Ensayos, artículos y una serie de escritos de reflexión y de opinión.
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lunes, 23 de julio de 2012

El poder y la muerte del padre



“Yo, flaco, débil, enjuto; tú, fuerte, grande, ancho (…) Desde tu sillón gobernabas el mundo. Tu opinión era la correcta, y cualquier otra, absurda, exagerada, insensata, anormal”.
(Franz Kafka. Carta a su padre)


Uno de los hechos más comunes por el que pasa todo hijo es el conflicto que mantiene con su propio padre. Tal hecho es hasta cierto punto universal porque es posible de reconocerlo en muchas sociedades a lo largo de la historia. El conflicto con el padre puede ser eventual, como parte del desarrollo emocional propio de la adolescencia o por una exasperante juventud que cuestiona la normatividad familiar, que acaba cuando uno al fin de cuentas madura. En algunos casos ese conflicto nunca acaba, pero es posible de sobrellevarlo a lo largo de la existencia, aunque hay muchos casos en que acaba sólo cuando muere el padre (ya sea por vejez, enfermedad o por un accidente); y, en casos excepcionales, el conflicto termina en un desenlace funesto cuando el hijo mata a su propio padre o cuando el padre mata al hijo. Si bien el conflicto resulta existencialmente inevitable es porque tal conflicto a uno lo marca (psicológicamente hablando); hay veces en que el conflicto con el padre envilece (cuando el hijo, ahora ya padre, reproduce lo más negativo de su padre con su propio hijo) o también se dan casos en que dignifica (cuando la figura del padre se vuelve una suerte de mal ejemplo o un buen ejemplo).

En la película El rey de los gitanos (1978) de Frank Pierson se escenifica aquel conflicto tan humanamente acentuado o soterrado en la vida de todo hombre. David, el joven gitano, sobrelleva un conflicto con su padre que estalla a raíz de que su abuelo, el rey de los gitanos, al morir lo designa como su sucesor para juntar y dirigir a las tribus de gitanos diseminados por Nueva York y el este de Pensilvania. El padre de David solía golpear a su madre y a su hermana menor y además lo odiaba a él desde muy niño por ser el preferido del abuelo (el rey de los gitanos). Para el abuelo, su hijo (el padre de David) era simplemente un sujeto tonto. David recuerda al respecto: “Los gitanos celebran todo. Mi padre siempre iba demasiado lejos pues lo consideraban un tonto, por tanto se emborrachaba y enloquecía”. Mientras que para el padre de David, él (como hijo) siempre fue una amenaza a su “sucesión” como rey. El desenlace es funesto: David mata a su padre como si fuera una simple bestia, lo persigue a tiros de escopeta con sed de venganza porque un día anterior su padre mató indirectamente a su adolescente hermana en un accidente. Para David matar a su padre fue un acto indiscutiblemente liberador.

Pero hay un detalle, en el entierro de su padre, David le espeta a su madre lo siguiente: “mira esto… cuando muere un hijo de perra (su propio padre) es perdonado por lo que hizo”. David moralmente no podía perdonar a su padre, ya que eso implicaba reproducir no sólo la tradición de los gitanos que él cuestiona (los matrimonios convenidos y la sucesión del poder por herencia) sino aceptar que las cosas no cambian. Si la moral consiente y hasta justifica la reproducción de sujetos tan ruines y desalmados  como su padre, todo orden que se sustente en esa “moral del perdón” no pasa de ser un orden que se burla de las víctimas y ennoblece a los victimarios. Aunque si se observa bien ese detalle la reproducción de esa “moral del perdón” tiene que ver mucho con la constitución del poder.  

La muerte del padre por el hijo no sólo es un parricidio, frecuentemente condenado moralmente y castigado punitivamente, sino un hecho que desanuda una serie de nudos culturales que tienen que ver con la estructuración del poder en todo orden social. Una conocida conjetura dada por Freud permite asir algunas ideas al respecto. Al decir de Freud: “La derrota del padre y su profunda humillación han proporcionado los materiales para la representación de su supremo triunfo. La general importancia adquirida por el sacrificio, depende de que otorga al padre satisfacción por la violencia de que fue objeto, precisamente con el mismo acto que perpetúa la memoria de tal violencia”. La conversión de aquella “derrota histórica” en un “triunfo cultural” para el poder del padre, que observa Freud, en el fondo ocurre cuando la figura del padre se objetiva como parte de un sistema simbólico que permite reproducir la estructura del poder: un poder que organiza no sólo la institución familiar y su reproducción, sino el orden social mismo.

Como toda violencia simbólica responde a un orden gnoseológico que la sostiene, la muerte del padre por el hijo expresa sólo una ruptura sobre la objetivación del mundo más no sobre el orden social. Recuérdese que David, el joven rey de los gitanos, no quería ser “rey”, sólo quería poner en práctica aquella metafísica del individuo que sostiene el orden social de la modernidad en función del significante de la libertad. Tal hecho puede ser observado como la suspensión del poder de la tradición, más no como su desestructuración, intención que en última instancia es lo que precipitó que David matara a su padre. Lejos de toda moralina, la muerte del padre por el propio hijo se convierte en un acto de liberación porque en el fondo todo hijo (varón desde luego), en algún momento de su existencia, ha deseado matar a su padre por una serie de razones, ya sean éstas exageradas, supuestas y demás, que se amparan en cierta afectación  que estructura a la familia. Pero como ese deseo es casi siempre repimido e inconcluso, los casos del parricidio son excepcionales. De ahí que muchos consideren al parricidio como un hecho “patológico”, más no es así, sino que tal desenlace debe ser observado no sólo como un claro cuestionamiento al poder del padre, sino también como el momento en el que se muestra los límites de la cultura a partir de la estructuración del poder.

El poder se ejerce en la reproducción de la vida social de diversas maneras, muchas de ellas en concordancia con la estructuración  de la sociedad: El poder genera y mantiene todo orden social, anima la reproducción de la vida social mediante su control y también reproduce mecanismos de dominación que necesariamente afectan la volición subjetiva y su apetencia. La apetencia y la volición encuentran sus límites en la reproducción de todo poder ya institucionalizado por un orden simbólico y gnoseológico. El detalle del cuestionamiento al poder, a partir del orden gnoseológico, es que la figura del padre no depende de su objetivación como ente sino de su suspensión como ser. Por ello matar al padre es tan sólo la anulación del padre como ente, más no su reproducción como ser universal. Cuando David reconoce con fastidio que los demás perdonan a su padre no se percata que en la “moral del perdón” se actualiza el poder que ahora detenta al ser reconocido como el nuevo “rey de los gitanos”.

El caso del parricidio permite entender que el poder no es una simple relación que se anula, o se suspende, cuando una voluntad dominada se resuelve a liberarse de su yugo, sino que implica reconocer la afirmación de una clara voluntad de poder que no sólo ha sido negada, sino incluso temida. Pero el temor a esa voluntad de poder no radica en la finitud y la vulnerabilidad del ente que ejerce el poder sino en el orden que legitima ese poder. De ahi que en el fondo el conflicto con el padre no es más que la trama previa para ejercer o anular toda voluntad de poder.





Juan Archi Orihuela
Lunes, 23 de julio de 2012.


martes, 3 de julio de 2012

La impotencia de la memoria

Tras los hechos acaecidos en la presentación del libro Profetas del Odio (2012) de Gonzalo Portocarrero, Martín Tanaka, uno de los investigadores más reputados de la sociología peruana, considera que la respuesta, tanto de los ponentes, así como la del público, debió ser política y no “académica” para encarar lo que les increpaban los miembros del MOVADEF que ese día impidió el desarrollo institucional del evento. Literalmente la respuesta de Tanaka es la siguiente:

La respuesta tiene que ser política. Esto significa que, con sendero allí, de lo que se trata no es de seguir con un debate académico, porque ya no es posible, sino de impedir que la presentación de un libro se convierta en una victoria política de ellos; de lo que se trata es que se convierta en una derrota. ¿Cómo? Pues denunciando claramente lo que Sendero Luminoso es, un grupo terrorista, homicida. Y si ellos se paran delante tuyo y te gritan consignas a favor de Abimael Guzmán, lo que hay que hacer es pararse y gritarles también en la cara que repudiamos a los asesinos y terroristas. Gritar ¡no al terrorismo!, demostrar que ellos son minoría, y que la mayoría los repudia hubiera convertido el intento del boicot en una victoria democrática, y una demostración efectiva de que la sociedad peruana rechaza a los "profetas del odio"”.
[Ver el texto completo aquí: Pulse]

Si se repara en la “respuesta política” de Tanaka, tal respuesta no deja de ser una mera acusación provocadora o una impulsiva denuncia policiaca (“lo que hay que hacer es pararse y gritarles también en la cara que repudiamos a los asesinos y terroristas…); en el fondo si uno observa el deseo del sociólogo, tales imprecaciones no se diferenciarían de las mismas acusaciones y denuncias que suelen hacer los miembros del MOVADEF, que empecinadamente defienden al PCP-SL, cuando hacen uso de su derecho a la libertad de expresión. Más aún el sociólogo rememora a modo de ejemplo una anécdota del pasado en el que si se pudo hacer “frente” al PCP-SL mediante consignas tributarias de la Izquierda Unida (IU). Por ello termina apelando a la “memoria”, en realidad apela a su memoria, para hacer frente al fantasma del PCP-SL a través del MOVADEF: “Batallas por la memoria” la llama.

Antes de observar que esa “memoria”, a mi juicio, está perdiendo la “batalla”, cabe observar dos hechos: Primero, las acusaciones y las denuncias no son en sentido estricto una respuesta política, menos aún cuando se sigue confundiendo los “molinos de viento” como si fueran “gigantes”. Es decir, la respuesta política debe apuntar aquello a lo que se enfrenta. Los que animan la “memoria” suelen ver en el MOVADEF (un movimiento político), así como al PCP-SL (un partido inexistente), o en muchos casos son confundidos como si fueran lo mismo, como aquellos gigantes o los “ogros malos” a vencer. A mi juicio tales instituciones no pasan de ser unos “molinos de viento” que en determinadas situaciones “arma” de valor (más bien “desarma” de todo valor) a los que se arrogan la "conciencia moral" de la política en el Perú. Para no confundir los molinos con los gigantes, hace unos años (el 2010) Carlos Tapia escribía, tras un debate frustrado (por órdenes del rector) entre los defensores del Pensamiento Gonzalo (MOVADEF) y los que los retaron (Carlos Tapia incluido) en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), que a Sendero hay que enfrentarlos en el plano ideológico. Puntualmente anotaba: “Las ideas políticas se combaten con ideas políticas”.

Desde luego que tal debate para ser encarado debe primero reconocer la condición de interlocutores válidos a aquellos que defienden el Pensamiento Gonzalo, sin esa condición es imposible un debate, ya sea político o académico. Por lo que se ha escrito desde hace muchos años, en varios textos de reconocidos estudiosos sobre el tema (Granados, Degregori, Tapia, Manrique, Henry Favre, Roldán, Biondi & Zapata, Burt y demás, hasta periodistas como Gorriti y Raúl Gonzales), el PCP-SL tenía una ideología política, ideología que es reclamada y defendida por el MOVADEF. Al parecer para los que siempre se ofenden ante la sola presencia de los miembros del MOVADEF, y sobretodo en una universidad particular que se pavonea mediáticamente de ser “plural”, así como a los actores de lo “políticamente correcto”, reconocer que los miembros del MOVADEF tienen una ideología política es mostrar signos de flaqueza; por el contrario, el desconocer tal detalle se convierte en la práctica en el talón de Aquiles de quienes tan sólo pueden mostrar su impotencia (evidenciada por el panel de “académicos” aquel día del evento en la PUCP), su queja (la del público, tan igual como cuando uno se queja de un dolor de muelas), el desprecio (el mismo del que hizo gala Gonzalo Portocarrero) o la mera indignación. O si no se puede encarar un cuestionamiento ideológico, por lo menos se debe sostener las ideas políticas que se desprenden del texto a ser presentado, pero ni eso pudieron hacer. Javier Urbina cuestiona de manera sincera tal torpeza política y la flaqueza intelectual de quienes debían encarar las increpaciones altisonantes en ese momento. Al respecto escribe lo siguiente:

“Es mi humilde opinión que ustedes perdieron una excelente oportunidad de dar un ejemplo en ese momento, de sentar una posición política democrática clara de rechazo a la violencia y a la manipulación de la historia. Pero no lo hicieron. Prefirieron ceñirse a las reglas del Otro de las presentaciones de libros y callaron, ignoraron, y perdieron. Me preocupa tanto la facilidad con la que Sendero se lleva una victoria (pues estoy seguro que así lo sintieron) en un auditorio en contra y frente a tres de los más reconocidos académicos de nuestro medio. ¿Qué podemos esperar?”
[Ver el texto completo aquí: Pulse]

 Esa “facilidad” de la victoria de “Sendero” que observa Urbina se debió a que simplemente nadie de los reputados panelistas quiso encararlos. ¿Las razones? son tácitas, y al respecto tiene mucho que ver con ese manido "discurso de la memoria".

 En segundo lugar, se debe reparar en el contexto y en el contenido de la investigación. Muchos suelen observar que no se puede debatir con los miembros del MOVADEF porque son intransigentes, menos aún confundir un evento académico (la presentación de un libro) con un debate político. Observación que a todas luces expresa el tajante divorcio entre la producción de las ideas y los hechos sociales (que, entre otras características, también son políticos); o tal vez tal observación simplemente expresa, metafóricamente hablando, el divorcio que existe actualmente entre algunas universidades y la sociedad peruana. El evento fue realizado en el espacio de una universidad en el que frecuentemente se suelen debatir las ideas, ya sean en las clases o en los eventos públicos; más aún el debate es necesario y hasta congruente si el contenido de los textos refieren explícitamente a un grupo político que se siente aludido de manera directa. Por ello es injustificada la idea de que la universidad es tan sólo un espacio exclusivamente académico. Desde luego que la universidad es (o debiera ser) la casa del logos, sobre eso no hay discusión alguna, pero a su vez, tal como se encuentra el escenario político, es al parecer el único espacio para encarar tales debates que urgen a la sociedad peruana en su conjunto. Siempre se reclama que los partidos políticos deben dar esa "pelea", pero ya sabemos que muchos de los partidos políticos en el Perú no son más que "fachadas", por eso no pueden o no les interesa dar esa pelea. Por ello, ¿quién mejor que los intelectuales que investigan al respecto para hacerlo?

Pero se dirá que es imposible encarar tal debate porque en la universidad “ellos” actúan siempre con intransigencia o a lo más se convierten en un simple corifeo de consignas manidas que sólo apabullan; y, además, la universidad (para muchos al parecer) se encuentra lejos de ser aquel espacio de debate. Al respecto cabe hacer “memoria” (tal como muchos, a quienes desde luego les falta memoria, reclaman). En el año 2010 se presentó el libro El pez fuera del agua (2010) de Eduardo Ibarra en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNMSM. El texto alude a la ideología y a la práctica política del PCP-SL, compuesto por una serie de artículos, que, a juicio del autor, se convierte en una “crítica multilateral al senderismo”. Como no podía ser de otra manera, los aludidos por la crítica estuvieron presentes con sus réplicas y confrontaciones respectivas. A pesar de que el espacio del auditorio estuvo repleto: Hubo debate. El panel no se intimido, el panel los encaró, así como muchos de los asistentes con sus intervenciones. Aunque el evento tuvo sólo una limitación: faltó tiempo. A mi juicio, fue fructífero aquel debate (en el que estuve presente), tanto políticamente hablando, así como intelectualmente. Por eso si es posible encarar los debates políticos y académicos correspondientes en un espacio universitario, sólo es cuestión de asumirlo y proponérselo (*).

Presentación del libro El pez fuera del agua (2010) de Eduardo Ibarra en el Auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNMSM, 2010.

Encarar al Pensamiento Gonzalo como ideología política, que defienden los miembros del MOVADEF, no pasa por la apelación a la memoria, porque a estas alturas las “batallas por la memoria” han sido completamente perdidas precisamente por quienes la animan: la memoria resultó siendo un discurso impotente. Al parecer apelar a la memoria es similar a la táctica del avestruz: "esconder la cabeza ante el peligro".Tal vez en el fondo el discurso de la “memoria”, que siempre enfatizan aquellos que no se atreven a dar debate alguno a quienes los encaran, es un medio para eludir la cuestión de la ideología política, o, en su defecto, invisibiliza toda ideología política y, lo que es peor, muchas veces anima el facilismo del ninguneo.

Finalmente, si de comparar textos se trata, el libro que debe ser leído por muchas razones, y sobre todo de si encarar un debate político se trata, es el de Eduardo Ibarra y no el de Gonzalo Portocarrero. Si hay dudas al respecto sólo es cuestión de leerlos.





Juan Archi Orihuela
Martes, 03 de julio de 2012.
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(*) Ahí unos enlaces que pueden extender la información sobre aquel evento que no tuvo el mismo eco que se dio en la PUCP, aunque si tuvo otro desenlace a favor de los que defendían las ideas del autor del libro de Eduardo Ibarra. Es decir, la ideología de Sendero se dio de bruces cuando fue encarado política y académicamente, tal como sucedió en la UNMSM en el 2010:

La presentación del evento: Pulse


Además un debate escrito generado al respecto: Pulse y también aquí: Pulse