Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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martes, 31 de diciembre de 2013

Ellos lucharon por la patria: Una novela de Shólojov

La literatura soviética estuvo en gran parte marcada por la guerra. La misma revolución socialista comprendió una insurgencia armada que se resolvió internamente mediante una guerra civil entre los revolucionarios y los contrarrevolucionarios (1918-1920). Asimismo cuando la expansión imperialista del nazismo durante la llamada Segunda Guerra Mundial llegó a la URSS, la guerra fue el tema urgente e ineludible de la producción literaria de los escritores soviéticos. Ante la agresión imperialista del nazismo, los soviéticos respondieron con una guerra defensiva a la que históricamente han llamado La Gran Guerra Patria (1941-1945). Precisamente muchos de los hechos que acaecieron en La Gran Guerra Patria fueron recreados por la literatura soviética.
  
Tal rasgo que caracterizó a la literatura soviética respondía a la ineludible condición del escritor. Muchos de los escritores soviéticos fueron al frente de batalla en defensa de la patria socialista, ya sea como corresponsales de guerra o como soldados del Ejército Rojo de la URSS. Por eso muchos de los escritores conocían de cerca, en función de la experiencia, los horrores de la guerra y el heroísmo de los que luchan en la línea de fuego.

Mijail Shólojov fue corresponsal de guerra durante la Gran Guerra Patria, su novela Ellos lucharon por la patria (1942) fue escrita en pleno avance del ejército nazi hacía la región de El Don. Por eso su novela tiene el mérito de ser un relato vivo por los hechos que relata (y no sólo los hechos de la guerra, sino también de la vida cotidiana), un relato muy sentido sobre el sentir del soldado soviético que orgullosamente se siente rojo, a saber, comunista; pero sobretodo es una novela reflexiva. Lo último llama la atención porque la guerra no da tiempo para pensar sino tan solo para actuar.

En la novela es posible distinguir dos momentos, a saber, antes de la guerra y durante la guerra. En el primer momento, se recrea parte de la vida del ingeniero agrónomo Nikolai Semionovich Streltsov a través de una serie de problemas familiares por el que pasa (problemas con la esposa, con la dirección del Koljoz; y el repentino encuentro con el hermano que estuvo preso injustamente durante el periodo de las purgas, sospechoso de ser contrarrevolucionario) y cuando al parecer los problemas se disipan estalla la guerra. En el segundo momento, el relato recrea, en un escenario de trincheras, la defensa heroica que realiza una columna del Frente del Don para evitar el avance de la agresión imperialista del nazismo a Stalingrado en 1942. En general, en la novela no hay grandes batallas, sino una tenaz resistencia de un grupo de hombres en defensa de la patria.

Históricamente se sabe que los nazis lograron llegar a Stalingrado unos meses después (agosto de 1942). Por eso la novela no es un canto a la victoria del pueblo soviético, sino un aliento de resistencia. Frecuentemente los soldados que resisten toda agresión y perecen quedan en el olvido de la historia. Precisamente la novela apunta a mantener en el recuerdo el papel que cumplen los soldados en defensa de la patria. Soldados como  Iván Zviáguintsev, Piotr Fedótovich Lopajin, el joven Kochetígov, Nekrásov, Kopitovski, Nikolai Streltsov y el teniente Goloschókov y demás personajes; así como   los médicos anónimos o la joven enfermera que ayudaba a levantar a los heridos en el campo de batalla, son para Sholojov los que realmente luchan por la patria y representan la resistencia tenaz ante la agresión imperialista. Personajes todos ellos que expresan una serie de emociones que caracterizaban al pueblo soviético en aquellos duros años de la guerra. El pesar del soldado de extracción campesina y el sacrificio del joven soldado son dos fuertes emociones que se encuentran en la novela.

Al respecto del sentir de muchos soldados que provienen del campo, Sholojov relata lo siguiente:

“En los largos meses pasados en el frente, Zviáguintsev había visto muchas muertes, calamidades y sufrimientos; había visto aldeas destruidas y carbonizadas; fábricas voladas, montones informes de ladrillos y cascotes donde no hacía mucho lucían ciudades; había visto huertos frutales aplastados por los tanques y mutilados mortalmente por el fuego artillero, pero en toda la guerra ese día era la primera vez que veía ardiendo trigales granados en una enorme extensión de la estepa, y le invadió la tristeza. Caminó largo rato tragándose sin querer los suspiros; sus ojos secos miraban atentamente a los dos lados en la luz crepuscular, a los campos negros como el carbón incendiados por el enemigo, y alguna vez arrancaba junto a la cuneta una espiga de trigo o de cebada, pensando en cuanta riqueza del pueblo se estaba perdiendo inútilmente en la guerra implacable a todo lo viviente, que hacía el alemán.” [p.119].

Y ante el sacrificio de los jóvenes soldados en el frente de batalla (como por ejemplo el joven Kochetígov), soldados mayores como Lopajin con gran pesar lamenta lo siguiente:

“¡Era todo fuego ese muchacho! Un verdadero secretario del Komsomol [1], como no había otro en el regimiento. ¿Qué digo en el regimiento? ¡En la unidad más grande! ¡Y como incendió el tanque! Este ya le había aplastado, enterrándole medio cuerpo; le había machacado todo el pecho… Le brotaba sangre de la boca, yo mismo lo vi, y él se incorporó en la trinchera, muerto ya, con el último aliento, y lanzó la botella… ¡Lo incendió! (…) ¡Aún no había tenido tiempo de vivir, acababa de echar las plumas, pero tenía un corazón de águila! ¡Fíjate de lo que ha sido capaz, de que heroísmo, eh! Y yo… Cuando ante mis ojos matan a estos muchachos de dieciocho o diecinueve años me dan ganas de llorar, hermano… ¡De llorar y de matar sin piedad a esa canalla alemana! No, hermano, si muero yo es completamente distinto; soy perro viejo, ya he olisqueado la vida por todas partes, pero cuando sucumben gentes como Kochetígov, mi corazón no resiste, ¿entiendes? (…)” [p.172].

Y asimismo, el valor de las jóvenes mujeres que asisten a los heridos en pleno campo de batalla es sentido con gran preocupación por el soldado Zviáguintsev (quien fue ayudado por una de ellas), sentimiento que se asemeja a lo que siente un padre por su hija:

“¡Si es una criaturita, una criatura! Debería acudir aún con sus libros a la última clase de la escuela, a aprender álgebra y aritmética, y aquí la tienes pasando miedo bajo el inaguantable bombardeo, desgarrándose el vientre, llevando a rastras hermanos nuestros…” [p.191]. 

Pese a la agresión y al avance del ejército alemán, en la novela quienes luchan por la patria no pierden las esperanzas de que tanta agresión al pueblo soviético acabará y será contrarrestada. La huida al lado este del Don por los civiles (generalmente campesinos koljosianos) expresa la situación crítica de la guerra, incluso las bajas que sufren los soviéticos son preocupantes. Pero la defensa de la patria exige sacrificios y hacia eso apunta la novela.

Sobre la patria hay discusiones que van desde la negación de la misma (como un significante) hasta su esencialización (ahistórica y circunscrita a un imperativo moral). En la novela la patria dista de todo ello, porque la patria la comprenden los hombres y mujeres que producen roturando el campo en los Koljoz, quienes trabajan en las fábricas, quienes estudian en las escuelas, quienes cuidan a los niños y quienes se han enlistado en las filas del Ejército Rojo de Obreros y Campesinos (nominación completa de la Fuerza Armada de la URSS). Por eso culturalmente hablando, la defensa de la patria en los tiempos de guerra se convierte en la defensa del bienestar del pueblo que le da sentido no sólo a la historia que relata Sholojov sino a la vida social misma.


Juan Archi Orihuela
Martes, 31 de diciembre de 2013.

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[1] El komsomol fue una organización de la juventud comunista de la URSS.

Referencia Bibliográfica

SHÓLOJOV, Mijaíl
1977    Ellos lucharon por la patria. Progreso Moscú.  



jueves, 19 de diciembre de 2013

La niña de nuestros ojos: Una novela sobre el Partido Comunista


En el siglo XX hubo una frase muy conocida de Lenin que pretendía animar la unidad y la militancia entre los comunistas, a saber, “hay que cuidar al partido como a la niña de nuestros ojos”. La figura retórica leninista es tan diáfana y precisa que no cabe hacer glosa alguna al respecto. Empero ¿qué implica en los hechos cuidar a “la niña de nuestros ojos”, es decir, al Partido Comunista, más allá de la simple retórica? La novela La niña de nuestros ojos (2010) del escritor peruano Miguel Arribasplata Cabanillas responde figurativamente a aquella interrogante, cuyo título e historia cobra todo su sentido en función de aquella frase leninista.

La niña de nuestros ojos es una novela que sobresale entre todas las que se han escrito hasta el momento sobre la insurgencia armada [1], que acaeció en el Perú entre 1980 y 1992, por su estructura narrativa (se asemeja al rodaje de una película) y por el manejo  del discurso político que exige cada uno de sus personajes. Lejos de recrear una historia cansina y descafeinada en función de esa ideología que enfatiza la violencia como un fantasma que sólo aterra y que es llamada y conocida como “violencia política”, Arribasplata recrea al principal protagonista de la guerra insurgente, a saber, el Partido Comunista del Perú desde su escenario principal: la guerra insurgente en el campo.

Toda la novela se desarrolla a lo largo de lo que Mao Tse Tung llamó la guerra popular prolongada, presentada a modo de un rompecabezas que el lector arma al final de la historia. Las comunidades campesinas de Yonán, Yuvé y Challwa se encuentran en ese escenario de disputa entre los insurgentes (Los militantes del Partido Comunista) y la constrainsurgencia (Rondas Campesinas, Fuerzas Armadas y policiales) cuya referencia más próxima es el río Pachachaca (Apurímac). Desde el primer capítulo hasta el último, la guerra de guerrillas empleada por los insurgentes, así como la represión que ejercen tanto las Rondas Campesinas (organizadas y dirigidas por las Fuerzas Armadas), las Fuerzas Policiales y Militares, se encuentran presentes de manera dosificada, generando y asegurando la atención del lector. Asimismo, la novela recrea una serie de contradicciones en el interior de las comunidades campesinas y entre comunidades campesinas aledañas, cuya tensión es originada por hechos que ocurrieron antes del inicio de la insurgencia armada. Por eso en la novela, la vida en el campo (la reproducción de la vida social del campesinado de los Andes) no es llano.  

A lo largo de la novela aparecen y se suceden una serie de personajes como Carmen, Medardo, Santiago, Eloy, Hugo,  Iván, Rosario, Willy, Pablo, Ernesto, Enrique y demás guerrilleros; así como Nicasio Merma, Casildo Huaroc, Casinaldo Collahua, Adela Chupipoma y demás campesinos; Sergio Cipayo (Jefe de Ronda Campesina), Benedicto Poma (Alias el zorro y jefe de una Ronda Campesina, ronderos apodados “el cuy” y “el chancho”, entre los ronderos; los comandantes Luciérnaga y Lince, el capitán Rafael, el teniente Maquisapa, el sargento Indalecio Iñigo, el guardia Portuguez, el teniente Quispe y el teniente Gaviota entre las fuerzas del orden. Al parecer esta estrategia narrativa tiene por finalidad expresar la dinámica de la guerra al margen del protagonismo de cualquier sujeto, empero es ineludible reconocer el papel protagónico que juega el Partido Comunista a través de su ideología política y de sus acciones armadas.

Con respecto a la ideología política del partido que se recrea en la novela, en el poema Elogio al Partido de Bertolt Brecht hay un verso muy conocido que puede ayudar a entender aquel asunto, a saber, “El individuo tiene dos ojos/  el partido tiene mil ojos”. Mutatis mutandis, el Partido Comunista del Perú enfatizó, siguiendo la tradición del comunismo internacional y obviamente a Brecht, que “el partido tiene mil ojos y mil oídos”. Pero aquella consigna no sólo es una simple consigna para advertir o amenazar al adversario sino que expresa la condición omnipresente del partido en el desenvolvimiento de la guerra y que permite a los militantes forjarse una moral de vencedores mediante sus acciones armadas.

Otro gran detalle que uno puede encontrar en la novela es, aunque breve, la historia de vida de algunos de sus personajes antes de ingresar al partido, a saber, hombres y mujeres del pueblo trabajador que más allá de asumir una ideología política los anima una experiencia de vida. Por eso en los pasajes de la guerra que recrea la novela, los militantes oscilan entre deseos humanos y terrenales, así como la capacidad de entrega que se exigen por tener una militancia militarizada. A pesar de que teóricamente en una estructura militarizada no hay posibilidad a cuestionamiento alguno, los partidos comunistas se han caracterizado por ejercer lo que llaman la autocrítica. En un pasaje de la novela, personajes como Medardo y Santiago expresan esa actitud que frecuentemente se ha negado a los militantes de un partido preparado para la guerra. Al respecto Medardo menciona lo siguiente:

“Lo cierto es que hemos caído en una especie de culto al guevarismo, al hechismo, de la acción por la acción. El partido es un dios rabioso y vengador, el presidente Rodrigo tiene que variar la estrategia y la táctica general de la revolución antes de que esto se convierta en noche ineluctable” (p.143).

Asimismo, Santiago enfáticamente menciona en una discusión subida de tono (se le acusaba de ser “desviacionista”, que en jerga partidaria significa que el militante se desvía de la línea que exige la dirección del partido) lo siguiente: 

“Siempre hemos sido fieles a la línea y a las decisiones del partido y hemos expuesto muchas veces nuestras vidas en las acciones pasadas. Hemos aceptado morir por la revolución y estamos condenados a eso sin avizarar el futuro rojo, (pero estamos) cayendo en un extremismo militarista y en un mesianismo igual de místico que cualquier religión” (p. 145).

Tales confrontaciones llaman la atención y oxigenan el relato de la novela porque anudan el desenlace de la historia en un escenario muy convulsionado. 

Qué duda cabe, Miguel Arribasplata ha escrito una novela muy atrevida, no sólo por su lenguaje y la elaboración de sus personajes, sino porque ha recreado una de las percepciones más silenciadas en el Perú contemporáneo sobre los hechos de la insurgencia armada.  Más aún, si uno repara en el macartismo (anticomunismo) que aún se reproduce en los espacios políticos e intelectuales del país (a modo de censura y sobretodo de autocensura), La niña de nuestros ojos, hecha novela, nada contra la corriente.

 


Juan Archi Orihuela
Lima, 19 de diciembre del 2013.

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[1] En el Perú se han escrito varias novelas al respecto, las hay interesantes (“Rosa Cuchillo” de Óscar Colchado, “Trece días” de Agustín Machuca Urbina,  “Ilusiones perdidas” de Ernesto Ramos Berrospi) y también descafeinadas y burdas (“La hora azul” de Alonso Cueto, “Abril rojo” de Santiago Roncagliolo). Asimismo hay libros de cuentos muy interesantes que muestran el talento de sus autores como “Golpes de viento” de Víctor Hernández (en el que el cuento “Cantarina” sobresale por su estructura narrativa) y “Camino de Ayrabamba y otros relatos” del Grupo Literario Nueva Crónica; también los cuentos de Dante Castro son sugerentes al respecto como por ejemplo “Parte de Combate”. 



Referencia bibliográfica

ARRIBASPLATA CABANILLAS, Miguel
              2010       La niña de nuestros ojos. Arteidea, Lima.