la inversa,
los dioses quisieron ser hombres, es decir, mortales. Y al parecer los dioses
fueron los que pagaron el costo de ser por única vez hombres porque ahora les
resulta imposible ser dioses.
Juan Archi Orihuela
Lunes, 09 de abril de 2012.
P.S.
1. En la imagen superior derecha
se encuentra la imagen del antiguo y poderoso Dios Wiracocha.
2. Para entender las
consecuencias de la desestructuración del horizonte mitológico, el caso del
mundo andino es aleccionador. Al respecto el disco Taki Ongoy (1986) de Víctor
Heredia,cuyo trabajo musical es un gran
relato historiado sobre la colonización del tawantinsuyo, permite recrear aquel
“canto enfermo” por otros medios.
A modo de muestra ahí el texto 2-
El encuentro en Cajamarca:
Texto 2:
"No, ciertamente no eran dioses. No
eran Wiracocha. Cuando Pizarro entró al Cuzco y junto con el padre Valverde
decidieron la muerte de nuestro amado señor Atahualpa; a pesar del rescate que
pagamos, equivalente a tres habitaciones repletas de oro, nos dimos cuenta
entonces de las verdaderas intenciones de esos hombres. Pero ya era tarde, la
sangre había comenzado a derramarse y esas primeras y queridas gotas se iban a
constituir después en un río inmenso que recorrería todo el continente y ya no habría
salvación".
Encuentro en Cajamarca
"Creo en mis dioses. Creo en mis
huacas
creo en la vida y en la bondad de
Wiracocha
creo en Inti y Pachacamac.
Como mi charqui, tomo mi chicha
tengo mi coya, mi cumbi,
lloro a mis mallquis, hago mi
chuño
y en esta pacha quiero vivir.
Tú me presentas runa Valverde
junto a Pizarro un nuevo dios
me das un libro que llamas Biblia
con el que dices habla tu dios.
Nada se escucha por más que
intento
tu dios no me habla, quiere
callar
por qué me matas si no comprendo
tu libro no habla, no quiere
hablar".
[1] En el
“campo” a los antropólogos, así como a muchos profesionales de otras
especialidades, los comuneros les suelen llamar “ingenieros”.