Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
Correo del blog: lomaterialyloideal@hotmail.com

domingo, 31 de mayo de 2015

Bajo las banderas de la utopía andina

“(...) la biografía de la utopía andina no está al margen de la lucha de clases.”
“(…) la biografía de la utopía andina ha estado frecuentemente asociada a la historia campesina en el Perú”
(Alberto Flores Galindo. Buscando un Inca)


En 1990 murió Alberto Flores Galindo, uno de los más brillantes intelectuales marxistas que tuvo el Perú. La leyenda y consigna que acompañó su despedida fue: “Bajo las banderas de la utopía andina”. La Utopía Andina fue en su momento la forma ideológica de replantear el debate político e intelectual en el interior de la izquierda peruana, a saber, entre Democracia y Socialismo.     

Históricamente, el debate intelectual y político entre Democracia y Socialismo generó aquella diferencia figurativa de dos grupos de intelectuales de izquierda, a saber, entre Zorros y Libios. Los Zorros, fueron vistos y valorados como moderados por su apuesta por la democracia, apuesta pública que fue expuesta en su revista de referencia arguediana El Zorro de Abajo (de ahí el apelativo); mientras que los Libios fueron vistos como los radicales por su apuesta insistente por el socialismo. Alberto Flores Galindo fue parte de este último grupo.

En sentido estricto los Libios criticaron la derechización gradual que mostraban y justificaban los Zorros. Asimismo, en el plano ideológico y práctico, hubo un tema sobre el que la polémica entre ambos grupos llamó mucho la atención, a saber, la insurgencia armada. Precisamente ese tema es el que en su momento generó dos grandes polémicas: una, entre Nelson Manrique y Sinesio López; y, la otra, entre Alberto Flores Galindo y Carlos Iván Degregori. Por una serie de razones la segunda ha despertado una mayor curiosidad e importancia porque lo que se discutía puso fin a aquella discusión y a la división de los intelectuales entre Libios y Zorros (los Libios terminaron convertidos en Zorros, a excepción de Alberto Flores Galindo; y los Zorros se derechizaron siguiendo el derrotero por el que habían apostado); y sobretodo, se canceló toda polémica en el interior de la izquierda intelectual. Tal vez esa sea una de las razones por las que la izquierda en el Perú se encuentra alejada de toda polémica en su interior. 

Del debate que animó la izquierda intelectual entre Democracia y Socialismo, se pasó al debate entre Democracia y Utopía Andina, situación que para Carlos Iván Degregori (quien participó de ese debate) fue una manera de empobrecer el debate. Lo curioso de tal empobrecimiento es que ahora resulta siendo inexistente cualquier debate en el interior de la izquierda porque si sólo se levanta la bandera de la Democracia, no hay nada que se le oponga, a menos que se piense que se puede abrir un debate entre Democracia y Democracia, como sucede actualmente cuando se adjetiva a la democracia (sea el rótulo que lleve) para convencerse de que hay un cambio posible.

Es conocida y acusada la crisis de la izquierda peruana, ya sea a nivel de organización política o a partir de su producción intelectual. Los intelectuales orgánicos que tenía la izquierda no sólo dejaron de ser orgánicos o envejecieron abrazando una moral derrotista y escéptica (y en algunos casos, cínica), sino que no hubo el recambio generacional necesario porque se canceló todo debate interno que lo anime. Y esa cancelación del debate al interior de la izquierda tiene que ver con lo que pasó en el debate entre Democracia y Utopía Andina.    

La Utopía Andina en su momento fue animada por Alberto Flores Galindo y Manuel Burga, ambos historiadores e intelectuales de izquierda. Empero fue Alberto Flores Galindo quien sostuvo atrevidamente una interpretación polémica sobre la historia de las luchas de liberación en función de la Utopía Andina. Ideológicamente, la Utopía Andina es una manera de entender las raíces históricas desde donde puede brotar el socialismo en el Perú. Mediante la Utopía Andina, el socialismo no resulta siendo algo ajeno al Perú, culturalmente hablando, sino cercano, ya sea en sueños, alegorías o mediante pesadillas.

La apuesta por el socialismo en el Perú no sólo pasaba por asentar una organización política que pudiera llevarla a cabo sino también por encontrar raíces culturales en donde se asiente como condición de posibilidad. Esta vertiente en la reflexión marxista en el Perú ya venía siendo planteada desde José Carlos Mariátegui, el detalle es que no floreció en su momento, ni fue retomada sino hasta Alberto Flores Galindo.

Cuando Alberto Flores Galindo publica Buscando un Inca (1986), libro en el que se encuentra expuesta la Utopía Andina, se le acusó de muchas cosas, entre otras de mesiánico y de pasadista. Lo cierto es que la Utopía Andina desde un punto de vista general es el horizonte cultural por el que transcurre la historia política en el Perú desde abajo, socialmente hablando, en función de las relaciones de dominación; y, analíticamente, expresa la estructuración ideológica de las tensiones en la historia de la lucha de clases en el campo, a saber, las luchas campesinas. El derrotero que describe Flores Galindo sobre las luchas campesinas, en función de la Utopía Andina, fue cuestionado en su momento como parte de una serie de incongruencias que cometió debido a su orientación culturalista y dualista sobre lo andino, tan presente aún en algunos intelectuales que se reclaman o no de izquierda.  

Las críticas sobre lo último vinieron, como no podía ser de otra manera, del sector de los Zorros, a saber, del antropólogo Carlos Iván Degregori. En el ensayo Del mito mariateguista a la utopía andina (1989), Degregori replica una serie de conclusiones sobre lo andino y sobretodo el quid del asunto, la exégesis sobre el derrotero histórico de la insurgencia armada, como parte de la Utopía Andina.  Por eso la crítica a la Utopía Andina se focaliza a la segunda mitad del siglo XX, porque hasta ese periodo histórico todo va bien, los problemas surgen después. La revolución como una inversión del mundo, la focalización de los casos que dan pie a las demás secuencias históricas, la sustitución y la reducción de datos empíricos por la conjetura y la imaginación, la relación entre el economicismo y el voluntarismo, la polarización entre la tradición y la modernidad y demás, son una serie de observaciones que no han tenido replica aún por parte de los Libios. 

Como la insurgencia acabó, muchas ideas que se expusieron en aquel debate dejaron de tener sentido o simplemente ya no llaman la atención. Una respuesta a Degregori la pudo dar Flores, no se dio por la historia ya conocida, Degregori no publicó su crítica porque Flores convalecía de una mortal enfermedad. Hace algunos años falleció Degregori y el texto de esa polémica se ha hecho público. ¿Qué se puede recoger de ese debate?

Recoger ese debate tiene implicancias. No sólo porque se evaluaría la historia del movimiento popular que aún sigue dando la pelea (como en Cajamarca y Tía María, por ejemplo), sino también sobre el rumbo que está tomando. Asimismo, permitiría romper el silencio de oponer a la democracia, la misma democracia, a saber, “cambiar algo para que nada cambie”.

Algo que pasa desapercibido en las reflexiones intelectuales de izquierda es la visión de clase de los mismos intelectuales de izquierda, hecho que uno puede encontrar en muchos de ellos, ya sea en Alberto Flores Galindo o en Degregori. Esto tiene importancia para dejar de lado las  mistificaciones (como la cholificación, lo indígena y demás) y las reflexiones (enfocados por la otredad de “un nosotros diverso”) que elaboran los intelectuales cuando pergeñan algunas ideas sobre lo andino y lo popular. Evidentemente tal observación apunta a un serio cuestionamiento sobre la reproducción ideológica de la izquierda, que actualmente se ve fuertemente influenciada por la ideología liberal en todos sus matices.

La  Utopía Andina básicamente es un acercamiento a lo popular, en función de su historia, su reproducción cultural y sus luchas. Las banderas de la Utopía Andina se encuentran lejos de todo socialismo utópico o mágico, son banderas concretas. En el campo y en la ciudad hay banderas que ya han sido levantadas y merecen una discusión al interior de la izquierda. Al parecer abrir ese debate implica necesariamente levantar las banderas de la Utopía Andina.



Juan Archi Orihuela
Lima, 31 de mayo del 2015. 




lunes, 25 de mayo de 2015

70 años: El día de la victoria

Desde Kursk y Oriol en esta guerra hemos avanzado 
Llegamos hasta la misma puerta del enemigo
Así es camaradas, lo hicimos
Algún día recordaremos esto y no lo creeremos
Pero aún necesitamos una victoria más
¡Una para salvar al pueblo!
¡El precio no nos detiene!
 (Necesitamos una victoria, canto militar del Ejército Rojo de la URSS [1]



[Haga play en la canción Necesitamos una victoria (Нам Нужна Одна Победа) y proceda a leer el artículo]

El pasado 09 de mayo se cumplieron los 70 años del triunfo del Ejército Rojo de la Unión Soviética sobre la Alemania Nazi. El 09 de mayo fue el día de la victoria, el día que posibilitó la paz en el mundo y el fin de la guerra. La hazaña de los soviéticos no tuvo y aún no tiene parangón en la historia militar de la humanidad: La movilización de todo un pueblo multinacional y multicultural en la defensa de la patria, cuyo costo humano fue la pérdida de 20 millones de soviéticos (en su mayoría civiles). La guerra que libraron los soviéticos contra la Alemania Nazi fue una guerra de defensa y de liberación de los pueblos y de la patria que históricamente han llamado La Gran Guerra Patria (1941-1945). En su momento, tal hecho fue reconocido en el mundo. Empero, los festejos por los 70 años de aquel triunfo se circunscribieron sólo a los países que conformaron la URSS, mientras que el resto del mundo quedó en silencio.  Los llamados “aliados” no se hicieron presente en los festejos que se llevaron a cabo en la Plaza Roja de Moscú, ni se pronunciaron al respecto.  

Traducción de la leyenda:
Nuestra Bandera -
 La bandera de la victoria!

Autor: Víctor Ivanov 1943
Ese silencio no es casual y se compagina con el odio que fundamentaba al imperialismo de la Alemania Nazi, a saber, dejar en el olvido de la historia de la humanidad todo lo que represente a la Unión Soviética. Un odio al carácter de clase de su gobierno popular (obrero y campesino), a su bandera roja, a esa histórica bandera que representa la unidad de los trabajadores del mundo (la hoz del campesino y el martillo del obrero) que flameó en el día de la victoria. Ese silencio se compagina con aquel otro que silencia el papel del Ejército Rojo en el rescate de los judíos de los campos de concentración de Auschwitz en Polonia. El papel del Ejército Rojo fue fundamental en la liberación de los pueblos que fueron ocupados y diezmados por el imperialismo alemán como Polonia, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia, Noruega, Hungría, Austria y Checoslovaquia. 

Después del fin de la guerra, en el llamado mundo occidental la propaganda anticomunista (macarthista) soslayó el papel fundamental que cumplió el Ejército Rojo en la liberación de los pueblos. Y al parecer tal hecho sigue manteniéndose hasta nuestros días. En la enseñanza de la historia se minimiza el papel del Ejército Rojo de la URSS, por obvias razones ideológicas, así como se reproduce insistentemente, a través de la literatura y sobre todo a través del cine, que el papel de los aliados (Inglaterra, Francia y los EE.UU) fue determinante en la guerra, incluso desde hace muchos años se exagera un llamado día “D” para opacar al frente oriental en el que combatieron los soviéticos, y lugar en el que se decidió el fin de la guerra.     
     
«El Triunfo de la Madre Patria Victoriosa». Pintura de Mijaíl Ivánovich Jmelko (1949) 
En el cuadro se ve al Ejército Rojo arrojando los estandartes nazis ante los pies del mausoleo de Lenin en la Plaza Roja.
Imagen tomada de aquí pulse 
Para ampliar la imagen pulse aquí

Un hecho que también pasa desapercibido es la reproducción ideológica. La propaganda que desplegaron los soviéticos a través de carteles que figuraban la defensa de la patria así como los himnos que entonaban el Ejército Rojo fueron fundamentales, no sólo para acerar la moral del hombre soviético sino también para divulgar al mundo entero sobre el carácter de liberación que cumple el socialismo en bien de la humanidad. Muchos de los carteles no sólo hacían hincapié en el valor de los soldados sino también del valor de las mujeres soviéticas, quienes tuvieron que hacerse cargo de la defensa y la economía del país. Los campos roturados para el trabajo agrícola tuvieron que ser ocupadas por ellas, la industria militar fue posible por el papel que ellas desempeñaron en su interior (ellas fabricaron las municiones y el armamento), así como la movilización de miles de mujeres para realizar grandes zanjas, que comprendían muchos kilómetros, para asegurar la defensa de las ciudades. La movilización de las casi adolescentes voluntarias en el frente de batalla como enfermeras, fue la prueba de fuego de aquellas muchachitas que tenían que cargar con el cuerpo de los heridos que pesaban entre 80 y 90 kilos, mientras que ellas oscilaban entre 45 y 55 kilos de su peso. Asimismo, las guerrillas que brotaban en las fronteras de la patria estaban también compuestas por las hijas del pueblo soviético, que codo a codo junto a los hombres no escatimaron en ofrendar sus vidas en defensa de la patria socialista. 

A continuación véase algunos de esos carteles: 
Traducción de la leyenda:
Un tractor en el campo de cultivo es lo mismo que un tanque en el campo de batalla!


Traducción de la leyenda:
Sólo el país donde los hombres y las mujeres tienen igualdad de derechos va a ganar! 
Mujeres, empezad a trabajar en el lugar de los hombres y haced la línea de combate más fuerte!


Traducción de la leyenda:
Integrate a las brigadas de enfermeras del Frente. 
Un soldado necesita tu ayuda!


Traducción de la leyenda:
Larga vida a las camaradas de armas!


Traducción de la leyenda:
Prometimos a nuestros heroicos maridos forjar sus armas y trabajar día y noche 
para romper un récord para ayudar a la línea del frente!


Traducción de la leyenda:
Todo por la victoria! 
A la primera línea mujeres soviéticas

Por otro lado, el ejército de la Alemania Nazi se preciaba de ser la mejor expresión de los “superhombres” (emulando a la “bestia rubia” de Nietzsche). La supremacía de la raza aria fue insuflada por esa  ideología racista. Orgullosamente los nazis se consideraban superiores al resto del mundo, empero en el día de la victoria su ejército de arios fue vencido por su antípoda, a saber, el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos de la Unión Soviética, un ejército popular, multinacional y multicultural, compuesto por todas las nacionalidades que conformaron la URSS como los rusos, ucranianos, lituanos, bielorrusos, moldavos, letones, estones, georgianos, armenios, azerbaidzhanianos, kajazianos, uzbekos, kirguizianos, tadzhikianos, turkmenianos y demás nacionalidades. Tal hecho, culturalmente es muy significativo y frecuentemente pasa desapercibido,  empero es importante recordarlo para echar por tierra toda ideología racista, colonialista y pro-imperialista que justifica la opresión y dominación de los pueblos en función de la supuesta superioridad racial y cultural del occidente burgués y blanco.      

Los nazis pretendieron acabar con la Unión Soviética porque en su momento la URSS representó  la esperanza de los pueblos del mundo y el gran sueño de la humanidad por un mundo mejor. Los nazis fueron vencidos, y posteriormente la Unión Soviética desapareció. Según los liberales estamos en un mundo libre. Orgullosamente tales sujetos reproducen ideológicamente que “a este mundo nadie lo cambia, los sueños por un mundo mejor al mundo capitalista son sólo rezagos de utopías trasnochadas, el único cambio real y posible es la libertad del individuo, es decir, de uno mismo”. Tal ideología liberal en el fondo comulga, a través de su silencio, con el neocolonialismo que ejercen los países capitalistas sobre el resto del mundo. 

Por eso recordar el Día de la victoria sobre el nazismo reafirma la exigencia moral y práctica de que aún “necesitamos una victoria”, tal como cantaba el Ejército Rojo de la URSS en plena guerra liberando a los pueblos del yugo imperialista de los nazis.     

Definitivamente, necesitamos una victoria… 

Traducción de la leyenda:
Adelante!
 La victoria está cerca!


Juan Archi Orihuela
Lunes, 25 de mayo del 2015.

_______________ 

[1] La letra completa del himno que recuerda el Día de la Victoria.  

 Necesitamos una victoria
(Himno de Guerra) 

Aquí las aves ya no cantan
Aquí los árboles ya no crecen
Sólo nosotros, hombro a hombro,
brotamos de esta tierra.

Luces… y vueltas en el planeta
y sobre nuestra tierra, el humo.
Eso significa que necesitamos una victoria más
¡Una para salvar al pueblo!
¡El precio no nos detiene!

¡Esperamos el fuego de la muerte!
¡Y eso no nos da miedo!
¡Las dudas se disipan en la noche cuando avanza…
¡El décimo!
¡Nuestro décimo Batallón!

En el campo de la muerte sólo escuchamos
el grito de las órdenes
Y el cartero se vuelve loco buscando entre nosotros
Salen cohetes rojos
Golpes de metralla que no descansan
Eso significa que necesitamos una victoria más
¡Una para salvar al pueblo!
¡El precio no nos detiene!

¡Esperamos el fuego de la muerte!
¡Y eso no nos da miedo!
¡Las dudas se disipan en la noche cuando avanza…
¡El décimo!
¡Nuestro décimo Batallón!

Desde Kursk y Oriol en esta guerra hemos avanzado 
Llegamos hasta la misma puerta del enemigo
Así es camaradas, lo hicimos
Algún día recordaremos esto y no lo creeremos
Pero aún necesitamos una victoria más
¡Una para salvar al pueblo!
¡El precio no nos detiene!

¡Esperamos el fuego de la muerte!
¡Y eso no nos da miedo!
¡Las dudas se disipan en la noche cuando avanza…
¡El décimo!
¡Nuestro décimo Batallón!  


P.S.

El himno Necesitamos una victoria se sigue interpretando en los tiempos de paz en Rusia así como en los demás países que conformaron la Unión Soviética. A continuación algunas interpretaciones contemporáneas.

En las calles de San Petersburgo, 2011.



En la voz de Elena Vaenga:


Y por los 65 años del Día de la Victoria:






jueves, 21 de mayo de 2015

“Todas las sangres” como discurso ideológico



La novela Todas las Sangres (1964) de José María Arguedas es una de esas novelas que ha alcanzado más resonancia por la mención de su título que por la lectura de su contenido. Tal hecho responde en parte a la sobrevaloración que ha alcanzado su autor y que en sentido estricto no tiene nada que ver con las letras, sino con la empatía que genera su vida doliente y desventurada, representada y rememorada siempre como si fuera el compendio de la vida doliente y trágica del hombre andino. Empero, Arguedas siempre fue  un misti [1]. Ideológicamente éste misti ha sido resignificado y presentado como una suerte de redentor cultural, por quienes vienen reproduciendo insistentemente el paternalismo por otros medios.      

Pero ¿qué es “todas las sangres”? como novela es un relato sobre la descomposición del latifundio andino, presentado como una gran tragedia. En esta tragedia andina, el capital (como mecanismo local y universal) y el movimiento campesino (como descontento espontáneo y local) se recrean a través de una serie de voces contrapuestas. Por su naturaleza, el poder del latifundio es recreado en función de las relaciones del trabajo servil y de una ideología de dominación que la sostiene. Asimismo, la concepción mágica y señorial del mundo semifeudal, presente a lo largo del relato,  convierte la fatalidad que caracteriza a la vida de los personajes en una esperanza incierta. Y ¿qué sentido adquiere la figuración de “todas las sangres” en la novela? Simplemente como un referente orgánico y volitivo que permite vincular la extracción de clase (o de casta) de los diversos personajes de la novela  a  un todo continuo y palpitante, plagada por una serie de contradicciones explícitas o tácitas. 

La sangre o las sangres en un mundo feudal o semifeudal es lo que permite la reclasificación social de los sujetos como voces colectivas (un pueblo), cuya concreción es determinada en función de una estructura de poder colonial. En la novela la estructura del poder semi-feudal es cuestionada desde su inicio. A largo del relato, el cuestionamiento a esa estructura de poder se focaliza y personifica, no obstante esa voz disidente que la cuestiona (la de Demetrio Rendón Wilka) termina por legitimarla.

Para muchos Todas las Sangres es, además de una gran novela, un manifiesto insistente contra la injusticia que emana del mundo semifeudal. Al respecto, un historiador como Alberto Flores Galindo, consideraba que en ésta novela Arguedas recrea su apuesta por la revolución social. En las antípodas de esta percepción y valoración positiva, la doxa de Mario Vargas Llosa acentúa la idea de que el esquema marxista de la lucha de clases orienta y articula la estructura de ésta novela; y, por ende, pierde su calidad literaria en comparación de sus anteriores relatos. A pesar de tales juicios contrapuestos por su valoración, lo cierto es que la novela se aleja de la redención cultural, ideológicamente concebida como democrática, y se acerca a la idea de la confrontación para mantener el orden de dominación del latifundio. Al respecto, el final de la novela es aleccionador y tan diáfano, antes de inmolarse el protagonista (Rendón Wilka) anima y ordena que el común (los campesinos serviles de la hacienda) se arrodille ante el nuevo misti (el hijo recién nacido de Don Bruno Aragón de Peralta) para conservar la hacienda como corresponde a su legítimo heredero.   Así el héroe de la novela termina abogando  por el mantenimiento del orden semifeudal, cuyo restablecimiento no debe oponer resistencia del común porque las fuerzas del cambio son fuerzas telúricas (no humanas), tal como se recrea al final de la novela.  

Pero si la novela tiene una orientación ideológica patente por su contenido ¿cuál es la ideología de todas las sangres como discurso fuera de la novela?  La ideología de todas las sangres que insistentemente se reproduce es la ideología de la diversidad cultural concebida como un hecho redentor.    

La redención cultural que animan y reproducen muchos de aquellos ideólogos de “todas las sangres” es el resultado de una serie de exégesis sobre lo andino y lo popular que se encuentra presente en la narrativa de J.M. Arguedas. Muchas de esas ideas parten de un hecho, a saber, la migración del campo a la ciudad. Puntualmente, la idea-fuerza que se ha elaborado al respecto es la siguiente: el Perú es un país de todas las sangres. Ideológicamente, si el Perú es de Todas las sangres, el Perú tiene todas las identidades (culturales).

Frecuentemente, el tema de las identidades llama mucho la atención a cierto pequeño sector intelectual carente de ella. Este sector intelectual insistentemente apela a reflexiones,  muchas de ellas trilladas y llena de lugares comunes, sobre la  identidad y la pertenencia local del llamado Otro para compaginar sus deseos y temores frente a lo nacional (el Perú). Tal propensión siempre tiende a exhalar un tufillo mistificante cuando se trata de pergeñar algunas ideas sobre la cultura popular. La retórica que reproducen siempre oscila entre la pose panglossiana y una visión fatalista de la historia del Perú. Asimismo, en ellos es común encontrar ese afán exagerado por sintonizar con el ideal progresista. “No hay país más diverso”, “el Perú como una patria antigua”, sigo siendo” y demás frases sueltas de Arguedas, cuando son enfatizadas por ellos, ya sea mediante la escritura o en los discursos de salón, cumplen la misma función que las frases tributarias de un texto de autoayuda. Incluso desde la antropología, uno de aquellos se animó a proponer el “paradigma arguediano en antropología”.

Lo que caracteriza a esta ideología de la diversidad cultural no es sólo su retórica exagerada sobre lo popular y lo tradicional (imaginado también como lo no-occidental) sino su intención redentora. Tan similar a los deseos de un personaje de ficción arguediano, a saber, Bruno Aragón de Peralta. Por eso quienes reproducen esa ideología, que se asemeja a la actitud de un misti redentor como lo fue el mismo Arguedas, pretenden idealmente mantener los rezagos del mundo semifeudal, recreándolos como parte de lo tradicional o lo cultural. La  diversidad de las culturas en el Perú, para tal orientación ideológica se encuentra bullente, hirviente (tal como lo mistificó en su momento también Arguedas). Así, los hombres y las mujeres que hacen posible esa diversidad cultural (focalizado principalmente en el mundo popular) serían actores que se caracterizan por  resignificar constantemente sus identidades (identidades múltiples). Esta visión literaria es la expresión ideológica de cierto sector intelectual liberal que en el fondo no escatima su añoranza por la vida semifeudal, “aquellos tiempos del abuelo y la hacienda en que las diferencias eran claras, mientras que ahora son ellos (el Otro) quienes cambian, resignifican sus identidades”.

En el Perú, la otredad no sólo es el discurso ideológico que pretende una hermenéutica del sujeto, como en determinados espacios intelectuales se piensa y se enseña, sino también es un discurso que tiende a mistificar la vida social del mundo contemporáneo, correspondiente a una estructura de clases (como es el mundo moderno), a partir de una añoranza semifeudal o colonial sobre la cultura. La ideología de todas las sangres, tal como se reproduce actualmente, es tributaria de ella. Socialmente, Todas las sangres es la añoranza retórica de los nuevos mistis o de aquellos que quieren ser mistis en el Perú.



Juan Archi Orihuela
Lima, 21 de mayo del 2015.

P.S.

Sobre la figura de José María Arguedas: Pulse Aquí
__________________ 
[1] El misti o los mistis en el Perú fueron aquellos sujetos "blancos" que política y económicamente formaron parte de la clase dominante en la vida rural de los Andes hasta la Reforma Agraria de 1969. Tal calificativo formaba parte de la clasificación cultural y política de las relaciones semifeudales en el Perú. La relación conflictiva entre mistis e indios se encuentra también presente en la narrativa de J. M. Arguedas. 




lunes, 18 de mayo de 2015

José Gabriel y Micaela



Un día como hoy, el 18 de mayo de 1781, José Gabriel y Micaela murieron tras ser  torturados de la manera más cruel. Ambos eran esposos y conformaron una familia junto a sus tres hijos, dos de los cuales fueron aniquilados ese mismo día. Ellos fueron los líderes de la mayor insurgencia armada que remeció la estructura del poder colonial del imperio español a fines del siglo XVIII.  

José Gabriel Condorcanqui Noguera (Tupac Amaru II) y Micaela Bastidas Puyucahua o simplemente José Gabriel y Micaela, como pareja resumían todas las contradicciones étnicas que el colonialismo insistentemente separaba y demarcaba durante el siglo XVIII. De acuerdo a las clasificaciones del colonialismo, José Gabriel era “muy blanco para ser indio y muy indio para ser español”; mientras que Micaela era “muy india para ser negra pero no tan india porque tiene algo de negra”.

A pesar de esas clasificaciones coloniales, ellos resumen muy bien lo que la mayoría de los peruanos somos en el presente. Por eso, si algo de sentido tiene la retórica de la identidad histórica, en esa pareja, metafóricamente hablando, se encuentran nuestros rostros, nuestra identidad como nación. Como pareja, ellos expresan el papel histórico de ser los padres de nuestra patria. El mestizaje cultural tiene bases materiales en la cuestión étnica, cuya concreción es histórica y se debate en función del poder.    

Lejos de todo pachamamismo telúrico que linda con retóricas metafísicas, ésta histórica pareja lideró una de las mayores insurrecciones armadas durante el colonialismo para cambiar las injustas condiciones materiales a partir de su base económica: abolición de las encomiendas, la destrucción de haciendas, la abolición de la mita, la abolición de la esclavitud, la destrucción de obrajes y chorrillos. En suma, romper las relaciones de dominación colonial. Tal hecho, frecuentemente es obviado porque podría generar cuestionamientos prácticos al neocolonialismo que sujeta aún al Perú y lo mantiene en su dependencia, que no sólo es económica. Por eso recordar la hazaña que dirigieron José Gabriel y Micaela no se debe reducir al martirio que sufrieron en el cadalso.  

Asimismo, cabe anotar, que el movimiento que dirigieron José Gabriel y Micaela no fue indianista como frecuentemente se le califica por una serie de hechos productos de la guerra, como por ejemplo el desborde de la rabia del campesinado indígena desatada con tanta crueldad en Tungasuca, Calca, Pisac y demás. O, simplemente, cuando se observa y enfatiza la cuestión numérica. El ejército insurgente que organizaron, además de la gran masa del campesinado indígena, tuvo entre sus filas a criollos empobrecidos y a negros, liberados tras la proclamación de la abolición de la esclavitud por José Gabriel. La unidad de las castas, colonialmente hablando, fue un proyecto muy atrevido, no solamente por la sumatoria que ello implicaba sino por la dirección que mostraba. Hubo criollos y negros que no sólo conformaron batallones de asalto, sino que también dirigían de manera dual junto a los indios. La consigna era clara, a saber, “el poder colonial oprime tanto a blancos (criollos para la época), negros e indios”.   

Políticamente, José Gabriel y Micaela no sólo se atrevieron a desmontar al emperador, sino que encararon la necesidad de canalizar y organizar el descontento del pueblo. Ellos incansablemente llevaron hasta donde les fue posible la organización y la insurgencia popular contra el colonialismo. A pesar de la derrota, el derrotero histórico que siguió el Perú aún tiene deudas mal pagadas frente al colonialismo, a saber, la cuestión étnica en función del poder.    


Juan    


PS.

La retórica de la diversidad cultural, no encara lo que José Gabriel y Micaela encararon, a saber, la cuestión material del poder ¿Quiénes mandan en el Perú?

Escena de la película "Tupac Amaru" (1984) de Federico García Hurtado. En la escena se encuentran José Gabriel y Micaela.