En este
año se conmemoran los 120 años del nacimiento del poeta peruano César Vallejo
(16-03-1892), los reconocimientos del caso apuntan obviamente a acentuar su
poesía, a enfatizar su condición de ser “sentidor” y mostrarlo, desde diversos
enfoques para quedar bien con todos y con uno mismo, como el “orgullo” del
Perú. A su vez no faltarán quienes enfaticen su condición universal e
importancia en la cultura letrada del mundo. Desde luego que su poesía es
impresionante y valiosa, cultural e intelectualmente hablando, de eso no cabe
duda, pero Vallejo no sólo era poeta. También escribió algunos cuentos, que tal
vez no sean tan “fabulosos”, ni hayan alcanzado los laudos de su poesía, pero
cumplen fielmente con el fin que el autor se propuso. Entre su narrativa, el
cuento Paco Yunque (1931) sobresale por su contundente afirmación
humana en la medida que presenta la materialidad social que sostiene a
gran parte de su poesía: el dolor humano.
Para
Vallejo el dolor no es nada metafísico, sino que es producto de la condición
humana que se asienta en la injusticia social. Muchos que admiran su poesía (de
manera fragmentaria) siempre insisten en el dolor en función de su expresión
metafísica, a partir de una experiencia particular, aciaga y lapidariamente
física, que se compagina con aquel consuelo que encuentran cuando repiten, a
solas o en público, un verso tan mentado del poeta, a saber: “hay,
hermanos, muchísimo que hacer”. En el fondo el efecto que genera tal verso
en muchos lectores, que comparten o son parte de la cultura letrada, es no
hacer nada al respecto. Por ello la poesía también puede ayudar a mantener las
cosas tal como están a pesar de que algunos poetas (como por ejemplo Vallejo)
se empecinen a buscar lo contrario. Aunque si se observa bien tal consecuencia,
la modorra del lector ocurre en la medida que el deleite estético fragmenta y
se sobrepone por encima del contenido de los poemarios que fueron escritos en
determinados contextos.
Sin
embargo la correspondencia entre la lectura y el contexto encuentran su
significación inmediata en su narrativa. El cuento Paco Yunque de
César Vallejo [1] adquiere la universalidad del contexto porque no sólo se encuentra
preñado de una irreverente “materialidad social”, sino porque explicita la
condición humana de la injusticia a partir de una institución que reproduce el
capital cultural: La escuela. En líneas generales el personaje Paco Yunque es
un niño de los Andes del Perú que sufre la injusticia social en el interior de
la escuela. Específicamente, Paco Yunque es hijo de una campesina pobre que
cumple una función servil (el pongaje) en una casa hacienda que le pertenece a
un tal Mr. Dorian Grieve, gerente de los ferrocarriles de la Peruvian
Corporation y alcalde del pueblo. Las ciencias sociales en el Perú han documentado
sobre tal fenómeno como un hecho social, más no sobre la constante injusticia
en las relaciones humanas, que es ámbito de reflexión de las llamadas
“humanidades” en general.
La
injusticia que sufre Paco Yunque no sólo se refiere al hecho de ser víctima de
una usurpación (su trabajo escolar le fue robado por Humberto Grieve, hijo del
patrón, quien fue premiado luego como un “destacado” alumno), sino a una
injusticia mayor, a saber, la reproducción de la injusticia se debe al poder de
un Estado que ordena la sociedad peruana __antes de la Reforma Agraria__ en
beneficio de unos pocos (la oligarquía, los hacendados y los funcionarios del
imperialismo) a través de sus distintas instituciones sociales (en este caso la
escuela). Actualmente tales relaciones de dominación sólo se han transformado,
mas no han desparecido. El hijo del patrón, Humberto Grieve, siempre humilla a
Paco Yunque, tanto en la escuela así como en la Casa Hacienda, recordándole que
es su “muchacho”, es decir, su sirviente. Pero la resignación de Paco Yunque,
niño aún, no es un acto sólo de cobardía (siempre llora), sino de una
naturalización, una suerte de exigencia social del poder estatal que se
reproduce a través de una escuela de provincia asentada en relaciones
semifeudales aún. Y, además, en su condición de hijo de campesino pobre y
servil ¿qué puede hacer? ¿Albergar sólo odio? Lo cual sería lógico, válido y
legítimo. Pero no, la resignación se aprende desde muy niño, y se aprende de la
manera más brutal e injusta. Como Paco Yunque se encuentra en el lugar más
inferior de las relaciones sociales de la estructura social del poder del
Estado peruano, el silencio y el dolor, que son las consecuencias del
servilismo, serían los indicadores de que la injusticia es producto de la dominación
que ejerce una clase sobre otra. Cuando el niño Humberto Grieve enfatiza que su
papá tiene mucho dinero, así como los demás niños hacen lo mismo, Paco Yunque
reconoce, de la manera más violenta, que es un hijo de campesinos pobres y
serviles mediante una mentira inocente: “mi mamá tiene también mucha plata”.
En ese instante se le espeta que es simplemente un sirviente a quien el castigo
es pan de cada día. Pero como Paco Yunque es el último eslabón de la injusticia
cabe observar lo que sucede en la cadena de su reproducción.
La
escuela, que se representa en el cuento, reproduce un sistema de castigo que se
encuentra en relación de la estructura de clases de la sociedad peruana. Al
respecto en el cuento César Vallejo narra lo siguiente:
“Paco Fariña gruñía a media voz y como queriendo
llorar:
__ No le
castigan (a Humberto Grieve), porque su papá es rico.
Le voy a decir a mi mamá.
El profesor le
oyó y se plató enojado delante de Fariña y le dijo en alta voz:
__¿Qué está
usted diciendo? Humberto Grieve es un buen alumno. No miente nunca. No molesta
a nadie. Por eso no le castigo. Aquí todos los niños son iguales, los hijos de
ricos y los hijos de pobres. Yo los castigo aunque sean hijos de ricos. Como
usted vuelva a decir lo que está diciendo del padre de Grieve, le pondré dos
horas de reclusión. ¿Me ha oído usted?”
[p. 394]
La
igualdad que se pregona en la escuela es formal, de facto hay una clara
desigualdad social de clase que se explicita en función de la justicia: para
algunos nunca llega o se encuentra suspendida, para otros (los que tienen el
poder económico y político), la justicia se ajusta a sus necesidades e
intereses. A su vez quedan exentos de toda sospecha ante cualquier falta o
delito (“Humberto Grieve es un buen alumno. No miente nunca”). La constante
es que la víctima agredida, en tal estructura de poder, se convierta en
“victimario” (o sospechoso de serlo) a quien se le debe castigar sin dudas ni
murmuraciones (“Como usted vuelva a decir lo que está diciendo del padre de
Grieve, le pondré dos horas de reclusión. ¿Me ha oído usted?”). Asimismo
cuando Paco Yunque intenta comprender si en realidad Paco Fariña, su compañero
de carpeta y el único que le muestra una sincera amistad (“Yo también me
llamo Paco, Paco Fariña. No tengas pena. Vamos a jugar con mi tablero. Tiene
torres negras”) podría enfrentarse al poder de Humberto Grieve, Vallejo
narra lo siguiente:
“Si Fariña le
pegaba, vendría el patrón y le pegaría a Fariña y también al papá de Fariña. Le
pegaría el patrón a todos. Porque todos le tenían miedo. Porque el señor Grieve
hablaba muy serio y estaba mandando siempre. Y venían a su casa señores y
señoras que le tenían mucho miedo y obedecían siempre al patrón y a la patrona.
En buena cuenta, el señor Grieve podía más que el profesor y más que todos
(...) Todos, todos, todos le tenían miedo al niño Humberto y a sus papás.
Todos. Todos. Todos. El profesor también. La cocinera, su hija. La mamá de
Paco. El Venancio con su mandil. La María que lava las bacinicas. Quebró ayer
una bacinica en tres pedazos grandes. ¿Le pegaría también el patrón al papá de
Paco Yunque? Qué cosa fea era esto del patrón y del niño Humberto. Paco Yunque
quería llorar”.[p. 395-396]
En tal
reproducción del poder estatal, el papá de Humberto Grieve es el hombre en el
que se objetiva el poder (un funcionario del imperialismo) a partir del cual
los demás sujetos que representan o forman parte de las demás instituciones del
Estado se encuentran subordinados. Pero tal poder no sólo es político sino que
ante todo es económico porque se fundamenta en la reproducción del capital. Al
respecto de la reproducción del capital, cuya concreción es ideal-afectiva (el
miedo) y material-fuerza (poder), hay una canción llamada Quieren dinero (1986)
de Los Prisioneros que explicita tal idea__ y que en el fondo
es similar a lo que anota Vallejo con respecto a la reproducción del poder en
la vida cotidiana__, a saber: “El caso es que mi papá / debe pegarle a tu
papá / porque en la mesa no cabemos todos”.
Lo
observado hasta aquí puede generar dos objeciones: 1) Lo que elabora Vallejo es
sólo una creación, una ficción literaria que no debe ser considerada como si
fuera un escrito sociológico. 2) El tema de la injusticia en el que se
circunscribe el cuento responde a una sociedad ya inexistente en el Perú
contemporáneo y sobre todo a un planteamiento ideologizado (marxista). De ahí
que a nadie le llame actualmente la atención tal cuento, hasta se ha llegado a
ningunearlo en ciertos espacios letrados. (Antes se leía ese cuento en las
escuelas peruanas, pero con los cambios que el neoliberalismo ha generado en la
educación pública, son otros los motivos y temas con el que se forman los
jóvenes en la periferia del capital).
Sobre
lo primero, es una perogrullada tal reconocimiento que apunta a defender o a encontrar
cierto purismo en la creación literaria, muy en boga en la actualidad. Pero eso
no es un impedimento para apreciar en toda su dimensión un escrito literario,
más aún cuando los temas que recrea tienen ciertos referentes posibles de ser
observados en el mundo empírico y social. Las relaciones de dominación de la
hacienda que hacen que Paco Yunque sea un niño servil, para ciertos liberales
en el Perú y para todos los conservadores, generalmente emparentados con la
Oligarquía y con los antiguos terratenientes que han sido expropiados por la
Reforma Agraria (a la que satanizan), les resulta una exageración propia de la
literatura. Al respecto hay muchos testimonios y referencias históricas sobre
las estructuras de dominación de la hacienda en el Perú que pueden a ayudar a
reconocer que lo que escribe César Vallejo no es ninguna exageración. Un
reconocido arqueólogo peruano como Luis Guillermo Lumbreras, hijo de
terratenientes ayacuchanos, menciona lo que ocurría durante la década del 30 e
inicios del 40 del siglo pasado, en funcion de su experiencia:
“Para mi,
cuando era niño, la imagen del indio era la imagen de un ser que
definitivamente, y esto lo veo muy claro, no aspiraba a ninguno de los derechos
que tenia cualquiera de nosotros (los hijos de hacendados). Nosotros teníamos un conjunto de derechos, los de
ellos eran totalmente otros. A tal punto que al indio se le
podía patear, se le podía pegar, se le podía escarnecer de las maneras más
increíbles como forma normal de existencia. El cholo, al que se le pegaba en la casa por no haber cumplido con
alguna tarea determinada, al que se le daba los alimentos de desecho, lo que
restaba de la comida, al que no se le tenía ningún tipo de respeto y
consideración, era parte de lo normal, de lo que nosotros entendíamos era una
relación justa, en el sentido de que
si eso ocurría en nosotros era espantoso, pero si ocurría en ellos era a lo que
estaban habituados y nosotros también. No me llamaba la atención la pobreza
en la cual vivía el niño indio contemporáneo mío, y con el cual yo jugaba,
frente al tipo de facilidades que yo tenía. Familia de hacendados tenía yo un
conjunto de prerrogativas que me parecieron total y absolutamente incorporadas
a mi vida de siempre y se justifica plenamente. Si alguien se atrevía no sólo a pegar sino a denigrar a un niño
indígena, pues era absolutamente normal y comprensible. No había ningún
riesgo de castigo. Esta experiencia la vi directamente en las acciones, incluso
de mis propios familiares en relación con los indígenas, incluido yo mismo”. [Las negritas son mías] (Lumbreras 1989: 307-308)
Sobre
el tema de la injusticia si bien es cierto en el cuento se recrea una
institución (la escuela) que se asentaba en formas de dominación que reproducía
la hacienda, no sólo la hacienda generaba la injusticia, sino que respondía a
formas de poder que tácitamente aludía al poder del capital. Siendo la forma de
dominación, que encadena las demás instituciones sociales, el poder del
Imperialismo que se asienta en países como el Perú. Razón por la cual tal
elaboración literaria es cuestionada no por ser sólo ideologizada, en realidad
todas las producciones literarias se elaboran desde una ideología en particular
que responde a una época histórica, sino porque responde a lo que Vallejo
consideraba como “arte revolucionario”. Al respecto Vallejo escribe en 1928 lo
siguiente:
“La forma del
arte revolucionario debe ser lo más directa, simple y descarnada posible. Un
realismo implacable. Elaboración mínima. La emoción ha de buscarse por el
camino más corto y a quema-ropa. Arte de primer plano. Fobia a la media tinta y
al matiz. Todo crudo __ángulos y no curvas, pero pesado, bárbaro, brutal, como
en las trincheras”.
Para la
época ese “arte revolucionario” ha sido identificado como tributario del
marxismo. Mas aún Vallejo escribe en 1930 “solamente el marxismo ha
concebido la justicia como una función en marcha de las fuerzas sociales, como
un proceso viviente y cambiante del equilibrio de la historia”. Por ello
el tema de la justicia le resulta vital cuando escribe Paco Yunque (1931).
Pero
¿la justicia para quienes? ¿Para niños como Paco Yunque? o ¿Paco Yunque sólo es
el último eslabón? Una respuesta tentativa viene no del Perú, sino de un país
de nuestro continente y que en parte es como el Perú (o ha sido, porque se
encuentra irreversiblemente cambiando), a saber, Bolivia. En Bolivia en el año
2000 estalló la llamada “Guerra del agua” que posibilitó la formación del
Bloque histórico que inició los cambios de transformación en el país; en tal
hecho político de relaciones de fuerza, una de las consignas de las campesinas
era la siguiente: “No quiero que mi hija sea tu empleada”. Algunos
dirán, los que tienen empleadas desde luego, “cuál es problema de que existan
empleadas, es un trabajo “digno” como cualquier otro”. En el cuento de Vallejo
hay una respuesta tácita y contundente. Tal vez por eso a algunos en el Perú,
que tienen empleadas (“muchachas”) bajo su servicio, no les gusta el cuento de
Vallejo y por eso lo ningunean en público y en privado. Al respecto hay una
canción llamada “Mujercita Florecita” (2000), compuesta por Pavel
Bello e interpretada por Margot Palomino, que puede ayudar a entender las
razones y las consecuencias de la servidumbre doméstica en la actualidad,
sobretodo en países como el Perú:
“Mujercita triste que vienes del campo
con los bultos de esperanza a la ciudad
a sembrar los hijos con mucho dolor.
En aquella vida que se te negó
en la casa ajena del que te humilló
tu rencor se ahoga entre los sueños.
Tendrás que cantar, tendrás que volar
Cuando nuestras manos quiéranse juntar.
Mujercita vendedora ambulante
florecita trasnochas en la ilusión
mujer del obrero al que nunca ve.
Empleada para las esclavitudes
Serranita no conoces la razón
de tu mala vida, de tu ocasión.
Tendrás que cantar
Tendrás que volar como una paloma hacía
la libertad”.
El
trabajo doméstico que se realiza en casa ajena implica la humillación, la
reproducción de relaciones serviles (“En aquella vida que se te negó /
en la casa ajena del que te humilló / tu rencor se ahoga entre los
sueños”), relaciones serviles que producen la injusticia y, que a la vez,
son parte de una injusticia social mayor. Si se recuerda bien la madre de Paco
Yunque, una campesina pobre que se encontraba sujeta al trabajo servil de
hacienda, naturalizaba y reproducía las relaciones de servidumbre hacía el hijo
(regañaba a Paco Yunque si el niño Humberto Grieve le pegaba). Por ello uno
puede entender la dimensión de los hechos que acaecieron en Bolivia a través de
esa consigna: “No quiero que mi hija sea tu empleda”. Tal hecho
quiebra (o pretende quebrar) los últimos eslabones de la dominación, porque no
sólo es una dominación de clase la que oprime en países de Nuestra América sino
que esa dominación es la que compendia todas las dominaciones, que aún sigue
existiendo en Nuestra América. Además esa “paloma” (la mujer campesina, la
mujer popular, esa mujer servil existe porque se sujeta aún al trabajo
doméstico como sirvienta en casa ajena) bajo condiciones serviles no podrá
“volar nunca hacia la libertad” de la que tanto se baladronea a través de
discursos feministas y liberales y que en el fondo se reproducen para mantener
el status quo. Cambiar el status quo que sostiene a la
dominación en función, no de la tolerancia como enfatizan los defensores de la
dominación, sino en función de la justicia social es el fin de la
narrativa de César Vallejo. En el Perú con la Reforma Agraria (1969) en parte
se logró alcanzar la justicia para los campesinos que se encontraban sujetos a
la hacienda, y así se inició, aunque incipiente aún la democratización de la
sociedad peruana. Tal hecho es motejado y vilipendiado por quienes perdieron
ciertos privilegios de clase en el Perú y que los recuperaron con el
fujimorismo (que se asentó con el neoliberalismo). Precisamente son “ellos”
quienes no están dispuestos a perderlos nuevamente y por eso no sólo abominan
de la narrativa de César Vallejo __la novela El Tungsteno (1931) casi
ha desaparecido o es ignorada por completo__, para “ellos” la cultura letrada
no tiene nada que ver con la política. Para César Vallejo era todo lo
contrario.
Por
todo ello hay que volver a los escritos de César Vallejo, y no sólo a su poesía
(que ni siquiera es apreciada en su totalidad como una suerte de
desenvolvimiento existenciario), pero no solamente para extasiarnos con su
lectura, ya sea en salones o animando bohemias, y que a algunos les hace sentir
seres contingentes o desdichados, sino para recordar su apuesta por la vida, a
saber, una utopía en función del mundo que se hace con mucho esfuerzo y gran
sacrificio. El poemario España, aparta de mi este cáliz (1937)
explicita esa apuesta; no es casual que el último poema de tal poemario, se
dirija los niños del mundo y termine de la siguiente manera: “si no veis a
nadie, si os asustan / los lápices sin punta, si la madre/ España
cae __digo, es un decir__ / salid, niños del mundo; id a buscarla!...”
Los “lápices sin punta” es el referente cotidiano de la imposibilidad de tener
una educación pública (en el Perú hasta hace poco había miles y miles de niños
y niñas que estudiaban en bancos sostenidos por dos ladrillos y un techo de
estera, y ni hablar de los “lápices sin punta” en la actualidad), tal como
sostenía esa República de “trabajadores de toda clase” que defendían los
republicanos españoles y era la causa que también defendía César Vallejo.
Asimismo “Id a buscar a España”, no es más que buscar el ideal republicano, una
republica de trabajadores para los trabajadores, una república que haga posible
que las injusticias que padecen los trabajadores no encuentre lugar alguno:
Alcanzar la justicia. Pero hay algo que se debe observar, por esa república
pelearon muchos hombres y mujeres, así como el obrero “Pedro Rojas” cuando
escribía: “¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”; pelearon por una
sencilla razón que ni la muerte misma pudo ocultar, como muy bien anotó César
Vallejo: “Su cadáver estaba lleno de mundo”.
Lejos
de toda valoración inmediata e institucional, que muchas veces se realiza para
quedar bien con todos, todo lector que se acerque a César Vallejo puede
plantearse límpidamente dos interrogantes que tal vez valgan la pena para
comprender a este gran poeta que escribió no sólo para ser “famoso” (idea
errónea que algunos tienen acerca de la poesía) o para recibir aplausos que
graben su “inmortalidad” en la cultura letrada (idea errónea que tienen algunos
intelectuales), sino para apostar por un mundo más humano en el que el dolor
sea paliado o, por lo menos, sea sostenible: ¿Aún importan las utopías? ¿Acaso
la justicia no tiene una concreción terrenal como producto del esfuerzo de
miles y miles de hombres y mujeres que han luchado a lo largo de la historia de
la humanidad?
Juan
Archi Orihuela
Martes
20 de marzo de 2012.
Referencia Bibliográfica.
VALLEJO,
César.
1998 “Paco
Yunque”, en: Novelas y cuentos completos. Ediciones Copé, Lima. pp. 381-403.
1986 Obra
poética completa. Biblioteca Ayacucho-Hyspamérica, Buenos Aires.
LUMBRERAS,
Luis Guillermo.
1989 “El
signo violentista ha sido permanente”, en: María del Pilar Tello. Sobre
el volcán. CELA, Lima. pp. 297-343.
______________
[1] Asimismo se puede ver la adaptación del cuento Paco Yunque
en un film peruano producido bajo el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas
Armadas (1968-1975):
Parte 1 (Pulse Aquí)
Parte 2 (Pulse Aquí)
Parte 3 (Pulse Aquí)